El hermano mayor de mi amigo escribió, en 1969, un poema que decía así:
“Al volver del mercado, se sentó en la cocina para esperar a su compañero, muerto en Córdoba el mes pasado”.
Nunca dejé de admirar ese verso que sentí, entonces, perfecto.
Tenía catorce años.
Se podría objetar que el escrito ubica a una mujer en la cocina y de regreso del mercado.
Sin embargo, ese relato de una muerte acontecida en la ciudad de la revuelta posibilitaba decir el pesar y la ausencia, la soledad y el silencio de los días.
Recuerdos traen afectos que no se saben.
Tal vez, en esa sola línea, supe la escritura como duelo.
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