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Foto del escritorRevista Adynata

Acerca de la irreparable inmadurez / Matías E. Wendt

Encuentren sus moléculas, decía Deleuze, si no las encuentran ni siquiera pueden leer. Leer es encontrar las propias moléculas, las moléculas están por todas partes, en los libros y en la calle, en la música y en el silencio. “Pensar conceptos como imaginando mundos” es la propuesta deleuziana en las clases de En medio de Spinoza. Para Deleuze, crear conceptos dotados tanto de una necesidad como de una extrañeza, es el arte de la Filosofía, pero este acto de creación no pertenece al orden de la comunicación, sino que emerge como un acto de resistencia o discordia, nace de una disarmonía anterior, que precede a todo orden. Básicamente, filosofar es un acto creativo que implica entrar al mundo buscando una salida, coordenadas para una fuga, una puerta entreabierta, una piedra arrojada capaz de juntar una ventana con un agujero.


El escape es anterior al Mundo, antes que Manhattan o Beijing fue el desierto, el río, la noche; antes que McDonald’s fue el hambre, la codicia, los huevos; antes que Gandhi fue la guerra, la sangre, la ironía.


A Deleuze le preocupa que no nos imaginemos una salida, que de pronto nos encontremos atrapados en el interior de una máquina de guerra, que seamos infelices cobardemente o peor, que ni se nos ocurran otras formas, modos de ser, diferentes a los Modos de Ser, habituales.


Encuentren lo que les gusta… sigan, no hay nada que hacer… nada es más triste en los jóvenes que envejecer sin haber encontrado los libros que hubieran amado… Y generalmente no encontrar los libros o no amar finalmente ninguno, da un temperamento… de golpe uno se hace el sabio sobre todos los libros… es una cosa rara, nos volvemos amargos… conocen la especie de amargura de ese intelectual que se venga contra los autores por no haber sabido encontrar a aquellos que amaba… el aire de superioridad que tiene a fuerza de ser tonto. Todo eso es muy enojoso. Es preciso que, en última instancia, sólo tengan relación con lo que aman.”


Las clases de Deleuze son increíbles, encuentra una manera de zambullirse en la filosofía y en el temperamento de los autores que desarrolla y que elije trabajar, habla de ellos como desde dentro de ellos, respetando o sabiendo expresar el clima o el humor de sus libros.

Me interesa Spinoza y Deleuze para pensar el terreno de lo imposible, cómo configuramos algo como lo imposible sino a partir de lo conocido y desde allí, qué lugar le cabe a la imaginación y a la praxis de lo posible.


En "Lo irreparable", Agamben comienza citando la cuestión 91 del suplemento de la Summa teológica, que lleva por título De qualitate mundi post iudicium. En ella se interroga por la condición de la naturaleza después del juicio universal: ¿Habrá una renovación del universo? ¿Se interrumpirá el movimiento de los cuerpos celestes? ¿Aumentará el esplendor de los elementos? ¿Qué será de los animales y de las plantas?


De acuerdo con Agamben, la dificultad lógica a la que se enfrentan todas estas preguntas pasa por el hecho de que: si el mundo sensible estaba ordenado hacia la dignidad y al habitar del hombre imperfecto, ¿qué sentido podrá competerle cuando éste haya conquistado su destinación supranatural? ¿Cómo podrá sobrevivir la naturaleza al cumplimiento de su causa final?


A todas estas preguntas ofrece como única respuesta el hedonismo del paseo walseriano por la 'buena y generosa tierra': los 'campos admirables', 'la hierba rica de savia', 'el agua del gentil arroyo', 'el círculo divertido, adorno de alegres banderas', las muchachas, el negocio del barbero, la habitación de la señora Wilke, todo sería así como es, irreparablemente, pero justamente ésta sería su novedad.


Lo mismo que vale para el paseo en Walser, vale para el caminante de Nietzsche, para el registro o retorno de la naturaleza esparcida como cotidianidad silvestre en Thoreau, para el continuo despiste de lo inmaduro en Gombrowicz.


La figura del caminante en Nietzsche es el lugar de lo que está desatado, de lo que anda, se mueve, no hacia una meta final, pues no la hay. Está desatado como quien se lanza a tener los ojos abiertos y quiere observar 'todo lo que propiamente hablando ocurre en el mundo'. Nace como un desprendimiento, el caminante deja su hogar y no puede prender su corazón demasiado firmemente de nada en particular. En él mismo hay algo de vagabundo que se reconoce y se desliza en el cambio y la transitoriedad.


El caminante de Nietzsche camina en un mundo abandonado de teleologías y teologías. Debido a que no camina en dirección a una meta final, puede levantar la vista y mirar a su alrededor. El paseo no persigue ningún fin, ahora bien, esta ausencia de telos y de theos libera la vista del caminante. Aprende, entonces, a mirar, y ve 'todo lo que propiamente hablando ocurre en el mundo'. Si bien pierde el horizonte, ésta pérdida le abre nuevas visiones. Su propia mirada camina. Desconfía del mito del origen y la profundidad.


La forma de existencia del caminante nietzscheano, dice Byung Chul Han, no se parece a la del turista hipercultural, quién se caracteriza justamente por un intenso deseo de apropiación de lo otro. El "turista" desconoce lo "completamente otro" frente a lo cual uno sentiría vergüenza o espanto; a su forma de andar le falta serenidad y reduce lo otro a lo propio. Pero quién se apropia de lo otro se pierde, pues arrastra consigo una transformación de lo que de entrada es suyo.

El mundo del caminante se encuentra mezclado indefectiblemente con desiertos y abismos, éste es un precio inevitable por aprender a mirar.


Nietzsche continúa diciendo:

"Por supuesto, tal hombre pasará malas noches, en las que esté cansado y encuentre cerrada la puerta de la ciudad que debía ofrecerle descanso; quizás además, como en Oriente, el desierto llegue hasta la puerta, las fieras aúllen tan pronto más lejos como más cerca, se levante un fuerte viento, los ladrones le roben sus acémilas. Entonces la noche pavorosa desciende sobre él como un segundo desierto en el desierto y su corazón se cansa de caminar."


De eso se trata lo irreparable, de acuerdo con Agamben, es la confirmación de que las cosas son consignadas sin remedio en su ser así, que ellas son sólo su así en el mundo; sin ningún reparo posible; que, en su ser así, están ahora ya absolutamente sujetas, absolutamente abandonadas. Lo irreparable se comprende en medio de una concepción del mundo de un presente indeclinable. El mundo es, entonces, siempre ya y por los siglos de los siglos, necesariamente contingente o contingentemente necesario.


Dice Agamben: "Aquí pierde su verdad aquel antiguo dictum según el cual la naturaleza, si pudiese hablar, se lamentaría. Los animales, las plantas, las cosas, todos los elementos y las criaturas del mundo después del juicio, cumplida su tarea teológica, gozan ahora de una caducidad por así decirlo incorruptible, sobre ellos está suspendido algo así como un nimbo profano. Nada podría definir mejor el estatuto de la singularidad que viene."


Gombrowicz propone la potencia de la inmadurez como oposición, frente a la muerte como Forma. Podríamos decir que la Forma en Gombrowicz es todo aquello que, proviniendo de fuera, del entorno, de la cultura, de la educación, de la familia, de la ideología, etc., nos moldea de una manera inequívoca y nos convierte en algo así como estatuas, pero sobre todo, no sólo se nos impregna, nos traspasa, de alguna manera se introduce en nosotros y consigue concretizarnos el alma. Para Gombrowicz la Forma está en principio afuera, pero la cristalización de las formas, la formación que implica la muerte del ser, ocurre tanto adentro como afuera, en nosotros y en los demás. Para sobrevivir, esto es, para mantenerse al resguardo de la vida, es preciso no concretarse, no alcanzar cabalmente ninguna meta, no concluir.


En otras palabras, mantenerse en un estado de incompletud o inmadurez nos previene de caer en un lugar del que podríamos decir: en donde nada crece.


De ahí la paradoja de que en un mundo que exalta la individualidad y el carácter irrepetible de los individuos, se configura a la postre un sujeto semiclónico de idénticos gustos, opiniones y modos de vida.


La inmadurez en Gombrowicz adquiere el estatuto de una resistencia ante la Forma, una no-resignación, una rebeldía, una manera de no entregarse a un mundo en el que todos se parecen entre sí y a todos parece faltarle algo. Hablo de que en un mundo organizado para el confort, noto dos cosas: una profunda carencia de imaginación y un hedonismo infértil, ambos llevan a un estado de inapetencia elemental, inminencia del desamparo, errancia del deseo, satisfacción incómoda de una insatisfacción estéril.


Para aclarar, el hedonismo actual nada tiene que ver con el hedonismo filosófico propuesto por Epicuro, podríamos decir que la tesis inicial de Epicuro (en el siglo III) es equivalente a la de Freud (en el siglo XX), para resumirla en pocas palabras: un hombre que no goza fabrica la enfermedad que lo consume. Epicuro anticipó en su filosofía, una fuga, un escape por medio de una falta. En la actualidad, en cambio, predomina un hedonismo totalizante, que no sólo nos conmina a una profunda angustia existencial, sin igual, sino que se alza como único terreno u horizonte de posibilidad para ser, disponiendo que hemos de ser miserables para poder disfrutar del confort.


En fin, mejor volvamos a Gombrowicz, a ver si despejamos algún camino. De acuerdo con él, el supremo estadio de rebelión contra la Forma lo encontraríamos en el estadio previo, de "Formación". Son la infancia y la adolescencia los lugares donde germina la potencia de la "inmadurez".


La propuesta de Gombrowicz adquiere una potencia máxima debido a la fuerza con que establece el esquema de oposición (decir que “No” es un punto de partida). Una figura como la inmadurez, considerada habitualmente humillante, de la insuficiencia, es opuesta a todo lo que hay de sólido y solemne en el proyecto de un Ideal.


Lo que hay de genial en la irreverencia de Gombrowicz está en que ataca los puntos que sostienen la idealización, no ataca al Ideal como constructo hecho y derecho, no es la Forma establecida su objeto, es la "Formación". No interesa el Ideal en sí mismo, sino atentar contra su elaboración. Incomoda porque opone todo lo que hay de ridículo, defectuoso y enclenque, la insuficiencia o inmadurez, a todo lo que hay de fuerte, sólido y firme, intensificado con la fuerza de los años, en la Forma.


Gombrowicz advierte, como tantos otros, la potencia infinita de lo bajo, de lo débil, de lo inútil, de lo inmoral, advierte que toda nuestra fecundidad está en la potencia para ser y no en la pretendida culminación o realización de los hombres. Se trata, frente a la mascarada de la importancia de sí, de esa labor autodefensiva de no ser percibido nunca como dubitativo, irresoluto o vacilante, frente a la farsa de lo invulnerable, de afirmar nuestra insuficiencia y nuestra perplejidad ante la multiplicidad de la experiencia.


Ahora bien, podríamos nosotros también, imaginar una paradoja en éste punto: Dado que la potencia de la inmadurez no se halla meramente en sí misma, sino a partir del lugar que ocupa en la oposición frente a la Forma: ¿Qué oposición habríamos de sostener cuando la Forma y Constitución del Mundo y de los Hombres encuentre su lugar pleno en un Ideal de Inmadurez tal que habilite algo como una Irrealización Plena, en donde todos los Débiles y Marginados aparentemente encuentren su lugar para Ser? En otras palabras, si nos fuera posible imaginar un mundo en el que la inmadurez ocupase el lugar de la Forma, en esas condiciones, ¿tendríamos que formarnos para resistir?


La paradoja es falsa, hay que advertirlo, la inmadurez es ontológicamente opuesta al Ideal, es en sí misma inconstituible y por eso, una amenaza permanente de destitución de lo que se considera constituido. Por otra parte, no hay manera de erradicarla, no se la puede atacar directamente. La inmadurez no soporta el peso de la Forma, ésta le hace un agujero en la espalda y sigue, como una piedra lanzada contra una manga de agua. La inmadurez es primitiva, anterior a la Idea de Inmadurez, como una naciente en medio del frío que sin embargo no alcanza a helarse, toda su fuerza remite a otra fuerza, proviene de otro sitio; como estado en tránsito, no la podemos concretar ni definir, su potencia es incomparable porque no tiene par; su potencia está en camino, podríamos decir, en curso.



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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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