Si querés un mundo distinto
Tenés que decirlo diferente.
Jeremías Aisenberg
En este Agosto Adynata, en este mundo recorremos, una vez más y tantas veces como necesitemos, eso que (nos) pasa con lo vivo y las palabras. Eso que ellas hacen y eso que nos hacen creer que hacemos con ellas.
En ese hacer(nos) y deshacer(nos) recordamos otro año más del asesinato de Santiago Maldonado con el texto Presencia.
Apostamos a producir encuentros que parecieran imposibles pero que comparten un tono. El tono postpunkpsi que trae el texto ¡Manga de sinónimos! Y ese que asoma tímida y firmemente en La oscuridad de la soledad y en Atrapado, dos pequeñas piezas halladas en un aula de una escuela pública que nos permiten asomar, desde una delicada intimidad inventada y con una sencilla crudeza, al mero estar en estos días y en estas noches.
En el mismo sentido pero con otro tono, el texto Lo que cuenta nos recuerda que “Necesitamos contar la vida, cada vez, de otro modo. Para cuidar la delicada artesanía de la vitalidad.”
Y eso que el texto Urdimbre afirma, en un ejercicio de pensamiento, nos lo preguntamos ¿“Cuando una palabra aparece, un mundo nace con ella.”? Así quedamos relanzadas a viejas-nuevas discusiones en torno al lenguaje, los comienzos, las apariciones.
Muchas veces, otros saberes despabilan y abren posibilidades. El saber de la fotografía y esa maravillosa posibilidad y aspiración de “escribir con la luz”, nos permite abrir a otros pensamientos allí donde lo psi, podría enquistarse y reverberar. El prólogo Sesiones y fantasmas de Ray Bradbury al libro de fotografía de Aldo Sessa nos arenga: “pongámonos a examinar el misterio dentro de la forma, la revelación dentro de la máscara”. Y los maravillosos fotomontajes de Grete Stern nos ofrezcan una maestría en interpretación de sueños. Dice “Ahora bien, ¿qué es un fotomontaje? Una definición aproximada: la unión de diferentes fotografías ya existentes, o a tomarse con ese fin, para crear con ellas una nueva composición fotográfica. De esta manera surgen numerosas posibilidades para la composición, entre ellas la de juntar elementos inverosímiles. Por ejemplo: una mujer en traje de baño, en una sala de fiesta, guiando un elefante. Además, se pueden distorsionar las proporciones de los elementos que se utilizan en el montaje. De ese modo, no es nada difícil que un niño aparezca sentado sobre una mosca que representa un avión, volando sobre un bosque de repollos. Se puede también distorsionar la perspectiva: un hombre fotografiado desde arriba observa unas torres o árboles fotografiados desde abajo. La perspectiva distorsionada siempre dará el efecto de lo inseguro, de lo inverosímil. Conviene agregar que, en contraste, una perspectiva correcta es imprescindible para otros casos, como el del niño montado en la mosca, pues aquí la perspectiva exacta aumenta gráficamente la veracidad.”
La fotografía, los sueños, las palabras, lo inconsciente ¿aún nos prestan ocurrencias de las que agarrarnos? Quizás, muchas veces necesitemos sacar las garras, ya sea para rasgar vestiduras que se pretenden imperiales, ya para rascarnos las mañas de las repeticiones o hacernos cosquillas hasta sacudirnos a carcajadas. Escribe Bruno Ureta: “Afilarse las garras hasta que destilen sombras, resaltarse las escamas con un toque de luna plateada, pintarse la barba con el rojo más profundo de la ira contenida. Una criatura vanidosa exaltada en su erótica del existir”.
Cruzar mundos lejanos, cercanos. Visitar otras formas para vivificar los tejidos del pensar. Esos que impulsan a compartir cartas y traducciones. Las que Adynata espera y recibe con el calor de lo donado por Cynthia Eva Szewach. En este segundo envío, además de asomarnos a las visitas a un espacio para refugiados jóvenes en Viena, Anna le cuenta a Lou y nos recuerda la clara complicidad de las cercanías y la certera necesidad de ciertas distancias para narrar. Dice: “fueron demasiadas impresiones como para poder describir todo y aún estoy demasiado cerca de los hechos como para poder distinguir lo más importante y contarlo.”
Y otra carta, ésta entre cronopios, nos trae pistas para llevar estos días “Somos los últimos románticos, te dije un día, y vos que te creías surrealista, asentiste con picardía. En una época que todo lo consume (asesinatos, violaciones, terremotos, diásporas, campeonatos, celuloide, mucho celuloide) resistimos como Noé en su barca. Cuando escribí aquel verso («En toda generación hubo un diluvio») me dijiste que los cronopios siempre sobrevivían, aferrados a un mástil en forma de poema, aferrados al ambivalente goce de escribir, amar y, especialmente, sonreír. «Tenemos un ángel de guarda», dijiste, y yo te contesté: «De la guardia».”
Pero Adynata, incrédula de tierras, ángeles e infiernos, tal vez prefiera lo dionisíaco y la caña con ruda. Quizás necesite inventar demonios de la guardia que se escurran cruzando los océanos y compartan unas pócimas en alguna santoría de Madrid. Que, desde las nubes y con una mística cruda y apasionada, aúllen: “Los Cantos también lo advierten, y aún con poca voz lo memoran y magnifican: en el origen de la riqueza yace el adiós al otro: mi igual (aquello que hubo…). La fraternidad se vuelve pecado y las bellezas de la tierra se confunden con los excesos del infierno…”
Y aún sabiendo muertes e injusticias, nos inciten a no claudicar en afirmar que lo vivo puede más que las civilizaciones y los imperios y que, aún desgarradas, perseveremos en lo inútil de leer y de escribir con las garras bien afiladas.
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