La poesía siempre está en alguna parte. Cuando deserta de las artes, se descubre con más claridad que reside fundamentalmente en los gestos, en un estilo de vida, en una búsqueda de este estilo. Reprimida en todas partes, esta poesía florece por doquier. Brutalmente rechazada, reaparece en la violencia. Consagra los motines, se entrelaza con la rebelión, anima las grandes fiestas sociales antes de que los burócratas, los partidos y los profesionales de la política le arrebaten la vida
Raoul Vaneigem, Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones
En (in)movilidad y haciéndonos oír, pero obedientes y ciudadanos. Multitudinaria y organizada, pero placebística e inerte. La moralidad reformista funciona como un narcótico que nos encuadra en la pacífica pasividad democrática. La manifestación prioriza el cemento y contiene la potencialidad de transformar al ciudadano en policía, al periodista en policía, al militante en policía. La prioridad es electoralista, el partido del orden no puede ser manchado.
Pero algunas veces, plazas exigen que se vayan todos, que no quede ni uno solo. Y en medio de esa música, un hermano de la vida ve a la poesía en una lluvia de piedras, en las barricadas y en el fuego. Nuestros cuerpos se conjugan en un abrazo. Rabias erizan la piel, caos se huele en el aire. ¿Cómo puede ser que afectaciones atraviesen las pieles de varias personas al mismo tiempo? Lo inasible, lo inesperado, lo que expresamos sin lenguaje resultan nutrientes vitales de nuestro existir.
La pregunta puede ser cómo interrumpir el espectáculo. Algunas de nuestras inquietudes, reflexiones y acciones emergen desde una sensibilidad que fue dinamizada por la atenta escucha de lo vivo: aquello que riega tierras para que emerjan abrazos, afectos y resistencias; aquello que se mueve y no se coagula en la institucionalidad muerta; aquello que le da sentido a la existencia.
—¿Existe algo más hermoso que esto? —pregunta un cuerpo en movimiento—. Las revueltas crujen los cimientos del devorador de mundos, desgarran la solidez de los malos y buenos gobiernos, suspenden el tiempo histórico, cortan las cuerdas de la teleología prefabricada, erosionan los engranajes de la máquina.
Volver a oír siempre será una opción. Siempre está latente el filoso susurro que cortará el cuello del principio de gobierno. La rebelión como puñal, para no permitir la coagulación de la moral. Dejar de esperar permite entrar en una dinámica insurreccional. Posibilita volver a oír, en la voz de nuestros gobernantes, el ligero temblor de terror que nunca les abandona, ya que todo acto de gobierno puede ser tan solo un modo de no perder el control sobre la población. Un modo de imposibilitar las grandes fiestas sociales donde se gestan comunes uniones, lazos fraternos, alianzas insólitas. El kratos del demos se erige sobre nuestros cuerpos, pero sin percibir que ya está cubierto de fuegos. No de los intencionales que la máquina genera, sino de los vitales que nunca recupera.
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