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Anna y Lou (II) / Cynthia Eva Szewach

El psicoanálisis me dio una seguridad imborrablemente alegre”

                                                                                      Lou Andreas Salomé



Presentamos en esta ocasión, la traducción de dos cartas de enero de 1922, pertenecientes a la Correspondencia reunida entre Anna Freud y Lou Andreas Salomé.1


Anna, que en ese momento tenía veintisiete años mientras que Lou, ya rondaba los sesenta, comenzaban a intercambiar cartas, con el especial agrado de Freud, interesado en que esa relación se intensifique.


Anna relata en esta carta su visita a la Institución de August Aichhorn, quien se encontraba a cargo, después de la Primera Guerra, de la dirección de un sitio para refugiados jóvenes en Oberhollabrunn, en Viena. Ella “descubrió” a Aichhorn a pesar de ciertos prejuicios que confiesa, y quiere contarle en la intimidad, a Lou, sus impresiones a borbotones, movida por una transferencia de confianza y admiración. Anna parecía sorprendida, percibió en él alguien que escuchaba analítico y sereno a cada juventud. Comprobó, quizá por momentos con un tono ingenuo, los efectos de su presencia, en historias plenas de sucesos peligrosos, robos, asesinatos y nunca de forma punitiva. Lo describe como un hombre cuya mirada no moralizante imprimía un clima de convivencia y daba lugar en especial a las experiencias infantiles efectivamente sufridas para leer lo llamado antisocial. Anna se veía tentada a situar el campo educativo mientras Lou acentuará otra vertiente.


Sabemos que Sigmund Freud pocos años después (1925), prologará un libro de Aichhorn, Vewahrhlosten Jugend donde agita, no sin apreciar, la interrogación de los tres imposibles freudianos, “educar, gobernar, analizar” no le impedían valorar la contribución en el campo social, de la labor original de Aichhorn, con menores desprotegidos. Freud vuelve a subrayar en el prólogo la importancia del análisis personal para los educadores.


Lou, recibe agradecida y voraz las impresiones y ve en el personaje de Aichhorn quizá a los “grandes hombres” que, como Freud, salvando distancias, sugiere le dan a la humanidad un soporte de vida y una desposesión de lo propio, también lo que llama superación de cierta neurosis, en aras de la escucha. Parece que ofrecen para ella la posibilidad de creer. Lo dice en su estilo poético y por momentos laberíntico.


Entre ellas, de retóricas disímiles, se va forjando en estas cartas que inician un diálogo asimétrico, un tejido del pensar, en el calor de lo donado tanto entre ambas, en los libros intercambiados, algunos de los cuales no llegan a las fronteras por los tiempos de posguerra que corren, pero, aun así, se esperan. Van construyendo andamios del extrañarse, no sin la figura de Freud en el borde de la puerta.



Viena, 18/1/22

Mi querida Lou2

Esta vez estuve realmente tres días con los ladrones, vagabundos y cuchilleros de Aichhorn y volví completamente llena de todo lo visto allí. Pero precisamente por eso no es para nada fácil relatarlo tan ordenadamente como me lo había propuesto; fueron demasiadas impresiones como para poder describir todo y aún estoy demasiado cerca de los hechos como para poder distinguir lo más importante y contarlo. Pero de una cosa me di cuenta con total claridad, Aichhorn es un hombre excepcional y magnífico, muy accesible también en lo personal. De modo que tenías completamente razón y me alegro mucho de ello. La desconfianza y la mezquindad que entonces casi pretendía atribuirle están infinitamente lejos de él. Es alguien que causa una gran impresión y me agrada inmensamente y espero poder hablar en profundidad y seguido con él. Durante mi estadía allí llegué a conocerlo muy rápido; también me parece que entiende el psicoanálisis más profundamente de lo que él mismo parece admitir y trabaja mucho más analíticamente de lo que dejan traslucir sus relatos.


El exterior del establecimiento es exactamente como lo describió, aproximadamente unos cien chicos, seis educadores, cinco o seis talleres con sus —en parte, muy simpáticos— maestros carpinteros, sastres, cerrajeros, un administrador que se ocupa de lo comercial y mi amiga Trude como casera y enfermera. Lo interesante es que, en cada uno de los adultos, así como de los internados, se reconoce la influencia de Aichhorn muy marcadamente, eso se manifiesta en un para nada exagerado, pero muy notable ánimo de alegría, buena voluntad y predisposición que cada uno tiene para con el otro; creo que durante toda mi estadía allí no vi ni un solo rostro malhumorado. El tono entre Aichhorn y los muchachos es como el de una buena familia. Son amigables y confiados hacia él sin ningún tipo de devoción, pero siguen simultáneamente cada una de sus pequeñas órdenes con una velocidad y una naturalidad absolutas que no dejan de sorprenderte dada la ausencia total de medidas disciplinarias. Lo mismo sucede también con respecto a los buenos educadores y mi amiga, la cual, por ejemplo, no hace sino indicar siempre muy escuetamente lo que quiere de los chicos, ya sea en la enfermería o en cualquier otra parte. Y, sin embargo, también entonces la cosa se hace de inmediato. No obstante, la mayoría de los internados tienen cosas malas, muchos, incluso, absolutamente terribles en su pasado, lo que yo me negaba a creer de esos rostros amigables y en parte realmente simpáticos. Lamentablemente, los que me parecieron más amables, tras preguntarle a Aichhorn, resultaban ser, incluso, los que tenían una carrera más inquietante. La corrección y cordialidad que exteriorizan refleja, creo, el modo en que los adultos tratan con ellos y proviene también seguramente de que se sienten seguros de que no puede sucederles ninguna injusticia (ante todo conflicto con un educador se dirigen inmediatamente a Aichhorn quien, luego, debe zanjar las diferencias y reconciliarlas hasta que ambas partes estén satisfechas). Además, gustosamente se les concede deseos inofensivos, se les brinda un poco de libertad, se evita irritarlos mediante la pedantería en las reglas y las prescripciones, y se solucionan las pequeñeces preferentemente con un poco de humor, en vez de exagerárselas innecesariamente.


Esto en lo que hace a la vida cotidiana allí. Además, hay naturalmente todo tipo de hechos y cuestiones posibles y no siempre inofensivas, como peleas, robos y todo lo que traen consigo como hábitos de su vida anterior. Aichhorn intenta expresamente no evitar ni excluir tales cuestiones por adelantado, sino que deja tranquilamente las posibilidades abiertas e intenta, luego, abordar lo sucedido de una manera pedagógica: Y es esto lo que precisamente lo vuelve muy analítico. Por lo demás, esto sólo, si un internado ya está ligado a él por una estadía en la institución algo más prolongada. Luego, también, se remonta en largas charlas muy adentro en las historias de infancia y de familia, que, además, en casi todos los casos son historias terribles y tristes, charlas que volverían toda maldad comprensible, aunque fuese mucho peor. Es obvio que en tales casos tiene que experimentar todas las resistencias que conoce el psicoanalista de una manera mucho más cruda, también que debe renunciar a todo tipo de vanidad pedagógica y que necesita emplear grandes cantidades de paciencia y autodominio. Al menos igual de interesante es por lo demás su educación de los educadores, los cuales tienen casi la misma relación con él que los internados y que, quizá, no le cuesten mucho menos paciencia y esfuerzo. También mi amiga está fuertemente bajo su influjo, ya algo sacudida internamente por su inesperado choque con el psicoanálisis contra el cual, a pesar de una aceptación aparente, intenta defenderse, al menos respecto de su propia persona, con todos los medios. En total fueron tres días increíblemente interesantes y, además, muy agradables en los que naturalmente he visto también cientos de cosas que se pueden contar mejor, las historias detalladas de casos particulares y, ante todo, las muchas pequeñas particularidades de la vida cotidiana que, juntas, constituyen el efecto pedagógico y personal de Aichhorn. (Tras esta visita, casi creo que yo misma debería volver por medio de un rodeo a la pedagogía: tal vez, sea la forma más bella de trabajo).


Enseguida después de mi regreso llegó tu carta que te agradezco de todo corazón. Es muy lindo que escribas, en este tiempo has conversado a menudo conmigo en pensamiento y me avergüenzo de que mis capacidades telepáticas estén en un nivel tan bajo que no me permitan siquiera enterarme de nada de todo eso y alegrarme. Solo creo que si, en realidad corpórea, erraras por la Berggasse, tratando de encontrar de nuevo el número 19, entonces algo me sacudiría por dentro y bajaría corriendo las escaleras para guiarte por el camino correcto.


En la Berggasse solo pocas cosas han cambiado desde mi última carta. La prima americana ahora se ha instalado en tu habitación y probablemente la ocupe algunos meses. Con Ferenczi pasamos un par de días muy buenos, y a Abraham (impedido hasta ahora de viajar por la huelga) todavía lo estamos esperando. Con papá, salvo el múltiple y muy vívido correo, ha habido pocos cambios, pero desde su corta pausa de trabajo para navidad y año nuevo, se encuentra muy bien, fresco y descansado.


Por mi parte, he vuelto a caer bastante en mi viejo aislamiento, sólo veo cada tanto la editorial (a la que le he informado de tu situación de encargos) a los Stracheys, con los que siempre me gusta estar, y al Dr. Rickman, el otro inglés muy grande y barbudo que, tal vez, recuerdes de la Sociedad Psicoanalítica y con el cual ahora traduzco con bastante regularidad al inglés muy activamente.


Además, tengo siempre la sensación de que suceden muchas cosas interesantes, pero me temo que eso proviene del hecho de que, desde hace unas semanas de noche (de modo que no son de ninguna manera utilizables como sueños diurnos para nosotras) sueño las escenas románticas más maravillosas y complicadas. De las cuales después, a veces, de día, no estoy segura si no las he vivido realmente. Espero que pronto se me pase, pues mi cabeza también de día piensa cosas de las que no me brinda más información y creo que eso me vuelve muy perezosa y descuidada para todo lo más sensato.


El suplemento del que papá acaba de hacer una copia te lo he enviado hace un par de días y acompañado de muchos deseos de un seguro arribo. Me he alegrado tanto con la lectura de todos tus libros que me he vuelto muy sospechosa con todos nuestros carteros, porque primero pongo cara de gran expectativa y luego de mucha decepción.


Bernfeld no viaja ahora, ¿debo entonces, si el correo sigue estando tan poco halagüeño, enviármelos yo misma? Entre tanto he vuelto a leer todos tus trabajos de la Imago y me he alegrado con ellos.


Casi tengo miedo de que esta carta se vuelva una difícil prueba para tu paciencia como lectora, ya que, si no la interrumpo enérgicamente, sigo escribiendo hasta el infinito. Y, tal vez, todo lo particular que querías saber sobre Aichhorn no esté en ella, entonces, debes escribir y quejarte.


Querría que Göttingen estuviese tan cerca que pudiese al menos visitarte todos los sábados por la tarde.


Siempre

             Tu

                  Anna.


El correo no es tan lento como lo deja sospechar la fecha del inicio de mi carta: entre tanto ya es el 22 de enero.



Göttingenn, 30-1-22

Mi querida Ana:

Pensé mucho si habías estado, y cuando recién llegó tu carta, ésta se amplió, casi como en un ensueño, a toda una estadía contigo allí3; ahora estoy segura de que deberíamos habernos atrevido a ir juntas entonces; fue quisquilloso de mi parte no haberlo hecho, porque, en realidad, estaba, por un lado, la comodidad y un asiento en el tren, contra, por el otro, una experiencia única y conmovedora, que, a nivel personal, quizá, nunca pueda volver a darse. ¡No te olvides de ningún hecho ni impresión hasta en el detalle más mínimo! Pero no lo harás, porque se unió para ti con tu anterior vida pedagógica; quizá, se convierta, de hecho, en una transición hacia una actividad similar renovada. Lo puramente fáctico parece tan colosalmente importante: siempre y cuando se mantengan estas tendencias y esfuerzos; casi todavía más importante para quien lo experimenta por primera vez es la visión íntima del hombre mismo; sabes, es la cosa más tranquilizadora y que más feliz hace el creer que entre las personas hay siempre hombres así y que ennoblecen a nuestra especie humana. (Tu padre y su tipo de lucha pertenecen a ese tipo de experiencias, por las que le estoy agradecidísima a la vida.)


Cada tanto, nos gusta creer en casos semejantes, en base a relaciones personales, dado que es muy fácil en lo ampuloso y ficticio, potenciado por el sentimiento, pero, cuando nos toca realmente, sin que una se haya unido inicialmente a esa persona, entonces cree una para siempre. Y una vez más, a partir de allí, creemos luego en todos los hijos del hombre un poco de nuevo. (por lo que el desconfiado psicoanálisis me dio también una seguridad imborrablemente alegre, como si esa fuese especialmente su misión.)


Después llegó el libro, por el que les estoy muy agradecida ¿Por qué sólo Austria es tan complaciente y Alemania no? He arreglado ahora con nuestro librero para que se consiga de Leipzig un permiso de importación, pero eso va a tardar otros catorce días, aunque demasiado impaciente por esos viejos trastos (aparentemente nuevos, pero añosos) no puedes estar, entre los cuales incluyo un par de ejemplares para el uso que quieres darle. Pero aquello que no pude incluir por la censura, las elegias de Rainer, te lo deberás conseguir tu misma, ya que el librero no pudo darme ningún consejo.


Tuvimos el enero más normal que se pueda imaginar, ahora llovemos torrencialmente. Lo que resplandecía o brillaba constantemente blanco en el sol mira ahora con rostro lloroso; pero la pre-primavera es siempre así, antes de que comience a reír; en lo de ustedes, tal vez, ya ría. Para nuestro trabajo tomo nota de muy poco en los análisis, sin embargo, internamente sigue vivo y, tal vez, broten capullos; en general, se me he vuelto, creo, más modesto en la captación de lo poético, por lo tanto, en consonancia con los comentarios de tu padre e, incluso, con las objeciones de Bernfeld; solo que me parece que también desde el nivel más modesto vuela allí alto en todo cielo algo así como las muy despreocupadas alondras de los campos de sembradíos, donde se vuelven tan humildemente invisibles.


Miércoles. Esta carta quedó suspendida. ¿Y qué pensé entretanto? De nuevo en Aichhorn. Pero no sirve seguir charlando por carta cuando era tan lindo conversar, envuelta en tu manta mágica sobre la cucheta, mientras tú te colgabas de la estufa. Pensé que personalmente en la vida privada difícilmente se podría alcanzar el nivel de Aichhorn (incluso con el mismo talento), porque se debería entonces renunciar a las impresiones y reacciones espontáneas en favor de un efecto buscado sobre las personas (aproximadamente como en las breves horas de análisis.)


Sin duda, algo influye eso naturalmente en nuestros impulsos individuales, pero si lo hiciera por completo, entonces ya no serían más individuales. ⃰ Ahora bien, quizá, podría decirse: que alguien alcance consigo algo semejante es ya consecuencia de su más propia singularidad, en Aichhorn, incluso consecuencia probablemente de su superación de la neurosis obsesiva (opuesto al criminal).


Fin, beso, mi querida.



*Se podría también de algún modo conservar el derecho a la injusticia (¡como A. en un caso!) y volverlo dependiente de la impresión física.



1Briefwechsel” Ed. DTV Munchen 2004

2 Traducción y lectura realizada por Cynthia Szewach y Jorge Salvetti

3 Se refiere a la institución de Aichhorn


Pejac Carta de amor Sobre con impresión a medida 16 × 26 × 2.5 cm

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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