Una acción recae sobre sí, no deriva hacia objeto alguno, su objeto coincide con su fuente, su perentoriedad cuestiona un fin solo placentero, una extraña satisfacción insatisfecha. Freud encuentra un modo de ilustrar el autoerotismo diciendo que los labios se besan a sí mismos. No hay sujeto de la acción separado del objeto: los labios besan y son besados al besar(se). No hay Yo que bese a otro, ni un sí mismo que domine la acción.
Muy distinto a la trama de la pulsión sádica; pegar-pegarse- hacerse pegar; o a la escópica: mirar- mirarse- hacerse mirar.
Falta un momento de transmutación pulsional que concluya en “hacerse besar”, solo labios que se besan a sí mismos, más acá de una imagen y del mundo fantasmático. Labios que se besan sin cesar…sin sed, sin hambre, sin borde, sin corte.
Cuando los labios besan besándose, ¿quién besa? Y ¿a quién besan?
Narciso muestra la imposibilidad de besarse, abrazarse; sucumbe a la fascinación y al precio de la muerte, se deja devorar por la bella/siniestra imagen de sí.
Tal vez hemos hallado en el texto freudiano un modo singular de definir lo imposible. No es el único.
El mito de Tótem y Tabú también nos confronta con la presencia de un imposible: gozar de todas (¡todas!) las mujeres.
El que gozaba no era humano.
Un orangután que retroactivamente devendrá padre.
Una vez asesinado lleva su secreto a la tumba.
Su silencio (sileo) confirma que si pudiera hablar se acabaría el encanto, porque las palabras señalan vías de pérdida y re/hallazgo. También en silencio -boca chiusa-los labios se besan sin lugar para las palabras.
Imposible es también una repetición idéntica, solo encuentros con diferencias.
La premisa universal del falo enuncia que es imposible que exista un ser vivo que no tenga falo.
La regla fundamental, decir todo, es imposible. La neutralidad del analista es imposible.
Abstenerse de educar y gobernar (dos profesiones imposibles) para sostener una práctica imposible: analizar.
Autoerotismo es entonces un modo de decir lo imposible. Hay auto (otro)erotismo, una dimensión de la sexualidad que se funda en la preexistencia de cuerpos que desean, de libido que penetra en la piel, de identificaciones (presencias del otro /Otro) que moldean al cuerpo.
El auto/beso quizás sea un modo fallido de renegar el origen heterónomo del goce sexual.
Excursus con Macedonio:
“Hay un morir si de unos ojos
Se voltea la mirada de amor
Y queda solo el mirar del vivir
Es el mirar de sombras de la muerte
No es muerte la libadora de mejillas
Esto es muerte: olvido en ojos mirantes”[1]
Al hablar de autopercepción, ¿se postula acaso una mirada que se mira mirarse, autónoma, autómata?
Sin la presencia del Otro, sin la apelación del/al Otro.
Hay auto(otro)percepción, con huellas de trans/individualidad, de transmisión de una genealogía.
[1] Macedonio Fernández, Hay un morir, en No todo es vigilia la de los ojos abiertos, Ed.Corregidor, Buenos Aires, 1968.
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