(…) Habría que empezar de nuevo,
aprender a tocar las cosas, las personas
como aprendimos de niños. Pero en lugar del gesto
de apropiación, de la creciente codicia,
¿podría haber un modo, un modo que no existe todavía,
de tocarnos sin provocar una herida que va a llevar mucho tiempo
sanar, la vida entera, sin garantías de que esa restitución
sea posible? Que sea posible sin embargo, pido,
apenas eso: no causar más dolor que el que ya existe,
ante todo no dañar, como decían
los primeros médicos de la tribu.
Claudia Masin, “La venganza” en Lo Intacto.
(Sudor Marika)
En dos mil quince hicimos nacer un delirio que quiero mucho: una banda de cumbia disidente que brotó en Dock Sud, Avellaneda, Provincia de Buenos Aires: Sudor Marika. Se trata de un proyecto que surgió al ritmo de mareas verdes, en un tiempo histórico en el que pudimos habitar y visibilizar identidades y sexualidades disidentes. Más aún: tuvimos el deseo de hacerlo entendiendo que la visibilidad puede ser –entre tantas cosas– habilitante, contagiosa; un guiño para quienes no se animan o no saben por dónde empezar. Una afirmación vital inevitable que aparece sin pedir permiso, como vómito, como aullido, como sudor. Quisimos divertirnos, andar de fiesta, hacer canciones, armar complicidades con otrxs colectivos, acompaña luchas cercanas y no tanto, pensar entre amigxs, darles lugar a las fantasías.
La condición de posibilidad de la existencia de Sudor Marika fue la lucha de otras generaciones. La insumisión de cuerpos que desearon vivir fuera del armario. Hoy más que nunca urge abrazar no sólo esas memorias sino todas aquellas que son también el testimonio de resistencias, insistencias y también supervivencias; del haber logrado al menos por un rato conjurar los desabrazos, huir de las instituciones hostiles, del intento de acallar indocilidades, como dice Susy Shock (2017), “huir de la muerte, tan cerca, / tan conurbana / tan salteña, / tan dando vueltas en la zona roja de La Plata, / tan vestida de democracia, / tan arropada de sentencia, / tan únicamente heterosexuala…”.1
Alentó y acompañó un momento histórico en el que ciertas políticas públicas prestaron atención a vidas que, en otro tiempo, habían sido descuidadas, excluidas, atormentadas; andaban desamparadas o sin más amparo que el del propio colectivo, o de alguna otra red de afectos. Y no es que todo haya cambiado de manera radical, no. No es que todas las promesas se hayan cumplido. Creo que nos cegó la fascinación y en ocasiones fuimos muy ingenuxs. Pero ¿quién puede juzgar a quienes tal vez por primera vez se sintieron reconocidxs, queridxs, consideradxs habitantes de vidas dignas de ser vividas?
Sabemos que cuando se trata de sostener y luchar por quienes viven violencias y situaciones de injusticias, muchas veces las instituciones que tendrían que estar presentes no lo están. Y, a la vez, ¡cómo cambia todo cuando esas instituciones ni siquiera existen! Cuando amenaza la caída del techo de leyes que nos amparan. Cuando, deliberadamente, se planifica la extinción de todo aquello que hace a tantas vidas más vivibles.
Pensando en estos últimos años, tal vez la liberación y absolución de Higui no hubiera sido posible sin la insistencia de los activismos, en especial el activismo lésbico. Lo mismo sucede ahora con Pieri, Pierina Nocetti, lesbiana necochense acusada de pintar una pared donde se lee ¿Dónde está Tehuel?, un chico trans del que no sabemos nada desde el once de marzo de dos mil veintiuno.
No nos soltemos la mano, sigamos pidiendo la absolución. ¿Dónde está Tehuel?, es la pregunta sin respuesta que da cuenta de todas las violencias, crueldades e injusticias que recaen sobre estas vidas desviadas, raras, insumisas.
¿Qué decir de la histórica desidia, del abandono de lxs compañerxs travestis- trans?
¿Y qué decir del asesinato de Roxana, Pamela y Andrea? ¿Qué decir del desamparo de Sofía? Del lesboodio que encendió el fuego que las mató la madrugada del cinco de mayo de dos mil veinticuatro en Barracas. Qué decir de del resentimiento planeando la muerte, del cisheteropatriarcado prescribiendo coreografías de la crueldad, del silencio mediático.
(Lesbiana visible. Los diarios del odio)
En nombre de una supuesta lucha contra el adoctrinamiento, los agitadores del odio de las pantallas, las redes, y la televisión, esperan que la vida en general y las aulas en particular sean espacios prístinos, puros, neutrales, en los que nadie ponga a la vista la posición de enunciación, el lugar desde el que habla, el recorrido vital que lleva a leer tal o cual libro y subrayar tal o cual idea, o a querer pensar tal o cual problema.
Visibilizar una posición de enunciación no es adoctrinar, y tenemos que poder discutir esto. Decir desde dónde se habla es, por el contrario, un gesto de cuidado. Puede ser, también, la declaración de un amor, como si se dijera: “amo estas lecturas, las elijo, las comparto con deseo y convicción”. Más aún, “entre tanto metido ‘de los pelos’ en algo” –como diría Susy Shock–, ¿no puede ser acaso la declaración de un amor así un conjuro contra resentimientos que alientan crueldades?
Cada cosa que se dice en las aulas se enuncia desde algún lado. Aunque esa posición se visibilice o no. Desconfío de quienes disimulan o pretender borrar los rastros de esa vida. Quizá también tengamos que sospechar de ese constante intento de borrar los rastros de lo vivido, como si no hubiera ahí nada importante que decir, que contar, que compartir.
Para poder vivir la vida más o menos como imaginamos que queríamos vivirla, algunxs tuvimos –y tenemos– que romper (con) algunas cosas. Cruzamos ciertas líneas que parecieran ser como esos tramos de los aeropuertos que no permiten volver atrás; pasajes que funcionan más bien como portales a territorios en los que se cambia de estado.
Desconfío de ciertas simulaciones que se sostienen para acumular poder o sostener el que ya se cree tener. Desconfío de esos hombres corcho que dibuja Arlt; esos que siempre esperan salir flotando, zafar, pasar.
Sabemos que a veces no hay cuerpo para sostener tantas crueldades. A veces la realidad duele demasiado. Hablo de cuidados, de afectos, eso que estudiamos y de lo que hablamos cotidianamente en la Facultad de Psicología. En ocasiones es necesario distanciarse de lo que hace daño porque no se puede más, porque duele demasiado. Urge dar bocanadas de otros aires.
Por momentos me cuesta mucho soportar la persecución que se viene haciendo desde hace ya mucho tiempo a Sudor Marika en general, y a mí en particular. Por piba, por lesbiana, porque habitamos un mundo en el que evidentemente no todos los cuerpos tienen la misma suerte. Querría poder tomar distancia y reírme más de esos ataques odiantes. Intento escribirlo para ver si pasa otra cosa. Se trata de una persecución que, en este último tiempo, en mayo de dos mil veinticuatro, también se condensó en un titular con el que fugazmente los agitadores de la crueldad se regodearon: “¡La cantante de sudor marika es profesora de la UBA!”. Estos amantes de la pureza, la moral, y las buenas costumbres, que no pueden siquiera concebir esta posibilidad, utilizan esta doble condición de cantante de una banda de cumbia marika que ha manifestado públicamente una posición en la vida política, y docente de la Universidad de Buenos Aires para dar cuenta de la degradación de la educación pública. Señalan adoctrinamientos mientras dedican horas y horas de aire a forjar e imponer un sentido común reaccionario que produce formas de vida que agitan odios y alientan exclusiones y exterminios.
Tres lesbianas fueron asesinadas en el barrio de Barracas el domingo cinco de mayo de dos mil veinticuatro por la noche. Roxana, Pamela y Andrea.
Las pantallas están plagadas de seres nefastos que gozan registrándose a sí mismos como perpetradores del sufrimiento de lxs demás. Y en algún momento también vamos a tener que pensar el impacto que ha tenido y tiene en las sensibilidades que son expuestas públicamente este tipo de acciones que en su gran mayoría quedan impunes. Porque durante mucho tiempo no hemos podido pensar ningún tipo de estrategia para poder defendernos de estos ataques que en ocasiones nos paralizan, nos entristecen, nos amedrentan.
También despiertan rabias que logran cargar de tinta las plumas.
Durante la pandemia se me acusó, también, de ser una “vacunada VIP”. Expusieron mi nombre y mi apellido en la televisión, se habló de mí en la radio, en las redes sociales: Lanata, Majul, Feinmann, Viale, etcétera, etcétera, etcétera. Porque fue imposible concebir para este ejército de odiadores y sus trolls que “la cantante de Sudor Marika” podía ser, también, Psicóloga, y, como tal, trabajadora esencial con derecho a vacunarse en el momento en que lo hizo.
Es terriblemente desgastante dedicar tiempo a contestar todos y cada uno de los ataques, porque Sudor Marika aún recibe mensajes de odio que ya casi llegamos a naturalizar. Casi que podríamos hacer una instalación como la que montaron Roberto Jacoby y Syd Krochmalny: los diarios del odio. En esa ocasión, entre dos mil diez y dos mil catorce recopilaron comentarios odiantes posteados en los foros de los principales diarios de la Argentina. En su mayoría eran mensajes dirigidos hacia Cristina Fernández de Kirchner en particular y el Kirchnerismo en general.
En este caso, hay mucho material perdido, porque una de las estrategias que la banda adoptó fue borrar mensajes, bloquear usuarios, y no contestar. Pero, de alguna u otra manera, todo ese odio que está ahí, que se dirige de manera diferencial sobre un cuerpo en particular, tiene efectos. ¿Sirve negar el dolor? ¿Sirve fingir que no está pasando lo que está pasando?
(Sexilios)
A veces nos exiliamos del dolor, de lo insoportable. Nos vamos de un espacio, de un lugar, de una ciudad, de una relación, de una familia, de un trabajo. Pero no todo es sufrimiento. Hay, también, un deseo irrefrenable de buscar un territorio que brinde al menos momentáneamente la hospitalidad que no se siente en el espacio sentido tantos años como propio y querido. A veces el dolor es demasiado grande y las ganas de vivir insisten. Porque no todo es tristeza y desazón, también hay demasiadas ganas de vivir, de que la vida pueda ser otra cosa.
(Macky Corbalán y Maria Moreno)
Quizá haya cosas que pensar y que decir en torno a los activismos de las sexualidades disidentes. Sabemos que quizá algunas políticas de visibilidad, al tiempo que trajeron aire, nos asfixiaron. Ese es un gran problema, porque ciertas posiciones han alentado y alientan aún una suerte de competencia sostenida en narcisismos individualistas. Y eso también tenemos que poder pensarlo. Tal vez las políticas de visibilización –que también nos han dejado extremadamente expuestos y expuestas– nos hayan privado de la posibilidad de habitar de otras maneras la vida, las relaciones, lo político.
Estoy de acuerdo con quienes piensan, como la poeta neuquina Macky Corbalán, que hay que conjurar ese silencio caníbal y decir la palabra lesbiana todas las veces que sea posible:
Lesbiana lesbiana lesbiana lesbiana, decirlo tantas veces como las que se lo calló. Decir lesbiana es iluminar una porción de realidad, velada por las gruesas sombras de la dominación hetero, correr el cerrado horizonte de su normativa genocida. Nombrarse es la tumba de la opacidad, su combustión.
A la vez, me pregunto, ¿cómo pasa la vida cuando cultivamos otras estrategias? Cercanías y modos de hacer que cuidan el misterio, imposibles de señalar, de perseguir, o de ser apropiados. Creo que en ocasiones también lo hacemos, a veces sabemos vivir así. Y pasan cosas increíbles fuera de las pantallas, los reflectores y los reconocimientos.
Hay algo que se escurre entre las letras de la palabra lesbiana, algo que se mantiene inapresable.
En un texto precioso presente en el último libro de María Moreno, Pero aun así… (2023)2, ella invita a pensar el asunto de la visibilidad lésbica a partir de las cartas entre Gabriela Mistral y Doris Dana. Afirma que “la metáfora del closet para aludir al secreto sobre la condición gay es gringa y de privilegiados” (139), así es que prefiere nombrar las cosas de otro modo. Le gusta la metáfora del secretaire, que es un pequeño mueble antiguo en el que solían guardarse cositas queridas, importantes, bajo llave. Escribe:
no necesariamente se guarda allí lo que no se quiere que se sepa debido al estigma social, sino lo que se quiere reservado y único, incluso para las taxonomías políticas. (139)
Sugiere que, a veces, se trata de un secreto a la vista que conserva y cuida el misterio escurridizo de las amantes. Se resiste a pensar que el silencio sólo responda a la opresión de la moral burguesa. “El secreto es la resistencia a la serie; y su quiebre, a la resolución en una identidad de rasgos tensados entre los anatemas de la religión y la clínica psiquiátrica” (142, 143). Como si alguien dijera: ¿por qué reducir el precioso misterio de este encuentro a una palabra o identidad que carga con tanto peso? “Llamar lesbianas a dos que se quieren uno es reducir ese absoluto a pedestres dimensiones humanas” (150) –remata.
Podría insistirse con que una identidad así, política, se afirma y se sostiene públicamente para que formas de vida que parecían imposibles devengan visiblemente habitables para muchas existencias. La palabra lesbiana, a veces, es un refugio. Y qué lindo es, también, habitar ese misterio escurridizo y vital que está antes y después de cualquier palabra. Momentos en que la vida logra parecerse a la previa de una declaración de amor, a ese juego entusiasmado y expectante. Me interesa señalar la fuga a la que invita Maria Moreno sobre el final del texto:
Un amigo me acerca la valiosa metáfora de Héctor Murena, ‘el secreto claro’: ‘Diálogo somos entre una corza oscura y el secreto claro. Así en el fin nunca en el fin fenece’. Me advierte sobre una indiscreta tradición que nos exige descifrarlo todo, en lugar de cobijar el enigma, ser sus custodios, entre una corza oscura, es decir, un ser capaz de mimetizarse entre las sombras del bosque, grácil y huidizo, y el ‘secreto claro’, como ese que velan más allá de su fin las palabras apasionadas de las amigas, lejos de las miradas tasadoras de aquellos que no aman demasiado (150)
Son muchas las cuestiones que se vuelve imperioso pensar en este momento histórico. Tal vez la cercanía con los acontecimientos lo vuelve algo difícil. Al menos siento que necesito salir del silencio estupefacto, del miedo, del mero sobrevivir. Con un ensimismamiento así no es posible desear nada, siento que nos comen las pantallas y los clicks.
Se acabó el clonazepam.
(Locas, problemáticas, pendencieras)
Lesbianas. Las que, como escribe val flores en La ira tortillera. Desorganizar la máquina del odio, “nos situamos en el espacio de frontera que tejen la lesbofobia del movimiento feminista y la misoginia del movimiento gay".
(Contra el punitivismo y la clonolización)
Es preciso situar otro hecho histórico que conmovió a las sensibilidades que habitamos durante estos años un territorio común. El acontecimiento del tres de junio de dos mil quince condensado en el sintagma Ni una menos sacudió certezas, trajo preguntas, incomodó; puso en cuestión de manera radical ciertas matrices de lectura de escenas habituales. Habilitó decir cosas que no se decían y poner a la vista todo tipo de violencias y abusos naturalizados.
Fue una gran bocanada de aire para muchxs.
A la vez, en estos últimos años fuimos testigxs de la intensificación de una lengua punitivista que daña. Una lengua que se parece a aquella que utilizan los agitadores del odio que habitan las pantallas.
Ese es uno de los problemas que quiero situar: los efectos de las políticas de la cancelación punitivista en los activismos y en la vida en general.
¿Qué relaciones existen entre el endurecimiento de las pieles, la insensibilidad y la crueldad cotidiana, y el auge de las políticas punitivas?
Algo pasó. ¿Dónde quedó la punta del hilo? ¿Existió alguna vez? ¿Hace falta volver a pasar por el corazón ideas olvidadas, menospreciadas, desestimadas?¿Qué cosas ya pensadas se nos han pasado de largo? ¿Qué ojos inventar para leer aquello que no estamos viendo? ¿De qué y de quiénes nos estamos olvidando? ¿Y el barro? ¿Y el barrio?
La papelera de reciclaje a la que enviamos algunos paquetes incómodos no recicla, elimina. Borra, tacha, desestima.
Y acá estamos cruzadxs de brazos sobre una montaña de basura certera.
Viene siendo una lástima perdernos de momentos, encuentros, conversaciones de las que se nos ha privado, o de las que más bien nos hemos privado quizá hasta sin darnos cuenta, por habitar nuestras fortalezas de paredes blindadas en las que convivimos con clones.
No debería extrañarnos tanto, entonces, que estemos presenciando el triunfo de la clonolización: a veces pareciera que nos dedicamos a complacernos a nosotrxs mismxs compartiendo sólo con semejantes que nos devuelven la imagen que queremos ver y el sentido que necesitamos escuchar para quedarnos en calma. Y no hablo de invitar a fascistas a programas de televisión para intentar entenderlos, no. Al fascismo ni dos líneas. Ni un minuto de aire. Pero, ¿debería extrañarnos la práctica de clonar seres vivos? Hay algo que pensar tanto en este rechazo a la finitud como en la necesidad de que el espejo devuelva la imagen que quiero ver o la voz que quiero escuchar.
Las pantallas confirman y alimentan certezas, no hay nada que conversar. Los algoritmos amontonan clones. Moldean sensibilidades que, en cada clic, confirman la pertenencia a tal o cual equipo que, por supuesto, se proclama ganador.
Siento que uno de los efectos posibles de esta época de la clonolización es que efectivamente todo tiende a que podamos estar y pasar tiempo con lxs que consideramos semejantes, y quizá eso nos empobrece la experiencia, la existencia. Si el espíritu hoy está entristecido es, tal vez, en parte, por esto que nos viene pasando.
¿No hubo otro tiempo en que la discusión, el debate, la conversación con aquello que por extraño y lejano causaba intriga era algo querido, deseado, buscado y custodiado con fervor? No quiero idealizar el pasado, sí ir tras las pistas que nos permitan estar en el presente de otro modo.
Hay todo un aparato mediático y político en marcha que arremete continuamente contra el movimiento feminista y las sexualidades disidentes, las vidas desviadas, marginadas, migrantes, negras, pobres.
Pienso que, en tiempos de descomposición, de crueldades voraces, urge cuidar sentidos queridos que laten insistentemente en la palabra feminismo, aunque por todos los frentes pareciera querer desprestigiarse sus luchas. Cuidar, también, la posibilidad de reinventar las prácticas y los sentidos que este tiempo histórico necesite.
Tal vez tengamos que sospechar de las críticas crueles hacia el movimiento feminista, aquellas que destilan odios. Declaraciones furibundas y destructivas que en ocasiones son proclamadas por quienes hoy ya no podrían acudir a la línea 144 si lo necesitaran. Que nombran con la palabra «feminismo» a todo un abanico inconmensurable de acciones, ideas, prácticas, modos de organización, intenciones, desvíos, casi imposibles de mapear en su totalidad.
¿No se comprende acaso el grado de descomposición en el que estamos? Mucho de esto no es nuevo, no, lo sabemos. Son muchas las críticas que nos debemos, pero también tenemos que poder ver lo que está pasando, qué nos están arrebatando, qué es lo que está en juego. Registrar el riesgo en que están nuestras vidas.
Hay, hoy, un deseo de venganza que late en resentimientos revanchistas negadores del dolor –que tal vez sea una mejor manera de nombrar a tantos varones cis heterosexuales entrenados para demostrar todo lo que pueden y quién manda. Y es que también para eso se les educó, para negar todo aquello que duele y apartar todo lo que expone una fragilidad.
Sí, quizá en tiempos de mareas verdes también asistimos a la negación del dolor de quienes se quedaron súbitamente sin coordenadas para significar las vidas que habitaban. “¡Todo es culpa de las feministas!” –dirán algunxs. Ay, qué pereza.
Sí, en estos tiempos, las lecturas que se hacen muchas veces sobre esas vidas encantadas por mandatos de dominación son tremendamente policíacas, dogmáticas, punitivas. Y quizá tengamos que pensar qué hacer cuando lo que sostiene a una vida es un encantamiento que propaga daños.
¿Qué pasa, también, cuando algo de lo vivido se vuelve el único sentido que organiza la vida? Porque también daña no poder dejar de mirar algo, no poder dejar de escuchar algo, no poder tomar distancia de algo. Daña que algo se vuelva la causa de todo, ocupe todo. Como ese zapallo de Macedonio Fernández que se hizo Cosmos, tanto que “ya no va quedando mundo fuera del Zapallo” (161).
¿Qué imperativo encanta la promesa de que vendrá la dicha tras pisar el dolor de alguien? ¿El de la fuerza?
Daña cuando sólo esperamos escrache y condena. ¿Qué otras estrategias de reparación de las vidas dañadas podemos imaginar?
Son tiempos en los que se ha gestado una percepción que enseguida enciende las sirenas del patrullero. Que, además, en la prisa, empobrece al pensamiento, a la vida. Lecturas dogmáticas, áridas, inmóviles. Y quizá las preguntas tengan que ser ¿por qué se ha encantado tanto al punitivismo? ¿Por qué tiene tanto buen rating la crueldad? ¿Por qué no podemos imaginar otras maneras de abordar ciertas situaciones que no sea por esa vía?
Son preguntas que tenemos que sostener sobre todo en un presente en que la promesa de felicidad pareciera radicar en la destrucción, el pisoteo, el exterminio.
Da escozor el paradigma Bukele proclamándose como exitoso, instalándose y prometiendo ser el único y mejor de los mundos posibles.
(Estados de conversación y la 144)
¿No hay algo qué reciclar de esos estados de conversación impulsados por ese feminismo que desde hace decenas de años sabe que lo personal es político? ¿Qué extrañas vibraciones acontecen en ese instante precioso en que el relato de existencias que pasan los días acicalando a sus domadores, posponiendo deseos, resignando la vida, toca cuerpos que también saben de esos dolores? ¿Será que existe una común memoria asfixiada que se actualiza y se activa cuando existencias rapiñadas relatan los días?
¿Qué decir de ese entusiasmo que se enciende cuando indocilidades furiosas se disponen a imaginar y ensayar un presente más habitable y un porvenir menos cruel? Porque tenemos esos saberes, también podemos eso.
¿Qué líneas tirarnos cuando la 144 se vacía?
El silencio nunca fue salud. Relatar lo que podemos, lo que pudimos, lo que queremos que suceda, es agrietar la historia oficial. Es un intento de torcer el curso de las cosas, porque no queremos ser mucho de esto que estamos siendo y menos aún ir hacia donde estamos yendo.
Decir el daño, intentarlo al menos. Decir qué es lo que duele, como si se le intentara hacer un torniquete a la catarata de crueldad de una época de pieles y escuchas blindadas. Narrar lo que ha dañado, hasta horadar el hecho maldito, hasta percibir las confusas suavidades de los bordes del pasado, como escribe Claudia Masin:
(…) ¿Y si lo efectivamente sucedido se disgregara una y otra vez al ser narrado como una piedra erosionada por el viento, hasta terminar reagrupando sus partículas en una nueva historia, tan cierta como la original? ¿Sería posible hacer vacilar los hechos inconmovibles, derrumbarlos, levantar otros en su lugar, igual de sólidos o todavía más? Tal vez no compartimos relatos para hacernos conocer, ser transparentes o sinceros, sino para inclinarnos junto a otra persona sobre la vida que tuvimos y decirle: ¿ves? acá es donde empezó el deterioro, donde me di por vencida y acepté que la fealdad o la tristeza eran irreversibles. Habría que volver atrás, entonces, a inventar de nuevo la historia malograda, a reparar lo que se ha roto y recomponer las paredes precariamente sostenidas, los rebordes descuidados, los lugares que quedaron abandonados o inconclusos como un albañil que maneja las herramientas toscas con toda la delicadeza de la que es capaz hasta que logra encontrar la forma a la vez simple y hermosa de combinar los materiales con que cuenta para transformar lo que estaba dañado, eso que todos decían que no tenía arreglo. (Rio).
¿Qué decir del misterio de esas palabras que vibran en muchos cuerpos a la vez y que, en cada temblor, horadan sentidos y traen alivios? Los libros saben, también, de ese movimiento irreverente. Susurran que a veces hasta la soledad también está poblada de presencias que conmueven las pieles.
Estamos urgidxs por encontrar pistas que permitan habitar los días de manera no sufriente. Asambleas para el vivir que se sientan como bocanadas de aire en medio del infierno. Espacios en los que podamos también imaginar cómo queremos vivir, e intentarlo.
Aunque sepamos, también, que algunas heridas no calman con palabras. A veces se apagan entre silencios y contemplaciones. El aire pasa, el pecho se infla y el dolor descansa.
1 Shock, Susy (2017) Hojarascas.
2 Moreno, Maria (2023) Pero aún así. Elogios y despedidas. Buenos Aires: Random House, 2023.
Moreno, María (2021) “Un closet de cristal”. En Pero aún así. Elogios y despedidas. Buenos Aires: Random House, 2023.