Abra la heladera sin distraerse en imanes, papelitos y teléfonos de la puerta.
Desatienda esa información.
Respire.
Mire y revuelva lo que encuentre dentro, no olvide explorar cajones y estantes pequeños.
Busque.
Mientras su mano explora siguiendo a sus ojos, deje que su olfato, y sobre todo su memoria,
desaten texturas y sabores sobre sus membranas.
Imagine.
Escuche latir las sustancias a través de los envoltorios.
Elija sin miedo, confíe en el capricho del momento y no se deje intimidar por razonamientos en boga.
Retire de la heladera su manjar y busque un plato, fuente, recipiente, a la altura de su deleite. Como si lo vistiera para una cita. Con su boca claro.
Haga silencio, no se enrede en el parloteo circundante. Apague las pantallas.
Quédese a solas con la promesa.
Cuando su corazón esté a punto, inclínese a saborear esa existencia.
Sin culpa, sin pena, sin tardanza.
Mientras la absorbe sienta como el aire emana lumínico, y ese resplandor crece a través de las superficies, incapturable.
Ahora lo sabe: usted no está muerto.

Comentários