Escucho nacer un disco.
Germina tras la ventana de mi departamento, varios pisos arriba.
Su extraño tropismo busca luz en las medianeras.
Se escurre nota por nota en las grietas del cemento. Un ansia, ¿acaso verde?, estira alma y raíz hacia lo invisible.
Brota en la casa de arriba como una semilla extraviada de otra primavera.
Pulsa entre tenedores y sillas, entre latas y fósforos. Esquiva la trampa de tanto cándido utensilio recitando el gesto domesticador de la manada.
Un disco hecho a mano entre cuatro paredes.
La ciudad exuda ruido hasta doler. Los chirridos de la máquina civilizatoria ahogan el misterio en sólidas afirmaciones.
El músico pone su oído allí.
Escucha rodar estrellas huérfanas en los despojos dolientes de la calle. Amasa los sonidos con lo que queda tras el viaje.
Partículas de un sueño tiemblan en su cerebro y se estrellan contra las paredes.
Nace cruda esa voz. Nace, lastimada de soledades.
Heridas que los surcos del disco abrazan.
Hace frio en la estepa urbana. En medio del living enciende un fuego con cartas viejas.
Se queman vivos un par de amores que no fueron, las boletas vencidas, los saludos hipócritas del banco de la vuelta. Fuego para alumbrar largos presentimientos.
Cada sonido desteje la mordaza de lo cotidiano.
Dibujan trayectorias rectas como dagas. Nacen con filo, impacientes. Los dedos dibujan tiempos en fuga entre las cuerdas de su bajo.
Van y vienen las falanges por los vericuetos del instrumento como insectos que los biólogos no lograron atrapar en sus catálogos.
Las notas se desgarran unas contra otras. Despellejan la cáscara de la costumbre y arrancan un corazón al día.
Él se deja arañar por esos filos. Sabe beber de vasos rotos sin desangrarse.
Demasiado, para temer. El tiempo, expectante masa crítica, a punto de caer escaleras abajo.
Poner la oreja en las tripas del mundo, atrapar la pulpa de su silencio.
Poblado de insistencias escribe músicas en el umbral de lo audible. Horada octava por octava el estruendo y se da a la línea melódica como a un breve bálsamo.
De a ratos todo se detiene. Como si la sustancia sonora se cansara de ese inefable galope. Y tomara un respiro.
Exhala: hora mágica.
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