I.
La peste del capitalismo arrastra lo vivo, como se arrastra al condenado en la sala de interrogatorios, bajo la luz blanca de crueldades, sin día ni noche, tortuosa planicie que aplasta todo ímpetu amatorio, todo rapto de verdor.
Así van las horas como mortaja de un sufrimiento amordazado en pulcras lisuras sobre las que nadie llora. Sobre lo que nada tiembla.
Van a expensas de lo que vive, de lo que muere.
Analfabeta primavera insiste en llamar cuerpos alados de pájaros inocentes, flores incipientes, atisbos vegetales en intersticios del cemento.
(¿O lo que insiste es esta estación vacía donde ya no pasan trenes?)
Llama la sangre que camina bajo pieles frías. Y sus pasos se enredan en evocaciones de tibiezas lejanas.
Entonces volvemos a buscar la noche. Último tren a casa.
Presentir la suave oscuridad, un poco agua, un poco orilla, donde sueños y fragores se envuelven en sábanas antiguas, nuevas cada vez. Velamen que arropa lo inabarcable y acuna soledades.
Pliegues que, sudoraciones de extraño rocío, hacen llover bajo techo.
Deshoras caen como estrellas de lejanos cielos para que insomnios pidan, de a tres, deseos de siempre.
Y la luna musita recitaciones que disuelven toda culpa.
La noche nace sueño hasta tocarnos la boca, y pone a rechinar los engranajes del corazón.
II
Absorta sin ver frente al espejo, encendía lámparas blancas que vociferaban en mi rostro.
(Tenue amor temías los reflejos de la avenida).
Yo avanzaba por la calle del olvido a sabiendas. Asida al brillo del tráfico.
(Tenue amor esperabas en la oscuridad).
Como si no importara ese latido mínimo que me mantenía de este lado de la vida.
Acaso furiosa de no ser muñeca de plástico, impecable, inorgánica.
Mórbida mirada de rimmel, vestido rosa, zapatos blancos.
Sentada en alguna repisa para las visitas.
(Tenue amor, desnudo rezabas por mi).
Nunca me llamaré Rosemary.
Por eso una tarde de lluvia tomé
las tijeras y corté el pelo rubio, largo, de siliconas,
y la transformé en un monstruo, una cosa
arrojada al basural.
(Tenue amor, preparaste una taza de té).
Lloré de pena por las multitudes que jamás me conocieron.
Ciego y sordo esplendor sin aplausos.
(Tenue amor, acariciaste mi espalda hasta
dormir la ambición, y entonces descansé.
Tenue amor que velas en mi lado oscuro,
amando
amando).
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