Abrió el cajón y eligió el delineador negro.
Acercó su rostro al espejo y dibujó las líneas sobre los párpados. Acaso un modo de abrir los ojos en plena noche.
Acomodó el torbellino del pelo como si las tormentas pudieran acomodarse.
Dudó apenas un instante y se puso el anillo de amatista como un talismán imprescindible.
Se vistió en sentido inverso al cálculo de cómo quedaría desnuda un par de horas después.
Ya en la calle se dio cuenta que se había olvidado el corazón.
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