¿Cómo fue que nos alejamos sin tristeza del primer desafío de la infancia, y no pusimos con pudor de hojas nuestros ojos abiertos en la boca del sol, pálido como nunca, misterioso igual que siempre; ni tampoco nos lanzamos con la desmesura del más solitario de los hombres sobre la armonía silente de los astros que giran en la órbita que va y viene hacia los latidos furtivos del corazón…?
¿Cómo fue que no resistimos de pie, no dimos batalla en la realidad cruenta y sin caricias de nuestras vidas de tierra, agredidas hasta el sueño, expuestas en el mármol de la carnicería como única verdad, olvidando que somos la materia sangrante, el mapa donde todo ocurre, y es nuestro cuerpo la espada de las lides y también la arena gruesa de los sacrificios…?
¿Por qué nos dejamos poseer por una quietud vil y el postrer hechizo de los domados, y cerramos nuestro espíritu a las melodías que subían al galope por las pampas, animadas por el celo luminoso de los cielos, desde el comienzo de una historia que ya no sorprende, que a golpes de mirada baja hemos despojado de su aliento y su fervor, y abandonado allí, en un pozo de opaca mansedumbre…?
¿No asomaban penachos de cortaderas como el anuncio de la belleza eterna; no eran las mariposas de nube y los humos de los pastos bravíos y quemados migajas de la memoria por igual eterna, aún en los olvidos del terror y las salivas del desprecio…?
¿No era la aventura de los jóvenes héroes tras el viento las semillas del gozo todavía, más alto todavía su vuelo ante la resignación que agobia y el buen sentido que ahoga y el bien moral petrificado que tiembla y calla los últimos estertores de la esperanza que nace cuando muere la esperanza…?
¿Hemos arrojado en el centro de nuestra propia hoguera, entre chirridos de aleluyas y tormentas de lodo que no es agua, las fuerzas para recibir la alegría que viene de las almas; esa alegría que a cada instante parece sucumbir y aún así se sigue anunciando, empeñadas nuestras almas en recordarnos, en volver a pasar por el corazón, que todo lo hermoso es tan difícil como único y necesario…?
¿El llamado en las puertas del alma no se oyó? ¿Fuimos capaces de pisotear hasta volverlo polvo aquel fino papel de seda que protegió el deseo y acunó los cánticos de la fermosura, con sus festivas glorias y sus prístinas gracias…? ¿Eso hicimos, dicho protocolo abrimos y cumplimos, (y nos honramos, como ebrios de la promesa cruel en seguir cumpliendo), mientras la muerte calza sus botas y se blanquean en las fosas de la tierra los huesitos más que huesos del niño de la pobreza, al lado de una cruz que poco tiene de cruz y más de puñal que se hunde y late en la boca sudada del niño muerto…?
¿Sólo se interroga lo que el alma sabe, en espera del milagro que salve, la palabra que consuele, una sombra que nos proteja del propio rostro que se horroriza en el espejo…?
Fuente: Cantos oscuros, días crueles (2019) Ediciones La Cebra.
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