¡Tumbas! ¡Más que islas del dolor, tumbas! ¡Profanación del cielo!
¡El tiempo y el espacio están repletos de tumbas! ¡Los dioses exudan tumbas, igual que desprecio para los cuerpitos del sacrificio!
He aquí el ritual de la humana, bienaventurada y profética acumulación de la riqueza: ¡Tumbas! ¡Unas tras otras: Tumbas! (Las máscaras de uso en la ceremonia también se registran como riqueza y se enumeran al final de las tumbas… allí en la sombra, donde dormitan los gatos…)
…Malditas todas las tumbas en la boca del que jamás saciado las nombra con la mismísima naturalidad con que cuenta las cabezas de ganado en el feedlot, a espaldas de la puesta del sol… despellejando también el horizonte…
Esas bocas poderosas, que abruman con su parafernalia, no tienen Cantos ni cargan glorias en la mochila; son un espacio yermo las almas sin amor; el bien suyo que las mueve, supremo y familiar, es poner en actos la lengua filosa del mal; acunar el susodicho mal con sinfonías macabras, con sonidos de madera seca, se trata de arrojar sal a la llaga… y esperar el sollozo, y después el quejido…
Esas bocas poderosas / esas almas sin amor / ese fruto profano anterior a los dioses ha madurado con fervor de vía crucis, hasta depositar sin dudas ni escrúpulos el pecado en la inocencia, la culpa en la víctima que se desangra y tiembla, el deseo en la criatura violada, la deuda en el pobre de toda pobreza que roe y roe su corazón a horcajadas de la rama del árbol, mirando sus pies desnudos y en carne abierta…
Esas bocas que nos quitan el sueño con dentelladas de lobos y aullidos de perros, hablan por el demonio, tienen sus labios en punta, las garras y el fuego, si pienso en la tradición del niño de primigenia fe que fui… O bien, si tapo los cielos y enmudezco las epifanías, si salto el charco que divide mi cabeza y me planto en los avatares del día, frente al plato humeante del día, puedo verlo, me atrevo a sentirlo y hasta olerlo, el discurso y la boca, la lengua negra y la carcajada roja, como un monstruoso ejemplo de una razón de la eficacia…
Esa razón, que profesa la naturaleza humana sucumbida en poder, y que ni siquiera el crepúsculo que todo lo bendice aquí bendice; y esa eficacia, nutrida en devorar vivo y entero, sin separar una migaja para los dioses, y sin miedo de contagio, al niño que nació más débil, o hicieron más débil, en los huesos y en el alma, sea porque antes hubo hambre y sed en el vientre que lo cobijó, o porque los nuevos dioses montados en las montañas de la riqueza bajaron su pulgar…. (mientras la vida que sigue y sigue, que no se detiene, seguía, y la sangre se escurría como arena entre la arena, y la luna se ahogaba en las bajuras plateadas del río… y la voz subía: ¡bienaventurados los niños!, porque de ellos será la gloria y la dicha, y ese fue el final, que se perdió entre las nubes, como las lluvias que anticipan las tormentas …)
Las grandes bocas (¡bocazas!) reniegan de los Cantos, o los pervierten como moneda de cambio; las grandes bocas silencian con bóvedas y catedrales los Cantos, niegan las delicias del mañana para las frentes tenues y asustadas...
Las grandes bocas ungen los gritos, clavan por la espalda la moral de la desdicha, adornan con flores de incienso los brazos caídos, hacen de la tristeza el pantano de todas las tristezas, para que también el alma fallezca en la tristeza, que ya es desesperación…
Esas bocas del no amor, anchas de manducar vísceras, flacas a la hora de cumplir las promesas de la verdad, nunca comulgaran con los panes de la alegría; sólo mueven la lengua para acompañar el brazo que hunde hasta el mango su cuchillo entre las aguas del cuerpito que resiste en las agonías de la interrogación, que aún a balbuceos increpa a la vida – que poco suya fue: ¡No mía! ¡No mía! –, en el instante eterno en que el alma se aleja de los astros y del firmamento y pasa a ser cenizas, sobre el ajado terciopelo, en la noche sin memoria y sin súplicas…
(La belleza será aquí una tormenta de lágrimas de piedras que jamás palidece, como no menguan ni palidecen las letanías en el rincón más lúgubre de una iglesia de provincias…).
Fuente: Cantos oscuros, días crueles (2019) Ediciones La Cebra.
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