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  • Foto del escritorRevista Adynata

Cantos Proféticos VIII / Vicente Zito Lema

Esmerilado el tiempo como un cristal bajo el empeño de un monje del Medioevo; fuera de la orilla de los duelos, durmiendo sobre el fuego robado, soñando que la muerte es ahora una almohada, entre mordiscones de gemidos que golpean en la cabeza busco escuchar a los niños condenados de la pobreza…


El deseo de ser quien escucha con corazón abierto no alcanza; son ruidos de mar los que velan la noche, absolutos; son cuchicheos en las penumbras del crimen… perversos… Los muros sobre los muros se alzan pesados y ensucian las músicas…

La esencia del orden para el alma sufriente tanto da; lo humano y lo divino duermen en el mismo lecho, y cuando llega la noche todos los gatos son pardos…

El sentido del poder y la naturaleza extrema de la riqueza –aquel pérfido excedente acumulado y reproducido–, son soles tan fríos que en su girar apagado todavía sostienen un mundo de pura muerte…


Los Cantos también lo advierten, y aún con poca voz lo memoran y magnifican: en el origen de la riqueza yace el adiós al otro: mi igual (aquello que hubo…). La fraternidad se vuelve pecado y las bellezas de la tierra se confunden con los excesos del infierno…

El ayer es un soplo de luz que se ahoga en nuestra alma… (La nostalgia de lo perdido no dejará de corroernos…). Las vidas usurpadas están otra vez vivas para el orden de la riqueza y sus usuras, ellas escriben las cifras, así como los santos escriben las oraciones en el desierto: sus gestos son una misma condena.


La gran materia humana del trabajo, puesta fuera del uso y de los actos del bien por el valor de cambio, que apuntala la riqueza, no deja de gastar sus horas en la espera de algún dios que la bendiga y resucite (la riqueza es ahora religión, mientras el cuerpito pobre se condena como perdición… ¿a dónde irá el alma asombrada; tumefacta en las huellas del dolor no quedó su carne…?

El tifus de la usura nunca ha dejado de provocar pavor (las sábanas huelen a incienso y pescado…)

El poder que lava sus manos con fuertes alcoholes, que organiza las estructuras de la pobreza –y las superestructuras de su justificación–, sabe de rezos y de palos, es un poder nocturno y progresivo, pestífero, tan mórbido como mortífero…


Riqueza y poder, lo que se produce y lo que es producido, lo que vibra y es alegría, y lo que se hiela o cae agusanado, mezclan sus cartografías hasta fundirse en un solo acto… Después recorren sus comarcas y señoríos en una misma cabalgadura adornada con cintas muy sedosas y muy amarillas, y copiosas coronas de flores blancas; ni siquiera los perros bravos les ladran; el sigilo de la Parca los sorprende y los espanta…


Ah, materia del trabajo, fruto de la libertad socorrida por la necesidad; oh, tú, dado a luz por los cuerpos vivos y que se pudre como cadáver en tanto es arrancado de la circulación social…

¿Hay aquí un alma que se espanta…?

¿Un alma que se espanta en el espanto del oro virtual, o del más antiguo lingote, tan por igual escondidos de los ojos de todos bajo la misma tumba?; ¿o hubo algo más que un fetiche para engañar la eternidad, fantasía y horror sin fronteras ni mesuras…?

¿Algo más, un poco más que leyes y brebajes malditos para destruir lo que quedó sin destruir de los cuerpitos humillados en el escenario del día, en la horca o en la cruz…?


¡Ah, urgencia jamás renegada de los Cantos, en la feroz hora que precede a la estrella matutina, cuando se consuma el sacrificio… y arremeten los cuervos, y el viento huye, y las palomas son apenas piedras… fútiles suspiros…!

¡Es inútil; no miren hacia lo alto… los cielos no guardan cicatrices…!




Fuente: Cantos Oscuros, Días Crueles (2019) Ediciones La Cebra.


Carolyn Monastra La Puerta 2001 Impresion digital 76 x 96 cm


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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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