Cebras que pastan; el amor
tiene formas así, penachos
cuando logra que el minuto se complete,
devore la hora, preñada de días,
tal vez años, tal vez fila de estrellas,
y mueva la cola al compás de las moscas
y las moscas se retiren a su muerte por un rato.
Anoche me encontré con una: no pastaba,
bebía, con paciencia de cebra de unos ojos.
Me hizo pensar en que quizás, el amor
podría haber cambiado de elemento.
Porque esa cosa, también, va por el aire;
se han visto nubes con forma de caballo naranja,
duraznos perfectos, se pudo ver el cielo entero
alguna vez, qué tiempos.
Pero el aire ahora
no quiere darnos nada
y no hay ni un minuto vacío:
vivo abarrotada de conciencia
en el congreso de usureros,
en la fábrica de anteojos;
podría morir de asfixia o
vidrios rotos.
Podría morir de tantas cosas:
invadida por la fe, descerebrada,
mordida por la artrosis, la gangrena
o por besar una pantalla y recibir
la patada eléctrica de todos los toros.
O no. Mirá la vida:
¿ese trueno que ahora escucho,
ese rayo por las nubes,
no es la cebra
desbocada que regresa?
Fuente: publicado en Toro. Nulú Bonsai Editora. 2015.
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