Como se lleva a un niño es un libro de poemas sobre lo que he dado en llamar “su ausencia en mí”. Escrito entre enero de 2018 y setiembre de 2020, año de la pandemia, no es, como se podía leer en el anterior, Ensayo sobre la piel, un diario del dolor y la compasión de acompañar en la enfermedad al hermano, sino un diario del duelo por el compañero perdido por la enfermedad. La diferencia esencial, siendo ambos libros sobre el amor, es que Ensayo sobre la piel transita, poema a poema, en tiempo presente, los acontecimientos que llevan a un final, en cambio, Como se lleva a un niño es un libro que empieza cuando el final ha sucedido.
El primer poema, sin embargo, es una “lieson” entre ambos libros: escrito dos meses antes de que el final de mi compañero sucediera, en marzo de 2018, es un texto que religa ambos mundos, porque ambos mundos son el mismo mundo, donde una “poética de la experiencia” habla de la continuidad de los finales.
Este oxímoron es mi escritura, signada por la necesidad de transformar tanto el placer como el sufrimiento en una palabra que dé alegría, en una palabra que sufra.
El título del libro, enigmático tal vez, proviene de una cita de Derrida, en Aprender por fin a vivir, la última entrevista. Hace referencia al diálogo interrumpido con su amigo Gadamer, donde, sobre un poema de Celan, dicen: “…hay que llevar el duelo como se lleva a un niño”.
Escribir, inscribir el duelo, rodearse de ideas sobre la pérdida, abrigarse en lo perdido, escarbar, estar al acecho de imagen y recuerdo, dar testimonio del trabajo con las emociones, inventar modos de decir y pensar la pasión primera: vivir.
Presento más abajo una selección de fragmentos del libro como anticipo para Adynata.
8
Lo que no se parte en dos no estaba
entero en sus mitades,
lo que no aparece como restos, rémoras,
rezagos, es porque no estuvo en el mirar
invento, ¿invento?
Es como si en cualquier momento
fuera a llegar, o estuviera por venir,
por tener el alta y volver, sin pensar
en imagen ni matiz, él vendría.
Siento el eco y creo ver, escucho una imagen
y creo sentir, ni voz ni luz, nunca su voz, nunca,
escenas, escenografías, instantáneas
del archivo del amor que se volvió visual,
oral y pensativo, nunca su voz, no táctil, no ya
oloroso, el perfume terminado,
un mensaje en el grabador del teléfono deja
oir su te amo, mi te amo.
¿Quién habla ahí, quién escribió,
quién dijo lo que leo y repito sin sonido?
ardo de lo mismo que me hiela, deambulo
entre lo que aturde, fingiendo movimiento
y dirección, de acá para allá, sin pies ni cabeza, a pura
rememoración sorda, ciega, muda,
rodeada de muebles y objetos
que me nombran, sin voz, sin vos.
11-2018
9
La felicidad siempre deja huellas en este mundo.
Pascal Quignard
Manto de la virgen se llama su caída, florcitas liláceas
entre hojas pequeñas, claras, que cuelgan
sobre el aire, los vidrios, la luz que no veo
del atardecer, arriba.
Subo a regar de noche, tardísimo,
y de día veo el relato del agua.
El me traía ramos de devoción: rosas, astromelias,
amarilis blancas, lilium, me traía su cuerpo
envuelto en papel de seda que yo deshacía
con los dientes.
Sus flores y mi jardín nocturno eran mundos separados,
mundos mundos de música exquisita
con la que me rodeaba, protegiéndonos de la lluvia
y de la muerte.
10
Cada vez que hablo de la muerte me quedo
sin voz, sin palabras me quedo, afónica
otra vez y otra vez y otra vez.
Así hasta que estoy llena, plena, de vacío.
Cada vez que hablo de tu muerte
te trago en un hilo de aire, me ahogo de ese saber inconsútil,
constructivo de un consuelo inútil como el olvido.
“Digan lo que digan, yo sé”, decía él, y esas voces
que vuelven de modo aleatorio no hacen
menos amable lo que fue su vida.
Me visto con sus camisas como si lo llevara puesto,
mi doble, superpuesta piel, y eso me da alegría.
Me desvisto de todo, uso el despojador de vidrio y tiro
anillos, aros, mi consistencia metálica, casi mis prótesis: desnuda
me envuelvo con su bata, me siento a trabajar,
me quedo quieta, quieta, en él, con él,
y aunque estoy en este mundo, el adjetivo no es “mío”,
ni el verbo es “soy”, ni el pronombre es “yo”.
17
Cada uno en sus pies, dijo ella, y así era como íbamos,
las más de las veces enlazados, él caminaba
como danzando sobre el agua y yo sobre la tierra
trazaba nuestros pasos sin descanso.
El fuego era el aire: a veces no respirábamos y a veces sólo
respirábamos. Que buen vivir hubo para nosotros sobre este mundo
¿verdad? Entre el humo y los trazos, acosados
por el deseo y la obligación.
Qué estrecha forma de estar envueltos en el otro,
amarrados al viento, como Ulises, oyendo al viento crecer
en las criaturas, y en tanto, hacer y hacer trabajos,
y tener nuestros cuerpos en estado de gracia.
18
Él no me piensa ya, está dicho,
y para siempre, yo seré su pensativa.
“Siempre” es Una cuestión de énfasis,
la duración no tiene más que espacio:
donde una piedra en el camino
me haga sentir el camino, recordaré
sus pies, y así cada cosa
brillará por su ausencia.
No hay en esto más que la sombra
de Una vida divina apoyada en la mesa de luz:
veo una marca de polvo en el vidrio negro de la tapa,
y no lo limpio. Abro este cuaderno
y escribo la carta
que no recibirá.
19
Es así: reconforta escribir sentimientos para nadie
que pueda responder, con tinta negra abrir un blanco,
provocar al silencio, permanecer ahí, evocar lo que antes
habitaba eso que llamamos existencia
escuchar El sonido y la furia como en un campo de prueba
donde las detonaciones hacían sonar el péndulo de bronce
del reloj que no quise conservar: un diapasón como música atonal
para el ojo que ya no me ve.
8-19
21
Yo voy, estuve, vi, decidí pensar y mi pensamiento
viajó, lejos no supe hablar, materia de mis ojos
esparcida en círculos habla de vos:
traída por el amor estoy.
Amparar, eso me pedía, que fuera la memoria
externa del sistema, eso que como una caricia
provee el descanso, la orilla
de lo recíproco no pronunciado.
Pudo haber habido más de cada cosa, siempre
puede haber más, y aunque dábamos el cuerpo entero,
imposible de medir la intimidad se derramaba
insuficiente, simple y cambiante.
Intenso como una prueba de verdad, el tiempo,
el tiempo da su sonido, y ahora es un sustituto del amor
porque es en la marea del pasado
que nos pertenece.
23
Releo una carta, encuentros feroces con cartas
donde narraba el fin de esos días aún cercanos a alguien lejano.
El relato se me revela como si fuera de otra, me devuelve
al lugar con detalles escabrosos pero limpios de dramatismo.
Y yo releo, absorta entre la letra y los hechos, abierta en dos,
cortada justo al medio de lo que fue su vida.
25
El dolor de hoy es parte de la felicidad de entonces.
Hay días sin vos, espacios saturados de acciones y palabras atendidas
en los que nada pasado reaparece:
y de pronto, como una aguja entrando en una piel, aparece
el miedo a perder, aún más que la pérdida, su recordación.
26
Vivir en estado de búsqueda, lujosa
en medio de las urgencias, gasto palabras
en los huecos de la extenuación, dilapido mi lengua,
la lengua amada que en mi boca dejó huella:
dilapido la huella como una granada,
pequeños granos, moradas del jugo, palabras.
Los que no se acercan al dolor es
porque no tienen curiosidad.
28
Incandescencia entre mis dedos al destello
de lo que no puedo soportar, cuando quema
un nuevo pensamiento que no esperaba: lo que cubre
mis ojos baña el cuerpo de la historia donde estás, siempre.
Testigo ausente, convocado y sutil, adoro recordarte,
aunque de meteoro en meteoro no podríamos tocarnos
ni la punta de los dedos
con que escribo.
31
Me dicen que no hay,
en mi escritura,
redención
desplazo la melancolía
como si fuera
un valor degradado
yo hablo en la lengua
para la que el futuro
está detrás y el pasado delante:
en la sintaxis, el concepto, la gramática,
esa lengua que no aprendí
habla por mí.
Las frases en cursiva corresponden a:
Poema 8:
Poema de Descomposición, libro de la autora
Poema de El Libro del Buen Amor, libro de la autora
Poema 9:
De un libro de Pascal Quignard
Poema 17:
Poema de Cartas, libro de la autora
Poema 18:
Título de un libro de Susan Sontag
Título de un libro de Philipe Sollers
Poema 19:
Título de un libro de William Faulkner
Poema 25:
De Una pena observada, de C.S.Lewis
Poema 31:
En la estructura del idioma hebreo bíblico, no existe la diferencia tajante entre el tiempo pasado, presente y futuro. Ambos viven en la radical temporalidad de la unidad del instante del ya y el aún.
Completamente distinto a la noción temporal de las lenguas indo europeas.
El presente no es una dimensión más del tiempo sino el ámbito donde acontece, en el enlace entre pasado y futuro. El futuro en hebreo cobija en sí los otros tiempos.
El verbo hebreo indica si la acción está completa o incompleta, utilizando el modo perfecto y el imperfecto. El perfecto es acción completa (el ya) y el imperfecto es acción incompleta (el aún).
En la estructura semántica de las lenguas semíticas el acontecer tiene prioridad sobre el ser.
Y el decir (no lo dicho) proviene de su acontecer, no de su carácter linguístico.
El decir acontece en el instante cuya temporalidad insta hacia la unidad del ya y el aún. En los Salmos y en el Cantar de los Cantares, el tiempo esta absuelto del pasado y del futuro.
(Leonardo Senkman dixit)
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