Es preciso que haya algo que no nos puedan quitar. Un susurro al oído, un recordatorio de belleza, una moción de serenidad. Estamos hechxs de una materia común. Micropartículas de barro y estrellas nos componen, nos funden, nos multiplican.
Aquello que algunos leen como falta de civilización puede ser leído, también, como una falta de lealtad a la Historia del Ascenso del Hombre. Hemos sido anómalas, irregulares, sorprendentes. Excesivas, rebuscadas, fragmentarias. Oscuras y brillantes. Extremadamente imperfectas para ser un ser-humano, quizás no lo hayamos sido en absoluto. Acaso fuimos niño, relámpago, molécula, pálpito, animal. Un compost salvaje.
Un cosmos proyectado.
Así que, con cierto sentimiento de urgencia, buscamos la materia, el movimiento, las imágenes de la otra escena, las palabras del otro relato. No la cantaleta que una y otra y otra vez -entonces o ahora- cuenta héroes, batallas, descubrimientos y conquistas; sino las ficciones, sueños y fantasías que extienden y reorganizan una maraña de transformaciones y traducciones sin fin.
¿Cómo afirmarnos en el ejercicio del derecho inalienable al saboreo, la demora, el juego que tonifica la vida? ¿Cómo desobjetivar los objetos, deformar las formas, desbordar los bordes? ¿Cómo escuchar el secreto y reacuerpar la memoria de una vulnerabilidad constitutiva? Nuestra rebelión es una porfía que nos empeña en el arrojo, una convicción inclaudicable en el ardor íntimo que compartimos, una negativa al confinamiento, una imposibilidad de exterminio.
Los cuerpos y las ideas laten, se estremecen y respiran al compás de rotaciones y traslaciones, estaciones y ciclos, pliegues, mareas, convulsiones, síntomas, turbulencias. Hay condiciones específicas que -atrevidas e ineludibles- desacatan toda voluntad tirana. El dolor es vida exacerbada. La pulsión, como un espíritu, insiste y centellea.
¿Cómo estar a la altura de esta mezcla de precariedad y milagro, de desfallecimiento y fulgor? ¿Cómo agudizar los sentidos para apreciar e intensificar los gérmenes de mundos más vivibles allí donde se expresan cada vez? ¿Cómo cultivar la ternura y el coraje necesarios para defenderlos? Un don ha sido dado: una se percibe por los bordes, una porta portales. En el pecho se agitan planetas, tribus, multitudes. Una se descompone. Una se siente, indefectiblemente, otra.
El mundo que añoramos no reside en lugares ni tiempos lejanos, sino que vive y hace vivir en la proximidad del instante-ya que nos invoca. “Ahora es un instante, ¿lo sientes? Yo lo siento.” Ahora es un instante-ya y su reticencia a permanecer es parte de su modo de hacer efecto. Lo que sigue es halo, eco, resonancia. Y prolifera. Nadie sabe lo que puede un gesto.
Si se conjura el modo tecno-heroico lineal y progresivo, prometeico o apocalíptico, nos volvemos deliciosamente susceptibles. Podemos ver y sentir -esto es: hacer aparecer- más metáforas que conflictos, más trucos que soluciones, más matices que certezas, más celebraciones que garantías, más desvíos que destinos. Es un realismo extraño, pero la realidad es extraña. Ninguna constelación pre-existe a la mirada que recoge en una figura sus destellos. El cuento sólo es una parte del cuento.
Modelo, mérito, prestigio: ya no nos molesten. Si parlotean, los echaremos a bailar. Es por un bien. Los prevenimos, antes de que se ahoguen, absortos, en el reflejo de su saber demasiado. Una lucidez tranquila y eterna, una fuerza imaginante, se arraiga en la sustancia.
Todas las lenguas se besan en nos-otrxs.
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