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Darse al fuego / Marcelo Percia

1.

Cada época crea y reaviva sus metáforas. Metáforas actúan como redes de sensaciones, como sintaxis de sentimientos, como sacudidas de imaginación y pensamiento.

Se alude al fuego como figura de pasión y devastación, de calidez y crueldad, de soledad y comunión.

Metáforas simulan saber lo que no sabemos ni entendemos.

Como dice Hans Blumenberg (1996), para pensar, empleamos conceptos heridos de inconceptualidad.


2.

Tal vez todo consiste en evitar que se extinga el fuego de la vida.

Antes de los tiempos cristianos, Lucrecio ofrece la imagen de la carrera de antorchas para pensar la transmisión: “Unas vidas crecen, otras se agotan y, en poco tiempo, se suceden las generaciones que se pasan, como corredores, la antorcha de la vida”.

Darse al fuego que nos dieron, darse dándolo.

No se recibe la antorcha para atesorarla como un bien propio. Se la recibe para pasarla. Pasar lo que recibimos: en eso consiste el secreto de un común vivir.


3.

No se trata de pasar una cosa, un dato, una información, sino de transmitir una emoción. Pero, ¿cómo se transmite una emoción? Eso no se sabe. Muchas veces ocurre sin que nos demos cuenta.

Un saber sin emoción no se transmite como saber, sino como información.

Pensar supone decidirse por algo sabiendo lo mucho que se deja de lado.

De ese modo lo percibe Oscar Masotta (1969) cuando escribe “Entre conciencia y estructura, elijo la estructura pero sin olvidarme de la conciencia”.

Así, entre emoción e información, aquí se privilegia la emoción sin desestimar la información.

Tensiones entre emoción e información reeditan disputas -que se libraron durante siglos en el pensamiento europeo- entre poesía y ciencia, entre superstición e ilustración, entre romanticismo y progreso, entre locura y racionalidad.


4.

Si se piensa la vida como una antorcha encendida, la cuestión reside en su pasaje. La antorcha detenida se apaga. Sin la transmisión del fuego se extingue la vida.


5.

Vivir supone saber dichas y desdichas del fuego. Saber sus chispas, sus ardores, sus cenizas. Saber que se puede apagar o incendiar una vida.

Acaso la cuestión no resida en si tenemos o no algo que decir, sino en si pasamos por la vida cuidando un fuego. O dicho de otra manera, si pasamos por la vida manteniendo encendida la pregunta sobre en qué consiste cuidar el fuego de la vida.


6.

Darse al fuego supone darse a lo pasajero. Darse a un saber, dándolo. Legar un momento de combustión. El instante de una llama. El asombro del fuego. Como si se tratara de un haiku. Algo así como esta línea de Baldomero Fernández Moreno (1947): “Una mano tendida, en el aire, a la hoja seca que cae”.


7.

A veces, no se percibe el instante del fuego. La vida pasa sin saberla. Silenciosa. Mientras hacemos cálculos con el tiempo.


8.

En innumerables ocasiones se ha pensado en el acontecimiento del fuego. El fuego mitiga el frío, protege de otros animales, posibilita establecerse en un sitio, prolonga el día, permite cocinar alimentos y absorber proteínas, contribuye a la fabricación de herramientas y piezas de barro.

Según Gastón Bachelard (1938), con el fuego comienza la historia del conocimiento: saber encender el fuego, saber usarlo, saber transmitir ese saber.


9.

Lévi-Strauss (1964) en sus primeras Mitológicas describe el pasaje de la naturaleza a la cultura. Identifica en la conquista del fuego la figura de esa transición: el pasaje del alimento crudo al alimento cocido.

Del mismo modo, alrededor del fuego lo acontecido se transforma en vivido cuando se vuelve relato.


10.

El fuego habita en el corazón de lo vivo.

En el corazón de la tierra y los mares, en el corazón del viento y las lluvias, en el corazón de los árboles y las piedras. En el corazón de lo que se mueve y canta.

El fuego abriga y protege. También quema, incendia, destruye, castiga.

El fuego transforma la vida en vida.

Así sienten el fuego, en este continente, pensamientos que anteceden a las conquistas europeas.


11.

Prometeo roba el fuego a los dioses para mitigar sufrimientos de las criaturas mortales. Lo castigan por eso. Goethe le dedica un poema, Marx honra su rebeldía, Nietzsche lo reconoce como autor de un pecado sublime, Freud lo piensa como un delincuente pasional, Kafka lamenta el olvido de su acto heroico. El tedio eterno de su herida.


12.

Según una leyenda guaraní los buitres poseían el fuego. Lo atesoraban para cocinar a sus presas vivas. Un día el sapo y el dios Tupá urdieron un plan para arrebatarles el secreto de la llama. Tupá simularía estar dormido e indefenso para atraer a las aves maléficas, mientras el sapo esperaría escondido. De esa manera sucedió: enseguida llegaron los buitres voraces y comenzaron a preparar el fuego. En un descuido de las aves, Tupá apagó el fuego, pero antes lanzó una pequeña brasa en dirección del sapo para que este huyera llevándola en el buche.

Así los buitres perdieron el fuego y se transformaron en tristes aves carroñeras.


13.

Heráclito postuló un materialismo del fuego. No lo supuso creado por los dioses. Ni deducido por las inteligencias que hablan. Tampoco lo imaginó como objeto de codicia. Ni motivo de robos y traiciones. Se le atribuye este fragmento: “Nuestro cosmos, el mismo para todo lo existente, no lo hizo un dios ni lo hicieron las criaturas humanas. Nuestro cosmos siempre ha sido, es y será fuego eternamente viviente”.

Concibió la infinitud de un fuego increado. El fuego como íntima llama del tiempo. El fuego como reserva de todas las formas. El fuego como metamorfosis: del fuego nace la vida, de la vida renace el fuego.

¿Lo que comenzó con el fuego terminará con el fuego?


14.

José Emilio Pacheco (1966) escribe un libro de poemas que se llama El reposo del fuego. Dice en Don Heráclito: “Y el reposo del fuego es tomar forma / con su pleno poder de transformarse. / Fuego del aire y soledad del fuego / al incendiar el aire que es de fuego / Fuego es el mundo que se extingue y prende / para durar (fue siempre) eternamente”.

El pensamiento sobre el fuego en la poética de Pacheco reúne la tradición presocrática con las perspectivas de las sensibilidades prehispánicas en lengua náhuatl.

Así se lee en La rueda, publicado en el Silencio de la luna en 2014: “Sólo es eterno el fuego que nos mira vivir. / Sólo perdura la ceniza. / Funda y fecunda la transformación, /el incesante cambio que manda en todo. / Sólo el cambio no cambia y su permanencia / es nuestra finitud. / Hay que aceptarla y asumirla: ser / del instante, / material dispuesto / a seguir en la rueda del hoy aquí / y mañana en ninguna parte”.

¿Mientras reposa se transforma? ¿Mientras se transforma reposa? ¿Lo que se extingue se enciende? ¿Lo que se enciende se extingue? “Sólo el cambio no cambia”.


15.

En tiempos de hablas del capital, la expresión fuego helado expresa un doloroso oxímoron que denuncia un mundo de sensibilidades indolentes o de indolencias de la sensibilidad.

Un texto del poeta surcoreano Choi Seung-Ho (2010) se titula Autobiografía del hielo.

Dice:

Yendo a un colegio de hielo me hice de hielo.

El mundo era una máquina de enfriamiento.

Mi padre, el profesor, el dictador, hasta el mismo Dios, se esforzaban en la producción de hielo.

Después de veinte años, endurecido por la congelación, se me congelaron hasta las lágrimas. Era un castillo de hielo.

Con la soledad cercada por un blanco muro de hielo, insistí en mi ego de hielo.

Incluso las llamas del amor, al tocarme se apagaban.

esa etapa congelada la he vivido durante mucho tiempo.

La historia del ego merece registrarse como una era glacial”.

Llamamos yo a una ficción congelada, a un castillo o choza helada, a la frialdad amorosa centrada en lo propio.

El interés individual, sobre todo lo demás, se recordará como el tiempo glacial de las sensibilidades.


16.

La maldición de los corazones helados recorre literaturas de las infancias. No tener corazón o tenerlo endurecido, arrancar el corazón o herirlo. Crueldades sobrevienen como hijas del hielo.

El escritor danés Hans Christian Andersen publica en 1844 La Reina del Hielo. Un mago malvado crea un espejo de indolencias y apatías. Un espejo de indiferencias cuyas astillas rotas se esparcen en el mundo. Un hechizo que hiela los corazones. Pero, cuando casi todo está perdido, la amistad y las lágrimas de un amor rompen el hechizo y vuelven a irradiar un calor sanador.


17.

Asistimos a una conversación o un encuentro clínico para descongelar el acto de pensar. Para encendernos con palabras encendidas.


18.

Algunas sensibilidades no saben, no pueden, no quieren, blindar emociones. Sienten la vida en demasía. Les duele el dolor que sienten más allá de las estrechas biografías. A Kafka le pasa eso.

A los diecinueve años, en 1902, escribe una carta a su amigo Oskar Pollak en la que dice que necesitamos volvernos sensibles al dolor, que deberíamos leer libros que muerdan y lastimen. Se pregunta, ¿para qué leer, si lo que leemos no nos hace arder? Piensa que necesitamos saberes que nos acompañen en situaciones de desgracia, de desamparo, de desesperación. Anota: “… un libro ha de ser un hacha para clavarla en el mar congelado en el que vivimos. Eso creo”.

Kafka siente la escritura como filo en el corazón congelado de una época. Y considera que la amistad guarda el secreto del calor.


19.

Karl Kraus funda en Viena la revista La Antorcha en 1899, el mismo año en que Freud termina la Interpretación de los sueños. Una publicación dolida por el aplanamiento, la simplificación, la cultura como adorno.

Stefan Zweig relata que la Viena de fin de siglo se pensaba a sí misma como una astilla de eternidad caída sobre Europa. Como un reino de bellezas e ideas sin fin. Sin embargo, Kraus vislumbra tiempos enceguecidos. Denuncia decorados, ornamentaciones, ideas huecas. Siente la desolación. Advierte el peligro. La incubación del horror.

La Antorcha trata de reponer la potencia de un lenguaje no codificado, no anestesiado, no encandilado por resplandores, no amordazado por indiferencias y complicidades. Escribe: “Soy sólo un aprendiz que no abandona el hogar de la lengua”.

Kraus no piensa el hogar de la lengua como la casa de la palabra, sino como llama encendida, como hoguera que destruye y que salva.


20.

El 24 de diciembre de 1900, un grupo de exilados socialistas, entre los que se encuentra Lenin, publican en Alemania el primer número de Iskra (La chispa) que lleva como leyenda una línea del poeta perseguido por el zarismo Vladimir Odoyévski: “Una chispa puede encender la llama”.

Esa chispa encendida contribuyó a la revolución de octubre de 1917.


21.

Urge saber los secretos del calor.

Puercoespines se alimentan con frutas, pastos, hojas. Tienen púas largas y pueden medir más del doble que los erizos. Erizos se alimentan con insectos, serpientes y ranas pequeñas. Tienen púas más cortas que los puercoespines.

En 1851, Arthur Schopenhauer publica un conjunto de ensayos breves y fragmentarios. Allí presenta una parábola que se emplea tanto para los erizos y los puercoespines como para otras especies vivas. En el relato, citado por Freud (1921), esas criaturas cubiertas de púas se aproximan en días de mucho frío para darse calor pero, al mismo tiempo, tienen la precaución de alejarse para no lastimarse.

Darse al calor sin dañarse: en eso consiste el secreto de la vida en común.


22.

Cámaras de gas no matan con fuego. Liberan tóxicos que asfixian en lugares sellados.

¿La muerte por gas se considera más civilizada que la quema de personas vivas? En los campos de exterminio, las víctimas supliciadas, ¿cuánto tardaban en morir? En hogueras de la inquisición o en la caza de brujas, ¿cuánto podía durar el horror antes de que llegara el alivio de la muerte? ¿Cuánto tiempo demoraban en morir vidas arrojadas al mar (inyectadas con pentotal, en estado se somnolencia) desde los aviones de terror en nuestro país?

Tras la muerte en las cámaras de gas, transportaban los cuerpos a una sala, donde les sacaban el cabello y los dientes de oro. Después los enterraban en fosas comunes o los quemaban en hornos crematorios.

Paul Celan (1947) escribe en Fuga de la muerte: “cavamos una fosa en el aire allí no se yace estrechamente”.


23.

Se las quemaba por brujas. Así ocurría entre los siglos quince y diecisiete europeos. Se sospechaba de las que carecían de protección familiar, de las no elegidas para el matrimonio, de las viudas jóvenes, de las que vivían apartadas y solas. Pero, sobre todo, como dice Silvia Federici (2021), de las ancianas que guardaban memorias de lo común.

A comienzos de mayo de este año, a medianoche de un lunes, en la habitación 14 del hotel familiar de Olavarría 1621, en Barracas, dormían en una cama matrimonial cuando se despertaron en el infierno. Sus cuerpos estaban envueltos en llamas. En esa misma pieza descansaban otras dos amigas. El hombre de la habitación de al lado las quemó por mujeres y lesbianas. Utilizó un combustible para iniciar el fuego.


24.

El 10 de mayo de 1933, miles de estudiantes universitarios en Berlín queman libros impuros. Arden escritos de Bertolt Brecht, Max Brod, Stefan Zweig, Thomas Mann, Karl Marx y Sigmund Freud.

Entre los libros quemados se encontraba la obra del poeta judío-alemán del siglo diecinueve, Heinrich Heine. Había escrito en un pasaje de su pieza de teatro Almansor: “Ahí donde se queman libros se acaban quemando también seres humanos”.


25.

Freud escribe su última obra, Moisés y la religión monoteísta, en tiempos sombríos. El nazismo avanza tanto como su enfermedad. Comienza la redacción en 1934, en Viena, y la termina en su exilio en Londres en 1938. Muere meses después. Escribe: “Vivimos una época extraña. Comprobamos, asombrados, que el progreso ha hecho un pacto con la barbarie”.

Freud se propone iluminar las razones inconscientes del odio contra el pueblo hebreo. Conjetura un Moisés no judío, un Moisés egipcio. Supone una tribu semita esclava que, tras resistirse a aceptar la doctrina de un único dios, asesina al profeta. Luego deduce la necesidad de reparación de esa culpa colectiva. Y, por último, considera al cristianismo como retorno del parricidio reprimido. Sugiere que el sacrificio de Jesús representa una metáfora invertida del asesinato de Moisés.

Un último intento de que la racionalidad psicoanalítica detenga el horror.

Freud escribe urgido. No puede hacer otra cosa para impedir la catástrofe. Concibe el psicoanálisis como cura de los sufrimientos innecesarios. Y, también cree, aunque se contenga de decirlo así, que el psicoanálisis apagaría la hoguera del antisemitismo europeo.


26.

La escena se relata en del libro Éxodo. Moisés escucha una voz que emana de la zarza ardiente. Se trata de un fuego extraño que no destruye ni se consume. Las palabras que surgen de la llama exhortan a Moisés a que libere a su pueblo de la esclavitud. Moisés se excusa diciendo que prefiere continuar como pastor. Argumenta que tiene mucha edad y que no le da la talla para profeta. La voz del fuego responde que no puede rehusarse. Sin embargo, Moisés insiste: aduce que se cometería un error enviando como mensajero a un profeta con dificultad para hablar. La voz del fuego explica que se expresará a través de su hermano Aarón. Deberá sólo anunciarse como el enviado de un “dios único, eterno, omnipresente, invisible e irrepresentable”. Lo demás ocurrirá porque ocurrirá.


27.

Moisés tiene problemas para articular palabras.

Se cuenta que un día, mientras el faraón visita a su hija, Moisés, que entonces tiene tres años, extiende su mano para arrebatarle la corona. El monarca, alarmado, recuerda la profecía: “Alguien criado en tu palacio un día te despojará de tu reino”. Llama a sus consejeros para que interpreten el significado del gesto del pequeño. ¿Una travesura sin importancia o la señal de una traición futura? Tras mucho reflexionar, los consejeros proponen someter al niño a una prueba para asegurar el destino del imperio.

Colocan en una bandeja de plata una pepita de oro y un carbón todavía encendido. Si la criatura, poseída por la ambición, se abalanza hacia el oro merecerá la muerte; pero si opta por la brasa revelará lealtad. El faraón considera la prueba razonable.

El niño atraído por el brillo está por abrazar la pieza de oro, pero un inesperado viento lo empuja en dirección de la brasa. Entonces, gritando de dolor se lleva la mano a la boca todavía con una chispa encendida que le quema la lengua.

A partir de ese día, Moisés tuvo dificultad para hablar.


28.

Gastón Bachelard (1938) en Psicoanálisis del fuego dice que “lo primero que se conoce del fuego es que no se lo debe tocar”.


29.

Las llamas de la dictadura consumieron bibliotecas de una época luminosa.

El 26 de junio de 1980, en Sarandí, partido de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, se quemaron veinticuatro toneladas de libros que pertenecían a la editorial Centro Editor de América Latina, fundada y dirigida por Boris Spivacow.

Lo que el fuego extingue, ¿el fuego enciende?


30.

El lexema piro, que en griego significa fuego, ardor, pasión, participa en la composición de algunas palabras como pirofilia (amor al fuego, placer de quemarse), piromancia (arte de la adivinación por el color, intensidad, forma de la llama), piromanía (impulso incontenible a provocar incendios), pirotecnia (fabricación de explosivos y gusto por los fuegos artificiales).

Esa marca helénica sobrevive, también, en las palabras pira y piropo. La primera se empleaba para nombrar las fogatas en las que se quemaban cadáveres y se realizaban sacrificios. La segunda que, en los comienzos servía para describir piedras o aleaciones brillantes, llega hasta nuestros días (y se admite sólo) como coqueteo no lascivo, como emanación de respetuosas miradas de fuego.

Vicente Zito Lema (2022) cuenta en su libro póstumo, Fuegos mentales. La novela del poeta en el hospicio, que -cuando se conocieron- Jacobo Fijman le dijo que no estaba loco, sino pirado. Le explicó que en sus sueños ardían hogueras de dolor y que ni todos los mares del mundo podían apagar esos fuegos mentales.


31.

Gastón Bachelard escribe más de una vez sobre el fuego.

Tal vez no conocía el artículo de Freud, Sobre la conquista del fuego publicado en 1931, cuando en 1938 escribe Psicoanálisis del fuego. Veintitrés años después, en 1961, edita La llama de una vela.

Sugiere que la llama de una vela nos conecta con “el pasado de todos los fuegos del mundo”. Que en la llama de una vela nos encontramos con la soledad, el sueño, la fantasía, el pensamiento. Que en la llama de una vela sentimos la vida que tiembla y arde. Escribe: “La llama es un alma que sufre. Sombríos murmullos nacen de este gemido. Todo dolor pequeño es el signo del dolor del mundo”.

En este texto, avisa que escribirá más adelante La poética del fuego. De ese otro libro anunciado se publicaron fragmentos después de su muerte.


32.

Sabemos que la palabra hogar proviene del vocablo latino focus que nombra al fuego. Sabemos el fuego como lugar de conversación y la conversación como el hogar del fuego.

Conversamos para inventar hogares.


33.

Escribe Heidegger (1947) en Carta sobre el humanismo: “El lenguaje es la casa del ser. En su hogar habita el hombre. Los que piensan y los que crean con las palabras son los custodios de este hogar”.

Algunas discusiones comienzan como una cuestión de acentos. Basta un matiz para separar continentes.

Precisa la observación de Heidegger. Sin embargo, se podría decir que la conversación, en cualquier parte que se dé, compone un hogar. Incluso la conversación no sólo como hogar, sino también como momento de invención de hogares. Invención de hogares en tiempos en los que no hay a dónde ir. Invención de hogares, incluso, en medio de ninguna parte (como el título de la novela de Coetzee, 1977).


34.

Tal vez darse al fuego quiera decir darse a una memoria.

En La genealogía de la moral, Nietzsche (1887) se pregunta cómo sucede la memoria. Cómo un instante sobrevive al olvido. Entonces, recuerda una máxima que dice: “Para que algo permanezca en la memoria se lo graba a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria”.

Advierte, así, que las memorias cargan historias de sangre, sacrificios, martirios, mutilaciones y otras muchas crueldades, para siempre.


35.

Conversamos para reavivar una antorcha. Emociones encienden la vida. Se trata de transmitir, no de comunicar. Comunicar puede hacerlo un programa de inteligencia artificial, pero transmitir supone pasar “la antorcha de la vida”.

Si la comunicación da un mensaje, la transmisión da una vibración. Una vibración en la que resta algo sin decir. En la que algo queda como ruido, como temperatura, como temblor, como agitación, como chispa.


36.

Quizás darse al fuego suponga eso: darse a lo que queda sin decir. Darse al encanto de un soplo, a lo que todavía no tuvo o nunca tendrá la osamenta y el latido de las palabras.

Saber lo sin decir sana.

El día en que se imponga la idea o creencia de que está todo dicho se terminará la vida tal como la conocemos.


37.

Clínicas dan tiempo para saber lo sabido, a la vez que hermosean lo irresuelto. Dan tiempo para que sepamos lo que sabemos sin querer saber. A la vez que recuerdan que la vida siempre queda sin decir. Así, sus despedidas, al cabo de cada sesión (¿seguimos con esto la próxima?, ¿dejamos por hoy acá?) no sólo anuncian la próxima cita, sino que celebran, a la vez, la inconclusión del fuego.


38.

Darse a una clase, darse a una conversación, darse a una sesión de análisis, darse a una cita, se puede pensar, también como avivar una llama.

Reanimar un fuego, volver a darse al calor, reiniciar una llamarada.


39.

La palabra avivar también se usa para indicar una agudeza, una perspicacia, un astucia. O sugiere que no se ha entendido algo o captado una situación.

Hace tiempo, entre las infancias, avivarse tenía relación con comenzar a saber qué hacer con lo que se tiene entre las piernas. Avivarse significaba anoticiarse de algo que se ignoraba sabiéndolo.

Tal vez, avivar consista en soplar los fuegos del deseo.


40.

Las luciérnagas se llamaban bichitos de luz.

En noches de verano danzaban con sus luces. Se las capturaba en envases de vidrio con pequeños agujeros en las tapas para que pudieran respirar. Así se fabricaban faroles. Dentro de los frascos los bichitos de luz se movían como diminutos dragones de fuego. Irradiaban una luz brillante y, a la vez, mortecina. No picaban ni trasmitían enfermedades. Emitían destellos antes aparearse.


41

La expresión inglesa fireflies que se emplea para nombrar a las luciérnagas se traduce literalmente como moscas de fuego.


42.

Pierre Paolo Pasolini escribe en febrero de 1975 un texto que se conoce como el artículo de las luciérnagas aunque se publica con el título de El vacío de poder en Italia. Un escrito desencantado con las supuestas políticas antifascistas después de la guerra que sólo actuaban como máscaras de un fascismo renovado detrás del poder coercitivo del consumo.

Se lee: “En los primeros años sesenta, a causa de la contaminación del aire y sobre todo en el campo, a causa de la contaminación del agua (los ríos azules y los arroyos transparentes), comenzaron a desaparecer las luciérnagas. El fenómeno fue fulminante y fulgurante. Tras unos pocos años ya no había luciérnagas. (…) A aquel ‘algo’ que sucedió hace una decena de años lo llamaré por tanto ‘la desaparición de las luciérnagas’”.


43.

Didi-Huberman (2009) escribe Supervivencia de las luciérnagas. A partir del texto de Pasolini, sostiene que las pequeñas luminiscencias de la noche no desparecieron. Huidizas y discretas continúan emitiendo señales. Escribe: “El universo dantesco se ha invertido, pues: es el infierno el que ahora está bien iluminado…”.

Tiempos oscuros se presentan, en estos tiempos, demasiado iluminados. Luciérnagas erráticas, sensuales, incapturables, escapan a la luz del fascismo que ciega. Pequeñas y frágiles, resisten danzando -como destellos de pensamientos intermitentes- ante un mundo terrorífico.

Didi-Huberman concibe imágenes luciérnagas, saberes luciérnagas, poblaciones luciérnagas. Piensa que las luciérnagas no han desparecido en la noche. Anota: “No. Las luciérnagas han desaparecido en la cegadora claridad de los reflectores feroces”.

Sus luces pasajeras, menores, dispares, pese a todo, sobreviven. Sus centelleos, pese a todo, sobreviven a las contaminaciones lumínicas. Sus caprichosas danzas de apareamiento, pese a todo, sobreviven a la robotización de los corazones. Sus lucecitas tenues, pese a todo, sobreviven a la fuerza arrasadora de los focos del capital.


44.

La expresión pese a todo compone la obstinación de vivir. No la capacidad solitaria de soportar adversidades. Ni la recomendación de apelar a la fuerza interior para salir adelante. Ni el optimismo de la individualidad. Se trata de otra cosa: de saber la común debilidad, la común intermitencia de las luciérnagas, el común brasero de las soledades.


45.

Otro relato guaraní dice que Tupá, dios que cuida la vida, regaló el fuego a las existencias frágiles que hablan. Así, se sentían felices pudiendo alumbrar la noche. Gozaban sentándose alrededor de las llamas para comer, para contar historias, para reír.

Cuando Añá, el espíritu del mal, comprendió la calidez de los fuegos se puso a soplar de envidia. Sopló y sopló hasta que los apagó. La noche esa vez lloró fría, triste y oscura.

Tupá -que no puede vencer a Añá, pero sí darle pelea- inventó los isondúes: los bichitos de luz. Los isondúes volaban como mágicas fogatas sobre el monte, los arroyos, la selva. Tras ellos corrió Añá. Soplaba y soplaba, pero las luces de los isondúes se apagaban y al rato se volvían a encender.

Mientras tanto, Tupá se puso a exhalar suaves dulzuras en los oídos de las pequeñas brasas escondidas en las cenizas e hizo resurgir el fuego.

Así nacieron las luciérnagas que emplearon sus luces fugaces para engañar a Añá, el viento malo que se perdió soplando detrás de ellas.


46.

Gaston Bachelard recuerda que su abuela llamaba “pájaros del fuego” a las pequeñas fogatas que ella misma provocaba al soplar con una pajita sobre la llama.


47.

No significa lo mismo asistir a una conversación que darse a una conversación.

Nos damos a una conversación para hacer lugar a una palabra angustiada o enamorada. No para interrogar qué necesitamos aprender, sino qué nos urge desaprender.

Urge desaprender indolencias.

Urge desaprender indiferencias.

Urge desaprender impasibilidades.

Urge desaprender anestesias.

Urge desaprender crueldades.

Urge desaprender el imperativo de la fuerza.

Urge desaprender el miedo a una común vulnerabilidad.

Urge desaprender pensamientos que no salen a las calles y calles que no entran en los pensamientos.

Urge desaprender los cuerpos helados.

Urge desaprender querer decirlo todo.

Nos damos a una conversación para volver a sentir la íntima llama de lo inexplicable.


48.

Un cuento popular ruso cuenta de un pájaro de fuego que aparece fugaz a medianoche en un jardín muy custodiado, para robar las manzanas de oro del zar.

En leyendas griegas al ave de la larga vida, fénix que renace de las cenizas, también se la conoce como pájaro de fuego.


49.

Darse al fuego supone darse a las eróticas que piensan. Tal vez ya no importe pensar sin la invención de hogueras sensuales e insumisas.

Un común pensar necesita fuegos abrazadores y braceros de cercanías. Necesita conversaciones encendidas, excitadas, agitadas. Esas conversaciones no se demandan, no se exigen, no se presionan, no se obligan. Se dan por gusto, por urgencia, porque sí.


50.

Dos ideas de Bataille (1957) sobre el erotismo: una, probar pensar sin cabeza, pensar con el cuerpo no sabido; otra, recordar que el erotismo nombra el misterio de las atracciones, el misterio del deseo, el misterio de los saberes que sanan y contagian entusiasmos.


51.

Las sensualidades nacen del fuego.

Armonía Somers publica La mujer desnuda en mil novecientos cincuenta. Un escándalo para la época. El día de su cumpleaños número treinta, Rebeca Linke decide cortarse la cabeza con una daga. Se lee: “Una cabeza, algo tan importante sobre eso tan vulnerable que es un cuello... (...) El filo penetró sin esfuerzo, a pesar del brazo muerto, de la mano sin dedos. Tropezó con innumerables cosas que se llamarían quizás arterias, venas, cartílagos, huesos articulados, sangre viscosa y caliente, con todo menos el dolor que entonces ya no existía… (…) La mujer decapitada tomó su antigua cabeza, se la colocó de un golpe duro como un casco de combate.”.

Así comienza la aventura nómade de una sensualidad indómita. Se lee: “Entonces ya no hubo más remedio que vivir, con todo lo que eso esconde adherido al verbo”.


52

Tanto en la clínica como en las aulas se da una erótica del pensar que no se reduce ni se explica como una física de la sexualidad. Esa física puede consumarse como abuso de poder, como dominación, como efusividad propietaria, como resto esclavista de la pulsión.

A veces intimidades clínicas y transmisiones en las aulas no saben qué hacer con la voluptuosidad de las cercanías. Las clínicas, a veces, las conjuran con distancias sin afectividad; las transmisiones, con los años, adquieren el hábito de transformarse en comunicaciones ignífugas.

Seducciones confunden en las clínicas y en las aulas. Conviene recordar que no interesan como atracciones entre sensualidades torpes e impulsivas, sino como arrojos del deseo de pensar.

Clínicas practican una erótica de lo interminable. Tras procurar y procurar otras maneras de pensar, terminan por admitir la irresistible atracción de una promesa que siempre se traslada a una próxima vez.


53.

No se trata de sucumbir a la fácil atracción de los cuerpos, ni a la excitación de las seducciones, ni a los consejos de vida, ni a los automatismos de la experiencia, ni al afán de reconocimiento, ni a la tentación de fascinar. Se trata, contra todo eso, de hacer amistad con lo que no se sabe o no se entiende.

El oficio de hacer amistad con lo que no se alcanza, con el límite, con el no poder, con la responsabilidad de no dañar, con lo que respeta extrañezas que habitan en toda soledad, se podría llamar filoclínica. Y ese mismo oficio cuando también hace amistad con lo que enciende los cuerpos y hace arder las palabras, se podría llamar piroclínica.


54.

Notas para un manifiesto de encuentros para un común pensar: “No estamos aquí para enseñar lo que hay que enseñar. No hay nada más que enseñar. Estamos aquí porque necesitamos incendiar el sentido común. Estamos aquí para perder la cabeza. Porque urge atraer el deseo de un común estar y un común pensar. Porque nos hacen falta ideas que nos seduzcan. Estamos aquí porque queremos volver a sentir excitación en los cuerpos”.


55.

Tal vez convenga volver a distinguir entre enseñar y transmitir. Enseñar hace proximidad con instruir, adoctrinar, amaestrar. Incluso con exhibiciones que dejan auditorios con las bocas abiertas como peces atraídos por sabrosas carnadas. Se enseña lo que se sabe, se transmite lo que no se sabe. Se enseña una fórmula, un conocimiento, un dato que se debe memorizar; se trasmite un fuego.

Se trasmiten antes afectos que contenidos, se trasmiten pasiones antes que doctrinas.

A veces ideas se exponen con jactancias. Se las pronuncia como ofensas, como gestos de superioridad, como imposiciones, como exhibiciones, como cautiverios. A veces ideas se muestran graves, severas, solemnes; otras, se expresan joviales y respetuosas.

Conviene cultivar la vocación de alojar lo no conocido. La inclinación a pensar sabiendo lo no sabido. La navegación en la duda, en lo inalcanzable, en lo infinito.

Como piedras que caen sobre espejos de agua que comienzan a propagarse con ondulaciones que se expanden hasta volverse imperceptibles, así suceden las transmisiones.


56.

Darse al fuego supone darse a las transferencias.

Cuando vocaciones impetuosas se dan a la clase no solo se las oye, se está en ellas, con ellas, por ellas. Estar, estar ahí, supone amar ese momento, esa composición en común: de eso se trata la transferencia.


57.

Se llega a una clase, a una conferencia, a una sesión de análisis, ya habiendo llegado de muchas formas antes. Se llega con expectativas y precauciones. Se llega suponiendo saberes, malicias, rechazos.

Quienes llegan con indiferencia, tedio, apatía, transfieren indiferencias, tedios, apatías.


58.

El rubor delata subterráneos ríos de fuego.


59.

El lenguaje del fuego precisa tres infinitivos: encender, mantener, apagar. Fuegos clínicos se encienten con lo que (desde Freud) se llama transferencia. Y se apagan cuando el deseo no concurre a la cita. Puede que desaten incendios y que algunas veces merezcan el nombre de artificiales. También que no se sepa mantener todo el tiempo la misma llama. Intermitencias, intervalos, discontinuidades, se consideran también palabras del lenguaje del fuego.


60.

Transferencias viajan en el tiempo llevando chispas de lo vivido y de lo nunca encendido.

Con la palabra transferencia el psicoanálisis nombra uno de los secretos del fuego que sana. Pero, sobre todo, nombra así al encanto de estar en una conversación. Chispazos, ocurrencias, suposiciones, atribuciones, memorias, invenciones, malentendidos.

Transferencias procuran acogidas soñadas. Transferencias siguen los pasos del amor.

Transferencias participan del influjo de todas las atracciones. Transferencias añaden encanto a un lugar, a un gesto, a una palaba, a un modo de escuchar o mirar.

La magia de la transferencia hace que las soledades se sientan alrededor de un mismo fuego.

Fuegos que se encienden y se apagan en una sesión olfatean reencuentros con fragancias, temperaturas, atmósferas queridas.

Por momentos, la atracción nostálgica de las transferencias detiene la vida. Algunas transferencias buscan volver a confirmar lo que más temen o reencontrar lo perdido o volver a estar en lo ilusionado. También intentan atribuir a lo desconocido rasgos, gestos, formas, anheladas. En ocasiones prueban reeditar y reparar lo ocurrido. Así el porvenir está en deuda o bajo demanda: se le pide que provea, mejorada, la sombra de un pasado.

A veces, transferencias ofrecen un descanso, una calma, un sosiego, una amistad con un tiempo sin hostilidad.


61.

Cada tanto echan fuego por la boca.

Algunas palabras expresan atolladeros: revoltijos y atascos de emociones. En esos momentos, aunque nombremos lo que sentimos, no importa tanto la significación como la combustión.

La propagación de esos fuegos se llama transferencia.


62.

Si transferencias dicen pasajes más o menos logrados, interferencias delatan imponderables en esos pasadizos.

Entre los fuegos de las transferencias, Goyo Kaminsky, supo localizar una herencia herida. Apenas desempolvó la palabra castellanizada, supo recordar que antes el suave suspiro de la letra efe se pronunciaba como una hache muda pudiéndose leer como trans-herencia y transferir como trans- herir.

Quizás se pueda decir que todo fuego guarda el secreto de una herencia y una herida.

Darse al acto de pensar supone dar una herencia que se llama legado.

Darse al acto de pensar supone, también, darse una herida dándose a otras heridas que se saben y no se saben.

Llamamos herida a la separación de dos labios: el de la belleza y el del horror.

Idea que recuerda este verso de Rilke (1923): “…la belleza sólo es el comienzo del horror, de lo que apenas podemos soportar”.


63.

¿Cómo hacer para que el porvenir no ceda ante las determinaciones que pesan sobre el presente?

Transferencias permanecen en el umbral de lo venidero: de ahí en más, se trata de dar un paso hacia lo que nadie sabe.


64.

La palabra inglesa burnout se suele traducir como quemado. Se la emplea para describir fatigas de sensibilidades que dan acogida a dolores, tristezas, injusticias, que vagan sin recepción. También para nombrar existencias agotadas por incertidumbres, amenazas, demandas de rendimiento.

Vidas sobrecargadas, ¿se incendian?

Cansancios se han vuelto norma. Indolencias se han vuelto norma. Indiferencias se han vuelto norma. Anestesias se han vuelto norma. Impasibilidades se han vuelto norma. Aislamientos se han vuelto norma. No hablar sobre lo que nos pasa se ha vuelto norma. Ansiolíticos y antidepresivos se han vuelto norma.

Angustias, angustian.

Sensibilidades que no consiguen blindarse sufren lo que sienten como si estuvieran amarradas en el centro de una hoguera.


65.

El fuego se ofrece como lugar del silencio, de la palabra, del saber. Siempre se trata de conversar entre dos o más alrededor del fuego.

El fuego como lugar de reparo, de refugio, de cercanía.

La idea de fuego trasciende la representación de lo familiar. En comunidades mapuches, en el fuego reside la vida en común. Se cuida el fuego para que no se apague durante la noche y se acude al fuego para contar los sueños.


66.

En tiempos de soledades, agitaciones, desasosiegos, inmediateces, saberes se resguardan entre cenizas.

Borges (1977), en La rosa de Paracelso, relata malentendidos del fuego.

Paracelso pide a dios un discípulo. Una noche llega un desconocido con una bolsa llena monedas de oro y una rosa en la mano. El joven se declara dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que lo acepte como aprendiz. Paracelso responde que no necesita oro. El muchacho insiste. El viejo explica que solo reluce lo imperceptible. El muchacho que asegura que está preparado para aguardar y sacrificarse, pide sólo una prueba antes de emprender el largo viaje. “Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido y te daré después mi vida entera”.

El maestro, entonces, le cuenta la historia de un paraíso ignorado, la intuición de una eternidad instantánea, el secreto de la palabra susurrada. Pero con impaciencia, el joven tira con brusquedad la flor sobre el fuego para ver con sus propios ojos el milagro. Paracelso admite que muchos lo consideran un embaucador. El aprendiz lamenta haberlo ofendido. Toma las monedas de oro para no humillarlo con limosnas. Y se va, con la excusa de que volverá cuando esté preparado para ser su alumno.

El relato termina así: “Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió”.


67.

Olvidamos la fatal igualación del fuego.

Hace dos mil años, en una de sus cartas, Séneca invita a Lucilio a no juzgar el valor de los restos sepultados por la ostentación o el lujo de las lápidas. Anota: las cenizas nos igualan (aequat omnes cinis).


68.

Derrida (1987) en La difunta ceniza piensa las cenizas como resto. Escribe: “Ella resta de aquello que no es, para no recordar en su quebradizo fondo más que no-ser o impresencia”.

Y más adelante cita dos sonetos de Francisco de Quevedo tomados de diferentes poemas:

Uno de Pierdes el tiempo, muerte, en mi herida que dice: “Yo soy ceniza que sobró a la llama; / nada, dejó por consumir el fuego, / que en amoroso incendio se derrama”.

Y otro tomado de Amor constante, más allá de la muerte: “su cuerpo dejará, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado”.


69.

Cenizas, suavidades que no resisten.

Cenizas, fragilidades póstumas de lo que arde.

Cenizas, persistencias de lo débil.

Cenizas, levedades de antiguas pesadumbres.

Cenizas, nutrientes de la tierra.

Cenizas, memorias que se escurren.

Cenizas, escondite último de brasas que agonizan.


70.

Se llama rescoldo a una pequeña brasa resguardada por las cenizas.

El acto de revolver cenizas, buscando brasas que todavía puedan arder, se lo puede describir como sabiduría de los rescoldos. Eso se dice en el refrán: “Donde hubo fuego, siempre quedan rescoldos”.

En los rescoldos sobrevive la promesa del fuego. No sólo los restos de lo ya ido, sino las chispas de lo venidero. No se trata de reconstruir la memoria del fuego, sino del comienzo de una llamarada.


71.

Una pintura de Munch (1895) se llama Cenizas. Se ve una escena con dos figuras. La mujer de pie lleva un vestido blanco todavía sin abrochar. Con las manos en su cabeza mira hacia el frente. Al costado, más adelante, el cuerpo de un hombre acongojado que esconde su rostro.

Escribe unas pocas notas sobre esta obra: “Los antiguos tenían razón al comparar el amor con una llama, porque el amor, al igual que la llama, sólo deja tras de sí un montón de cenizas”.

La pintura de Munch cuenta la última despedida: cuando ya no queda nada por revolver.


72.

Durante cientos de años Pompeya permaneció oculta bajo las cenizas. Sepultada por fragmentos volcánicos tras la erupción del Vesubio en el año setenta y nueve. Sus restos se preservaron intactos bajo tierra hasta que, a mediados del siglo dieciséis, volvieron a la luz.

Un hallazgo arqueológico que permitió saber algo de otros tiempos. Pocas veces las cenizas han dicho tanto.


73.

La vulcanología estudia aberturas en la tierra de las que salen llamas. Toma el nombre de Vulcano el dios del fuego en la mitología latina. La vulcanología estudia volcanes, pero también fuentes termales, emisiones de gases y vapores, erupciones, las lavas y todo lo que pasa cuando esos fuegos entran en actividad.

Werner Herzog (2016) realiza Into the Inferno. Un documental sobre volcanes y las subterráneas conexiones espirituales. En una entrevista confiesa que siente gran atracción por el fuego. Una fascinación que relaciona con uno de los temas centrales de sus películas: las tormentas incontrolables que recorren las vidas humanas. Explica que no puede dejar de pensar en “este otro fuego que corre bajo nuestro pies en forma de magma y que puede salir en cualquier momento”.


74.

Darse al fuego quiere decir rehusarse a los incendios de los bosques, de la salud, de las universidades públicas. Rehusarse a las hogueras, a los misiles, a otras formas de crueldad. Rehusarse significa negarse a algo. No aceptar y no consentir. Practicar un común rechazo.


75.

En el lenguaje del fuego se encuentra la expresión guardia de cenizas. Nombra tiempos de expectación tras la extinción. Consiste en recorrer y observar la zona quemada con el fin de detectar posibles rebrotes. También se la llama guardia de humos.


76.

Una historia fantástica que Borges y Bioy recuperan en El libro del cielo y del infierno a partir de un relato de Jeremy Taylor (1667).

Un obispo encuentra en el camino a una vieja mujer con una antorcha en una mano y un cántaro en la otra.

Por curiosidad, ante la actitud decidida e irrefrenable de la extraña, le pregunta qué se propone hacer con el fuego y el agua.

A lo que la mujer responde: “El agua es para apagar el Infierno: y el fuego, para incendiar el Paraíso”.

Algo así intentamos en cada juntada de un común pensar.


Paula Toto Blake Serie “ La casa como amenaza” Fotografia toma directa y retoque digital 2006 / 2010 Realizadas durante lntercampos II . Fundacion Telefonica. Buenos Aires. Expuestas en Galeria Sicart Barcelona, 2010. Galería Isabel Aninat , Lima Photo.


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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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