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Foto del escritorRevista Adynata

Dejar a solas / Cynthia Szewach


Frena de golpe junto a ese banco

donde hay un farol roto

La risa de tu canica de cristal lanza chispas

y de pronto el farol roto se ilumina.


Nika Turbiná en “La infancia huyó de mí”



Hay mediaciones a veces fugaces y parpadeantes, que se entrecruzan con otras más perseverantes, persistentes, que hacen de soporte, preservan de momentos sufrientes, del temor a morir, de amenazas, de miedos y hostilidades que pueden acechar.


Hay distintas maneras de tejer las mediaciones. Entre ellas inventar maneras para lo que acuño como la capacidad para dejar a solas. Movimiento segundo quizá, respecto de aquél que propone Winnicott, quien inventó “la capacidad para estar a solas” en 1958, para fundar un estado calmo con alguien, base del amor y la amistad. De aquella presencia soporte del jugar en soledad acompañada, puede girar hacia “dejar a solas estando”, un tiempo vacío que separa y enlaza. Se funda otro modo de profunda soledad y que una espera se haga posible.


Hay cuentos, canciones, una imagen, alguna fantasía que podemos relatarnos o imaginar antes de dormir. La medianera del sueño. A veces se piden más palabras encarnadas para entramar un soporte que medie la zona del placer hacia el deseo, como sostén o lo que Marcelo Percia escribe como “estados que asisten en silencio al solo estar”.


Olga Orozco tenía junto a su compañero un bar llamado La fantasma. Cuenta que una vez fue Alejandra Pizarnik, en estado de lucidez sufriente. Se acerca, le pregunta si es ella, comienzan una conversación y una relación amistosa. A partir de allí, Alejandra la nombra "madre literaria". Lo que relata Orozco es que cada tanto Pizarnik le pedía lo que llamaba "Certificados". Era para cuando se sentía apesadumbrada o a punto de derrumbarse. El certificado diría algo así: “Yo la gran Sibila del Reino, certifico que a Alejandra no se le cruzará ninguna mala sombra, ningún pájaro negro se posará sobre su hombro, a su paso se abrirán todos los caminos luminosos”. Luego de cierto tiempo, le avisaba que se le había gastado y se acercaba a buscar otro certificado arrullador.


Una niña había perdido su muñeca y lloraba desconsoladamente. Se cuenta que Kafka, al encontrarla en su camino, le dijo que la muñeca se había ido de viaje. Kafka transformado en cartero, cuenta Dora Diamant, se sentaba todas las noches a escribir las cartas de viaje, tan comprometido como con toda su obra, para que las reciba la niña: “No llores, he salido de viaje te contaré mis aventuras”.


Natalia Ginzburg recomienda a su amigo Federico Fellini (abrumado y ensombrecido) que consulte con su psicoanalista, quien la había ayudado a salir de un pozo de pérdidas dolorosas después de la guerra. Le escribe: “Yo llegaba al consultorio y me esperaba un vaso de agua y una rodaja de limón en una bandejita junto al diván, sentía la brisa que entraba por la ventana (…) y escuchaba la voz (…) sólo puedo decirte que son las pequeñas cosas como esas la que nos salvan”.


Pequeñas cosas y enlaces de amistad que incluyan la extrañeza. Leer la vida en la que estamos, leer claves que distingan lo urgente de lo que toma tiempo y requiere pausa.


Una joven llegaba al consultorio y, a veces, preguntaba si podía tejer una bufanda para su abuela. Me pedía que, mientras tanto, lea un libro que me guste. De esa manera podía experimentar hacer algo sin que la mirada recaiga sobre su hacer. Modos de comenzar a decir.


Se trata del detalle y sin duda del amor, tan inquietante, en lo que no se recubre, pero se media, esa conexidad entre dos seres en lo irremediablemente distintos, únicos y en ese instante, un privilegio.



Mezzanine, Center, 2016 Impresión de inyección de tinta marco forro de terciopelo 63.5 × 102.2 × 6.4 cm

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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