Oscar decidió no retomar su rutina. Se recuerda como un hippie que se sentía libre al viajar en su juventud y a sus 68 años, algún acontecimiento fue el que desencadenó en tal decisión: volver a volar a territorios desconocidos. No logra advertir cuáles fueron los motivos que lo llevaron a pasar una vida en la oficina, en tanto, de muchacho reconocía esos estados de sujeción desde el sistema capitalista. “Si alguna cosa todavía merece llamarse libertad, ella reside en la posibilidad de sospechar ataduras inadvertidas” (Marcelo Percia, en Sensibilidades en tiempos de hablas del capital -2020-, pág. 190)
Rocío se recibió de licenciada en kinesiología y fisiatría hace cinco años en la UBA. Trabajaba sólo en el servicio de guardia de neonatología del Hospital Piñero en la Ciudad de Buenos Aires hasta la llegada de la pandemia por covid-19. Las Unidades de Terapia Intensiva -UTI- necesitaron más personal de salud. Asistió a la convocatoria y salió con nuevos empleos que le garantizaban un mejor porvenir, mientras se anunciaba una catástrofe.
Lo anunció a los demás como un progreso, un tanto desde lo económico y otro poco desde el aspecto profesional. Consideraba que se avecinaban nuevas aventuras, desafíos y retos, con la intención de lograr hazañas, proezas y triunfos heroicos ante el virus desconocido, desde el placer que le genera su actividad humanitaria. Aunque la humanidad organice y dictamine cuidar la vida, lo común escapa de esa idea de humanidad.
No obstante, en pocos días comenzó a sentir cierto malestar, generado por la situación pandémica misma. Lo que la ahondaba quizá era el sentimiento de que “se está extinguiendo una común corporeidad” (Marcelo Percia, en Esquirlas, en los pliegues de la peste -2021-, pág. 33). Vidas que se le escurrían entre las manos, sin posibilidades de algo más, como intentar lo imposible; Rocío, una debilidad con un respirador entre sus manos yendo a luchar contra un enemigo, la muerte de sensibilidades hablantes contagiadas.
Un común cuidado se habíatransformado en evitar la muerte, en volver a esquivarla. “La pregunta: ´ ¿Alguna novedad? ´ revela, en estos días, un lado incómodo: la obligación de tener algo que contar por encima de los números que reportan muertes y contagios” (Marcelo Percia, en Esquirlas, en los pliegues de la peste -2021-, pág. 32. En el desarrollo de la vida se producen distintos movimientos, sin embargo, alguno de ellos es difícil o complicado de transmitir a otros. Rocío, la sensación de angustia, la intentaba reservar para sí, creía que no la podía transferir a sus padres, seres queridos, familiares, ni amigos, porque a tales se le incrementara esa incertidumbre que les producía la noticia del virus. Encontró algo de lo común de su angustia con compañeros y amigos de la profesión, porque atravesaban por la similitud de desesperanza. “Angustias se sienten, pero no se explican ni se cancelan. Angustias se expresan calladas haciendo hablar a todas las cosas” Marcelo Percia, en Esquirlas, en los pliegues de la peste -2021-, pág. 43).
La terapia ya no era la misma. Sintió mucha distancia en el consultorio virtual. Hasta que se esfumó el video de la llamada y sólo eran charlas por teléfono. Hasta que se acabó.
También lo era diferente el servicio de neonatología. Sonrisas, muecas, gracias, quejidos, gemidos, llantos resonaban más que el silencio de las UTI. Sensibilidades hablantes desvalidas llegaban a la vida antes de los nueve meses o permanecían allí a resguardo social. Era un espacio común en un común estar, donde se cuidaba la vida, fragilidades de la vida, la vida de sensibilidades hablantes en la intemperie. Una común intemperie, debilidad de los neonatos al principio, que al salir habitarán la otra común intemperie, las del capital.
Rocío, aficionada y apasionada por la fotografía, llenó ese espacio de imágenes de neonatos dulces, suaves, agradables, tiernos, dóciles, cariñosos, conectados a una sonda, pinchados, que esperaban poder salir del cubículo de plástico. Como en la clínica circense, donde las pelucas, los colores y el maquillaje desborda la profesionalidad.
Era, a su vez, un lugar más cálido, más cercano, para aquellas sensibilidades hablantes padres y madres que debían apaciguar el dolor, el sufrimiento, un transitar de lo inesperado de ver a sus hijos allí. Una madre se saca leche materna y el bebé se alimenta por una sonda. Las bellas y provocadoras imágenes de la pared repercutían cualitativamente; felicidad, alegría, contento, satisfacción, no viable de medición en tanto a cantidad. Hacía de un lugar gris de sufrimientos algo más cálido.
Una foto ganó un premio; media beca para un curso. La imagen expresaba algo más que un pie de un neonato conectado a una vía en una incubadora. Transmitía la fuerza de una debilidad por sostenerse dentro de la vida.
Un destello que alude a cuidar la vida en el embarazo, de cuidar la vida de los más vulnerables, de cuidar una común corporeidad.
Rocío escucha que el presidente Alberto Fernández agradece enorgullecido por cadena nacional a médicos y enfermeras, los coloca en lo más alto del podio, como héroes llenos de valores; omite mencionar a kinesiólogos. Alguien le escribe un comentario al mandatario por Twitter para advertirlo; no hay réplicas, no comienza la conversación. Sólo algunas excepciones han alcanzado el contacto con los altos rangos de poder de gobiernos argentinos; es más repetitivo observar una unificación de voces, lo que dice el pueblo, lo más predominante luego de realizar una encuesta o estadística.
Rocío conoce el triage que ordena prioridades. “¿Del derecho a vivir? ¿Del acceso a un respirador?” (Cintia Rolón, en El curso de la herida -2020-). Advierte que la suerte se colocó del lado de la vida por un instante; no hubo que recurrir a eliminar, expulsar, desechar, separar, excluir, descartar vidas algunas por otras; al menos no en sus cercanías. El color azul indica que podía esperar, que no era urgente, que se quedaba sin respirador.
Fragilidades. Los neonatos, sus padres, sus madres, las vejeces, la “población de riesgo”, los médicos, las enfermeras, las kinesiólogas; todxs, sensibilidades hablantes frágiles, por sus sensaciones, por sus temores, por sus dolores, por sus angustias. Todxs habitan una común fragilidad; algunos les confían la vida a otras sensibilidades frágiles, por ende, ese cuidar común de la vida.
El cauce de la UTI se frenó por un instante. Oscar pregunta quién es la que tiene un padre que se llama Oscar que me lo confesó mientras yo dormía, mientras lo asisten entre dos para que recupere su movilidad en las piernas, después de tres meses de los que no recuerda nada, pernoctando en una camilla, conectado a unas cuántas mangueras, con un respirador que le prolongaba el estar vivo, porque tenía una neumonía causada por el virus. Rocío responde: “Soy yo”. En ese instante un destello de llanto, emoción, abrazos, alegría, amor y sonrisas por el cuidado de la vida sacudió la UTI, al grupo de kinesiólogos, a los enfermeros, médicos, a camilleros, a todxs; fue inclusivo. Ese movimiento de cercanías y distancias, de Rocío hacia Oscar y de Oscar de regreso hacia Rocío, es lo que se debería reservar para lo común.
Nota: el presente texto se hizo presente como respuesta a una consigna de un parcial de una de las comisiones de la materia Teoría y Técnica de Grupos Dos de la facultad de Psicología de la UBA.
Referencias:
- Percia, M: “Entrar en conversación. Insolencias clínicas”. Buenos Aires, 2021. En Revista Adynata.
- Percia, M. (2021) "Sesiones en el naufragio: un común vivir". En Revista Adynata.
- Percia, Marcelo. “Estancias en Común. Selección”. Buenos Aires: La Cebra, 2017.
- "Adiós a las dinámicas de grupos". Clases teóricas 2 y 3, a cargo del prof. Marcelo Percia.
- Weil, Simone. (1940). “La Ilíada o el poema de la fuerza”. En La Fuente griega. Madrid: Editorial Trotta, 2005.
- Percia, Marcelo. “Esquirlas, en los pliegues de la peste”. Buenos Aires: La Cebra, 2021.
- Publicación de Motivarte: (https://www.facebook.com/motivarte.fotografia/photos/a.10154998953806243/10154998964101243)
- Rolón, Cintia. “El curso de la herida”. Entrega uno (confianzas). Buenos Aires, 2020.
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