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  • Foto del escritorRevista Adynata

¿Dónde siente un presente? / gonzalo sanguinetti


¿Sobre qué sustrato afectivo se asienta la elección de lo que gobierna?

                                                                la delegación de la imaginación del porvenir?

¿Hacia dónde fue apuntada la flecha decisoria?

¿Qué premisa componía la materia de esa flecha?

¿Qué intriga afectiva tensó el arco y disparó?

 

Una hipótesis precaria abierta a la composición con otras también necesarias. La premisa inscripta en la flecha rezaría: "No querer perder lo perdido. Haber querido no perder lo perdido".

 

La figura designada para gobernar, vive suspendida entera y endeblemente sobre el anhelo de esa posibilidad. Parte de su atractivo radica en exponer públicamente esa voluntad, y el modo en que habría logrado cumplirla, el modo en que logró un triunfo sobre lo irreparable.


Algo de lo más intrigante de la figura que gobierna, gira en torno a cómo triunfó en 'No perder lo perdido, en no doler lo dolido'. Sobre este asunto orbita toda la intriga esotérico-científica de la clonación, el fantasma canino y la mediumnidad interespecie: no perder lo más querido (que, sin embargo, ya ha sido perdido).


La irreparabilidad de lo inconsolable es tal, que no alcanza con el milagro científico de la replicación de lo perdido en 4 cuerpos que desestiman un cuerpo ausente. 4 veces está negado lo perdido. También es necesaria una continuidad del alma bajo la invocación de su espíritu desde el más allá.

Todas las fuerzas de la materia y el espíritu son movilizadas y concentradas en practicar una conjuración del duelo, en concebir un antídoto al duelo.

 

En “Hacer la noche”, Constanza Michelson (2021) cuenta que el modelo de la anestesia nace en 1846, cuando se patenta el éter sulfúrico inhalable para evitar el dolor sensible de los pacientes en una cirugía.

Su patentamiento como producto que neutraliza el dolor inaugura la palabra anestésico. La invención de esa palabra trae aparejada una mutación antropológica y sensible de consecuencias incalculables: la posibilidad de no sentir dolor. Esa palabra no existía porque no era concebible una experiencia semejante, no había vida sin dolor.

El primer nombre que le otorgan al producto es "Letheon", en alusión a Lete, diosa griega que personifica el olvido, según la teogonía de Hesíodo. Hija de Eris (diosa de la discordia) y hermana de Limos (hambre), Ponos (fatiga) y Algos (dolores por los que se llora), Lete también es el nombre de uno de los ríos del Hades, del que se hacía beber a las almas antes de reencarnarlas de modo que no recordasen las vidas que habían vivido.

En los años del descubrimiento, un médico critica la elección imprecisa de ese nombre: argumenta que no se trata de provocar amnesia sino insensibilidad. Tampoco se trata de ir y volver del mundo de los muertos, sino de permanecer en el mundo de los vivos pero sin sentir como tal.[i]

 

Intrigas y entusiasmos freudianos alrededor de la investigación con la coca son orientadas por la vislumbre de la promesa anestésica.

En 1851, en Francia, se inventa la jeringa. En 1853, Alexander Wood, en Edimburgo, inventa la aguja hipodérmica para inyectar morfina a su esposa que padecía una enfermedad incurable, ella fue la primera en recibir morfina por vía endovenosa. En 1884 Freud publica "Uber coca", testimoniando su entusiasmo por el efecto anestésico de la sustancia. En 1895 sueña el sueño que marca la obertura del psicoanálisis: El sueño de la inyección de Irma.


El ritmo del siglo XIX parece marcado por el pulso de un furor desesperado para dar con el milagro que nos exonere del dolor. El nacimiento del psicoanálisis no es ajeno a esa estela, con la excepción de que no buscará su supresión sino la invención de un estado de conversación que lo vuelva concebible.


¿A qué clase de mundo da origen “un mundo de vivientes en el que vivientes no sienten lo propio de lo vivo”?

El siglo posterior a la invención de la anestesia es el siglo XX, siglo en el que se inauguran formas de crueldad y de matar inimaginables hasta el momento. Ocurren genocidios, campos de concentración, terrorismos de estado, Hiroshima y Nagasaki, terror atómico, holocaustos nucleares y la posibilidad de hacer desaparecer el mundo con las fuerzas de destrucción creadas por la racionalidad instrumental de la tecnología occidental. La percepción del horror y las imágenes del espanto adquieren una existencia que abruma y enmudece a la historia de las palabras.  


Se crea la noción jurídica de crímenes que lesionan a la humanidad. En el siglo posterior a la invención de la insensibilidad, la humanidad se ve impelida a crear la categoría de lesa humanidad para señalar que se está lesionando a sí misma. Un borde jurídico se traza sobre la borradura de un borde sensible. Habiendo suprimido la sensibilidad al dolor, se hace preciso que algo lo indique.


Se opta por hablar de inhumanidad antes que pensar los regímenes de insensibilidad que esculpen a la humanidad.


¿Y qué sería “sentir lo propio de lo vivo”, cuál sería la signatura de lo vivo? Muy precisamente: poder sentir dolor.

El caudal de muerte, crueldad y destrucción que porta el siglo XX es correlativo a la invención de la experiencia cultural de no sentir dolor.


Sin percepción del dolor no hay límite al ejercicio de la crueldad.


Antes de la invención técnica de la anestesia, la invención frente a dolores impronunciables se llamaba amnesia: olvido.

 

La hipótesis con la que comenzamos recuerda algo olvidado:

El radical estado de duelo en que nos (des)colocó la pandemia: lo que perdimos entre distanciamientos y aislamientos. Sin abrazos, sin caricias, sin cercanías, sin besos, sin cuerpos, sin despedidas, sin consolaciones. Sin instancias en común para sentir la inabarcabilidad de ese desconsuelo.


Haber sabido lo irrevocable de la fragilidad y el desamparo como condiciones del estar en la vida.

Y luego, querer no saber lo sabido sobre la fragilidad y el desamparo.


Saber quiere decir aquí, un sentir que se hizo cuerpo. Algo que se hace cuerpo es algo que se torna irrevocable.


No querer saber lo sabido, supone un rechazo al cuerpo como vulnerabilidad ante lo sensible.


Hoy ocurre en el después de aquello. Aquello aún espera ser sentido. Hay una catástrofe que carece de una poética que la narre.


Michelson (2022) escribe “La narración, así como la ensoñación y la imaginación, median entre la materialidad del mundo y nosotros, es lo que nos da una morada interior (…) Los relatos son pedacitos de saber que ligan a las generaciones (…) Si el lenguaje narrativo es capaz de ser hospitalario, es porque puede ampliar la imaginación para poder tramitar afectos difíciles (…) Los relatos desaceleran el mundo e introducen ritmo más parecido a la prosodia infantil: antes de comprender las palabras, sentimos un ritmo dado por los cuidadores infantiles, y tal ritmo es el primer régimen sensible.


La voluntad de neutralizar radicalmente lo perdido supone un problema político-afectivo: imposibilita inaugurar actos de reparación al abolir el registro de lo herido. Impide sentir la necesidad de labrar lenguajes, gestos y ceremonias para componer consuelos en común, consuelos de lo común. Sin el dolor por lo perdido no accedemos nunca a la necesidad de crear consolaciones que reparen el mundo[ii].


La necesidad de consolaciones que reparen es condición de lo colectivo.

                                                                                            condición del con-otrxs.

                                                         apertura del deseo del con- quiénes la vida.

                                                            apertura poética de la lengua.

 

Florencia Abadi (2023) relee el mito de Dionisio y recuerda la circunstancia poco recordada del nacimiento del vino. Cuando adolescente, Dionisio se enamora de su compañero de juegos, Ampelo, con embeleso febril. Un día, la fatalidad aprovecha un paseo de Ampelo y lo persuade de incurrir en un riesgo que termina por matarlo. Ante la muerte de Ampelo, Dionisio, el que nunca llora, derrama sus primeras lágrimas. Al caer sobre el cuerpo inanimado del amado, las lágrimas realizan un extraño milagro: del cuerpo amado brota la vid (ámpelos en griego) que lleva en su seno el vino: un remedio para las penas de lo inconsolable.[iii]


Concluye que sin dolor, tampoco hay compasión. Sin percepción del dolor no hay lo común como pasión en común, como padecimiento en común, como pasibilidad en común.


Compasión como estremecimiento súbito que interrumpe el magnetismo de la crueldad.


Sin lágrimas derramadas no se hace precisa la invención de consuelos. La palabra consuelo viene después de la palabra lágrima.

 


La vigencia y el atractivo de la idea de que cada quien es su propio fundamento (con sus corolarios de auto-ayuda, auto-superación, auto-control, auto-regulación, auto-gestión, auto-determinación), de que seríamos libres en la medida en que la vida depende de cada quien (ser tu propio jefe, el emprendedorismo de sí, monotributismo de sí, explotación de sí, etc.),  señala un rechazo al duelo en un sentido muy preciso: esa proposición de existencia sugiere que no venimos de nadie, que nadie nos ha donado ni la vida, ni una lengua, ni tiempo, ni amorosidades gracias a las cuales existimos. Sugiere que no nos ha sido concedida herencia de ningún tipo, es decir, que no hemos sido inscriptos en ninguna historia.


El rechazo del duelo supone, también, un rechazo de la herencia de quienes nos anteceden, es decir, el rechazo de un mundo e infinitas historias cuyas existencias nos incumben, y nos solicitan cuidado, lo querramos o no. Rechazar esa evidencia posibilita la imagen atroz de quienes vienen al mundo creyendo que el mundo se inaugura con su llegada, por ende, que son el mundo.

Vidas que vienen al mundo sin un mundo, ¿cómo querrían cuidar algo que no sea la imagen de sí?

Michelson (2022) capta una consecuencia incisiva de este asunto, escribe: “El rechazo de la herencia y la filiación suele producir un problema político: la fantasía de refundación.”

 

Sobre este trasfondo afectivo ¿se vuelve deseable -y efectiva- la fábula de un demiurgo que practica una extraña teoría económica capaz de realizar la promesa milagrosa del déficit cero, la pérdida cero, la fragilidad cero, la vulnerabilidad cero, el duelo cero


¿Cómo podría volver a sentir dolor este presente? ¿Cómo podría hacerse presente el dolor?



[i] Michelson, C. (2021) De la cocaína al sueño. En Hacer la noche. Ed. Paidós. 2022.

[ii] Ibid.

[iii] Abadi, F. (2023) El nacimiento del deseo. Editorial Pólvora. Bs. As.



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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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