¿Se huele la vergüenza escondida
en una bolsita celeste cuadrillé?
Tenía cinco años y Silvana Rosso brillaba como un sol.
Si fuera varón, ¿ella me querría?
Y cada noche pedir que esta pesadilla se terminara.
Los poemas románticos y elípticos.
Ella cambiaba en otra ella pero yo seguía atrapade
en ese cuerpo y en esa espesa oscuridad.
Hasta que –por fin– sucedió.
Fue entre Cerdos y peces.
Salió de la lectura y la ví aparecer: tenía ojos verdes,
resplandecía abril en las copas de los árboles.
Hablamos todo el día como supe después
que hacen las lesbianas.
Hubo castañas saladas al laurel y vino blanco.
Y esa noche, junto al río estrellado, me dio un beso
me tomó de la mano y fuimos al fuego, con los compañeros.
Era una Semana Santa de universitarios acampando
y, de pronto, un alzamiento militar
me sacó de El Palmar y del primer romance.
La chica tenía novia. El poliamor no existía…
Lloré hectolitros a escondidas hasta que una mañana
mi hermana me acorraló para saber “el nombre del tipo
que me estaba haciendo sufrir tanto…”.
Sorprendida, me dijo que me fuera para poder pensar.
Apenas lloré.
Al final de la tarde, fue a la universidad a buscarme.
Me encontró en la hemeroteca. Y me dio un libro.
No sé si me abrazó, pero sé que cuando todo temblaba,
mi hermana me sostenía el techo, el cielo, lo que fuera.
También me dio sermones sobre cómo respetar a una mujer.
Emilia fue la primera en saberlo una mañana soleada.
Lo que más recuerdo de salir del encierro, es esa luz.
Fuente: Patricia Fogelman (Buenos Aires, 1966) “Esa Luz” en: Autorxs varixs. Alguien muerde el extremo de su nombre: Poemas lesbianos de salida del clóset. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Elemento Disruptivo, 2022. Pp. 42-43.
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