Cumbias, glitter y después
Hay veces en que el tiempo se distorsiona.
Hay veces que, en una sola noche y en un mismo lugar, confluye una superposición de capas temporales, una mixtura de signos y gestos que abren una bocanada de sentidos y te despeinan.
Algo así sucedió hace algunas noches en Pompeya, en este momento de remarcado de territorios del “después del encierro”.
Ya las redes anunciaban casi una fiesta garantizada: Sudor en la zanja. Rebelión marika.
El barrio quedaba avisado: en el sur también vive el perreo y el glitter además de los bandoneones y la gomina. También Kory, la ex megadisco bailanta de la comunidad boliviana, nos ofrecía el brillo en su nombre: kory en quechua significa oro.
Además, aquella megadisco te transportaba directamente a los destellos de los 80: por sus amplitudes, por el escenario elevado a dos metros del suelo ladeado por grandes columnas de sonido, por la larga barra a los costados y por la enorme bola de cristales en el centro tan digna de New York City como de Palladium. Recordemos que allá por 2019 Sudor Marika también tocó con Los besos en lo que fuera La France, sobre la calle Sarmiento al 1600, casi como anunciando su capacidad de puente agujereador de estratos fiesteros. Pero a diferencia de que, en aquellos boliches, el principio de no uniformidad rige, sin saberlo, montones de las vidas que con esta banda se sacuden. No sólo porque la moda no funciona como parámetro de vestimentas y decisiones sino porque en los modos de estar se respiran los fracasos de los ímpetus normalizadores.
A la ambientación que el espacio ofrecía en la ex Kory se sumaba que esa noche de viernes, los 80 sobretodo venían por lo que traía el clima que allí se respiraba, se transpiraba. Como siempre que toca Sudor y casi como marca fundacional de la banda, la moral andaba suspendida. Casi como una misa ricotera sin rey, casi como aquellos guiños redondos que la fiesta irrumpía abajo y arriba del escenario. Podrá hablar aquí la exageración, pero los cuerpos transpirados de aquellos pogos sabemos cuando estamos en lugares donde la moral se queda afuera y la fiesta vibra.
Mientras la fiesta la comandaba Rebelión en la zanja, Santa Gilda y el Gauchito Gil engalanaban con sus figuras esta nueva celebración pagana post encierro. Fiesta que arengaba, a todo ritmo de bajo cumbiero a quemar patrulleros y sacarse lo neoliberal acompañadxs de una sensual e inagotable bailarina que hizo brillar la alegría de esas cumbias dedicadas al tío-abuelo de 81 años que disfrutaba orgulloso entre el público.
Cuando el brillante despliegue de Sudor Marika okupó el escenario, plantándose con todos los yeites de una banda de cumbia, quedaron a la vista estos 6 años de experiencias y escenarios que abrieron camino para las cumbias disidentes y antipatriarcales. No sólo por la confianza ganada al moverse, sino y, sobre todo, por el derroche de disfrute que emanaban.
“La marca de Sudor” tiene múltiples potencias como una marca fractal que trae tanto esa capacidad desfachatada de reírse de la solemnidad impostaba de la moral, como ese despliegue de provocación ante su sola presencia, engalanando esta noche de octubre con atuendos de camisas de animal print junto al negro vinílico de las calzas. Un cambio de piel, metamorfosis animal, devenires felinos y texturados. Trae también una capacidad de afirmación del desakato hasta queerizar la guerrilla “somos guerrilla de la subversión sexual”, de subvertir las fórmulas hasta reclamar “¡reforma agraria trasnfeminista ya!”, “queremos semillas, pero no las de Monsanto” como arengaron frente al congreso ante los azorados muchachos que acompañaban el reclamo de la UTT y se veían mucho más cómodos con las chacareras que con los perreos de las disidencias sexuales. Otra vez la mirada paki que vislumbra, parpadea y se le mete una pestaña postiza en el ojo; que salta del pogo marika, de la cumbia lesbiana, del agite trans. El monopolio de las fuerzas se distribuye y confunde-conmueve también a esos que piden por la tierra, pero que no se habían cuestionado aún, quizás hasta esa noche, por la distribución de los placeres y la equidad gozosa.
Megadisco sudando y perreando, destellos kory de amores planeros y tijeras piqueteras con la fuerza movediza cien por ciento pluma que ya fracasó en el amor libre porque, en esta especie de salida de los encierros de la pandemia necesitamos hacer lugar a todas estas múltiples capas tempororespaciales que la magia bruja convoca porque desde aquella noche los cuerpos saben que el deseo es una bailanta.
Y el deseo salió de la casa, del adentro, del miedo, del protocolo, del dato, la cifra, la interioridad, el corralito y la burbuja. Los hits que sonaron desde el comienzo de la pandemia no eran bailables, ni generaban lazos, ni risas, ni afecto alegre alguno. Se vaciaron desde los teatros hasta las fábricas, y los fantasmas se multiplicaron. El deseo quedo solo, atrapado en teatros donde se repiten tragedias y dramas y, si bien alguna vez pensamos que en la fábrica se puede devenir más vital, allí también se dejó de producir, entonces, ¿dónde hay lugar para el deseo? En la bailanta y bien al Sur.
Sabemos que la fuga suele ser por el Sur, en el norte está el centro, el rostro, el patrón, el amo y el macho, todos fantasmas reales que la pandemia no logró exorcizar, al contrario, proliferaron y ahora se llaman libertarios. Otra vez miran al norte y hacen covers como si fueran raros peinados nuevos. Ellos quieren volver a los 90 como paraíso perdido, pero algunxs sabemos que no hay donde volver.
Ellos detestan la memoria, pero algunxs sabemos que en la memoria pueblan y laten gestos para inventar un porvenir. El futuro está detrás, empujándonos.
En los 90, las fábricas vaciadas por las políticas neoliberales devinieron en bailantas donde las masas desempleadas se amuchaban para compartir algo de la vitalidad que aún no habían logrado privatizar. Los cuerpos saben encontrar en medio del sinsentido, algún espacio para sentir otros afectos. Cuerpo clase media, tan zombie ella en los 90, enceguecida por ese uno a uno, entregó su vitalidad toda, a cambio de objetos de todo por dos pesos y el deme dos. Cuerpos clase baja y desempleada que, en cambio, resistió por ese beso a beso de la mona o ese pasito a pasito de Gilda. Gestos como pases mágicos que se llevaron la tristeza por una o dos noches. Esos gestos compartidos en jarras locas, en vasos enormes, en rondas danzantes, en cuartetos de cuerpos apretadísimos. Las bailantas crecieron como portales incompresibles para la clase media, pero ella en su voracidad del deme dos, también quiso bailar cumbia. Pero sin sudar, sin mezclarse, sin extraviar nada, porque ya había perdido toda conciencia de clase a cambio de espejitos importados. Cumbia de gente bien, cumbia para entretenerse.
Hijxs de toda esa clase media que pudieron quemar con la farándula berreta, el fin de la historia, las privatizaciones y los viajes a Disney, se apropian de lo mejor de esa cumbia; la de las fábricas vaciadas. Gestos que se quedaron en esas pieles y despertaron cuando otra vez sonaron los estribillos del individualismo, de menos estado, del derrame, del dios mercado, de la meritocracia.
La vuelta del neoliberalismo y la pandemia, como su hija pródiga, ha vaciado otra vez las fábricas y quiso volver a privatizar el deseo, pero no saben que a algunxs creyentes de la Santa Gilda, lxs une la memoria colectiva, impersonal, ancestral. Esa que sabe que el Deseo es una bailanta, ni personal, ni individual, ni interior. Colectivo, multitudinario, anónimo, heterogéneo, expansivo y cumbiero.
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