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Foto del escritorRevista Adynata

Gladis Cáceres. Esbozo de una vida viva / Oriana Seccia

Actualizado: 5 ene 2021

Gladis nació en Villa Berthet, Chaco. Hace más de 25 años vive en Buenos Aires, en Merlo. En este libro se cuenta una versión de su historia: su niñez de temprano trabajo y joven adultez, su vida en pareja y la experiencia de la maternidad, difícil. Y los rebusques, ingeniosos, por el mango. También se narra el encuentro entre dos lenguajes: el de Gladis y el mío, pero también los cruces incómodos entre la sociología y la literatura, lo pasado y lo posible, lo singular de una vida y sus puntos de roce con condiciones que marcan a muchas vidas en conjunto: Gladis pertenece también a una clase social vapuleada, es mujer, y sus saberes no se enseñan en ninguna universidad. En este libro se los cuenta como un secreto que sólo pide una condición para ser revelado: una lectura o, mejor, una exposición a lo cercano desconocido.


Este libro nació en verano. No creo ser su madre (por suerte los libros escapan a la legalidad familiar) pero sí puedo contar algo de sus remotos orígenes. Corría el enero de 2017, Macri probablemente estaba de vacaciones, pero su influjo pesaba, de todos modos, en las dificultades crecientes de muchas personas para llegar a fin de mes, mientras esa misma carencia se hacía verano en Punta en otros bolsillos. Por mi parte, había perdido un gran amor, y estaba intentando darle forma a mi incomodidad con la sociología, viendo si la literatura me podía ayudar. Gracias a dos amigos, Mauro y Javier, tengo la suerte de conocerla a Gladis. En un asado –precisamente el del cumpleaños de Javier–, Mauro me cuenta que en un Centro de Integración Comunitario¹ de Merlo una señora le había contado una historia increíble. Hoy no recuerdo con nitidez si el relato vino como respuesta a mis inquietudes, o si apareció por azar, abriendo la ocasión para darles cauce. En ese momento, me encontraba intentando responder una pregunta simple y espinosa, que había llegado a mí desde nombres como Marx y Adorno: ¿por qué los hombres perpetúan su sufrimiento? Claro, no todo el sufrimiento es evitable, pero hay una parte importante que sí podría serlo, justamente a partir de esa invención con la que los hombres apuntan, en sus mejores expresiones, a la consecución de la felicidad: la política. Sumergida en esa pregunta, había leído varios intentos de respuesta a lo largo de los años, algunos desde la sociología, otros desde la economía y la filosofía. Sin embargo, encontraba que esos registros eran la mayoría de las veces expulsivos respecto de las verdades que encerraban, es decir, alejaban por su escritura a todos aquellos que no estuvieran convencidos de antemano de las virtudes de la ciencia. Yo quería intentar algo distinto, una variación, y creía que recuperar algo del registro de la literatura era crucial para llegar a una escritura que hiciera pensar, pero también sentir; incluso hacer sentir aquello que uno nunca podrá experienciar en carne propia pero que, empero, le sucede a aquellos con quienes compartimos el mundo y sin quienes tampoco podríamos vivir.

Pero todas estas preguntas tal vez hubieran quedado en el tintero de lo que nunca pasó a papel a no ser que la vida de Gladis se cruzara con la mía. Ese encuentro tomó a Gladis en una encrucijada precisa de su vida, en el borde de dejar de ser solo madre para intentar ser mujer de un nuevo modo; la encontró meciéndose en el trampolín de lo que ella misma llama “sentirse libre”.

Un día de enero, en el Centro de Integración Comunitario de Ferrari, en la localidad de Merlo, Gladis me cautivó con sus historias. De los encuentros reiterados que tuvimos desde ese momento, del 2017 al 2019, surge este libro. De la extrañeza de reflejarse pero también refractarse en la historia de otro: estar muy cerca viviendo en la propia piel la vivencia ajena y, tres palabras más tarde, experimentar el propio cuerpo como una realidad tan real como una cárcel, donde la vida de otro es eso que queda del otro lado de la pared. Esas paredes, muchas veces, se llamaron para mí “clase social”; en su diluirse, creí intuir algo que se contornea entre las palabras amistad, empatía, política.

Pero algún lector aguzado en las Ciencias Sociales podría preguntarse: ¿por qué contar justo esta historia, la de la vida de Gladis? ¿Por su carácter representativo? Sí y no. La vida de Gladis comparte muchos rasgos en común con las de las personas pobres de Villa Berthet, las de la provincia de Chaco, e incluso con las de los sectores populares del Conurbano bonaerense, donde ahora vive: su bajo nivel de instrucción, su trayectoria laboral heteróclita y precaria, siempre en busca del mango, con trabajos en negro, o sus hazañas imposibles por los hospitales públicos para acceder a derechos básicos. Podríamos situar en una distribución estadística las condiciones de su vivienda, el nivel educativo alcanzado por los padres, la esperanza de vida, la cantidad de miembros de los que se compone su hogar, por nombrar algunas, y la vida de Gladis podría ser la de cualquier pobre en Argentina: acorde a lo informado por el INDEC sobre la distribución de la pobreza e indigencia en el 2018, las condiciones de vida de Gladis son las mismas que las del 30% de la población: su historia es la de 1 de cada 3 personas. En ese sentido, parte de la motivación de este relato sería hacer visible, a partir de las peripecias de la vida cotidiana de una persona, qué significa que casi el 40% de la población argentina no tenga cobertura de salud². En este sentido, su historia permitiría hacer carne las relaciones que suponen las distribuciones estadísticas, que en su modo de exposición parecen muy abstractas, pero que realmente son muy concretas. No obstante, hacer solo eso con el relato de Gladis sería dejar de lado todo lo que Gladis no comparte con su lugar de origen; sería borrar todas sus singularidades, todo el lento y obstinado trabajo con el que le dio forma a su persona, todas las marcas que la apartan del modo en que, por ejemplo, muchos de sus hermanos y hermanas se desenvolvieron desde un mismo hogar. Tanto para hacer visibles las complejas relaciones sociales que median constantemente la experiencia cotidiana e inmediata como también para dar con esas ecceidades y resistencias en acto de Gladis, la literatura parece ofrecer una textualidad más hospitalaria que la de la prosa (también prisa) analítica de la sociología. Al lector le quedará estimar cuánto de eso quedará logrado con esta escritura que quiere aventurarse en el curso de un río delimitado por dos orillas: la de la sociología y la literatura, la de la generalidad y la singularidad. Y no es solo entre disciplinas que se buscará un punto de apoyo inestable, sino también entre modos de nombrar la diferencia. Mi mundo social no es el de Gladis: no viví sus privaciones, ni compartí sus fiestas al son del chamamé. Si hay algo de genuino interés en las ciencias sociales por el Otro uno de sus grandes temas, ello no debería agotarse en un rodeo para comprender la propia identidad social, ni en una folklórica enumeración de las simpáticas diferencias culturales de los otros, mediante una taxonomía que muy fácilmente asume la diferencia del otro, para poder no tener nada que ver con él. En el curso de este río, uno de los cantos de sirenas más perniciosos puede ser la adoración culturalista de los saberes y modos de expresión e interpretación de Gladis, es decir, asumir un culturalismo que borre que esos saberes y modos son oprimidos, no legítimos, las marcas por las cuales son reconocidos como sustrato de dominio ésos a los que se le dirigen miradas de desprecio por ser pobres y tener modos de pobre, una vez pasado el canal del bazar antropológico, por saberes que borran sus propios rasgos idiosincráticos para postularse como saberes a secas.

Alguien dijo que se escribe para perder el rostro. Sin dudas escuchar es parte de esa búsqueda, para dar con las lágrimas que perdió el llanto, y que quizá aparecen si se comparte, con ganas, la historia de una vida. Con suerte, acaso ella haga reverberar lo que Marx señaló como nuevo imperativo categórico: “ echar por tierra todas las relaciones en que el ser humano es un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable"3


Fragmentos del libro Gladis Cáceres. Esbozo de una vida viva (Tocoymevoy Ediciones, 2019)



NOTAS

1 Instituciones públicas dependientes del Ministerio de Desarrollo Social. En los distintos municipios de la Provincia de Buenos Aires, generalmente suelen funcionar como sedes del Programa Envión, como Salas de Atención Primaria en Salud, y como Centros de Desarrollo Infantil (CDI).

2 Elaboración propia a partir del Censo Nacional del INDEC del 2010.

3 Karl Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, “Introducción” (Grijalbo, 1967 [1844]).



Francisca Oyhanarte. "Bhutam Klan". Collage 16 x 16 pulgadas.

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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