Desempolvo los cuadernos
crayones que disienten sin pensarlo ni planearlo
de todas las normas.
Me asfixian las sentencias
de la seño que me dice lo que puedo o no hacer
por ser mujer.
No soy, no soy, no soy
no soy, no soy
Hoy
solo quiero estar,
estar con vos
que también jugás al fútbol
como yo.
No soy, no soy, no soy
no soy, no soy
Hoy
solo quiero estar,
estar con vos
que en el parque disfrutas de ir de la mano
con tu amiga.
No soy, no soy, no soy
no soy, no soy
Hoy
solo quiero estar,
estar con vos
que también bailás Madonna
como yo.
No soy, no soy, no soy
no soy, no soy.
Hoy
solo quiero estar,
estar con vos
que en aula disfrutas de darle el lápiz
a tu amigo.
Una canción que nació cuando escribía esto.
Un carnaval de colores
Sucedió un domingo de verano del año dos mil veinte en una de esas visitas familiares periódicas. Después de comer, la madre deja sobre la mesa los cuadernos de la primaria de las criaturas que ahijó. Una de ellas, hoy humanx adultx, hurga en esas páginas con entusiasmo, al acecho de alguna afirmación simpática o un dibujo curioso que invite a ser enseñado y comentado con otrxs.
Podría decirse que esa criatura que escribe y dibuja en el noventa y cinco y el noventa y seis no es la que roza con las yemas de los dedos esas mismas hojas ya algo amarillentas y levemente ajadas. Lo llamativo es que en ese viaje a otro tiempo encuentra un espejo que refleja cierta chispa que fulgura en estos días; en aquel tiempo, que también es ese, encuentra algo de eso que con el correr de los días se a veces se ahoga en la costumbre, o se apaga por la normalización.
En los cuadernos desempolvados la sirenita quiere caminar. Se fabulan mundos posibles; la imaginación se desparrama sin pedir permiso. Un genio que vive fuera de la lámpara monta a caballo con un amigo jinete; Batman es una viejita con canas; un jazmín se casa con un caracol. Romeo y Julieta se enamoran en Cancún, después de escaparse del teatro en el que ya venían actuando desde hace siglos y los tenía bien podridxs; el presidente Men*m se calza una bombacha y sale en tetas y tacos a saludar a todxs desde el balcón de la Casa Rosada, y todo esto antes de casarse con un diputado y vivir felices para siempre.
En las historias, Juan juega al fútbol, Juan trepa a un árbol, Juan anda en patineta, Juan rapea en la playa, Juan besa, Juan ama, Juan se divierte. Juan es el nombre que condensa todo eso a lo que tal vez esa criatura asignada con un nombre “de mujer” no puede acceder tan fácilmente.
No imagina vestidos ni tacos que entorpezcan la exploración de las alturas a las que los árboles invitan. Jugar a la pelota, estar en cortos, imaginar otros mundos posibles; impugnar, sin proponérselo, las violentas asignaciones de género.
Aunque la insolencia de la imaginación no sólo desafíe las rigideces de los géneros, esa disrupción es particularmente preciosa. Esa insolencia es la de una materia pujante que no aprendió aún a hablar el idioma de la Ley.
Un nombre es cárcel y abrazo; y es, también, la prescripción de una performance de género que para algunas criaturas resulta insoportablemente incómoda.
La escuela garantiza que ese nombre y ese género se incrusten en los cueros, se vuelvan costumbre. En algún momento la criatura bautizada con ese nombre se adaptó a esa asignación.
¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo fue que la normalización se declaró exitosa? En cada palabra heterocisexisesclavizante que pronunciaron lxs adultxs que fue embebiendo con miedo, exigencias y prohibiciones a esa sensibilidad curiosa.
La criatura dibuja zapatillas mágicas para escaparse de uno de los dispositivos de normalización más efectivos de la modernidad: la escuela.
Imagina un paracaídas para irse volando cuando hay prueba, luces traseras para que vengan ideas, resortes para escapar del colegio y cordones de lápices para poder escribir.
¿Cómo sería nacer con un nombre provisorio? Que realmente funcione así, que exista ese cuidado al momento de convidar un nombre a una existencia que viene al mundo. Que la criatura que inventa zapatillas con resortes para escapar del colegio pueda decidir cómo nombrarse; inventar palabras provisorias que acompañen el vivir. Que pueda haber lugar para las vidas que nazcan. Porque no es vida tener que servir a la normalidad, a la obediencia, a la resignación.
Hojea los cuadernos mientras recuerda la censura a un examen de cuarto grado que adornó con los lápices de colores que llevaba en la mochila. Entregó esa obra de arte con entusiasmo, esperando una felicitación; algunas palabras tiernas que alentaran esa apuesta pomposa. Sin embargo, recibió una cruel sentencia que hace trizas la ilusión: “Esto es una prueba, no un carnaval de colores”. La nota al borde de la hoja no fue suficiente para dar por concretada la tarea de domesticación. La maestra creyó necesario retenerle justo en el momento en el que sonaba el timbre que anunciaba el recreo para dar un sermón extra. Un refuerzo, para asegurarse el éxito. ¡Esto es una prueba, no un carnaval de colores!
La tribuna grita que es necesario sentar cabeza; si alguien se pasa demasiado tiempo haciendo nada, sentencia que la vida no es eso. Eso dicen lxs amantes de la servidumbre y la costumbre.
Lo que no es vida es esta normalidad.
La vida no baila con las normalidades.
Esta humanidad es enemiga de la vida. Por eso es que queremos ver qué pasa si desertamos de este acuerdo nefasto; si dejamos de rendirle tributos a los manuales que han sostenido el guión de estas vidas miserables.
¿Cuál es la urgencia? Todas las crueldades que crecen alrededor. Las vidas que resultan invivibles. Hablo de toda la comunidad de lxs vivientes.
Urge pensar cómo horadar las certezas que sostienen a esta civilización. Narrar, también, aquellos momentos tal vez parpadeantes en los que se pone en juego la traición a unx mismx. Como escribe la poeta Marie Gouiric: “Dicen que la gente no cambia / Sin embargo yo escuché hacer / a mi padre silencio / y preguntarme podés mostrarme / cómo lo hacés, así aprendo. / Y decir esto que voy a decirte / va a dolerte (…)”.
Para Susy Shock, su maestra de primer y segundo grado fue un salvavidas. Dice que la seño era también travesti aunque no se autopercibiera travesti. Era género zapatilla, o género zapatilla mágica. Existir travesti, raritx, cuir –tal como lo piensa Susy– tal vez tenga menos que ver con la afirmación de una identidad inmutable que con una manera de estar en el mundo: invitando a ese otro cuaderno, a esa otra posibilidad de vida que puede abrirse paso aún cuando pareciera que nada más fuera a brotar de aquella tierra yerma, tan dañada, tan sequita.
Sobre el final de Crianzas (2014), Susy la recuerda y le agradece, a ella, a su seño de primer y segundo grado:
“(…) yo también necesito nombrarte, querida Seño, porque vos que eras abuela y pecosa toda colorada y bien bajita y usabas anteojos como los que a mí me tocó usar en esos mismos años, también nos marcaste de una manera definitiva, como cuando llamaste a nuestrxs padres y madres a una reunión y les dijiste que no nos ibas a enseñar solo lo que la currícula te exigía hacer, porque si lo hacías nos íbamos ‘a secar’, así dijiste. Y entonces nos propusiste que tuviéramos ‘otro cuaderno’ en el que aprender otras cosas. Con total firmeza esxs niñitos y niñitas que éramos lo escondíamos con rapidez y disimulo, y poníamos en su lugar el ‘cuaderno oficial’ cada vez que alguien ajeno al nido de nuestra aula aparecía, porque nadie debía saberlo, nadie debía encontrarlo y entonces nos enseñaste a defendernos también de ese posible censor a nuestra aventura… Muchos años después, les pregunté a ex compañerxs qué era lo que hacíamos en ese ‘otro cuaderno’ y nadie se acordaba con precisión. Solo sé que, gracias a vos, sé, y sabemos muchxs, que existe siempre otro cuaderno en donde escribir… Por eso te quiero agradecer, ‘yo, primer hijo de la madre que después fui…’, te lo agradezco porque también te tuve para poder desplegar las alas…”
La seño sabe que una de las condiciones de posibilidad de esa picardía que da aire es la complicidad. Sabe, también, que es preciso custodiar la suavidad de los días; rehusarse a secarse en vida y caer como árbol muerto a los pies de un mundo arrasado. Sabe que es preciso probar vivir de otras maneras; ver qué pasa cuando, también a veces sin proponérnoslo, traicionamos la angosta fórmula de unx mismx.
Alguien dijo: ¡no voy a dejar mis convicciones en la puerta de la casa rosada!
Digamos: ¡no vamos a dejar los crayones de colores en la puerta de la escuela!
Aunque sólo suene a aullido que sabe que no hay modo de cortar de una vez y para siempre la inercia de la domesticada carne que se arrastra sin sentirlo hace milenios. Lo digamos, lo gritemos. Quedémonos un rato a ver si nace, de ese grito, una ilusión.
Hay heridas que siguen punzando y no hay vanguardia que pueda salvarnos de los chirridos que lanza lo acontecido desde los pliegues de la piel.
Tal vez podamos, sí, hacer bailar la pena y garabatear otros cuadernos.
El día que descubrí que el teclado de la computadora podía ser también un instrumento de percusión, empecé a querer el trazo. Te deseo lo mismo: que un abrazo llegue cuando veas que es posible sacarle un sonido al daño.
GRAFÍA
FELTREZ, Rocío, 1995/1996. Cuadernos de primer y segundo grado.
GOUIRIC, Marie, 2020. Fragmento de una poesía compartida en facebook el 18 de octubre de 2020.
SHOCK, Susy, 2014. Crianzas. Historias para crecer en toda la diversidad. Editorial Muchas Nueces. Buenos Aires, 2016.
Veky Power: "El mago" del tarot "X encima de todx"
Instagram: @veky.power
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