La piedra
Para conocer la poesía
comienza por elegir
un lugar no habitual
cercano a una laguna o río
donde puedas lavar tu rostro
con gracia de niño
donde el suelo sea de arena para dibujar
una palabra
digamos piedra
después recogerás la piedra y con ella
defenderás la vida
esa noche la poesía dormirá contigo.
Vicente Zito Lema
Una invitación también puede devenir un viaje en el tiempo. Si bien, nunca sabemos, de antemano, a qué tiempos -como la hermosa fantaciencia nos ha enseñado- viajar con la confianza de las amistades garantiza la amabilidad del viaje.
Volver a disfrutar de una obra del taller de mimo Adentro y Afuera del Frente de Artistas del Borda: “Historias incendiándose en el aire”. Volver a abrir por unas horas un adentro que decide interpelarse con un afuera que se cree estar allí. Volver a estar en un pliegue de fuerzas que acompasan potencias que estallan sentidos.
Un frío que decide un fuego.
Un fuego que se busca compartido pero que se amarroca como un baile, un abrazo, una idea, una mirada, un billete.
Un tiempo que se disloca: el pasado puede estar adelante. El futuro sentirse como atrás. El ritmo de las agujas, eternos y pasajeros. Agujas que acusan, obedecen, obligan, señalan, menosprecian.
Tiempos conocidos y desconocidos al mismo tiempo.
Quizás, estas simultaneidades de lo insoportable estén tramando este presente en el que estamos. Quizás, estas necesidades de retener un poquito más esos ardores que nos entusiasman, hagan también a estas tramas vitales en las que andamos.
Quizás no, y nuevamente las pesadeces urbanas nublen y centralicen los pensamientos que nos piensan.
En el taller de Mimo vienen construyendo -y lo saben- contra los centralismos y los personalismos desde hace muchísimos años. Éstos no sólo desaparecen y mutan en las distintas escenas, sino también en las diferentes obras que han parido.
Nos encontramos con múltiples protagonistas que entran y salen en cada acto, que se constituyen y se diluyen con el pasar de las escenas (y de las obras). Y desatan un semillero de dudas: ¿quién o quiénes protagonizan los actos? ¿el reloj o el ritmo marcado por la música o los cuerpos que ven pasar y transmiten la pesadez del tiempo o la muchachita paseando un perro o los cuerpos detenidos en esa plaza o el jefe tan jefe, tan extractivista y explotador o la carretilla insurgente o la rayuela, la piedra, la soga, el fuego? ¿o eso que sentimos expectantes? Quizás todo y además más y otra cosa.
Volver a estar espectadora, en el Borda. Reiterar la calidez de aquellos-estos abrazos en el frío tan frío de este invierno patrio, tan patrio. Volver a disfrutar de las irrupciones ocurrentes que las patologías siguen pretendiendo atrapar, reducir, medicar, encerrar.
Dicen que varios otros espectadores también husmeaban por ahí. Andaban unos anteojos gruesos y negros que enmarcaban unos expresivos ojos negros sonrientes. Se escuchaban unos murmullos arrugados haciendo reverencias y bendiciendo a quien pasara cerca. Unas largas barbas blancas se paseaban orondas, como antes, como siempre. Y unos poetas -malditos y entrañables- que se conocieron allí y se reencontraron en el viento, hace ya un par de años. Y también estuvo, esta vez actuando ya no coordinando, esa calidez tan inmensa como sabionda que - dicen- aportó, con la suavidad de unos pétalos de sal, los trinos de unos pajaritos justito al finalizar una escena.
¿Las vibraciones de este preestreno también quedarán latiendo entre esas paredes, en esos jardines?. ¿Cómo se miden en los relojes vitales 40 años?
Y allí anduvimos, otra vez, con las hijas y las canas crecidas, expectantes, conmovidxs, entre asaltos de risas, sorpresas y conmociones, atentxs y desentendidxs, entre atracciones y distracciones, buscando fuegos y buscando, también, ganas de que todo se encienda alguna vez, otra vez en el aire, entre historias.
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