El arte de pensar sin riesgos. Si no fuese por los caminos de emoción adonde el pensamiento conduce, el pensar ya se habría catalogado como uno de los modos de divertirse. No se invita a los amigos al juego a causa de la ceremonia que se cumple al pensar. El mejor modo es invitar sólo a una visita, y, como quien nada pide, pensar juntos, con el disimulo de las palabras.
Esto, en tanto juego liviano. Pues para pensar en profundidad —quemes el máximo grado del hobby— es necesario estar solo. Porque entregarse a pensar es una gran emoción, y solamente se tiene el valor de pensar delante de otro cuando la confianza es tan grande que no hay inhibición en usar, de ser necesario, la palabra otro. Además se exige mucho de quien nos ve pensar: que tenga un corazón grande, amor, cariño, y la experiencia de haberse entregado también a pensar. Se exige tanto de quien oye las palabras y los silencios —como se exigiría en el sentir. No, no es cierto. En el sentir se exige más.
Bueno, pero, en cuanto al pensar como diversión, la ausencia de riesgos lo pone al alcance de todos. Algún riesgo existe, es claro. Se juega y se puede salir con el corazón ensombrecido. Pero por lo general, si se toman los recaudos intuitivos, no hay peligro.
Como hobby, presenta la ventaja de ser por excelencia transportable. Aunque en el seno del aire sea aún mejor, a mi ver. En ciertas horas de la tarde, por ejemplo, cuando la casa llena de luz más parece vaciada por la luz, mientras la ciudad entera se estremece trabajando y sólo nosotros trabajamos en casa pero nadie lo sabe —en esas horas en que la dignidad se reharía si contáramos con un taller de arreglos o una sala de costura—, en esas horas: se piensa. Así: se empieza desde el punto exacto donde uno se encuentre, aunque no sea por la tarde; sólo por la noche no lo aconsejo. Una vez por ejemplo —en el tiempo en que mandábamos la ropa a lavar afuera— estaba yo haciendo la lista. Tal vez por el hábito de poner título o por unas súbitas ganas de tener un cuaderno prolijo como en la escuela, escribí: lista de… Y fue en ese instante cuando aparecieron las ganas de no ser seria.
Es ésta la primera señal del animus brincandi, en materia de pensar —como hobby. Y escribí aguda: lista de sentimientos. Lo que quería decir con esto tuve que dejarlo para más adelante —señal de que estaba en el camino correcto y que no me afligía por no entender; la actitud debe ser: no se pierde por esperar, no se pierde por no entender.
Entonces empecé una listita de sentimientos de los cuales no sé el nombre. Si recibo un regalo hecho con cariño por una persona que no quiero, ¿cómo se llama lo que siento? La falta que se siente de una persona que ya no queremos, ese dolor y ese rencor, ¿cómo se llaman? Estar ocupada y de pronto detenerme por haber sido invadida por una súbita indolencia dulcificadora y venturosa, como si una luz de milagro hubiese entrado en la sala: ¿cómo se llama lo que se ha sentido? Pero debo aclarar. A veces se empieza a jugar a pensar, y he aquí que inesperadamente es el juguete el que empieza a jugar con nosotros. No es bueno. Es sólo fructífero.
Fuente: Lispector, Clarice (1967). Jugar a pensar. En Revelaciones de un mundo. Selección de textos, presentación, revisión y notas de Amalia Sato. Editorial Adriana Hidalgo. Buenos Aires, 2005.
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