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Foto del escritorRevista Adynata

Juntarnos / Fernando Ceballos

Su fortaleza le hizo resistir todo este tiempo. Su juventud la sostuvo en esa lucha desigual contra lo desconocido. Me la imagino esquivando el miedo y siguiendo. Me la imagino cuidando de no agravarse para no preocupar a sus colegas. Me la imagino saltando grietas enormes para no caerse en el precipicio. Y también me imagino a esos compañeros y compañeras que hoy la tuvieron que desconectar. Capaz dentro de la maroma del trabajo incesante no se pudieron detener un poco a sostener esa imagen, esa escena.

Pero si era joven. Si no tenía ninguna enfermedad. Tal vez la única enfermedad que haya tenido es trabajar 16 horas diarias desde hacía mucho tiempo. Algo que te va carcomiendo de a poco y te chupa las energías de la juventud. ¿Hasta dónde aguanta un cuerpo cansado? Como la precarización precariza nuestras defensas.

Algunos tal vez se vieron allí y se ven allí. Algunos tal vez manteniendo la entereza siguieron el turno como pudieron. Algunos tal vez quedaron con su mente en blanco buscando explicaciones. Otros tal vez quedaron paralizados y al llegar a sus casas y ver a los suyos dormir valoraron esa nimiedad que la voracidad de los días no te dejan ver. Otros tal vez se cubren del “amianto” de la frialdad y seguirán defendiéndose como puedan de esa tremenda situación. Otros tal vez lloraron y lloraron de impotencia, de miedo, de frustración por no poder evitar el desenlace. Algunos quizás se estremecieron hasta las tripas intentando hacer lo mejor que pudieron. Otros aturdidos todavía por la linealidad del monitor, seguirán mañana la rutina.

¿Cómo queda una persona después de semejante tarea? ¿Cómo queda ese trabajador y esa trabajadora de la salud después de ver morir a una compañera? Es imposible no pensar en uno. No se puede no pensar que uno puede estar allí. Y con esto no quiero ser fatalista, ni alarmista, ni tremendista, ni amarillo. Es cierto. Seguro muchos a lo largo del mundo han visto este acontecimiento. El tema ahora, más allá del temor al contagio, es como seguir. Porque hay que seguir. Porque somos los que estamos ahí para cuidar al que está sufriendo. Somos esos que estamos allí trabajando con el sufrimiento del otro. Somos profesionales, pero somos seres humanos. Sufrimos, nos agotamos, nos enojamos, nos desahuciamos, nos alegramos, nos sorprendemos, nos angustiamos también.

¿Quién puede hablar después de todo esto? ¿Quién quiere hablar después de todo esto? ¿Quién suelta la lengua ahora? Es ahora cuando los espacios de escucha deberían pulular por el hospital. A la mañana, a la tarde, a la noche. Hablar, necesitamos hablarlo, para que no se instale como mortífero en nuestro cuerpo. Ese que hoy tiene que seguir en un nuevo turno, intacto. O casi. Pararnos un momento. Mirarnos un momento. Escucharnos un momento. No se trata de seguir poniendo el pecho a lo macho. Eso no sirve para nada. Tenemos que tener espacios para desahogarnos. Siempre los tuvimos que tener. Pero ahora más que nunca. Y hoy más que nunca. Espacios que nos junten después de semejante estampida. Espacios que nos ayuden a encontrarnos en la palabra, en el dolor, en el miedo, pero también en la propuesta. No queremos que Ivana sea una simple estadística de un caso más, porque para los trabajadores y trabajadoras de la salud no fue un caso más que engrosa la lista que se da cada día a las 20 horas.

Les pedimos a las autoridades del hospital que por un momento dejen sus tronos, sus mezquinos intereses, sus incontables peleas inútiles, sus desaires a los que ponen el cuerpo y el alma, sus arrogancias de poder que intentan someternos, y nos escuchen.

No queremos ese falso reconocimiento patronal de héroes. Ese reconocimiento es parte del sistema para que todo siga igual. También creo que el reconocimiento nunca llegará si solo es económico, ese es un artilugio más del modelo que nos quiere subalternizados, precarizados y dóciles, y nos tiran migajas.

El reconocimiento sólo llegará desde nosotros mismos hacia nosotros mismos. Ese es el primer reconocimiento más elemental. Porque ese reconocimiento nos dará la potencia necesaria para estar atentos a atropellos, abusos, ninguneos, soberbias.

Hoy lo que adquiere un sentido primordial y político es como hacemos para estar juntos en las instituciones de salud. Porque si hay algo que ha demostrado esta pandemia es, además del grado de deficiencia en la gestión y los modelos de atención, que no nos encontramos, que estamos desperdigados desperdiciando energías con pequeñeces.

Juntarnos es lo único que nos ayudará a sobrellevar esta tragedia y también a gestar otros horizontes más solidarios, más insurgentes, más del cuidado, más nuestros.


Pancartas Grupo Escombros, 1988



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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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