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La escritura del desastre (fragmentos) / Maurice Blanchot

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • 2 abr
  • 7 Min. de lectura

• El desastre lo arruina todo, dejando todo como estaba. No alcanza a tal o cual, «yo» no estoy bajo su amenaza. En la medida en que, preservado, dejado de lado, me amenaza el desastre, amenaza en mí lo que está fuera de mí, alguien que no soy yo me vuelve pasivamente otro. No hay alcance por el desastre. Fuera de alcance está aquél a quien amenaza, no cabría decir si de cerca o de lejos -en cierto modo el infinito de la amenaza ha roto todos los límites. Estamos al borde del desastre sin poder ubicarlo en el porvenir: más bien es siempre pasado y, no obstante, estamos al borde o bajo la amenaza, formulaciones éstas que implicarían el porvenir si el desastre no fuese lo que no viene, lo que detuvo cualquier venida. Pensar el desastre (suponiendo que sea posible, y no lo es en la medida en que presentimos que el desastre es el pensamiento), es ya no tener más porvenir para pensarlo.


El desastre está separado, es lo más separado que hay.


Cuando sobreviene el desastre, no viene. El desastre es su propia inminencia, pero, ya que el futuro, tal como lo concebimos en el orden del tiempo vivido, pertenece al desastre -éste siempre lo tiene sustraído o disuadido- no hay porvenir para el desastre, como no hay tiempo ni espacio en los que se cumpla.


No cree en el desastre, no cabe creer en él, vivase o muérase.

Ninguna fe que esté a la altura y, al mismo tiempo, una especie de desinterés, desinteresado por el desastre. Noche, noche blanca —así es el desastre, esa noche a la que falta la oscuridad, sin que la luz la despeje.


• El círculo, al desplegarse sobre una recta rigurosamente prolongada, vuelve a formar un círculo eternamente desprovisto de centro.


• La «falsa» unidad, el simulacro de unidad comprometen a ésta más que su encausamiento directo, el cual, por lo demás, es imposible.


• ¿Escribir será, en el libro, volverse legible para todos y, para sí mismo, indescifrable? (¿Ya no lo dijo Jabés?)


• Si el desastre significa estar separado de la estrella (el ocaso que señala el extravío cuando se interrumpió la relación con el albur de arriba), asimismo indica la caída bajo la necesidad desastrosa. ¿Sera la ley el desastre, la ley suprema o extrema, lo excesivo no codificable de la ley: aquello a que estamos destinados sin que nos concierna? El desastre no nos contempla, es lo ilimitado sin contemplación, lo que no cabe medir en términos de fracaso ni como pérdida pura y simple.


Nada le basta al desastre; lo cual quiere decir que, así como no le conviene la destrucción en su pureza de ruina, tampoco puede marcar sus límites la idea de totalidad: todas las cosas afectadas o destruidas, los dioses y los hombres devueltos a la ausencia, la nada en lugar de todo, es demasiado y demasiado poco. El desastre no es mayúsculo, tal ver hace vana la muerte, no se superpone, aunque lo supla, al intervalo del morir. A veces el morir nos da (sin razón probablemente) el sentimiento de que, si muriésemos, escaparíamos del desastre, y no el de entregarnos a él -por eso la ilusión de que el suicidio libera (pero la conciencia de la ilusión no disipa la ilusión, no nos aparta de ella). El desastre, cuyo color negro habría que atenuar —reforzándolo—, nos expone a cierta idea de la pasividad. Somos pasivos respecto del desastre, pero quizás el desastre sea la pasividad y, como tal, pasado y siempre pasado.


El desastre cuida de todo.


• El desastre: no el pensamiento vuelto loco, ni tal vez siquiera el pensamiento en tanto que lleva siempre su locura.


• El desastre, al quitarnos el refugio que es el pensamiento de la muerte, al disuadirnos de lo trágico o de lo catastrófico, al desinteresarnos de todo querer como de cualquier movimiento interior, tampoco nos permite jugar con esta pregunta: ¿Qué hiciste por el conocimiento del desastre?


• El desastre está del lado del olvido; el olvido sin memoria, el retraimiento inmóvil de lo que no ha sido trazado —lo inmemorial quizás: recordar por olvido, el afuera de nuevo.


• «¿Sufriste por el conocimiento?» Esto nos pregunta Nietzsche, siempre y cuando no haya confusión con la palabra sufrimiento: el padecer, el «paso» de lo enteramente pasivo, sustraído a cualquier visión, a cualquier conocimiento. A menos que el conocimiento, siendo conocimiento no del desastre, sino como desastre y por desastre, nos transporte, nos deporte, golpeados por él, aunque no toca-dos, enfrentados a la ignorancia de lo desconocido, así olvidando sin cesar.


• El desastre, preocupación por lo ínfimo, soberanía de lo accidental. Esto nos deja reconocer que el olvido no es negación o que la negación no viene después de la afirmación (afirmación negada), sino que está relacionada con lo más antiguo, lo que vendría desde el fondo de los tiempos sin haber sido dado jamás.


• Cierto es que, respecto del desastre, se muere demasiado tarde. Pero esto no nos disuade de morir, sino que nos invita, escapando del tiempo en que siempre es demasiado tarde, a soportar la muerte inoportuna, sin relación con nada más que el desastre como regreso.


• Nunca decepcionado, no por falta de decepción, sino porque la decepción es siempre insuficiente.


• No diré que el desastre es absoluto: por el contrario, desorienta lo absoluto, va y viene, desconcierto nómada, sin embargo con la brusquedad insensible pero intensa de lo exterior, como una resolución irresistible o imprevista que nos llegase desde el más allá de la decisión.


• Leer, escribir, tal como se vive bajo la vigilancia del desastre: expuesto a la pasividad fuera de pasión. La exaltación del olvido.

No eres tú quien hablará; deja que el desastre hable en ti, aunque sea por olvido o por silencio.


• El desastre ya ha superado el peligro, aun cuando se está bajo la amenaza de —. El rasgo del desastre es que siempre uno está solamente bajo su amenaza y, como tal, es superación del peligro.


• Pensar sería nombrar (llamar) el desastre como segunda intención, pensamiento de trastienda.

No sé cómo llegué a esto, pero puede que llegue al pensamiento que conduce a mantenerse a distancia del pensamiento; porque esto da: la distancia. Mas ir hasta el final del pensamiento (bajo la especie de este pensamiento del final, del borde) ¿acaso es posible sin cambiar de pensamiento? Por eso, esta conminación: no cambies de pensamiento, repítelo, si puedes.


• El desastre es el don, da el desastre: es como si traspasara el ser y el no ser. No es advenimiento (lo propio de lo que ocurre) —aquello no ocurre, de modo que ni siquiera alcanzo este pensamiento, salvo sin saber, sin la apropiación de un saber. O bien ¿será advenimiento de lo que no ocurre, de lo que se da sin ocurrencia, fuera de ser, y como por derivación? ¿El desastre póstumo?


• No pensar: esto, sin recato, con exceso, en la fuga pánica del pensamiento.


° Se decía a si mismo: no te matarás, tu suicidio te antecede. O bien: muere no apto para morir.


• El espacio sin límite de un sol que atestiguara no a favor del día, sino a favor de la noche libre de estrellas, noche múltiple.


• «Conoce cuál es el ritmo que lleva a los hombres» (Arquíloco). Ritmo o lenguaje. Prometeo: «En este ritmo, estoy atrapado». ¿Qué sucede con el ritmo? Peligro del enigma del ritmo.


• «A menos que exista en la mente de quien soñara a los humanos hasta sí mismo nada más que una cuenta exacta de puros motivos rítmicos del ser, que son sus reconocibles signos». (Mallarmé)


• El desastre no es sombrío, liberaría de todo si pudiese relacionarse con alguien, se le conocería en términos de lenguaje y al término de un lenguaje por una gaya ciencia. Pero el desastre es desconocido, el nombre desconocido que, dentro del propio pensamiento, se da a lo que nos disuade de ser pensado, alejándonos por la proximidad. Uno está solo para exponerse al pensamiento del desastre que deshace la soledad y rebasa cualquier pensamiento, en tanto afirmación intensa, silenciosa y desastrosa de lo exterior.


• Una repetición no religiosa, sin pesar ni nostalgia, regreso no deseado; entonces ¿no será el desastre repetición, afirmación de la singularidad de lo extremo? El desastre o lo no verificable, lo impropio.


• No hay soledad si ésta no deshace la soledad para exponer lo solo al afuera múltiple.


• El olvido inmóvil (memoria de lo inmemorable): así se des-escribe el desastre sin desolación, en la pasividad de una dejadez que no renuncia, que no anuncia sino el impropio regreso. Al desastre quizá lo conocemos bajo otros nombres tal vez alegres, declinando todas las palabras, como si pudiese haber un todo para las palabras.


• La quietud, la quemadura del holocausto, el aniquilamiento de mediodía —la quietud del desastre.


• No está excluido, sino como quien ya no puede entrar en ninguna parte.


• Penetrado por la pasiva dulzura, así tiene como un presentimiento recuerdo del desastre que sería la imprevisión más dulce. No somos contemporáneos del desastre: en esto radica su diferencia, y esta diferencia es su fraternal amenaza. El desastre, además, quizá sobre, exceso que se señala tan sólo como impura pérdida.


• En la medida en que el desastre es pensamiento, es pensamiento no desastroso, pensamiento de lo exterior. No tenemos acceso a lo exterior, pero lo exterior siempre nos ha tocado ya la cabeza, siendo lo que se precipita.


El desastre, lo que se desextiende, la desextensión sin el apremio de una destrucción; el desastre vuelve, siempre desastre de después del desastre, regreso sigiloso, no estragador, con el que se disimula.

El disimulo, efecto del desastre.


• «Mas, para mí, sólo hay grandeza en la dulzura» (Simone Weil).


Yo más bien diría: nada extremo sino por la dulzura, La locura por exceso de dulzura, la mansa locura.


Pensar, borrarse: el desastre de la dulzura.

• «Sólo un libro es explosión» (Mallarmé).


• El desastre inexperimentado, lo sustraído a cualquier posibilidad de experiencia —límite de la escritura. Es menester repetirlo: el de sastre des-escribe. Ello no significa que el desastre, como fuerza d escritura, esté fuera de escritura, fuera de texto.


El desastre oscuro es el que lleva la luz.



Fuente: Blanchot, Maurice (1990) La escritura del desastre. Ed. Monte Ávila. Pág. 9 -14



Nicole Campanello - Kindred - 2016 - Impresión pigmentada de archivo sobre papel de fibra - 30,5 × 30,5 cm
Nicole Campanello - Kindred - 2016 - Impresión pigmentada de archivo sobre papel de fibra - 30,5 × 30,5 cm

 
 
 

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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