IV
Como ya sabemos, la cibernética no es simplemente uno de los aspectos de la vida contemporánea, su cara neo-tecnológica por ejemplo, sino el punto de partida y el de llegada del nuevo capitalismo. Capitalismo cibernético —¿qué significa esto? Quiere decir que desde los años 1970 nos las vemos con una formación social emergente que toma el relevo del capitalismo fordista y que resulta de la aplicación de la hipótesis cibernética a la economía política. El capitalismo cibernético se desarrolla con el fin de permitir, al cuerpo social devastado por el Capital, reformarse y ofrecerse para un ciclo más en el proceso de acumulación. Por un lado el capitalismo debe crecer, lo que implica una destrucción. Por el otro debe reconstruir « comunidad humana », lo que implica una circulación. « Hay, escribe Lyotard, dos usos de la riqueza, es decir, de la potencia-poder: uno reproductivo y otro saqueador. El primero es circular, global, orgánico: el segundo es parcial, mortífero, envidioso. […] El capitalismo es conquistador y el conquistardor es un monstruo, un centauro: su tren delantero se nutre de reproducir el sistema regulado de las metamorfosis controladas bajo la ley de la mercancía-patrón, y su tren trasero de saquear las energías sobreexcitadas. Con una mano se apropia de algo, por tanto conserva, es decir, reproduce en la equivalencia, reinvierte; por el otro toma y destruye, roba y huye, abriendo otro espacio, otro tiempo. » Las crisis del capitalismo, tal y como las comprendía Marx, siempre proceden de una dislocación entre el tiempo de la conquista y el de la reproducción. La función de la cibernética es la de evitar estas crisis asegurando la coordinación entre « el tren trasero » y el « tren delantero » del Capital. Su desarrollo es una respuesta endógena aportada a ese problema que se le plantea al capitalismo, el de desarrollarse sin equilibrios fatales.
En la lógica del Capital, el desarrollo de la función de pilotaje, de « control », corresponde a la subordinación de la esfera de la acumulación por la esfera de la circulación. Para la crítica de la economía política, la circulación no debería ser menos sospechosa, en efecto, que la producción. Como Marx sabía, la circulación es solo un caso particular de la producción tomada en sentido general. La socialización de la economía —es decir, la interdependencia entre los capitalistas y los demás miembros del cuerpo social, la « comunidad humana »—, la ampliación de la base humana del Capital, hace que la extracción de la plusvalía, que está en la base del beneficio, no esté ya centrada en el vínculo de explotación instituido por el salariado. El centro de gravedad de la valorización se desplaza del lado de la esfera de la circulación. A falta de poder reforzar las condiciones de explotación, lo que implicaría una crisis de consumo, la acumulación capitalista podrá no obstante proseguir a condición de que se acelere el ciclo producción-consumo, es decir, que se acelere tanto el proceso de producción como el de circulación mercantil. Lo que se ha perdido en el nivel estático de la economía podrá ser compensado en el dinámico. La lógica del flujo dominará a la del producto acabado. En tanto que factor de riqueza, la velocidad primará sobre la cantidad. La cara oculta del mantenimiento de la acumulación es la aceleración de la circulación. Los dispositivos de control tienen por consiguiente la función de maximizar el volumen de flujos mercantiles minimizando los acontecimientos, obstáculos, los accidentes que los ralentizarían. El capitalismo cibernético tiende a abolir el propio tiempo, a maximizar la circulación fluida hasta su punto máximo, la velocidad de la luz, como ya lo tienden a hacer ciertas transacciones financieras. Las categorías de « tiempo real , de « justo-a-tiempo » atestiguan lo bastante de este odio a la duración. Por esta misma razón, el tiempo es nuestro aliado.
Esta propensión del capitalismo al control no es nueva. Solo es posmoderna en el sentido en que la posmodernidad se confunde con la modernidad en su último cuarto de vida. Es por esta razón por la cual se han inventado la burocracia en el fin del siglo XIX y las tecnologías informáticas tras la Segunda Guerra mundial. La cibernetización del capitalismo ha comenzado a finales de los años 1870 con un control creciente de la producción, la distribución y el consumo. Desde este momento la información sobre los flujos tiene una importancia estratégica central como condición de la valorización. El historiador James Beniger cuenta que los primeros problemas de control han surgido cuando tuvieron lugar las primeras colisiones de trenes, poniendo en peligro tanto vidas humanas como mercancías. La señalización de vías férreas, los aparatos de medida de tiempos de recorrido y de transmisión de datos debieron ser inventados con el fin de evitar tales « catástrofes ». El telégrafo, los relojes sincronizados, los organigramas en las grandes empresas, los sistemas de pesas, las hojas de ruta, los procedimientos de evaluación de los resultados, los mayoristas, la cadena de montaje, la toma centralizada de decisión, la publicidad en los catálogos, los medios de comunicación de masa, fueron los dispositivos inventados durante este periodo para responder, en todas las esferas del circuito económico, a una crisis generalizada del control asociada a la aceleración de la producción que provocaba la revolución industrial en los Estados Unidos. Los sistemas de información y control se desarrollan por tanto al mismo tiempo que se extiende el proceso de transformación capitalista de la materia. Se forma y aumenta de tamaño una clase de intermediarios, de middlemen, que Alfred Chandler ha denominado la « mano visible » del Capital. A partir del fin del siglo XX, SE constata que la previsibilidad deviene una fuente de beneficio en tanto que es una fuente de confianza. El fordismo y el taylorismo se inscriben en este movimiento, así como el desarrollo del control sobre la masa de los consumidores y sobre la opinión pública mediante el marketing y la publicidad, encargadas de arrancar por la fuerza y luego de poner a trabajar las « preferencias » que, según la hipótesis de los economistas marginalistas, son la auténtica fuente del valor. La inversión en las tecnologías de planificación y de control, organizativas o puramente técnicas, deviene cada vez más rentable. Tras 1945, la cibernética provee al capitalismo de una nueva infraestructura de máquinas —los ordenadores— y sobre todo de una tecnología intelectual que permite regular la circulación de los flujos en la sociedad, de hacer que sean flujos exclusivamente mercantiles.
Que el sector económico de la información, de la comunicación y del control haya conformado una parte creciente en la economía desde la Revolución industrial, que el « trabajo inmaterial » crezca con respecto al trabajo material, todo esto no tiene nada de sorprendente ni de nuevo. Este trabajo moviliza hoy en los países industrializados más de dos tercios de la fuerza de trabajo. Pero esto no basta para definir al capitalismo cibernético. Éste, debido a que hace depender continuamente su equilibrio y su crecimiento de sus capacidades de control, ha cambiado de naturaleza. La inseguridad, mucho antes que la escasez, es el centro [nœud] de la economía capitalista actual. Como lo presentía Wittgenstein a partir de la crisis de 1929 y Keynes en su estela, la economía descansa en definitiva sobre un « juego de lenguaje » —existe un vínculo muy fuerte entre el « estado de confianza » y la curva de la eficacia marginal del Capital, escribe este último en el capítulo XII de la Teoría general en febrero de 1934. Los mercados, y con ellos las mercancías y los comerciantes, la esfera de la circulación en general y, en consecuencia, la empresa, la esfera de la producción en tanto que lugar de previsión de los rendimientos por venir, no existen sin convenciones, normas sociales, normas técnicas, normas de lo verdadero, un meta-nivel que hace existir los cuerpos, las cosas en tanto que mercancías, antes mismo de que sean objeto de un precio. Los sectores del control y la comunicación se desarrollan porque la valorización mercantil necesita la organización de una circulación en bucle de informaciones, paralela a la circulación de mercancías, porque necesita la producción de una creencia colectiva que se objetiva en el valor. Para advenir, todo intercambio requiere « inversiones de forma » —una información sobre y una puesta en forma de aquello que es intercambiado—, un formateo que hace posible la puesta en equivalencia antes de que tenga efectivamente lugar, un condicionamiento que es también una condición del acuerdo sobre el mercado. Esto es cierto para los bienes; y lo es también para las personas. Perfeccionar la circulación de informaciones sería perfeccionar el mercado en tanto que instrumento universal de coordinación. Contrariamente a lo que suponía la hipótesis liberal, para sostener el capitalismo frágil, el contrato no se basta a sí mismo en los vínculos sociales. SE toma conciencia, tras 1929, de que todo contrato debe ser provisto de controles. La entrada de la cibernética en el funcionamiento del capitalismo apunta a minimizar las incertidumbres, las inconmensurabilidades, los problemas de anticipaciones que podrían inmiscuirse en toda transacción mercantil. Contribuye a consolidar la base sobre la cual pueden tener lugar los mecanismos del capitalismo, contribuye a lubricar la máquina abstracta del Capital.
Con el capitalismo cibernético, el momento político de la economía política domina por consiguiente al momento económico. O como lo comprende Joan Robinson desde la teoría económica al comentar Keynes: « cuando se admite la incertidumbre de las anticipaciones que guían al comportamiento económico, el equilibrio deja de tener importancia y su lugar es ocupado por la Historia ». El momento político, entendido aquí en el sentido amplio de aquello que somete, que normaliza, lo que determina qué es lo que pasa a través de los cuerpos y puede registrarse como valor socialmente reconocido, como aquello que extrae forma de las formas-de-vida, es esencial tanto para el « crecimiento » como para la reproducción del sistema: por un lado la captación de energías, su orientación, su cristalización deviene la primera fuente de valorización; por otro lado la plusvalía puede provenir de cualquier punto del tejido biopolítico a condición de que éste se reconstituya sin cesar. Que el conjunto de los gastos pueda tendencialmente metamorfosearse en cualidades valorizables significa también que el Capital se compenetra con todos los flujos vivientes: socialización de la economía y antropomorfosis del Capital son dos procesos solidarios e indisociables. Para que éstos se lleven a cabo, es preciso y basta con que toda acción contingente sea tomada en un mixto de dispositivos de vigilancia y de aprehensión [saisie]. Los primeros están inspirados en la prisión, en tanto que ésta introduce un régimen de visibilidad panóptico, centralizado, y durante mucho tiempo han sido el monopolio del Estado moderno. Los segundos están inspirados por la técnica informática en tanto que ésta apunta a un régimen de cuadriculado descentralizado y en tiempo real. El horizonte común a estos dos dispositivos es el de una transparencia total, el de una correspondencia absoluta entre el mapa y su territorio, de una voluntad de saber hasta un grado de acumulación tal, que deviene voluntad de poder. Uno de los avances de la cibernética ha consistido en cercar los sistemas de vigilancia y espionaje [suivi], asegurando que los vigilantes y los espías sean a su vez vigilados y seguidos, y todo ello al agrado de una socialización del control que es la marca de la pretendida « sociedad de la información ». El sector del control se autonomiza porque se impone la necesidad de controlar el control, sucediendo que los flujos mercantiles son doblados por flujos de información cuya circulación y seguridad deben a su vez ser optimizadas. En el culmen de este escalonamiento de controles, el control estatal, la policía y el derecho, la violencia legítima y el poder jurídico, tienen un papel de controladores en última instancia. Esta puja en alza de la vigilancia, que caracteriza a las « sociedades de control », Deleuze la explica simplemente con esto: « huyen por todos lados ». Esto es lo que el control confirma sin cesar en su necesidad. « En las sociedades de disciplina, no se paraba de recomenzar (de la escuela al cuartel, etc.), mientras que en las sociedades de control nunca se acaba con nada ».
No tiene por tanto nada de sorprendente ver al desarrollo del capitalismo acompañarse de un desarrollo de todas las formas de represión, de un hiper-securitarismo. La disciplina tradicional, la generalización del estado de urgencia, de la emergenza, se ven llevados a aumentar en un sistema que se gira por entero hacia el miedo de la amenaza. La contradicción aparente entre un reforzamiento de las funciones represivas del Estado y un discurso económico neoliberal que preconiza el « menos Estado » —que permite por ejemplo que Loïc Wacquant se lance a una crítica de la ideología liberal que oculta el crecimiento del « estado penal »— solo se puede comprender haciendo referencia a la hipótesis cibernética. Lyotard lo explica: « Hay en todo sistema cibernético una unidad de referencia que permite medir el desvío producido por la introducción de un acontecimiento en el sistema, y a continuación, gracias a esta medida, traducir este acontecimiento en información para el sistema; en fin, si se trata de un conjunto regulado en homeostasis, de anular este desvío y de llevar al sistema a la cantidad de energía o de información que era antes la suya propia […] Paremos un poco sobre esto. Vemos aquí cómo la adopción de este punto de vista sobre la sociedad, o sea, la fantasía despótica del amo que se coloca en el supuesto cero central, identificándose así con la Nada matricial […] no puede más que obligarle a extender su idea de la amenaza, y por tanto la de la defensa. Ya que ¿qué acontecimiento no comportaría amenaza desde este punto de vista? Ninguno; todos son perturbaciones de un orden circular, reproduciendo lo mismo, exigiendo una movilización de la energía con fines de apropiación y eliminación. ¿Es esto 'abstracto'? ¿Hace falta un ejemplo?Este es el proyecto que se perpetra en Francia desde en un alto elevado en la institución de una Defensa operativa del territorio, que está provista de un Centro operativo del ejército de tierra, cuya especificidad es la de precaverse de la amenaza 'interna', la que nace en los oscuros repliegues del cuerpo social, cuyo 'estado-mayor' no pretende otra cosa que ser la cabeza clarividente: esta clarividencia se denomina fichero nacional; […] la traducción del acontecimiento en información para el sistema se denomina información [renseignement] […]; en fin, la ejecución de las órdenes reguladoras y su inscripción en el 'cuerpo social' —sobre todo cuando se imagina a éste presa de alguna emoción intensa, por ejemplo con el miedo pánico que le agitaría en todos los sentidos en el caso de que se desencadenara una guerra nuclear (o también donde se alzara alguna ola cualquiera de protestas, contestación, deserción civil…, juzgada loca) —esta ejecución requiere la infiltración asidua y fina de los canales emisores en la 'carne' social, o sea, como lo dice de maravilla cierto oficial superior, la 'policía de los movimientos espontáneos' ». La prisión está por tanto en la cima de una cascada de dispositivos de control, siendo en última instancia la garante de que ningún acontecimiento perturbador, tal que consiga trabar la circulación de personas y bienes, haya tenido lugar en el cuerpo social. La lógica de la cibernética es la de reemplazar las instituciones centralizadas, las formas sedentarias de control, por dispositivos de trazado, por formas nómadas de control, así que la prisión, en tanto que dispositivo clásico de vigilancia, es evidentemente llevada a su prolongación mediante dispositivos de aprehensión, como puede ser el brazalete electrónico, por ejemplo. El desarrollo de las community police en el mundo anglosajón, o en el caso francés de las « policías de proximidad », responde también a una lógica cibernética de conjuración del acontecimiento, de organización de la retroacción. Según esta lógica, las perturbaciones en una zona serán tanto mejor ahogadas cuanto que se vean amortiguadas por las sub-zonas más próximas del sistema.
Si la represión tiene el papel, en el capitalismo cibernético, de conjuración del acontecimiento, la previsión es su corolario, en tanto que apunta a eliminar la incertidumbre ligada a todo futuro. Este es el envite de las tecnologías estadísticas. Mientras que las del Estado-providencia se dirigían por entero hacia la anticipación de riesgos, devenidos probables o no, las del capitalismo cibernético apuntan a multiplicar los dominios de responsabilidad. El discurso del riesgo es el motor del despliegue de la hipótesis cibernética: es de entrada difundido para a continuación ser interiorizado. Puesto que los riesgos son tanto mejor aceptados cuanto más suceda que los que están expuestos a ellos tengan la impresión de que han escogido tomar tales riesgos, de que se sienten más responsables aún cuando tienen el sentimiento de poder controlarlos y dominarlos por ellos mismos. Pero, como lo admite un experto, el « riesgo cero » no existe: « la noción de riesgo debilita mucho los vínculos causales, pero haciendo esto no los hace desaparecer. Por el contrario, los multiplica. […] Considerar un peligro en términos de riesgo supone forzosamente admitir que nunca podremos precavernos absolutamente de él: se lo podrá gestionar, domesticar, pero nunca destruirlo ». Es en virtud de su permanencia para el sistema como el riesgo consigue constituirse en una herramienta ideal para la afirmación de nuevas formas de poder que favorecen la influencia creciente de los dispositivos sobre los colectivos y los individuos. Elimina todo envite de conflicto mediante la agrupación obligatoria de los individuos en torno a la gestión de amenazas que se supone que conciernen a todo el mundo de la misma manera. El argumento que SE querría hacernos admitir es el siguiente: cuanta más seguridad hay, más producción concomitante de inseguridad habrá. Y si pensáis que la inseguridad crece a medida que la previsión es cada vez más infalible, es que vosotros mismos tenéis miedo de los riesgos. Y si tienes miedo de los riesgos, si no confías en el sistema para controlar integralmente tu vida, te arriesgas a que tu miedo sea contagioso y se muestre en tanto riesgo muy real, el de desconfianza hacia el sistema. Dicho de otro modo, tener miedo de los riesgos es ya representar, uno mismo, un riesgo para la sociedad. El imperativo de la circulación mercantil sobre el que descansa el capitalismo cibernético se metamorfosea en fobia general, en fantasma de autodestrucción. La sociedad de control es una sociedad paranoica, lo que se confirma sin mucho trabajo por la proliferación de teorías de la conspiración que se da en su seno. Cada individuo es así subjetivado en el capitalismo cibernético como dividuo de riesgos [dividu à risques], como el enemigo cualquiera de la sociedad equilibrada.
No nos debemos sorprender de que el razonamiento de esos colaboradores natos del Capital que son en Francia François Ewald o Denis Kessler sea el de afirmar que el Estado-providencia, característico del modo de regulación social fordista, reduciendo los riesgos sociales, haya acabado por irresponsabilizar a los individuos. El desmantelamiento de los sistemas de protección social, al cual se asiste desde el comienzo de los años 80, apunta por consiguiente a responsabilizar a cada uno, haciendo que toquen a todos unos « riesgos » que sin embargo son los capitalistas quienes hacen sufrir al conjunto del « cuerpo social ». En último análisis se trata de inculcar el punto de vista de la reproducción de la sociedad a cada individuo, que ya no deberá esperar nada de ella, sino que deberá sacrificarle todo. Ocurre que la regulación social de las catástrofes y de lo imprevisto ya no puede ser gestionada, como sí hacía la Edad Media con los leprosos, por la mera exclusión social, por la lógica del chivo expiatorio, la contención y el cercamiento. Si todo el mundo debe devenir responsable del riesgo que él hace correr a la sociedad, es que no SE puede ya excluir nada sin privarse de una fuente potencial de beneficio. El capitalismo cibernético consigue por tanto que vayan juntos socialización de la economía y ascenso del « principio-responsabilidad ». Produce al ciudadano en tanto que « dividuo de riesgos », que auto-neutraliza su potencial de destrucción del orden, y se trata de este modo de generalizar el auto-control, una disposición que favorece la proliferación de dispositivos y les asegura un repetidor [relais] eficaz. Toda crisis, en el capitalismo cibernético, prepara un reforzamiento de los dispositivos. La contestación anti-OMG [organismos modificados genéticamente, OGM en francés], tanto como la « crisis de las vacas locas » de estos últimos años en Francia, han permitido en definitiva instituir una trazabilidad inédita de los dividuos y de las cosas. La profesionalización acrecentada del control —que junto con los seguros es uno de los sectores económicos cuyo crecimiento viene garantizado por la lógica cibernética— no es más que la otra cara del ascenso del ciudadano en tanto que subjetividad política que ha autorreprimido totalmente el riesgo que él representa objetivamente. La vigilancia ciudadana contribuye de este modo a la mejora de los dispositivos de pilotaje.
Mientras que el ascenso del control a fines del siglo XIX pasaba por una disolución de los vínculos personalizados —lo que hace que SE haya podido hablar de « desaparición de las comunidades »—, en el capitalismo cibernético pasa por un nuevo tejido de vínculos sociales que están por completo atravesados por el imperativo de pilotaje de sí y de los otros, al servicio de la unidad social: es este devenir dispositivo del hombre lo que representa el ciudadano del Imperio. La importancia presente de estos nuevos sistemas ciudadano-dispositivo, que profundizan las viejas instituciones estatales y propulsan esa nebulosa asociativo-ciudadana, demuestra que esa gran máquina social que debe constituir el capitalismo cibernético no puede pasarse sin los hombres, pese a que algunos cibernéticos incrédulos hayan perdido el tiempo creyéndolo, como atestigua esa toma de conciencia contrariada de mediados de los años 1980.
« La automatización sistemática sería efectivamente un medio radical de superar los límites físicos o mentales que están en la fuente de los errores humanos más comunes: pérdidas momentáneas de vigilancia debidas a la fatiga, al estrés o a la rutina; incapacidad provisional de interpretar simultáneamente una multitud de informaciones contradictorias y por tanto de dominar situaciones demasiado complejas; eufemización del riesgo bajo la presión de las circunstancias (urgencias, presiones jerárquicas…); errores de representación que conducen a sobreestimar la seguridad de sistemas habitualmente muy fiables (se cita el caso de un piloto que rechazaba categóricamente creer que uno de sus reactores estaba ardiendo). Es preciso no obstante preguntarse si con la puesta fuera de circuito del hombre, considerado como eslabón débil de la interfaz hombre/máquina, no nos arriesgamos en definitiva a crear nuevas vulnerabilidades, aunque no fuera más que extendiendo los errores de representación y pérdida de vigilancia que son, como se ha visto, la contrapartida frecuente de un exagerado sentimiento de seguridad. En todo caso el debate merece ser abierto. »
En efecto.
V
Los acontecimientos mayo del 68 han provocado en el conjunto de las sociedades occidentales una reacción política que apenas SE recuerda hoy día. Muy rápidamente, la reestructuración del capitalismo se organizó, como se pone en marcha un ejército. Se pudo ver que, junto al Club de Roma, multinacionales como Fiat, Volkswagen o Ford pagaron a economistas, sociólogos y ecologistas para que determinaran las producciones a las cuales deberían renunciar las empresas a fin de que el sistema capitalista funcionara mejor y se reforzara. En 1972, el informe del Massachusetts Institute of Technology financiado por el ya mentado Club de Roma, llamado Alto al crecimiento, provocó un gran revuelo, ya que recomendaba detener el proceso de acumulación capitalista, incluyendo en esto también a los países en vías de desarrollo. Desde lo más alto de la dominación vemos que SE reivindicaba el « crecimiento cero » a fin de preservar los vínculos sociales y los recursos del planeta, que SE introducían componentes cualitativas en el análisis del desarrollo contra las proyecciones cuantitativas centradas en el crecimiento, y que se exigía en definitiva que éste fuera completamente redefinido; y toda esta presión se acentuó al estallar la crisis de 1973. El capitalismo parecía estar haciendo su autocrítica. Pero si he hablado una vez más de guerra y de ejército, es porque el informe del MIT, elaborado por el economista Dennis H. Meadows, se inspiraba en los trabajos de un tal Jay Forrester al cual el ejército del aire de los EEUU le había encargado preparar un sistema de alerta y defensa —el SAGE system— que coordinaría por primera vez radares y ordenadores con el fin de detectar e impedir un posible ataque del territorio estadounidense con misiles enemigos. Forrester había conseguido infraestructuras de comunicación y control entre hombres y máquinas donde éstos se encontraban interconectados por vez primera en « tiempo real ». Luego fue elegido en la escuela de administración [management] del MIT para extender sus competencias en análisis sistémico al mundo económico. Aplicó los mismos principios de orden y defensa a las empresas, y luego, en su obra World Dynamics —que inspiró a los chivatos del MIT— le tocaría el turno a las ciudades y al conjunto del planeta. De este modo la « segunda cibernética » fue determinante para fijar los principios de reestructuración del capitalismo. Con ella, la economía política devenía una ciencia del viviente. Analizaba el mundo en tanto que sistema abierto de transformación y de circulación de flujos de energía y monetarios.
En Francia, un conjunto de pseudo-científicos —el iluminado de Rosnay y el baboso de Morin, pero también Henri Atlan, Henri Laborit, René Passet, y el arribista de Attali— se reunieron para elaborar, a raíz del MIT, Diez mandamientos para una nueva economía, un « eco-socialismo », decían, siguiendo un enfoque sistémico, es decir, cibernético, obsesionado por el « estado de equilibrio » de todo y de todos. Cuando escuchamos tanto a la « izquierda » de hoy en día como a la « izquierda de la izquierda », no es inútil recordar ciertos principios que Rosnay presentaba en 1975:
1. Conservar la variedad tanto de espacios como de culturas, tanto la biodiversidad como la multiculturalidad.
2. Velar por que no se abra, por no dejar escapar la información contenida en los bucles de regulación.
3. Restablecer los equilibrios del conjunto del sistema mediante descentralización.
4. Diferenciar para integrar mejor, ya que conforme a lo que presentía Teilhard de Chardin, el iluminado-jefe de todos los cibernéticos, « toda integración real se funda en una diferenciación previa. […] Lo homogéneo, la mezcla, el sincretismo, son la entropía. Solo es creadora la unión en la diversidad. Acrecienta la complejidad, conduce a niveles más elevados de organización.
5. Para evolucionar: dejarse agredir.
6. Preferir los objetivos, los proyectos, a la programación detallada.
7. Saber utilizar la información.
8. Saber mantener constricciones sobre los elementos del sistema.
Ya no se trata de cuestionar el capitalismo en sus efectos devastadores, como sí que SE podría aún en 1972 hacer como si SE creyera, sino más bien de « reorientar la economía de forma que a la vez se sirva mejor a las necesidades humanas, al mantenimiento y la evolución del sistema social, y a la prosecución de una auténtica cooperación con la naturaleza. La economía de equilibrio que caracteriza la ecosociedad es por tanto una economía « regulada », en el sentido cibernético del término. Los primeros ideólogos del capitalismo cibernético hablan de abrir a una gestión comunitaria del capitalismo desde abajo, a una responsabilización de cada cual gracias a la « inteligencia colectiva » que resultará de los progresos y de las telecomunicaciones y la informática. Sin cuestionar ni la propiedad privada ni la propiedad de Estado, SE invita a una cogestión, a un control de las empresas por las comunidades de asalariados y usuarios. La euforia reformadora de la cibernética es tal que, en los primeros años de los 1970, SE evoca la idea de un « capitalismo social » sin más estremecimientos, como si desde el siglo XIX no se tratara más que de esto. Así lo defendió por ejemplo la arquitecta, ecologista y grafómana Yona Friedman. Así ha cristalizado eso que SE ha acabado por denominar « socialismo de tercera vía , y su alianza con la ecología, de lo cual hoy se conoce bien su influencia política en Europa. Si fuera preciso quedarse con un acontecimiento que en estos años, en Francia, ha expuesto la progresión tortuosa hacia esta nueva alianza entre socialismo y liberalismo, no sin la esperanza de que emerja otra cosa, sería sin duda el asunto LIP. Con ello, todo el socialismo —hasta en sus corrientes más radicales como pueda ser el « comunismo consejista »— fracasa en hacer caer el dispositivo [agencement] liberal; y, sin propiamente hablando sufrir descomposición alguna, acaba simplemente absorbido por el capitalismo cibernético. La reciente adhesión del ecologista Cohn-Bendit, el amable líder del 68, a la corriente liberal-libertaria, no es más que una consecuencia lógica del más profundo de los vuelcos de las ideas « socialistas » sobre sí mismas.»
El actual movimiento « anti-globalización » y la contestación ciudadana en general, no presentan ninguna ruptura en el interior de este tipo de formación de enunciados elaborado hace 30 años. Simplemente reclaman la aceleración de su puesta en funcionamiento. Si alumbramos esto, vemos tras las atronadoras contracumbres una misma visión fría de la sociedad como totalidad amenazada de divisiones [éclatements], un mismo objetivo de regulación social. Se trata de restaurar la cohesión social pulverizada por la dinámica del capitalismo cibernético y de en última instancia garantizar la participación de todos en esta última. Así, no sorprende ver al economicismo más árido impregnar de manera tan tenaz y nauseabunda las filas de los ciudadanos. El ciudadano desprovisto de todo se proyecta en experto amateur de la gestión social, y concibe la nulidad de su vida como sucesión ininterrumpida de « proyectos » a realizar. Tal y como lo hace notar con una disimulada ingenuidad el sociólogo Luc Boltanski, « todo puede acceder a la dignidad de proyecto, incluyendo las empresas hostiles al capitalismo ». Así como el dispositivo « autogestión » fue seminal para la reorganización del capitalismo desde hace 30 años, la contestación ciudadana no es otra cosa que el instrumento actual de modernización de la política. Este nuevo « proceso de civilización » descansa sobre la crítica de la autoridad desarrollada en los años 1970, en el momento en que se cristalizaba la segunda cibernética. La crítica de la representación política en tanto poder separado, siendo ya algo bien recuperado por el nuevo management en la esfera de la producción económica, es de nuevo hoy vuelta a utilizar en la esfera política. Vemos por todos lados que la horizontalidad de los vínculos y la participación en proyectos son lo que debe reemplazar la autoridad jerárquica y burocrática esclerotizada, con unos contrapoderes y una descentralización que se supone que van a deshacer los monopolios y el secreto. Así se extienden y se estrechan sin obstáculos las cadenas de interdependencia social, por aquí hechas de vigilancia, por allá de delegación. Se engranan cada vez mejor entre sí la integración de la sociedad civil por el Estado y la integración del Estado por la sociedad civil. Así se organiza la división del trabajo de gestión de las poblaciones necesario para la dinámica del capitalismo cibernético. La formación de una « ciudadanía mundial » previsiblemente constituirá el último retoque.
A partir de los años 1970 ocurre que el socialismo no es más que un democratismo, en lo que sigue absolutamente necesario para el progreso de la hipótesis cibernética. Es preciso comprender el ideal de la democracia directa, de democracia participativa, en tanto el deseo de una expropiación general por parte del sistema cibernético de toda la información contenida en sus partes. La demanda de transparencia, de trazabilidad, es una demanda de circulación perfecta de la información, un progresismo en la lógica del flujo que rige el capitalismo cibernético. Es entre los años 1965 y 1970 cuando un joven filósofo alemán, supuesto heredero de la « teoría crítica », fundaba el paradigma democrático de la contestación actual entrando con estrépito en varias controversias con sus mayores. Al socio-cibernético Niklas Luhmann, teórico hiperfuncionalista de sistemas, Habermas oponía la imprevisibilidad del diálogo, de las argumentaciones, irreductibles a simples intercambios de información. Pero sobre todo fue contra Marcuse por lo que se elaboró este proyecto de una « ética de la discusión » generalizada, que debía radicalizar, criticándolo, el proyecto democrático de la Ilustración. A Marcuse, que explica, comentando las observaciones de Max Weber, que « racionalización » quiere decir que la razón técnica —que está colocada en tanto que principio de la industrialización y el capitalismo— es indisolublemente una razón política, Habermas replica que un conjunto de vínculos intersubjetivos inmediatos escapan a los vínculos sujeto-objeto mediatizados por la técnica, y que en definitiva los enmarcan y los orientan. Dicho de otro modo, frente al desarrollo de la hipótesis cibernética, la política debería apuntar a autonomizar y extender esta esfera de los discursos, a multiplicar las palestras democráticas, a construir y buscar un consenso que en suma sería emancipador por naturaleza. Además de que Habermas reduce el « mundo vivido », la « vida cotidiana », el conjunto de aquello que huye de la máquina del control, a interacciones sociales, a discursos, Habermas ignora, más profundamente aún, la heterogeneidad fundamental que contienen, entre sí, las formas-de-vida. Al igual que el contrato, el consenso se asocia al objetivo de unificación y pacificación por gestión de las diferencias. En el marco cibernético, toda fe en el « actuar comunicativo », toda comunicación que no asume la posibilidad de su imposibilidad, acaba por servir al control. Por ello, la ciencia y la técnica no son simplemente —como lo piensa el idealista Habermas— unas ideologías que vendrían a recubrir el tejido concreto de las relaciones intersubjetivas. Son « ideologías materializadas », hechas de dispositivos en cascada, son una gubernamentalidad concreta que atraviesa estas relaciones. No queremos más transparencia ni más democracia. Ya hay mucha. Queremos por el contrario más opacidad y más intensidad.
Pero no terminaría aquí con el socialismo tal y como lo ha convertido en caduco la hipótesis cibernética mientras que no evoque otras voces; quiero hablar de la crítica centrada en los vínculos hombres-máquinas, que desde los años 1970 acomete la supuesta clave del problema cibernético, planteando la cuestión de la técnica más allá de la tecnofobia —la de un Theodor Kaczynski, o la del mono de repetición letrado de John Zerzan— o de la tecnofilia, que pretende fundar una nueva ecología radical que no sea tontamente romántica. Desde la crisis económica de los años 1970, Ivan Illich es de los primeros en expresar la esperanza de una refundación de las prácticas sociales, no ya solamente mediante un nuevo vínculo entre sujetos, como en Habermas, sino también entre sujetos y objetos, mediante una « reapropiación de las herramientas » y de las instituciones, que deberían ser superadas por una « convivialidad » general, una convivialidad que estaría en condiciones de minar la ley del valor. El filósofo de las técnicas Simondon hace incluso de esta reapropiación la palanca del superamiento de Marx y del marxismo: « El trabajo posee la intelección de los elementos, el capital la de los conjuntos; pero reuniendo ambas no se puede conseguir la intelección de ese ser intermediario y no mixto que es el individuo técnico. […] El diálogo entre capital y trabajo es falso porque está en el pasado. La colectivización de los medios de producción no puede operar una reducción de la alienación por sí misma; solo puede operar si es la condición previa para la adquisición de la intelección del objeto técnico individuado por parte del individuo humano. Esta relación entre individuo humano y técnico es la más delicada de formar. » La solución para el problema de la economía política, para la alienación capitalista tanto como de la cibernética, residiría en la invención de una nueva relación con las máquinas, de una « cultura técnica » que hasta hoy le habría estado haciendo falta a la modernidad occidental. Una tal cultura es lo que justifica desde hace treinta años el desarrollo masivo de la enseñanza « ciudadana » de las ciencias y las técnicas. Debido a que el ser vivo, contrariamente a lo que supone la hipótesis cibernética, es esencialmente diferente de las máquinas, el hombre tendría una responsabilidad de representación de los objetos técnicos: « El hombre como testigo de las máquinas, escribe Simondon, es el responsable de su relación; la máquina individual representa al hombre, pero el hombre representa el conjunto de las máquinas, ya que no hay una máquina de todas las máquinas, mientras que puede existir un pensamiento que considere todas las máquinas ». En su forma utópica actual, como en Guattari al final de su vida, o como hoy en Bruno Latour, esta escuela pretenderá « hacer hablar » a los objetos, representar sus normas en la palestra pública mediante un « parlamento de las cosas ». Llegado el momento, los tecnócratas deberían dejar su lugar a los « mecanólogos » y otros « mediólogos » de los que no se ve que difieran de los tecnócratas actuales, si no fuera porque están más acostumbrados a la vida técnica, porque acaben por ser ciudadanos idealmente acoplados a sus dispositivos. Lo que nuestros utópicos hacen como si ignoraran es que la integración de la razón técnica por todos no mermaría en absoluto los vínculos de fuerza existentes. El reconocimiento de la hibridez hombres-máquinas, en los agenciamientos sociales, no haría ciertamente más que extender la lucha por el reconocimiento y la tiranía de la trasparencia al mundo inanimado. En esta ecología política renovada, socialismo y cibernética alcanzan su punto óptimo de convergencia: el proyecto de una República verde, de una democracia técnica —« una renovación de la democracia podría tener como objetivo una gestión pluralista del conjunto de sus componentes maquínicas », escribe Guattari en su último texto publicado —la visión mortal de una paz civil definitiva entre humanos y no-humanos.
VI
La utopía cibernética no solo ha vampirizado al socialismo y a su potencia de oposición haciendo de él una « democracia de proximidad ». En esos años 1970 llenos de confusión también ha contaminado al marxismo más avanzado, haciendo que su perspectiva sea imposible e inofensiva. « Observamos por doquier —escribe Lyotard en 1979— que por una u otra razón, la Crítica de la economía política y la crítica de la sociedad alienada —que es su correlato— se utilizan como elementos en la programación del sistema ». Frente a la hipótesis cibernética unificante, el axioma abstracto de un antagonismo potencialmente revolucionario —lucha de clases, « Comunidad humana » (Gemeinwesen) o lo « social-vivo» contra el Capital, general intellect contra proceso de explotación, « multitud » contra « Imperio », « creatividad » o « virtuosismo » contra trabajo, « riqueza social » contra valor mercantil, etc.— sirve, en definitiva, dentro del proyecto político de una mayor integración social. La crítica de la economía política y la ecología no critican el estilo económico propio del capitalismo, ni la visión totalizante y sistémica propia de la cibernética, sino que incluso conforman paradójicamente los motores de sus filosofías totalizantes de la historia. Su teleología ya no es la del proletariado o la naturaleza, sino la del Capital. Hoy su perspectiva es, profundamente, la de una economía social, la de una « economía solidaria », la de una « transformación del modo de producción », no ya por colectivización o estatalización de los medios de producción, sino por la colectivización de las decisiones de producción. Tal y como lo anuncia por ejemplo Yann Moulier Boutang, finalmente de lo que se trata es de que se vea reconocido « el carácter social colectivo de la producción de riqueza », de que el oficio de vivir a lo ciudadano sea valorizado. Este pretendido comunismo se ve reducido a un democratismo económico, al proyecto de reconstrucción de un Estado « post-fordista », desde abajo. La cooperación social se plantea como siempre ya dada, sin inconmensurabilidades éticas, sin interferencias en la circulación de los afectos, sin problemas de comunidad.
El itinerario de Toni Negri dentro de la Autonomía, y luego el de la nebulosa de sus discípulos en Francia y en el mundo anglosajón, muestra en qué medida el marxismo autorizaba un tal deslizamiento hacia la voluntad de voluntad, hacia la « movilización infinita », confirmando así su derrota ineluctable, llegado el momento, frente a la hipótesis cibernética. Esta última no ha tenido ningún problema en orientarse hacia la metafísica de la producción que recubre a todo el marxismo y que Negri lleva al colmo considerando en última instancia como un trabajo a todo afecto, a toda emoción, a toda comunicación. Desde tal punto de vista, categorías como pueden ser la de autopoiesis, autoproducción, autoorganización y autonomía han tenido un papel homólogo en las distintas formaciones discursivas donde han emergido. Las reivindicaciones inspiradas por esta crítica de la economía política, tanto las de renta básica como las de « papeles para todos », solo abordan los fundamentos de la mera esfera productiva. Si algunos de los que piden hoy una renta básica han podido romper con la perspectiva de poner a trabajar a todo el mundo —es decir, en la creencia en el trabajo como valor fundamental— que predominaba antes también en los movimientos de parados, es paradójicamente a condición de haber conservado una definición heredada, restrictiva, del valor como « valor-trabajo ». Es de este modo como terminan pudiendo ignorar que finalmente contribuyen a mejorar la circulación de bienes y personas.
Ahora bien, es precisamente porque la valorización no se puede asignar en último término a la mera esfera de la producción por lo que se debería en lo que sigue desplazar el gesto político —pienso por ejemplo en la huelga, sin hablar de huelga general necesariamente— hacia la esfera de la circulación de los productos y la información. ¿Quién no ve que la demanda de « papeles para todos », si es satisfecha, contribuiría solamente a una mayor movilidad de la fuerza de trabajo a nivel mundial, cosa que han comprendido bien los pensadores liberales estadounidenses? En cuanto a la renta básica, si se obtuviera, ¿no haría simplemente que entraran un ingreso suplementario en el circuito del valor? Representaría el equivalente formal de una inversión del sistema en el « capital humano », de un crédito; anticiparía una producción por venir. En el marco de la reestructuración presente del capitalismo, su reivindicación podría compararse a una proposición neo-keynesiana de reactivación de la « demanda efectiva », que podría servir como cierto sistema de seguridad para el desarrollo deseado de la « Nueva Economía ». De ahí también la adhesión de varios economistas a una « renta universal » o « renta de ciudadanía ». Lo que justificaría esto, según el parecer de Negri y sus fieles, es una deuda social contraída por el capitalismo hacia la « multitud ». Y si he dicho más arriba que el marxismo de Negri había funcionado, como todos los demás marxismos, a partir de un axioma abstracto sobre el antagonismo social, es que tiene concretamente una necesidad de la ficción de la unidad del cuerpo social. En sus días más ofensivos, como los que se vivieron en Francia en el movimiento de los parados del invierno de 1997-1998, sus perspectivas apuntan a fundar un nuevo contrato social, ya fuera el propio comunismo. En el seno de la política clásica, el negrismo tiene el papel de vanguardia de los movimientos ecologistas.
Para encontrar la coyuntura intelectual que explica esta fe ciega en lo social, concebido como posible objeto y posible sujeto en un contrato, como conjunto de elementos equivalentes, como clase homogénea, cuerpo orgánico, es preciso volver a finales de los años 1950, cuando la descomposición progresiva de la clase obrera en las sociedades occidentales atormenta a los teóricos marxistas, ya que trastoca el axioma de la lucha de clases. Algunos creen entonces encontrar en los Grundrisse de Marx una exhibición, una prefiguración, de lo que en ese momento deviene el capitalismo y su proletariado. En el fragmento sobre las máquinas, Marx, en plena fase de industrialización, considera el que la fuerza de trabajo individual habría podido dejar de ser la fuente principal de la plusvalía, puesto que el « saber social general, el conocimiento », devendrían la potencia productiva inmediata. Este capitalismo, que hoy SE dice cognitivo, ya no sería contestado por el proletariado que nació en las grandes manufacturas. Marx supone que lo sería por el « individuo social ». Y precisa así la razón de este proceso ineluctable de inversión: « El Capital pone en marcha todas las fuerzas de la ciencia y de la naturaleza, estimula la cooperación y el comercio sociales para liberar (relativamente) la creación de la riqueza del tiempo de trabajo. […] Serán aquí las condiciones materiales las que harán estallar los fundamentos del capitalismo ». La contradicción del sistema, su antagonismo catastrófico, vendría del hecho de que el Capital mide todo valor en tiempo de trabajo, siendo a la vez llevado a disminuir este último a causa de las ganancias en productividad que permite la automatización. En suma, el capitalismo está condenado porque demanda a la vez menos trabajo y más trabajo. Las respuestas a la crisis económica de los años 1970, esto es, el ciclo de luchas que viene a durar más de diez años en Italia, espoleó inesperadamente esta teleología. La utopía de un mundo donde las máquinas trabajaran en nuestro lugar parece algo a nuestro alcance. La creatividad, el individuo social, el general intellect —juventud estudiante, marginales cultivados, trabajadores inmateriales, etc.— libres de la relación de explotación, serán el nuevo sujeto del comunismo que viene. Para algunos, Negri o Castoriadis, pero también para los situacionistas, esto significa que el nuevo sujeto revolucionario se reapropiará de su « creatividad » o de su « imaginario », confiscados por la relación de trabajo, y hará del tiempo de no-trabajo una nueva fuente de emancipación para sí mismo y para la colectividad. En tanto que movimiento político, la Autonomía se fundamentará en estos análisis.
En 1973, Lyotard, que ha frecuentado bastante tiempo a Castoriadis dentro de Socialismo o Barbarie, nota la indiferenciación entre este nuevo discurso marxista o post-marxista del general intellect y el discurso de la nueva economía política: « el cuerpo de las máquinas que denomináis sujeto social y fuerza productiva universal del hombre no es otro que el cuerpo del Capital moderno. El saber que ahí está en juego no es para nada el que toca a todos los individuos, está separado, es un momento en la metamorfosis del capital, le obedece tanto como lo gobierna ». El problema ético que plantea la esperanza que descansa en la inteligencia colectiva, que hoy encontramos en las utopías de uso colectivo autónomo de las redes de comunicación, es el siguiente: « no se puede decidir que el papel principal del saber sea el de ser un elemento indispensable en el funcionamiento de la sociedad, y actuar en consecuencia a este respecto, más que si se decide que ésta es una gran máquina. Inversamente, no se puede contar con su función crítica y pretender orientar su desarrollo y su difusión en este sentido más que si se ha decidido que ella [la sociedad] no es un todo integrado, y que permanece acosada por un principio de contestación ». Conjugando ambos términos de esta alternativa, que sin embargo vemos son irreconciliables, ese conjunto de posiciones heterogéneas cuya matriz la hemos encontrado en Toni Negri y sus adeptos, y que representan el punto de terminación de la tradición marxista y de su metafísica, están condenadas a la errancia política y a no tener otro destino que el que les prepara la dominación. Lo esencial aquí, y que es algo que seduce a tantos aprendices de intelectuales, es que estos saberes nunca sean poderes, que el conocimiento nunca sea conocimiento de sí, que la inteligencia permanezca siempre separada de la experiencia. La mira política del negrismo es la de formalizar lo informal, hacer explícito lo implícito, patente lo tácito, brevemente, valorizar lo que se encuentra fuera de valor. Y en efecto, Yann Moulier Boutang, perro fiel de Negri, acaba por soltar el trozo en un irreal estertor de cocainómano debilitado: « el capitalismo, en su nueva fase, o en su última frontera, necesita del comunismo de las multitudes ». El comunismo neutro de Negri, la movilización que él controla, no solo es compatible con el capitalismo cibernético, sino que en adelante es su condición de efectuación. Una vez digeridas las proposiciones del Informe del MIT, los economistas del crecimiento han subrayado en efecto el papel primordial que en la producción de plusvalía tiene la creatividad, la innovación tecnológica, al lado de los factores Capital y Trabajo. Y otros expertos, igualmente informados, han afirmado doctamente que la propensión a innovar dependía del grado de educación, de formación, de salud, de las poblaciones —siguiendo al economicista más radical, Gary Becker, SE denominará a esto « capital humano »—, de la complementariedad entre los agentes económicos —complementariedad que puede favorecerse por la puesta en marcha de una circulación regular de informaciones, mediante las redes de comunicación—, así como de la complementariedad entre la actividad y el entorno, el viviente humano y el viviente no-humano. Lo que conseguiría explicar la crisis de los años 1970 sería que existe una base social, cognitiva y natural, para el mantenimiento del capitalismo, que se habría descuidado hasta entonces. Más profundamente, significa que el tiempo de no-trabajo, el conjunto de momentos que escapan a los circuitos de valorización mercantil —es decir, la vida cotidiana— son también un factor de crecimiento, contienen un valor en potencia en tanto que permiten sustentar la base humana del capital. Vemos desde entonces a ejércitos de expertos recomendar a las empresas la aplicación de soluciones cibernéticas para la organización de la producción: desarrollo de las telecomunicaciones, organización en redes, « management participativo » o por proyectos, paneles [grupos de discusión] de consumidores, controles de calidad… todo ello contribuyendo a aumentar las tasas de beneficio. Para los que querrían salir de la crisis de los años 1970 sin encausar al capitalismo, « relanzar el crecimiento », y no ya pararlo, implicaba por consiguiente una profunda reorganización en el sentido de una democratización de las elecciones económicas y de un sostén institucional del tiempo de la vida, como por ejemplo en la demanda de « gratuidad ». Solo a este respecto es como hoy SE puede afirmar que el « nuevo espíritu del capitalismo » viene en herencia de la crítica social de los años 1960-70: en la exacta medida en que la hipótesis cibernética inspira el modo de regulación social que emerge en tal momento.
No sorprende entonces en absoluto que la comunicación, esa puesta en común de saberes impotentes que realiza la cibernética, autorice hoy a los ideólogos más avanzados el poder hablar de « comunismo cibernético », como lo hacen Dan Sperber y Pierre Lévi —el cibernético jefe del mundo francófono, el colaborador de la revista Multitudes, el autor del aforismo: « la evolución cósmica y cultural culmina hoy en el mundo virtual del ciberespacio ». « Socialistas y comunistas, escriben Hardt y Negri, han exigido desde hace mucho tiempo que el proletariado tenga acceso libre a —y control de— las máquinas y los materiales que utiliza para producir. No obstante, en el contexto de la producción inmaterial y biopolítica, esta exigencia tradicional adquiere un nuevo aspecto. No solo la multitud utiliza máquinas para producir, sino que ella misma deviene cada vez más maquínica, estando los medios de producción cada vez más incorporados a los cuerpos y espíritus de la multitud. En este contexto la reapropiación significa tener el libre acceso (y el control sobre) el conocimiento, la información, la comunicación y los afectos, ya que éstos son algunos de los medios principales en la producción biopolítica ». En este comunismo, como se maravillan ellos, ya no SE compartirán las riquezas sino las informaciones, y todo el mundo será a la vez productor y consumidor. ¡Cada cual devendrá su « automedia »! ¡El comunismo será un comunismo de robots!
La crítica de la economía política aún permanece siendo in fine tributaria del economicismo, y esto sucede bien sea que tal crítica rompa solamente con los postulados individualistas de la economía o bien ya sea que considere que la economía mercantil es una cara parcial de una economía más general —lo que implican todas las discusiones sobre la noción de valor, como las del grupo alemán Krisis, y todas las defensas del don frente al intercambio, inspiradas por Mauss, incluyendo la energética anti-cibernética de un Bataille, así como todas las consideraciones sobre lo simbólico, ya sea con Bourdieu o con Baudrillard. En una perspectiva de salvación por la actividad, la ausencia de un movimiento de trabajadores que corresponda al proletariado revolucionario imaginado por Marx será conjurada por el trabajo militante de su organización. « El partido, escribe Lyotard, debe mostrar la prueba de que el proletariado es real, y solo lo puede hacer si muestra la prueba de un ideal de la razón. Solo puede mostrarse a él mismo como prueba, y hacer una política realista. El referente de su discurso permanece directamente irrepresentable, no ostensible. El diferendo reprimido [refoulé] vuelve al interior del movimiento obrero, en particular en la forma de conflictos recurrentes sobre la cuestión de la organización ». La búsqueda de una clase de productores en lucha hace de los marxistas los más consecuentes de los productores de una clase integrada. Ahora bien, lo que no es indiferente, existencial y estratégicamente, es el oponerse políticamente antes que producir antagonismos sociales, el ser para el sistema alguien que lo contradice o ser su regulador, el crear en vez de querer que la creatividad se libere, el desear antes que desear el deseo, brevemente, el combatir la cibernética en vez de ser un cibernético crítico.
Estando habitado por la pasión triste del origen se podrían buscar en el socialismo histórico las premisas de esta alianza que deviene manifiesta desde hace treinta años, ya sea en la filosofía de las redes de Saint-Simon, en la teoría del equilibrio de Fourier o en el mutualismo de Proudhon, etc. Pero lo que los socialistas tienen en común desde hace dos siglos, y que comparten con los que en sus filas se declaran comunistas, es el luchar contra solamente uno de los efectos del capitalismo: bajo todas sus formas, el socialismo lucha contra la separación recreando el lazo social entre sujetos, entre sujetos y objetos, sin luchar contra la totalización que hace que SE pueda asimilar lo social a un cuerpo y el individuo a una totalidad cerrada, a un cuerpo-sujeto. Pero existe otro terreno común, místico, sobre cuyo fondo de transferencia de categorías entre el pensamiento del socialismo y el de la cibernética se han podido unir éstos: el de un humanismo inconfesable, el de una fe incontrolada en el genio de la humanidad. Así como es ridículo ver un « alma colectiva » detrás de las actitudes erráticas de las abejas que construyen una colmena, como lo hacía a principios de siglo el escritor Maeterlinck en una perspectiva católica, asimismo el mantenimiento del capitalismo no es para nada tributario de la existencia de una consciencia colectiva de la « multitud », alojada en el corazón de la producción. A cubierto del axioma de la lucha de clases, la utopía socialista histórica, la utopía de la comunidad, habrá sido en definitiva una utopía del Uno promulgada por la Cabeza sobre un cuerpo que ya no puede más. Hoy, todo socialismo —ya se reclame más o menos explícitamente de las categorías de la democracia, de la producción o del contrato social—, defiende al partido de la cibernética. La política no-ciudadana debe asumirse como anti-social así como anti-estatal, debe negarse a contribuir en la resolución de la « cuestión social », debe recusar el dar forma al mundo bajo la forma de problemas, debe rechazar la perspectiva democrática que estructura la aceptación, por cada cual, de los requerimientos de la sociedad. En cuanto a la cibernética, hoy no es otra cosa que el último socialismo posible.
Fuente: Publicado en https://tiqqunim.blogspot.com/2013/01/cibernetica.html
"La Hipótesis cibernética" Acuarela / Machado Libros, Madrid 2015, Editorial Hekht, Buenos Aires, 2016.
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