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Foto del escritorRevista Adynata

Lecturas / Verónica Scardamaglia

1.

Así como existen diferentes lecturas, existen diferentes experiencias de lectura. Darse a la lectura, ¿se enseña?


2.

Infancias obligadas a través de las prácticas pedagógicas desplegadas hacia mediados de los 70, quedaron sujetadas a disciplinarse hasta en los ritmos de la respiración y la pausa al leer. Esto también implicaba un modo de erigir el cuerpo y una forma de ubicar ambos brazos: uno sosteniendo el libro por el medio, justo en el ángulo que se produce al quedar abierto, con el pulgar sobre la cara derecha y el resto de los dedos, en abanico, respaldando al libro; el otro brazo, erguido, con la mano sosteniendo el extremo superior de la página pinzándola entre el pulgar y el índice para anticipar su pasaje acompañado por el gesto prescripto de una caricia que cae. Acto que debía ceñirse, inexorablemente, a la obligación de cumplir también con el ritmo de la respiración que pretendía encontrarse regido por los signos de puntuación a los que obligaba la lectura. Toda pausa requería su correlato con el conteo interior correspondiente. Coma, uno dos. Punto y coma, uno dos tres. Punto seguido, uno dos tres. Punto aparte, uno dos tres cuatro.

Estos disciplinamientos existieron y existen más allá y más acá de dictaduras. Pareciera que, en ciertos sentidos, las prácticas en educación corren una carrera desenfrenada en pos de instalar la obligación de leer, si y sólo si como esas prácticas lo prescriben. Y además involucran qué leer, cuándo leer, dónde, desde dónde y para qué hacerlo.

Lógica de la obligación que implica la moralización de las lecturas. Trae consigo el dominio de lo uno, abona lo excluyente e intenta erradicar lo múltiple. Esto es, hay lecturas que sirven y se valoran, y otras que no. Libros que sí y otras formas que no. Cierto mundo que sí, el resto, desvalorizado y perdido.

Si, además, ciertos análisis sitúan estrechas relaciones entre leer y pensar y se acusa a las juventudes de no leer, desde estas lógicas, también podrían quedar acusadas, una vez más, de no pensar.

¿Otra vez la juventud está perdida?



3.

Leemos en la clase quinta “Musicalidad y humor en la literatura” de Julio Cortázar en Berkeley en 1980: “Esto me ha llevado a situaciones un poco penosas pero al mismo tiempo sumamente cómicas: cada vez que recibo pruebas de imprenta de un libro de cuentos míos hay siempre en la editorial ese señor que se llama “El corrector de estilo” que lo primero que hace es ponerme comas por todos lados. Me acuerdo que en el último libro de cuentos que se imprimió en Madrid (y en otro que me había llegado de Buenos Aires, pero el de Madrid batió el récord) en una de las páginas me habían agregado treinta y siete comas, ¡en una sola página!, lo cual mostraba que el corrector de estilo tenía perfecta razón desde un punto de vista gramatical y sintáctico: las comas separaban, modulaban las frases para que lo que se estaba diciendo pasara sin ningún inconveniente; pero yo no quería que pasara así, necesitaba que pasara de otra manera, que con otro ritmo y otra cadencia se convirtiera en otra cosa que, siendo la misma, viniera con esa atmósfera, con esa especie de luces exterior o interior que puede dar lo musical tal como lo entiendo dentro de la prosa. Tuve que devolver esa página de pruebas sacando flechas para todos lados y suprimiendo treinta y siete comas, lo que convirtió la prueba en algo que se parecía a esos pictogramas donde los indios describen una batalla y hay flechas por todos lados. Eso sin duda produce una sorpresa en los profesionales que saben perfectamente dónde hay que colocar una coma y dónde es todavía mejor un punto y coma que una coma. Sucede que en mi manera de colocarlas es diferente, no porque ignore dónde deberían ir en cierto tipo de prosa sino porque la supresión de esa coma, como muchos otros cambios internos, son -y esto es lo difícil de transmitir- mi obediencia a una especie de pulsación, a una especie de latido que hay mientras escribe y que hace que las frases me lleguen como dentro de un balanceo, dentro de un movimiento absolutamente implacable contra el cual no puedo hacer nada: tengo que dejarlo salir así porque justamente es así que estoy acercándome a lo que quería decir y es la única manera en que puedo decirlo.

(…) una palpitación que nada tiene que ver con la sintaxis es la prosa de muchos escritores que amo particularmente y que cumple una doble función que no siempre se advierte: la primera es su función específica en la prosa literaria (transmite un contenido relata una historia muestra una situación) pero junto con eso está creando un contacto especial que el lector puede no sospechar pero que está despertando en él esa misma cosa quizá ancestral, ese mismo sentido del ritmo que tenemos todos y que nos lleva a aceptar ciertos movimientos, ciertas fuerzas, ciertos latidos”i



4.

Una de las experiencias de lectura que más me han conmovido, las provocaron y provocan los libros de Vicente Zito Lema.

La imagen que más se le acerca toca eso que sucede en una montaña rusa. Darse a esas lecturas produce esa atracción a un vértigo extraño que circula entre lo placentero y la posibilidad de recorrer cierto abismo. Lecturas a las que resulta muy difícil ofrecerse de corrido y sin pausa, dada la capacidad de conmoción que provocan en el cuerpo.

Recuerdo que tanto al leer Cantos Oscuros Días Crueles como Peste y Memoria me encontré como obligada a leer en voz alta. Algunos poemas se me imponían casi como invocaciones y la lectura en voz alta me permitió recuperar la respiración ante tanta emoción.

Quizás en la escuela y en algunas facultades podrían enseñar cómo hacer para obligar a los cuerpos a ver aun con ojos repletos de lágrimas y a mantener la lectura casi asfixiados.



5.

Las ocasiones en las que más he disfrutado el darse a la lectura en voz alta han acontecido cada vez que se encuentran en relación con alguna transmisión posible y/o con algo de la posibilidad del juego.

Jugar y encantar una transmisión: antes de dormir y para divertirnos con las jóvenes que he criado; en las aulas y para sorprender a estudiantes en los espacios de educación que he habitado.

Muy pero muy contadas veces en congresos y muestras, donde la exhibición y el reconocimiento (me) abducen casi toda posibilidad de placer.



6.

Interrupción, distracción, despedazamiento, irreverencia. Justo todo eso que no se enseña ni en muchas crianzas ni en las mejores academias.

Pareciera que escribir la lectura se aprende como el permiso a la desobediencia.



7.

Durante 1986, algunas estudiantes de 5to año se escabullían por los pasillos del Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno, escuela que supo educar, entre otrxs, a Charly García, Nito Mestre, Hilda Lizarazu, Fernando Noy y Victoria Villarroel.

El libro se encontraba forrado. Su título, Nunca Más.



8.

Parte del capítulo The narrator is out of joint de Dysphoria Mundis de Paul Preciado, se ocupa de esas extrañas relaciones entre bibliotecas y amores.

Sólo dos citas

“Algunas relaciones dejan detrás de ellas un solo libro congelado, que no podremos volver a leer nunca. Otras fundan una nueva biblioteca.”

“¿Puede alguien amar a alguien sin conocer y abrazar su biblioteca?”



9.

Hace varios años me enteré de una amorosa tradición anarquista que me ofreció una maravillosa tranquilidad: cuando alguien afín al espacio de militancia muere, suele legar a él su biblioteca.




i Julio Cortázar “Clases de literatura” Edición Carlos Álvarez Garriga, Alfaguara, 2013.


Jeremy Deller Preferiría estar leyendo (I'd Rather be Reading) 2013 Serigrafía sobre plaxiglás 25 x 60 x 0.5 cm

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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