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Foto del escritorRevista Adynata

Lo que cuenta / Patricia Mercado

Sentarnos a esperar una historia: Gota nutricia en la boca y en el alma.

Recibirla con la alegría de las frutas en verano.

Saborear a oídos llenos. Compartirla con quienes nos rodean.

Inventar otras nuevas y volver a empezar.

Una historia, mil historias para andar la vida. Guardarlas en la alforja para días de lluvia, para noches solitarias, para fiestas, para despedidas.

La vida incontable necesita hacerse relato y arropar misterios, gozosos y dolorosos, de los que va transida. Necesita historias para construir desvíos cuando se termina la calle.

Desde antiguo las tribus humanas supieron cultivarlas como poderosos conjuros.

De a ratos, el modo frenético del actual capitalismo que “despoja la vida de toda vivacidad”, al decir del filósofo surcoreano Byung -Chul Han, parece haber olvidado esta verdad ancestral.

Graciela de Luca advierte que es necesario atizar este fuego. Cuidar un saber que viene de antaño y renovarlo con atavíos contemporáneos.

Un vocablo balbucea en el mare nostrum de las palabras. ¿Qué dice?

Las palabras bordean algo que se escapa y deja una estela. Bocas y oídos entretejen un modo de estar en el mundo. Telares de lo vivo esas voces que acunan lo que necesita ser narrado.

Un cuento puede ser puente entre abisales silencios cotidianos. Entre dolores que solo saben callar. O contar la historia de una única manera.

Como dice el cantautor brasilero Lenine: El puente no es para ir o volver, el puente es sólo para cruzar, caminando sobre las aguas de este momento.

Necesitamos contar la vida, cada vez, de otro modo. Para cuidar la delicada artesanía de la vitalidad.

Esa que pone a arder el lenguaje una y otra vez, que derrama sentidos que no pueden sujetarse como enunciación unívoca del vivir.

El cuento es puente para que una imposibilidad no queda encallada.

Contar la vida. Y volver a navegar.

De Luca se demora en esta antigua tradición de los grupos humanos, la de darse historias que ruedan de unos a otros, infatigables.

Cuentos que nacen, una y otra vez, y se dan como carnadura de nuevas versiones, de derivas donde broten horizontes. Justo allí donde viejos dolores se repliegan.

Arrastrados desde memorias ancestrales o recién inventados, los cuentos son tramas vivas de experiencias maceradas en el caldero de lo comunitario. Multitud de escenas, de personajes, desandan conflictos que buscan nuevas significaciones. Que buscan sostenerse como memoria viva.


Lo que cuenta, encontrar en el cuento la propia voz, editado por Letra Viva, nos invita a demorarnos en estos tesoros. Demora como puesta en juego de los cuerpos, de la imaginación, del lenguaje, de las formas, de los afectos.

Los cuentos sostienen la posibilidad de tejer infinitas versiones del vivir. Y ese movimiento gregario dibuja líneas de fuga en las crueldades donde se enreda la vida.

Lo que cuenta: esa decantación, esa destilación que queda tras la escucha de un cuento, eso que hace marca dice Graciela De Luca.

Eso podría ser bálsamo en la herida.

Lo que cuenta: encuentro, interpelación, entrega a una recepción.

Reescribir quienes somos para desandar encierros, para abrir senderos nuevos, para encontrar compañeros de viaje.

De Luca propone acercarnos a los cuentos en busca de saberes que desafíen el sentido común y sus certezas. Y coloca la metáfora en el centro de nuevas orbitaciones.

La metáfora abre un pasaje de lo no verbal a lo verbal. Del torbellino de afectaciones al relato que puede compartirse.

El ardor de la metáfora en las opacidades de lo insoportable, lumínico borde al que asirse en días de naufragio. No se trata de maquillajes, de esteticismos narcotizantes sino del arte de cuidar la vida.

La metáfora como decir de lo viviente.


Entonces el cuento comienza a contar otra historia. Una capaz de dar abrigo, de arropar fragilidades y sueños.

Acaso se trate de descubrir que es necesario desposeer una historia para reconocerla gregaria, para poder escucharla siendo dicha en otras voces.

Que cada quien se encuentre narrado en un cuento, en el decir del otro, en un decir otro.

Una ficción que permita habitar lo que se vive.

Este libro propone una escalera mágica: oír, escribir, contar. De las palabras respiradas, las palabras de aire, a las palabras de papel, a las palabras talladas en grafías que buscan tatuarse en pieles diversas, que juegan con tiempos más largos que el de la danza de la exhalación y sus vericuetos en el oído.

Sugestiones entre lo no dicho que alguien es capaz de escuchar y transcribir.

Necesitamos acceder al relámpago de lo poético advierte la autora. Iluminar oscuras adyacencias donde la vida duele.

Quizás no se trate de instrumentos ni de herramientas, quizás los cuentos guarden- como semillas- un bosque donde cobijar duendes imprescindibles para aprender otros modos de la vida.

Desbautizar el mundo,

Sacrificar el nombre de las cosas.

Graciela De Luca invoca a Roberto Juarroz como si recitara la fórmula de un antiguo exorcismo.


Contarnos un cuento, darnos voz, como si alimentáramos con el oído la travesía del ansia constante de nacer, de darnos a luz.

El cuento se brinda como cuerpo abierto, inacabado, para sembrar nuevos sentidos.

Abre surco para que la palabra amanezca allí donde antiguos y arduos acallamientos desertificaron la existencia.

Brinda un silencio que ya no es de lo acallado, un silencio que es roca viva del vivir. Un silencio fértil donde poner a germinar misterios inabarcables de lo que vive.

El relato visible es máscara de otro relato que necesitamos encontrar.


Se cuenta, se escribe una percepción de lo que acontece. Eso imposible de poner en palabras se narra en los pliegues de una historia siempre fabulada. Siempre imbricada a la invención del mundo, de mundos en estado de parto.


De Luca va invocando voces compañeras para compartir su quehacer con los cuentos, para compartir su fe en el poder del relato. Trae a Pizarnik cuando dice: Ninguna palabra es visible.


Otredad esa invisibilidad, redes conversacionales para tejer ausencias, para abrigar dolores. Lo invisible de lo no contado en lo que se cuenta, lumbre ese borde entre las palabras y el silencio.

De Luca comparte una serie de experiencias de trabajo para mostrar el movimiento de estas ideas en el quehacer grupal: contar lo incontable, inventar una memoria, habitar un espacio de otredad.

No se trata de reflejos lineales, referencias sólidas de una verdad acabada, sino de puentes que sostengan la vida, o sea la recuperación del movimiento vital.

Pone énfasis en la escena como lecto escritura grupal.

Relatar y re significar, el texto como escena viva.

Escribir es escuchar y buscar una voz a partir de lo relatado, en los intersticios de lo relatado.

Esa búsqueda implica el deslizamiento por nuevas superficies que soporten el peso de lo indecible.

Poner a trabajar los conflictos en los relatos. Poner en conexión cuerpos y lenguaje buscando nuevos modos de contacto.

Arribar al momento donde una transformación es posible.

Tejer textos y contextos. Y, sobre todo, destejerlos para volver a comenzar


La artesanía del relato como abertura para nuevas respiraciones donde germinar desvíos y transformaciones.

Urdimbre de relaciones, el relato pesca sentidos otros y abre ventanas en asfixias cotidianas.

Cada texto prolifera, incansable, en múltiples textos devenidos escenas y escenarios que, en sin fin, cuentan y cuentan lo que de otro modo no podría vivirse.


Dice Graciela De Luca: los relatos modelan la vida de la gente.

Escribir con la vista y con el oído, un trueque entre grafías y escenas.


Escribir con el corazón.


Este libro nos dona un llamado a retomar saberes que trasmisiones y olvidos entreveran.

Nos dona con la gracia de lo compartido, del entusiasmo sincero, la advertencia de una fuente antigua donde dar amparo a orfandades contemporáneas.

Nos dona semillas que nuestro corazón de caminantes agradece.



Fuente: Prólogo del libro Graciela De Luca.Lo que cuenta,encontrar en el cuento la propia voz.Ed.Letra Viva. Bs. As. 2023.



Carla Accardi, Verderosso [Vert rouge] 1960-1973, Caseina sobre tela 116 x 89,5 cm


コメント


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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