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Foto del escritorRevista Adynata

Los fuegos y las aulas / Verónica Scardamaglia

Actualizado: 1 nov

“Darse al fuego que nos dieron, darse dándolo”

Marcelo Percia


“Liberarse del tiempo es fundirse en él”

Hiroshi Sugimoto


1. Automatismos pedagógicos


a) Condenar al fuego.

b) Leer, para decir lo que difiere, Mar de fueguitos de Galeano.



2. Una escuela, un nombre, una fogata y una vaca


Una escuela pretendía llamarse Ernesto Che Guevara en una ciudad, en un país, que recién iniciaba su derrotero hacia los endurecimientos políticos tanto de los microfascismos progres como de la derecha cada vez más extrema.

Ese nombre quedó elegido como resultado de un largo proceso de trabajo armado y sostenido realmente por un conglomerado que incluía estudiantes, docentes, familias y gente del barrio de Parque Avellaneda, en año 2010. El entonces director fundador de aquella escuela había organizado un armado para llegar a la elección del nombre que consideraba, como aspecto central, la justificación y argumentación tanto de los nombres propuestos (muchos de ellos realizados por estudiantes) como de los votos de los mismos. Algunos fueron Antiguo Natatorio, Paulo Freire, Armando Prieto (detenido desaparecido del barrio), Charles Darwin, Carlos Thays (paisajista y diseñador del parque). En los pasillos, se escuchaba el nombre de Parque Japonés en alusión a los rasgos orientales del director.

Para el año 2013, después que la elevación del proyecto del nombre a la legislatura porteña quedara cajoneada en la comisión de cultura, y antes de las icónicas peleas, tanto en C5N como en la radio, entre el Centro de Estudiantes y Eduardo Feinmann (1), entre el proyecto Extra Muros y el director surgió un chiste: “la escuela va a tener el nombre Che Guevara, el día en que las vacas vuelen”.


Una vaca


El proyecto Extra Muros trabajaba desde 2010 a través de acciones e instalaciones que posibilitaron hacer temblar la retícula fundacional de la escuela secundaria que organiza cuerpos, tiempos y espacios apelando a las operaciones claves de la normalización: comparar, diferenciar, jerarquizar, homogeneizar y excluir. Estaba coordinado por docentes que trabajaban con entre 20 y 30 estudiantes de distintos años en la séptima hora (y un poco más) de los viernes.

Ese chiste, para Extra Muros, resultó el motor para trabajar en torno al nombre de la escuela que activó una serie de acciones relámpago.

Se buscó intervenir el enunciado sostenido off de record por Lía Rueda, legisladora del PRO y presidenta de la cajoneadora comisión de cultura de CABA: “una escuela no puede llevar el nombre de un asesino”. Diseñamos acciones para interrogar y abrir los diferentes sentidos que circulan en lo imaginario social respecto del nombre Che Guevara.

La primera fue una instalación que sostuvo por un día, un altar para rezar y pedirle a la vaca cubana, que vuele. En él, ante una imagen de una vaca con boina dibujada por estudiantes y una oración (2), se incluyeron elementos referidos al Che y a la orientación de la escuela (construcción y mantenimiento de espacios verdes). Buscamos tanto desacralizar su imagen como recuperar de él aquellas dimensiones que nos permitieran actualizarlo en lo cotidiano para jóvenes que, quizás, sólo conocieran su imagen en una remera. Otra intervención fue poner afiches en las aulas que invitaban a responder ¿Qué le pedirías a la vaca si volara?. Otra acción consistió en poner a jugar a la vaca con los slogans políticos y colores de partidos y organizaciones de aquellos años.



Y la actividad de cierre consistió en instalar una CHEmesse con el diseño de diferentes juegos que recuperaban tanto la vida del Che como algunas luchas anticapitalistas (3).


Incomodidades y solemnidades de morales proges (y con poco sentido del humor) no se hicieron esperar y asomaron desde la primera acción. Alguien tomó como insulto a su cuerpo la referencia a la vaca y un vegetariano se ofendió por la plegaria. Una docente sentenció: “si no se entiende, no sirve. Esto es una escuela” y hasta denunciaron que todo estaba elaborado por adultos desacreditando la capacidad inventiva de lxs jóvenes. (Si supieran que desestimamos la creación de un Che travesti con un maniquí que encontramos…). La escalada fue tal que llevó a que el dibujo grandote del Che haciendo fuck you, propuesto y realizado por Vicky, Naza y el Mono para jugar a Ponele la boina al Che, quedara confinado a una pared de la Biblioteca con un armario tapando la parte del gesto “obsceno” y que todos los materiales realizados para la Chermesse, cuidadosamente guardados, desaparecieran a la vuelta de las vacaciones.

Ese año, nos autodisolvimos.


 

Una fogata


En el querido Parque Avellaneda, desde hace casi 30 años para fines de junio, se insiste en actualizar aquellos rituales barriales de las fogatas de San Pedro y San Pablo en las esquinas. Leemos en la web del parque: “sostenemos este rito a través del espectáculo Luz de Fuego, un encuentro lúdico compartido donde quemamos al Fantoche de las Miserias, que simboliza todo lo no deseado, y que la luz que el fuego produce nos ilumine para seguir apostando a ser mejores personas y poder vivir en un mundo más solidario.”

Cada año se inicia la movida alrededor de las 16 horas con una caravana que hace un recorrido por diferentes espacios barriales que suman los fantochitos que cada organización o vecino lleva. El maravilloso grupo de teatro comunitario La Runfla, sorprende año tras año con sus despliegues teatrales y el gran fantoche: un gato negro cuando ganó Macri, un buitre de alas alargadas y así el ingenio del arte, la cultura popular y la denuncia.


Ante el alboroto producido por el altar de la vaca cubana, Extra Muros organizó la realización del fantoche de una vaca para quemarla en la fogata, para que resucite y vuele.

Como otros viernes de Extra Muros, la alegría del trabajo elegido nos reunió en la biblioteca de la escuela, una vez finalizadas las horas de clase. Nos dispusimos a realizar una vaca en papel maché y decidimos ponerla en un ataúd, con interior pintado de rojo y referencias al desmantelamiento y la muerte de la educación pública en su exterior. La ubre, un guante inflado. La performance: un grupo de adeptxs con máscaras y overoles de vaca acompañando, velándola y llevando como estandarte a la imagen de la vaca cubana del altar.



En el escenario, ante la presentación de los fantoches de los espacios del barrio, aquella noche lxs estudiantes leyeron:

“Hemos rezado a la vaca para que el día en que la hagamos volar, nuestra escuela logre el derecho de llevar su nombre: "Ernesto Che Guevara".

Elegimos quemar la vaca de las miserias, llena de hipocresía, de personalismos que no respetan los consensos, las decisiones colectivas ni los procesos democráticos. De cajoneos, de violaciones despolitizadas, de autoritarismos y de mala onda.

Creemos que estas miserias son las que se encarnan en quienes dicen: "No queremos que ninguna escuela lleve el nombre de un asesino".

Ningún pensamiento vale más que otro.

Sabemos que la fuerza colectiva hace renacer las luchas, que la vaca renacerá de las cenizas, y en su vuelo nos traerá el derecho a la identidad de nuestra escuela.

Gracias a todos los que están en esta lucha por el nombre de nuestra escuela, y a todos los que estuvieron ayer física y mentalmente. Como siempre, ¡la salida es colectiva!”


Y, como año tras año, vimos la inmensidad de esa luz de fuego que casi toca a las estrellas, que quema los cachetes fríos e invita a actualizar rituales tribales que hacen correr a su alrededor a una multitud. Aquel año, entre la gente, se podía observar, sostenida por un palo de escoba, a una vaca cubana volando.



3. Acción relámpago


Leemos en el libro Perder la forma humana Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina de la Red de Conceptualismos de Sur:

“El primer modo de entender el carácter “relámpago” de las acciones desplegadas por Mujeres por la Vida y el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo (MCTSA) ha de partir de una descripción de las razones coyunturales de la duración de sus acciones, cuya premura y fugacidad se vinculaba a la persistencia, durante los ochenta, de la represión practicada por la dictadura desde el golpe militar que permitió hacerse con el poder a Augusto Pinochet. El deseo de escapar a las detenciones y represalias ejercidas por las fuerzas policiales debía conciliarse con la necesidad de intervenir en el espacio público con el objetivo de visibilizar no sólo determinados problemas que atentaban contra los derechos humanos (la denuncia de la tortura, en el caso del MCTSA) o contra el rol social de la mujer (Mujeres por la Vida), sino de rasgar la normalidad implantada por la prolongación indefinida del estado de excepción golpista con acciones que, a modo de síntomas resistentes, impugnaran la legitimidad del régimen. Las modalidades más recurrentes dentro de las acciones relámpago desarrolladas por el MCTSA fueron los cortes de tráfico mediante la creación de cadenas humanas, el uso de lienzos reivindicativos y el recurso a las letanías como modo de asir la denuncia a la cadencia repetitiva de la voz. En el caso de Mujeres por la Vida nos encontramos con un repertorio más amplio, que incluye desde las marchas de mujeres confl uentes en un punto de la ciudad al señalamiento de enclaves simbólicos en las luchas por la defensa de los derechos humanos en Chile, pasando por aquellos dispositivos en los que la reivindicación feminista de la mujer como agente político activo se tornaba más explícita.

Además de este rasgo coyuntural que explica la corta duración de las acciones de ambos colectivos, pensamos que es también posible encarar ese carácter relampagueante de sus intervenciones desde una perspectiva benjaminiana que subraye su emergencia en el espacio social como una irrupción estético-política que desdoblaba la realidad impuesta por el régimen.

(...)

La imagen del relámpago remite a la materialidad de lo fulminante que puede también mutar al fuego y las cenizas. Bajo distintas significaciones, el fuego y lo quemado retornan con insistencia en el imaginario dictatorial chileno (La Moneda en llamas, el uso de las velas entre los familiares de las víctimas, las barricadas de las protestas poblacionales, los jóvenes Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana quemados vivos por una patrulla militar durante una manifestación contra la dictadura de Augusto Pinochet). Cuando en un reclamo desesperado ante la desaparición de sus hijos, Sebastián Acevedo prende fuego a su propio cuerpo, la anarquía de su acto, radicalmente individual, queda inscrito como acto político adquiriendo una pregnante resonancia como llamado a la acción disidente. Acevedo retornaría desde entonces una y otra vez, de diversas formas, como signo de una época: tanto Mujeres por la Vida como el MCTSA consignan la inmolación de Sebastián Acevedo como un hito conmocionante que marcó el inicio de sus respectivas agrupaciones.

Como se ve en la entrada “Enunciar la ausencia” incluida en este libro, este signo aparece en Homenaje a Sebastián Acevedo (1992), de Las Yeguas del Apocalipsis. Pero ya había emergido años antes en Hospital del trabajador (1989), de Pedro Lemebel, donde el uso del fuego es el elemento primordial. Se trata de una intervención en las ruinas del Hospital Ochagavía, levantado durante el gobierno de Salvador Allende en un barrio periférico de Santiago. Con elementos simples, Lemebel trabaja sobre la ruina como resto cargado de temporalidades heterogéneas. Tendido en el piso, cubre su cuerpo con los ladrillos, que señalan los cimientos reducidos a escombros de la utopía de la salud social erigida monumentalmente en el gobierno de la Unidad Popular. Luego los unta con neoprén, droga lumpen que a fines de los años ochenta convoca al sujeto escoria que comienza a surgir como residuo del apogeo neoliberal que en ese momento habita el exhospital (días antes de la intervención ocurre un feminicidio en el lugar) y que perdurará excluido y despojado de una cultura de rebeldía en los años posdictatoriales. La acción se consuma cuando Lemebel prende fuego al pegamento sobre los ladrillos en directo contacto con su cuerpo, gesto que tributa a Sebastián Acevedo y su radical acto contra la violencia dictatorial. Como un fuego fatuo, la acción de Lemebel, realizada en el punto de partida de la transición, anuncia cómo las utopías y violencias que la posdictadura necesita negar se convierten en lo sucesivo en una luz fantasma que pervive con una débil fuerza mesiánica.”



4. Lo que quema


Cuesta hablar del dolor. Y mucho más cuesta hacerlo en las aulas (quizás, no tanto en los pasillos).

Una vez, en 2016, hubo un primer año que hablaba mucho. Tanto que ya para abril sabíamos que en esas vidas de 13 o 15 años, la muerte estaba muy presente. Un hermano mayor asesinado por la policía, un padre detenido, una abuela con cáncer. La presencia del dolor resultaba contundente y ante ese acecho, una ocurrencia se hizo presente.

A partir de trabajar el significado del fuego en diferentes pueblos originarios, nos propusimos producir un acto íntimo de escritura de una carta para alguien cercano o lejano, vivo o muerto en la que decir esas palabras que necesitáramos. Una condición: nadie leería las cartas.

En aquella ocasión, no sólo todxs escribimos sino que hubo quiénes trajeron más de una carta.

El día acordado, en una especie de ceremonia de jóvenes amontonadxs, en el pasillo externo de la escuela, depositamos en un chapón una a una las cartas con sus sobres cerrados y, lentamente, les prendimos fuego.

Guiadxs por algunxs estudiantes de 5to año y la profe de espacios verdes, una vez que las cartas se volvieron cenizas, las esparcimos en el pozo que habían hecho y plantamos ahí un árbol que creció junto a la ventana del aula y que ellxs se ocuparon de regar y cuidar.

Cuando llegaron a 4to año (2019) y el azar los ubicó nuevamente en aquella aula, nos dimos cuenta que aquel árbol abonado por palabras, nuevamente estaría acompañándoles desde la ventana.




5. La maldición de las luciérnagas

(como si los animales entendieran de moral)


Que revivan, uno a uno, todos los bichitos que alguna vez mataste y convivan con vos, de noche, en una habitación pequeña.



6.

¿todo fuego pasado fue mejor?

¿qué pueden los fuegos hoy?



(2) Plegaria a la vaca: Vaca nuestra que estáis en el suelo / sacrificadas sean tus ubres / venga a nosotr@s tus alas / hágase tu voluntad así en Belgrano R como en Cildañez / danos hoy nuestra leche de cada día / (y la manteca que siempre le pongo al pan) / y perdona nuestros asados / así también como nosotr@s perdonamos a l@s vegetarian@s / no dejes de hacernos caer en la tentación / y líbranos del chancho burgués.

(3) Tumbagarcas (con latas con imágenes de Lía Rueda, Macri, Videla, Feinmann, entre otrxs), Ponele la boina al Che, El juego de la foca (en referencia al foquismo y con preguntas y respuestas sobre imágenes de la vida del Che), Inventate una vida (juego con ruleta sobre lo absurdo y el azar en el vivir), No seas bigote (juego de bolos forrados con imágenes de revistas con todas las caras intervenidas por bigotitos hittlerianos), la rayuela revolucionaria (de México a la revolución, con iformación histórica en cada casillero), la vaca TV- CQChe (emulación del programa CQC con estudiantes en mameluco de vaca preguntando sobre el Che).



Flor Sambucetti (2024) Quien se transforma y emerge. Fotografía toma directa.

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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