Texto presentado en las jornadas Arte y Psicoanálisis organizadas por el colectivo “Psicoanálisis a la calle” en el Cabo Polonio, Rocha, Uruguay en 2023
Voy a empezar con una confesión. Es mi primera vez en Cabo Polonio. Es algo que siempre me ha dado escozor decir porque la respuesta invariablemente ha sido: ¿no conocés el Cabo Polonio?, acentuando en mí el sentimiento de exclusión que tan a menudo nos habita cuando percibimos que nos perdemos de un goce común.
“Es un lugar mágico”, he escuchado decir una y otra vez, y agregado a ello una suerte de advertencia que busca sorpresa en su destinatario: “eso sí; mirá que no hay árboles, no hay nada: es todo pelado; océano puro”, dando a entender que quizás precisamente sea allí, donde radique toda su belleza.
Entonces debo agradecer a Psicoanálisis a la calle (una vez más) haberme posibilitado acceder a comprobar por qué un lugar que ruge de desolación podría ser tan hermoso. Y tal respuesta -aunque no únicamente- viene principalmente, arriesgo decir: de la mano del arte.
Para adentrarnos en el tema que podría nombrar como: la relación, -intrusión, choque y contacto herido- entre la creación artística y la producción de miradas del mundo que definen posiciones subjetivas y que a la experiencia analítica importan, voy a proponerles tomar algunas imágenes a modo de guía.
1- La primera refiere al lenguaje del arte para decir lo indecible.
Presentada en la Bienal de Venecia de 2009, la obra de la mexicana Teresa Margolles[i] resultaba contundente: En 2008 murieron 5000 personas víctimas de la mafia del narcotráfico en México. Entonces, “¿De qué otra cosa podríamos hablar?” fue el título de una performance cuya acción consistía en el fregado diario del suelo de las salas de exposición con una mezcla de agua y sangre de personas asesinadas.
“Los efluvios que emanaban del suelo, la violencia que penetraba en la carne a través de los poros reencarnaba el crimen en el cuerpo de cada visitante que se introducía en una suerte de morgue que nos hacía partícipes del conflicto, irrumpiendo en nuestro sensorio y convocando a lo político, yendo más allá del relato del historiador, del recuento del estadista, o de la acción directa del activista, nos sentíamos afectados y salíamos distinto de lo que entrábamos” dice el relato de un asistente a la muestra.
Caso similar fue “En el aire”, de 2003, “cuando el público entraba fascinado a una sala del museo donde flotaban cientos de burbujas y el espacio se prestaba idóneamente para el juego, pero resultaba que esas pequeñas bellezas provenían del agua y el jabón con que se lavaban los restos humanos en la morgue. La transitoriedad de lo agradable a lo repulsivo en una misma burbuja servía como evidencia de lo que resulta en nuestro pensamiento con respecto a un cuerpo vivo y uno muerto”.
La fuerza de esta imagen, que hace carne y dice por sí sola, pone en juego paisajes que nos conciernen, diseñados en luchas pulsionales conjugando la pujanza de una vida que insiste en vivir y al mismo tiempo insiste en morir. Nuestro cuerpo hace lo que puede con eso.
Recuerdo una de las primeras frases que leí en Lacan y dejaron su marca en mí. Estaba en el Seminario II y decía: “no vayan a creer que la vida es una diosa exaltante surgida para culminar en la más bella de las formas, no crean que hay en la vida la menor fuerza de cumplimiento y progreso. La vida es una hinchazón, un moho, que no se caracteriza por otra cosa que por su aptitud para la muerte”[ii]
Fue desde entonces que comencé a preguntarme por la posibilidad de la construcción de ficciones sobre la alteridad y la invención de espacios-otros en el seno del mismo vacío que nos produce y relanza al mismo tiempo a una verdad sin-sentido, sin tapujos.
En este punto, la experiencia artística es una suerte de mediación, una frontera. No lo digo por nada del medio, centro, o algo equidistante, representante de alguna ilusión como la de creer que una frontera entre dos cosas las separa y no las expone a un decir que arde. La imagen artística como frontera, pasaje o mediación con lo que Lacan llamó real, si arde es que porque es verdadera ("si elle s’embrasse, c’est qu’elle est vraie." - Rilke[iii]).
Ahora bien, hay algo más de la obra de Margolles que me interesa destacar en las palabras que la nombran, en su título y esto es: el carácter performático de su enunciado. “De qué otra cosa podríamos hablar”, no dice “sobre” la violencia, sino que es la violencia misma del silencio cuando éste acalla la voz de los actos con los que lavamos cada día la escena de lo que nos concierne.
2- El paisaje mudo y la boca de los poetas
La experiencia del lenguaje a la que estamos arrojados revela para Lacan “el modo de exilio en que está el hombre con relación a cualquier bien del mundo”[iv]. Es una experiencia que toma su fuerza en las palabras filosas del teólogo cristiano Martin Lutero que sin titubear espetó a los humanos: “son ustedes el desecho que cae al mundo por el ano del diablo”.
Expresión fuerte si la hay, agrega a la condición de resto a aquella del exilio, el destierro, la soledad. Es la experiencia desgarradora de la retirada radical del lenguaje produciendo una soledad que sabe muy bien cuándo amenazar. Ataca cuando ya no hay resplandor de una imagen que encienda, que alerte en un gesto al cuerpo pulsional, un gesto que acerque y enlace. Bien decía Alejandra Pizarnik que lo peor de la soledad es “no poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla sinónimo de un paisaje”.[v]
Detengámonos en esta idea de paisaje. De paisaje sin rostro. Sin boca. Mudo. Y volvamos al Cabo entonces. A cielo abierto. No sin antes otro preámbulo, un rodeo necesario de la mano de Psicoanálisis a la calle que nos trajo hasta aquí.
¿Qué nos trajo? ¿Qué convoca a encarnar la locura por boca de otro poeta, esta vez Liber Falco (fuera locura, pero hoy lo haría[vi])?
Por un lado, un grupo de jóvenes que han demostrado ser maravillosos “paisajistas del significante” (primero: calle y ahora nada menos que cielo abierto) y al mismo tiempo creadores de verdaderas poiesis al disponer los encuentros al acontecimiento.
Por otro, creo que convocar al par “arte y psicoanálisis” a decir algo es leer la potencia de la circulación deseante, porque lo cierto es que aquí, en el Cabo, ¿de qué otra cosa podríamos hablar? Dicho de otra manera, si es que hay algo que se pueda decir, al igual que con la frase de Margolles, sólo puede producirse al borde una formación paradojal. ¿Qué hacemos en el Cabo hablando sobre algo, al fin y al Cabo?
Decir que estamos haciendo lo imposible no deja de tener algo de cierto pues tiene la contundencia con la que el poeta García Lorca afirmaba: “No se puede leer el poema hecho a una rosa con una rosa en la mano: sobran la rosa o el poema”[vii].
Pero aun así aquí estamos entonces, todos un poco locos. Y estamos hablando. Protegidos en un refugio que intenta compartir significados, que busca simetrías aún en lo inesperado. El lenguaje que calma.
Sin embargo, afuera algo ruge bien adentro.
3- A cielo abierto
Pensando en esta presentación, en el seno de la inmensidad de esta naturaleza abierta y extendida le comenté a la escritora uruguaya y amiga Raquel Lubartowski, lo que tenía en la cabeza o mejor dicho lo que no podía sacar de mi cabeza. La imagen que se me imponía era la que provenía de un texto de Henry Miller,[viii] “El coloso de Marusi” donde al atardecer, contemplando al sol que se hunde en “una de esas bíblicas puestas de las que el hombre está completamente ausente”, afirma:
“Allí la naturaleza abre simplemente su bocaza sangrante e insaciable y se traga todo lo que está a la vista. Ley, orden, moral, justicia, sabiduría, todas las abstracciones parecen una cruel broma perpetrada sobre un mundo desesperanzado de imbéciles. La puesta de sol en el mar es para mí un espectáculo espantoso: es monstruoso, asesino, sin alma. La tierra puede ser cruel, pero el mar no tiene corazón. No hay en absoluto el menor refugio; sólo están los elementos, y los elementos son traidores”.
Esta imagen de desolación -igual que la del desierto, origen y destino de todos los destierros-, confirma que la naturaleza no resulta siempre acogedora. Puede serlo cuando la cubrimos de la paz del símbolo: un amanecer que se abre en el campo, unos besos marinos en la boca del ser amado, brisas y verdes al calor de una fogata, un camino llano que se abre entre la tierra espesa y ondulada, una montaña a lo lejos. “Pero cuando a ella sin importarle de nosotros se le antoja sacarse su envoltorio”, -le dije a Raquel-, “cuando nos arroja a la intemperie, ¡nada puede ser peor!
Raquel entonces recordó a María, una habitante del Cabo Polonio[ix], quien le había confesado que a veces, en momentos de abatimiento, agobiada por la persistencia de una repetición infinita de lo mismo, lanzaba al océano una orden: “¡Calláte! ¡No quiero escucharte más!"
Esta orden que se sabe vana, que está destinada a ser disipada con la misma ligereza que la espuma de las olas, procura cercar la locura del lenguaje desatado en el momento en que bajo el manto del silencio feroz, un rugido vocifera repitiéndose sin límite. Una cuestión de vida o muerte que apela a la traducción como pasaje necesario, como metáfora de la vida que se despeña a la búsqueda de ritmos. Porque al igual que la música adviene como acto que se empina o desbarranca por una pendiente de sonido, nuestras creaciones, pura diferencia espaciada nota a nota entre silencios, son insistente producción metafórica.
Tal composición trata de una intrusión de ritmos sobre el fondo opaco del letargo en el que ella irrumpe, de ritmos envueltos en hebras de goce. Como inscripción erógena de un pulso, el ritmo es arte de enfatizar la pausa, de saber escuchar el silencio así emergente.
A cielo abierto, como propone la imagen convocante, nos introduce en un escenario al que los poetas hacen hablar. Los poetas, y no los planetas (que sí están mudos -al decir de Lacan- porque no tienen boca),
Por suerte para nosotros, imágenes como las de Rilke, Margolles, Pizarnik, García Lorca, Henry Miller, o incluso enlaces como los de Raquel y María, nos hacen sentir menos solos en nuestra irrefutable soledad. Cuando no se trata de colmar ningún vacío, lo que acontece es lo contrario: un fugaz pasaje que surca el cielo abierto, ese espacio inapropiable de lo común que permite componer silencios a modo de pura invención.
4- La música de las aguas
Ahora bien, ¿es posible que haya un lugar-otro para esos persistentes rumores marítimos? ¿quizás con un giro de sentido? En la experiencia analítica algo de ese orden ocurre con la función de la palabra en la llamada interpretación. Ese término desgastado que padeció bajo su uso técnico la disminución de su potencia poética. Sin embargo, todavía podemos rescatarlo un poco de su bruma envejecida si lejos de atender a cuestiones de significado, percibimos su quantum, su materia de intensidad. Como un rayo que al descargar libera energía, la interpretación, es fugaz y fulminante energía que toca el cuerpo como una ola, a veces pasible de convertirse en risa o emoción. Era al oleaje al que Lacan atribuía la poiesis de la interpretación al advertir que su naturaleza equívoca no estaba hecha para ser comprendida sino para producir “des vagues” (olas, oleaje), acentuando que es “con la ayuda de lo que se llama la escritura poética, que se puede tener dimensión de lo que podría ser la interpretación analítica”.[x]
Entonces, lo que llamamos interpretación opera como un golpe, un pequeño gesto, una fisura por donde se abre lo mínimo de inconsciente que se requiere para vivir, para desear.
Ciertamente es con recorridos por caminos errantes que se dibujan cartografías montadas por los acentos pulsionales de quien anda, creando en el encuentro y desencuentro con otros, ese ámbito de disputa vital, pleno de sentidos e inconsistencias, convicciones e insignificancias, permanencias y fugacidades, supervivencias y resistencias.
“La poesía, la palabra recobrada, es el lenguaje que vuelve a dar a ver el mundo, que hace que reaparezca la imagen intransmisible que se disimula detrás de cualquier imagen, que hace que reaparezca la palabra en su espacio en blanco, que reanima la nostalgia del foco siempre demasiado ausente en el lenguaje que lo ciega, que reproduce el cortocircuito en acto en el seno de la metáfora”. Certeras palabras con las que el escritor Pasqual Quignard[xi] expone tanto la fuerza de la instancia de la lengua que nos habita, como nuestras fugaces posibilidades de recrearnos en la misma.
Para concluir me gustaría acercarles los versos de Manoel de Barros que me han acompañado desde un comienzo:
El recogedor de desperdicios
Uso la palabra para componer mis silencios.
No me gustan las palabras fatigadas de informar.
Le doy más respeto a las que viven de barriga en el suelo
Tipo agua, piedra, sapo
Entiendo bien la música de las aguas
Le doy respeto a las cosas desimportantes
Y a los seres desimportantes.
Doy más valor a los insectos que a los aviones
Doy más valor a la velocidad de las tortugas que a la de los misiles
Tengo en mí ese atraso desde que nací
Y fui preparado para que me gustasen los pajarillos.
Tengo abundancia de ser feliz por eso
Mi quintal es mayor que el mundo
Soy un recogedor de desperdicios:
Amo los restos como las buenas moscas.
Quería que mi voz tuviese un formato de canto.
Porque yo no soy de la informática:
Yo soy de la invencionática.
Sólo uso la palabra para componer mis silencios[xii]
[i]Teresa Margolles es una artista conceptual, fotógrafa y videógrafa, nacida en Culiacán, Sinaloa en 1963. “Toqué la muerte” fue el breve mensaje que Susan Sontag dejó en 2002 a Teresa Margolles (Culiacán, México, 1963), luego de recorrer la obra “Vaporización” que formó parte de la exposición Mexico City: An Exhibition about the Exchange Rates of Bodies and Values, en el MoMA, NY. Disponible en https://culturacolectiva.com/arte/teresa-margolles-cadaveres-para-retratar-carne-muerta/ [ii] Lacan, J. Seminario II. 1983/1955, p. 347. Y agrega: [...] la vida de la que estamos cautivos, vida esencialmente alienada, ex-sistente, vida en el Otro, está como tal unida a la muerte, a la que retorna siempre. La vida solo piensa en descansar lo más posible mientras espera la muerte. La vida solo sueña en morir. Morir, dormir, soñar quizás, precisamente en el momento en que de eso se trataba: «to be or not to be» (p. 348). [iii] Citado por Didi-Huberman, G en “La imagen Arde” Zimmermann, L., Didi-Huberman, G., et al, Penser par les images. Editions Cécile Defaut, Nantes, 2006, pp. 11. [iv]Lacan, J. (1988). Seminario: La Ética del Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós [v] Pizarnik, A. (2000). La palabra del deseo. En Poesía Completa. Barcelona: Editorial Lumen. [vi] Frase final de Liber Falco tomada del texto de la convocatoria de Psicoanálisis a la calle para estas jornadas. [vii] Lorca, Federico, La imagen poética de Luis de Góngora. Conferencia dictada en 1927. Disponible en: https://biblioteca.org.ar/libros/155302.pdf [viii]Miller, Henry (1969) El Coloso de Marusi, p. 82. Seix Barral, Barcelona, 1969 [ix] María y el Cabo Polonio aparecen en una imponente escena en Testigos contra olvidos, Raquel Lubartowski. Yaugurú Ediciones, 2014, pp 113-115 [x]En el seminario llamado “L´insu que sait de l´une-bévue s´aile ´a mourre”, Lacan afirmaba que «La astucia del hombre es atiborrar todo eso con la poesía, que es efecto de sentido, pero también efecto de agujero. No hay más que la poesía, se los he dicho, que permita la interpretación. Es por eso que yo no llego más, en mi técnica, a lo que ella sostiene. Yo no soy bastante poeta» “¿Cómo el poeta puede realizar esta hazaña, de hacer que un sentido esté ausente?” se preguntaba Lacan. “reemplazándolo, a este sentido ausente, por la significación. La significación es un término vacío, puro nudo de una palabra con otra”. Entonces, se trata de leer a la letra, es decir, leer de otra manera o leer que el Otro miente (lire autre-ment). En ese juego de equívocos de la lengua, en esa conexión de sonidos y sentidos producidos en los intersticios de las palabras, en ese juego extraño y loco de hacer persistir lo imposible, recrear lo perdido, capturar lo que se escapa en los silencios del decir, queda lo que deja una voz al caer. Como había señalado Lacan, “La metáfora, la metonimia, no tienen alcance para la interpretación sino en tanto que son capaces de hacer función de otra cosa, para lo cual se unen estrechamente el sonido y el sentido. Es en tanto que una interpretación justa extingue un síntoma que la verdad se especifica por ser poética. No es del lado de la lógica articulada que hay que sentir el alcance de nuestro decir.” [xi] Pascal Quignard. El nombre en la punta de la lengua. Libros del Último Hombre. Madrid: Arena Libros S. L. 2006. [xii] Manoel de Barros: Memórias Inventadas. A Infância
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