Por qué seremos tan sirenas, tan reinas
abroqueladas por los infinitos marasmos del romanticismo
tan lánguidas, tan magras
Por qué tan quebradizas las ojeras, tan pajiza la ojeada
tan de reaparecer en los estanques donde hubimos de hundirnos
salpicando, chorreando la felonía de la vida
tan nauseabunda, tan errática
Néstor Perlongher.
La cumbia puede ser la fuerza de una pueblada por venir. Música que entra fácil, aunque algunas de sus letras tengan la virtud de corroer oídos. La puta, la marika, la rapidita. No te das cuenta y ya estas moviendo el pie. Entra al toque, es bien gauchita, popular.
El nombre del disco, Populismo rosa, surge a partir de una idea que un varón cis heterosexual militante convidó en los comentarios de una entrevista que nos hicieran pocos días después del lanzamiento de Las yeguas del apocalipsis. Un varón frunce el seño, entrecierra los ojos y lanza al aire esa pregunta: «¿Qué es esto? ¿Qué es esta mierda de Sudor Marika?». A continuación escupe el comentario acusatorio atiborrado de sentencias lapidarias: «funcional al mercado como Queen y Village People, la proxeneta de lujo Madonna y la ‘transgresión’ cultural queer. Mero populismo “rosa” bien berreta»1.
Entrenadxs para convertir la injuria en bandera de guerra, abrazamos esa idea con entusiasmo. Intentamos sacudirla, conmoverla, toquetear su afinación. ¿Qué es eso que tanto molesta? Eso que provoca el odio visceral, la respuesta reactiva, el deseo de extinción, ¿será acaso lo mismo que suscita ese desborde gozoso que palpita en las fiestas? Un derroche irreverente que jamás pide permiso. Puro despilfarro, berreta y popular.
¿Qué otras palabras concentran tanta historia, tantos sentidos, tantas tensiones, como «populismo»? Para los gerentes de la miseria es puro insulto. Entre tanto, decimos que es palabra que nombra, también, una irrefrenable sed de vida. A menudo se nos reprocha por demasiado intensxs, demasiado escandalosxs, demasiado putas, demasiado demostrativxs, demasiado furiosxs, demasiado todo. Exceso, exageración, catarata de afectos inoportunos. Furia de heridas que no callan. Celebración, derroche, gasto; libre de deuda. Es que no le debemos nada a nadie. No hay deuda perpetua e impagable. Y aunque por momentos el populismo se quiera o se perciba religioso, nos encanta su ateísmo. Así lo sentimos. Nada de sacrificio. Nada de esforzarse para llegar, nada de meritocracia. Ninguna deuda que pagar. Y no sabemos si fue magia, brujería, gualicho o lo que sea. Pero cada vez que la derecha diga que «alguien tiene que pagar la fiesta», contestaremos: «¡¿Qué?! ¡¿Qué fiesta?! ¡Si esto recién empieza! ¡Acabamos de recibir el flyer de la previa!» Enfangadxs en sus sueños de pureza, les decimos que vivimos corrompidxs, que no hay estado de normalidad que esperemos recuperar. ¡Pureza 0! Aunque, cuidado, ¡claro que también esperamos la lluvia de inversiones!:que vengan lxs invertidxs, que todo se de vuelta de una vez. El discurso de la transparencia y la incorruptibilidad no puede más que estar sostenido por gerentes de las muertes. Manos manchadas de sangre, lavadas con discursos vacíos. Ni transparencia ni números exactos. Opacos garabatos. Trazos vagos, mamarrachos, borradores que no buscan la forma ideal.
Nos queremos yeguas, indómitas, vivas y desendeudadas mientras llenamos los signos más queridos del populismo de glitter. De la «Pesada herencia» a la cuidada errancia. ¡Fuera de todos los closets!
«¿Qué es esto de universidades por todos lados?», dice la derecha. «¡Están vacías!» «¡Es puro gasto!». ¡No están vacías! ¿Y no se enteraron, todavía, que no sólo queremos trabajar para el presente sino también para un pueblo por venir? Inventamos bancos para estudiantes imaginarios mientras lxs gerentes del ajuste aniquilan vidas presentes para que cierren números. Escuchar el murmullo del pueblo que no existe, no con el cálculo estadístico del timbrazo, no con la frialdad especulativa del focus group. Aullar en lenguas desconocidas. Inventar oídos, memorias y cuerpos que no existen.
Nada de optimismo y de esperanza ciega. Por estos días el sabor de nuestras bocas es amargo. Todas las decisiones que hicieron más vivibles los días –aún aquellas más queridas, las que abrazamos y defendemos– se sienten como políticas de reducción de daños. Nos rehusamos a pensar que lo vivido sea el techo de lo posible. Nos rehusamos a pensar que eso que se nombra como «avance del fascismo» sea un movimiento que marcha hacia adelante, sin más, como si se tratara de un destino inexorable. Creemos que no es posible propiciar una interrupción sin incomodarnos, sin trazar alianzas con aquellxs con quienes aunque tal vez no compartamos exactamente la misma visión del mundo, sí compartimos el deseo de inventar otros paisajes más habitables para todxs. Más aún para lxs desertorxs de las normalidades y para todas las existencias portadoras de precariedades que el mismo sistema produce; cuerpos acostumbrados a caminar entre las brasas y encantar infiernos.
Tal vez sea necesario afirmar las diferencias sin hacer crecer muros impenetrables; mantenernos cerca sosteniendo las tensiones. No esperamos que todxs vibren con los signos que ha lanzado y lanza el populismo sino más bien con un grito antifascista y con el deseo de inventar lo que no existe. Que ese grito nos acerque sin cancelar las distancias. Mantenernos en ese umbral incómodo que tironea por todos lados. Que podamos ensayar críticas a nuestros movimientos más queridos, aquellos que entusiasman, apasionan, que dan aire y que también están hechos de la miseria que nos habita y habitamos.
Necesitamos ficciones que alojen lo heterogéneo, lo vulnerable, lo precario. Ficciones capaces de expandir lo posible, de acoger lo extraño, de avivar las llamas. Ficciones que agiten los cuerpos, que hagan sudar las caderas, y qué también custodien la pereza, la calma y el silencio. Que interroguen lugares comunes minados de slogans y estribillos de autoayudas. Ficciones para arrasar cuatro años de saturación de marketing emocional. ¿Cómo interrumpir? ¿Cómo interrumpir ese automatismo sensible que escupe, tras una percepción “x”, una certeza fascista? ¿Cómo pervertir la percepción? Cómo desconfiar de nosotrxs mismxs, cómo abandonar la máscara de la identidad por la que tanto hemos luchado, cómo estar permeables a las manadas que nos habitan y que no sólo piden nuevas luchas, nuevos amores, nuevos mundos, sino también pausas, silencios y retiradas. Cómo abandonar la ilusión que sostiene a esto que supuestamente somos para devenir otrxs, para renunciar a la monogamia con nosotrxs mismxs, e inventar un poliamor que no trate tanto de la cantidad de cuerpos que haya que amar, como de la disposición a estar en la vida de otra manera.
¿Cómo interrumpir el deseo de castigo que habita los cuerpos? ¿Cómo propiciar otros afectos que destronen el odio y la resignación que ha instalado esa nefasta «revolución de la alegría»? El odio a lxs migrantes, las «feminazis», las disidencias, los populismos, la yegua. Esclavxs del odio, saturadxs de (re)sentimientos que obturan el paso a otros afectos.
Queremos compartir con quienes deliren maneras de interrumpir el odio, el horror. Crear imágenes, ficciones, relatos para desquiciar al presente. Yendo y viniendo de la trinchera de las identidades, también decimos que «no somos nada», porque si las palabras para nombrarnos son las que existen, si es la lengua de lxs enemigxs, preferimos el exilio, la nada, la finitud. No nos desvela ser una letra más reconocida por la norma, queremos que la norma caiga, como esa masa de injusticias que nombramos como «patriarcado», como el neoliberalismo, y más.
Rosa sí, pink(washing) no: entendemos que la idea de «populismo rosa» como acusación alude al «pink washing». Estrategia de marketing que encontró el capitalismo para asimilar diferencias adaptándolas y desapropiándolas de su fuerza disidente e insurrecta. Un como si que busca aplastar desobediencias. No, no vamos a ser nosotras las que vengamos a lavar nada: si somos algo que sea ese «sudor que te avergüenza, por tu aburrida buena conciencia».
De nuevo: nada de optimismo y esperanza ciega. La tierra rozada no es la tierra PROmetida. Habitamos una tierra arrasada. Vidas precarizadas que viven en el límite. No queremos alegrías reguladas, felicidad a cuentagotas ni técnicas para llegar al paraíso. No hay paraíso perdido, no hay nada que recuperar. La tierra prometida no existe. No hay comunidad a la que volver.
Hay cuerpos de tierra, de agua, hay pieles: territorios a cuidar. Está la poesía intentado rozar instantes inapresables. Como la que Claudia Masin dedica a Milagro Sala; presa política, sensibilidad furiosa que habita un territorio ocupado por la derecha y que sigue injustamente privada de su libertad, a la vista de un pueblo anestesiado:
En los pueblos anestesiados, adormecidos por un sol violento, cada vez
que llueve se levanta de las calles de tierra una nube de vapor, un humo viejo
que trae el olor picante de la pólvora vencida, disparada hace décadas
sobre cuerpos desarmados o en enfrentamientos desiguales
de cientos contra pocos, un humo que condensa el olor de todos los fuegos
encendidos a la noche, jornada tras jornada, mes tras mes, año tras año,
para asar la carne o calentar la comida que hubiera,
unos junto a otros reunidos alrededor del fogón como luciérnagas
que se han ido apagando para dejar su brillo en una caja que otros construyeron,
sin agujeros por donde respirar porque no todos, se sabe, tienen derecho a la vida
y a la belleza. Es denso ese humo y es tóxico, y se nos cierra la garganta
cuando llega, porque guarda el olor corrosivo que se adhiere a los cuerpos
de tanto andar juntando los desperdicios que otros dejan, la basura ajena,
para seguir sobreviviendo. El olor de ese humo, a pobreza
y a miedo, a veces crece y crece y llega a las ciudades ricas donde apesta
más que nunca y hay que espantarlo con las manos como a un insecto.
No tiene historia, no duele, a nadie le pertenece ese olor cuando entra a las casas
y molesta, lo único que importa es apagarlo, taparlo,
hacer que vuelva a donde pertenece,
porque no se puede invadir la propiedad de los otros con la propia
miseria. Sin embargo es más grande todavía el desprecio y el asco
cuando esos hombres y mujeres un día se atreven a salir a las calles,
a invadir el centro de ciudades que no fueron construidas para ellos:
aunque han venido de tan lejos, y están sucios y cansados, no traen
ese olor animal con ellos, no es pobreza ni miedo
eso que los circunda como un halo imposible y los protege
como una empalizada, como una fuerza torrencial y serena
que los sostiene con la delicadeza con que debe ser sostenido
algo que ha sido roto y recompuesto mil veces, algo a la vez infinitamente
poderoso y frágil, porque ha conocido la experiencia
de su propio derrumbe y ha vuelto. No es pobreza ni miedo,
no están vencidos porque vienen cantando, se los oye desde lejos, nadie puede
no oírlos, su canción tiene raíces tan hundidas en la tierra que a algunos
les toca el corazón, les hace nacer una alegría que no conocían, tan intensa
que pareciera que les rompe el pecho, pero en otros despierta
una violencia incurable y quisieran arrancar ese canto
y arrancarlos a ellos como a la mala hierba para que algo así,
capaz de transmitir una esperanza tan tremenda, no pueda propagarse
y contaminar a los demás, a los que bajan la cabeza y aceptan
porque no saben, no les han dicho, nunca han escuchado
una canción como esa. Que no existen los milagros es algo
evidente. Pero sí existen algunos –poquísimos- seres con el coraje, la terquedad,
la furia de insistir en lo que no se puede: caminan sobre el agua
o multiplican los panes y los peces
como si no estuvieran haciendo nada extraordinario, apenas lo justo,
lo que tenía que ser hecho. Una sola de estas personas
puede lograr que el mundo se ahueque como los ventrículos del corazón
enorme y violento de las fieras del monte, cuyo latido retumba adentro de la
tierra
hasta que incluso los seres más mansos, más pequeños, lo escuchan
y entonces despiertan y escapan de una vez y para siempre
de su cautiverio2.
Incomodarse con esos olores, estos sudores, estas irreverencias. Rozar la tierra: quemarla, prepararla para la próxima siembra. Entre el fuego que invita a empezar todo de nuevo y el desafiante llamamiento de otra Rosa (Luxemburgo) que grita que no hay modo de sentir la esclavitud sin inquietarse. Rosa que pincha, roza que quema, roza que esparce suavidades.
¡Sude y vuelve!
Junio de 2019.
1 El comentario completo decía así: «Esta propuesta cultural es tan funcional al mercado rosa como lo fueron en su momento Queen y Village People, como lo sigue siendo la proxeneta de lujo Madonna y como lo es ahora toda la ‘transgresión’ cultural queer. No hacen más que perpetuar estereotipos ultrasexistas y denigrarnos con "glamour". ¿Esa gente es "de izquierda"? Mmmm... ¡Listo! soy un tarro de nutella, o yo qué sé, un tornillo... Sudor Marika no quieras vender gato por liebre :) Lo suyo es mero populismo "rosa" bien berreta :)» 2 Claudia Masin, Una canción como esa (A Milagro Sala) Inédito.
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