Qué pena que el nerviosismo de la civilización no sepa la calma de la mañana, el silencio pacificador, la pausa del tiempo, la posibilidad de hablar de algo que no se reduzca a que la plata no alcanza, a que la golpearon hasta matarla, a que encontraron el cuerpo colgado de un árbol.
Una gran pena que colores, brisas, distancias, se hayan vuelto amenazas.
Casi no se puede hablar de otra cosa.
Sin embargo, todos los meses tratamos de reunir textos, en un espacio en común, a la espera de lecturas. Del encuentro con palabras o imágenes emancipadoras.
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