top of page
  • Foto del escritorRevista Adynata

Memoria / Alejandro Kaufman


Entre las denotaciones concernientes al término gravitan con particular relevancia en la historia reciente las que constituyen como objeto de la memoria la experiencia contraria a la perpetración de exterminios, genocidios o crímenes de lesa humanidad. La configuración paradigmática del exterminio consiste en un plan designado para aniquilar a determinados colectivos sociales sobre la base de alegaciones de distinta índole. Tales alegaciones contienen por una parte ciertos anclajes en las historias sociales y culturales sin dejar por ello de ser una invención cuyas delimitaciones son contingentes y de incierta constatación identitaria. La marca de la violencia perpetradora confiere verosimilitud performativa al designio de la aniquilación. Las ostensibles contradicciones, inconsecuencias o sucesos de corrupción que acompañan siempre a la ejecución de los aniquilamientos aparecen como errores de aplicación del designio. Los abordajes críticos de las perpetraciones aniquiladoras ponen en tela de juicio los criterios clasificatorios con que se designan a las víctimas y trazan en parte sobre esa base el modo distópico de los acontecimientos del horror, auto percibidos como benefactores sacrificiales de la humanidad.


En primer lugar, la naturaleza contingente y aun arbitraria de la presunción identitaria con que se selecciona a las víctimas para su desaparición propicia que el designio pretendidamente clasificatorio de extinción dé lugar a casos de supervivencia, por más eficiencia que se le haya pretendido conferir a la maquinaria exterminadora. Por mayor velocidad y eficacia que se le imprima a la perpetración, en el desarrollo de su ejecución sobreviven quienes podrán dar testimonio con posterioridad.


En segundo lugar, los exterminios tienen como condición de posibilidad el secreto o la clandestinidad, no solamente por lo horroroso e impresentable de la perpetración sino porque la eficacia pretendida de fabricar el olvido de un colectivo social reside en que no quede registrada la acción perpetradora dado que el plan consiste en dar lugar a las condiciones por las cuales ese colectivo social desaparezca como si nunca hubiera existido.


En tercer lugar, en tanto el exterminio es irrealizable según sus propios planes trazados como solución final, el transcurso del tiempo conspira contra su consumación, de modo que en algún momento es objeto de una interrupción. Ello ha sucedido en la historia reciente de muy distintas formas. La detención del aniquilamiento estructura una narrativa sobre su finalización, que en general omite el carácter irrevocable de la sentencia impuesta sobre el colectivo social determinado. La latencia perdurable de la condena la vuelve permanente, ya sea que se manifieste a través de diversas expresiones, conatos de repetición, negacionismos, relativizaciones y banalizaciones u otras formas de discriminación o difamación.


En cuarto lugar, los aniquilamientos no proceden como acontecimientos históricos, es decir, destinados a su reconocimiento público a través del tiempo mediante la institución de conmemoraciones. Su propósito y marca singular es la ausencia, la omisión, el haber realizado el objetivo de borrar a una parte de la humanidad: no solo a los cuerpos vivientes de las víctimas en tanto darles muerte sino a todo lo que significaron en el pasado y en el presente. Se borra de la existencia una lengua, una cultura, subjetividades colectivas, memorias. El aniquilamiento es un evento que no tiene parangón. No hay ningún otro acontecimiento equiparable conocido.


El carácter hórrido de la perpetración, su designio de clandestinidad irreductible y la impresentabilidad de los crímenes cometidos conforman en su conjunto las razones por las cuales la perpetración, por su idiosincrasia, es incompatible con un discurso que la exponga en términos de narratividad acontecimental o histórica. El plan perpetrador no es susceptible de representación por la índole misma de su designio realizativo.

 

La noción de memoria como experiencia radicalmente opuesta a la perpetración destructora supone una consecución temporal: los sucesos aniquiladores no son públicos. Las condiciones de posibilidad de su acaecimiento comprenden la clandestinidad. Los indicios que sugieren lo que sucede son susceptibles de registro, pero tienen lugar en condiciones sociales denegatorias, de modo que pueden circular como rumores o versiones que no consiguen poner en evidencia los hechos. La fuente primaria de conocimiento de lo acontecido reside en el testimonio de quienes hayan sobrevivido. En los sucesos paradigmáticos, la supervivencia es contingente y conlleva una paradoja. Ofrece testimonio quien ha sido objeto de un trato aniquilador denegado, y por lo tanto no existe desde el punto de vista del acontecimiento perpetrador. Los relatos testimoniales se oponen a la denegación bajo alegada incredulidad. “No puede haber sucedido, no puede estar sucediendo”. La incredulidad es funcional al secreto exterminador. Ambos participan de la distancia suscitada por lo inverosímil de los eventos. Tiene esto lugar en el marco de aquello que “no debería haber sucedido”. Los sucesos límite, ajenos al dominio narrativo comunicacional, requieren para ser objeto de testimonio de condiciones específicas de figuración y exposición de lo traumático. Los eventos perpetrados no se ofrecen de manera lineal ni simple a efectos de comunicación. La noción de memoria concierne entonces a instancias de posterioridad, olvido y trauma. En el marco de las disciplinas implicadas se suscitan desarrollos de gran alcance en muy distintos aspectos, jurídicos, estéticos, narrativos, representacionales, sobre los que emergen debates de gran complejidad e indecidibilidad. No obstante, ciertos repertorios memoriales han alcanzado consensos mínimos en términos globales respecto de los límites de la representación y acerca de lo problemático que es tomar las decisiones respectivas y mantener criterios curatoriales.


Las sedes interpeladas por las prácticas memoriales son necesariamente las instituciones estatales, ya sea porque se encaren iniciativas jurídicas o porque se les requiera a los estados asumir responsabilidades reparadoras y rememorativas de los acontecimientos del horror. Las agencias protagonistas de estas acciones han sido de diversa índole. Mientras al finalizar la Segunda Guerra Mundial se trató de los estados victoriosos contra los genocidas, en el caso argentino, paradigmático por sus propios méritos, tuvieron un protagonismo único y sobresaliente primero Madres y Abuelas, y luego Hij@s y Niet@s, así como Historias desobedientes y organismos de derechos humanos. Por otra parte, en la Argentina varios gobiernos emprendieron iniciativas memoriales de diversa naturaleza, ya sea jurídica o memorial y de reparación. La experiencia memorial argentina fue paradigmática para países de la región y de otras latitudes.


De los repertorios testimoniales, además de sus protagonistas iniciales sobrevivientes, forman parte prácticas educativas y museográficas, así como prácticas culturales y normativas frente a los negacionismos que han ido surgiendo con los años en diferentes países. Mientras que en muchos países que experimentaron sucesos aniquiladores se ha legislado contra los negacionismos, en la Argentina se han propuesto numerosos proyectos de ley sin que hasta la fecha se haya llegado a un acuerdo sancionatorio y de asunción de responsabilidades por parte del Estado.


La dimensión memorial y testimonial respecto de las perpetraciones aniquiladoras tiene su especificidad a la vez complementaria y divergente en relación con los desarrollos historiográficos pertinentes, orientados a establecer las dimensiones factuales documentables de los acontecimientos.

 

Dado que los eventos aniquiladores tienen como propósito borrar de la existencia y de la conciencia temporal a una parte por lo general minoritaria pero ubicua o dispersa en las respectivas sociedades, suponen grandes magnitudes en proporción al alcance de cada uno de ellos y a sus especificidades. Por lo tanto, las localizaciones en que tienen lugar los sucesos de manera clandestina suelen ser también de gran magnitud y dispersión. Tarea de los emprendimientos memoriales es determinar con posterioridad los sitios del horror -lugares de memoria- de modo de asignarles un papel memorial instituido, que procede a los efectos rememorativos, historiográficos, educativos y museográficos. Por otra parte, los lugares de memoria responden a la desaparición de los cuerpos privados de sepultura, por lo cual asumen un rasgo homólogo de recogimiento y protección. Por fin, la determinación de sitios de memoria abarca también las localizaciones donde experimentaron su existencia las víctimas, de modo que su alcance se entreteje por fin con la vida social en su totalidad a modo de restitución simbólica.


En lo que antecede se optó por definir algunos de los principales rasgos que gravitan de manera paradigmática en la configuración de la problemática memorial. La difusión de armas de destrucción masiva, la proliferación global de conflictos armados continuos de maneras asimétricas y de gran interpelación contra la vigencia de los derechos humanos, y el auge y difusión de medios de comunicación, nuevas tecnologías virtuales y despliegue de la sociedad del espectáculo han dado lugar a nuevas problemáticas lexicales respecto de señalamientos, debates e imputaciones en lo atinente a crímenes contra la humanidad, genocidios y exterminios en tiempo presente y exposición noticiable. Ello ha sumado en los últimos años nuevas capas de complejidad y controversia a las problemáticas de la memoria, así como también sucede con la proliferación de negacionismos que socavan, o pretenden hacerlo, a las prácticas memoriales. No obstante, los sintagmas de memoria, verdad y justicia, la expresión nunca más y los archivos testimoniales, así como el orden jurídico internacional desarrollado desde mediados del siglo XX, entre otras instancias, instituyen la trama memorial vigente a la fecha, en continuo estado de revisión, desenvolvimiento y también controversia. El actual auge global de ultraderechas impone nuevos desafíos a la prosecución de las prácticas memoriales, tanto por los negacionismos emergentes como por nuevos conatos precursores de actuales o eventuales sucesos luctuosos.




Fuente: de Charras, Diego, Kejval, Larisa y Hernández, Silvia (2024) Vocabulario crítico de las Ciencias de la Comunicación, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Taurus.



Algunas referencias bibliográficas

Agamben, Giorgio. Homo sacer, vol. III. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Pre-Textos, Valencia, 2000.

Calveiro, Pilar. Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Colihue, Buenos Aires, 1998.

Ciollaro, Noemí. Pájaros sin luz. Testimonios de mujeres de desaparecidos. Planeta, Buenos Aires, 2000.

Feierstein, Daniel. El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina. FCE, Buenos Aires, 2007.

Franco, Marina y Levín, Florencia (comps.). Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción. Paidós, Buenos Aires, 2007.

Friedländer, Saul (comp.). En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2007.

Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Fondo de Cultura Económica Argentina, Buenos Aires, 2022.

Sneh, Perla. Palabras para decirlo. Universidad Nacional de Rosario Editora, Rosario, 2022.

Sonderéguer, María. (comp.). Género y poder: violencias de género en contextos de represión política y conflictos armados. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2012.

Strejilevich, Nora. Una sola muerte numerosa. Alción, Córdoba, 2006.




Naomi Harris - "El pelo de Evelyn siendo lavado" - 2000 - Impresión en Cibacromo 50.8 × 61 cm

Comments


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

bottom of page