Una de las más antiguas y veneradas artes de lo im-posible, para decirlo con Adrienne Rich; es quizás también uno de los más peligrosos y necesarios ejercicios del desacato: no hay palabra que esté a salvo, ni relato que no arriesgue un mundo. Narrar, para contar nuestras historias, para recordar nuestras experiencias, para archivar nuestras cartografías. Narrar, también, para fabular otras maneras de ser-con, para ampliar nuestros horizontes de i/legibilidad, para disputar los regímenes de silenciamiento y las políticas del nombre im-propio a los que somos sometidxs. Narrar porque, como dice val flores, "el lenguaje es un estratégico campo de batalla, un sitio de pugnas" al que no podemos ni queremos renunciar. Narrar entonces para no ser borrados, ni silenciadas, ni negades; pero también, para ser malinterpretadxs, incomprendidos, escurridizas e incluso invisibles. Narrar, no como quienes creen haber encontrado "la verdad", sino como quienes disputan los saberes instituidos y ponen a rodar sus conocimientos insurrectos. Narrar, una y otra vez, en variopintos estilos, para incomodar la lengua del presente y para socavar las políticas genocidas del "buen decir". Narrar, con suerte, para regar los brotes de sentidos en los que cobijar nuestras existencias, para darle lugar a nuestros contratiempos, para inscribir los fugaces tartamudeos de otros mundos.
Fuente: Borrador para un abecedario del desacato, Madreselva Editorial. CABA 2021
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