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Foto del escritorRevista Adynata

Para nosotrxs / Ezequiel Buyatti


Una fuerza revolucionaria solo puede construirse en red,

de lo cercano a lo cercano, apoyándose en amistades seguras,

tejiendo furtivamente complicidades inesperadas,

hasta llegar al corazón del aparato adverso

Comité invisible, Ahora



Raoul Vaneigem sostiene en el Tratado que la civilización occidental es una civilización del trabajo y, como dice Diógenes: el amor, entonces, resulta la ocupación de los perezosos. El trabajo nunca dignificó la existencia, solo la redujo al hastío generalizado, al automatismo ciudadano. Con la gradual desaparición del trabajo forzado, el amor está llamado a reconquistar el terreno perdido. Y esto no deja de ser peligroso para todas las formas de autoridad. Y no solo el amor, sino también el odio.


Nuestro odio —posible vehículo necesario para imaginar otros mundos sin la máscara de la paz social capitalista, genocida y ecocida que tanto se pregona— resulta, sin dudas, una vitalidad imprescindible.


Vitalidad tan imprescindible como esa mirada que enhebra compañerismo. Vitalidad tan inexorable como la complicidad ofensiva contra lo existente. Vitalidad tan imperceptible como el aire y el fuego que queda entre los cuerpos durante el próximo abrazo. Nadie puede determinar lo que puede en encuentro.


La amistad acontece con el rechazo de la fábrica universal que intenta convertirnos en unidades productivas, ciudadanos demócratas y obedientes. El sabotaje contra ella permite el placer de encontrarse, charlar, beber, comer, soñar, conspirar, preparar la revuelta de la vida cotidiana sin descuidar lo más mínimo los placeres que todavía no están totalmente alienados, escuchamos en De la huelga salvaje a la autogestión generalizada.


La afinidad es el sustrato social de la anarquía, pero desde siempre se lo llama amistad, sostienen las cabezas de tormenta. Amistad como amparo. Afinidad como cobijo. Asociarse para desorganizar el principio de gobierno que rige la vida. Potenciar, entonces, esta idea-práctica de cuidar del otrx mientras afilamos comunitariamente las armas que nos propician la recuperación de la vida.


Partir de la presencia, de los lugares que habitamos, de los territorios que vamos conociendo, de los vínculos que nos unen. La lógica del incremento de potencia: todo lo que se puede oponer a la lógica de la toma del poder. Habitar plenamente: todo lo que se puede oponer al paradigma de gobierno, nos dice el Comité Invisible.


Una insurrección que viene con nuestrxs amigxs ahora. Pequeñas revueltas cotidianas y situadas que dignifican la existencia. Solo hay nosotrxs y el conjunto de vínculos, de amistades, enemistades y proximidades. Solo hay nosotrxs, potencias eminentemente situadas y su capacidad para extender sus ramificaciones en el seno del cadáver social. Un hormigueo de mundos, un mundo hecho de todo un cúmulo de mundos. Y si la destrucción es una pasión creadora, la creación apasionada erosiona el cemento civilizado aquí y ahora.


Con nuestrxs amigxs vamos a seguir insistiendo: es en el fondo de cada situación y en el fondo de cada unx que hay que buscar la época. Es ahí en donde nosotrxs nos encontramos, en donde tienen lugar las amistades verdaderas, dispersas en los cuatro puntos del globo pero caminando juntas.


Abandonar la idea de paz es la única paz verdadera. Para ellxs tenemos guerra, para nosotrxs (A)mor.





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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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