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  • Foto del escritorRevista Adynata

Pliegues de la noche / Marcelo Percia

1.

Como piensa Louis Aragon (1972), en la contienda entre memoria y olvido, suele ganar el olvido. Una de las razones de su triunfo reside en que omite lo que duele.

Todavía pensamos qué nos pasó en los días y las noches de la pandemia. Cómo transcurrieron las vidas en las pantallas. La celebración de un cumpleaños, las clases virtuales, las horas de pavor.

En esos tiempos distinguimos soledades, desolaciones, aislamientos.

Soledades se saben, se aprenden, se cultivan. Habitan y componen la vida tal como se nos da.

Desolaciones añaden desamparos y desconsuelos a las soledades. Se extienden como tierras cansadas y yermas.

Aislamientos privan a las soledades del abrigo de las cercanías, arrojándolas a las arideces de la desolación.

Hay una memora sabida y una memoria olvidada: la memoria olvidada esconde, en los cuerpos, infortunios y terrores de la peste.


2.

Un poema de Idea Vilariño (1969) dice: “Una siempre está sola / pero / a veces / está más sola”.

En noches de pandemia tuvimos más soledad. Pero más soledad en el sentido de una soledad más: la soledad planetaria de la vida amenazada.

Días de la pandemia, ¿se recordarán sólo como días de encierro y no como los del miedo y la muerte en todas partes?


3.

En ese tiempo, en un curso virtual de una cátedra de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, se propuso una acción nocturna para vidas descorazonadas, acaso angustiadas, que sobrellevaban inquietantes reclusiones.


4.

El sombrero de tres picos, la novela de Pedro Antonio de Alarcón (1874), tiene este subtítulo: Historia verdadera de un sucedido que anda en romances, escrita ahora tal y como pasó.

Tan bella expresión un sucedido, que lo que sigue se ofrece así: Pliegues de la noche. Relato de un sucedido. Contado tal y como pasó.

Un sucedido como acontecimiento no previsto del todo. Como imaginación desbordada. Como súbito contento de lo común. No una experiencia, una actividad, una dinámica. Un sucedido como suceso deshabituado.

Escribe Ricardo Carreira (1993): “Dos leones en una jaula son simplemente dos leones en una jaula, pero si ponemos un león de porcelana al lado del león real, provocamos una deshabituación”.

Llamamos deshabituación a la deliberada interferencia de lo habitual, al acto de hacer zozobrar un presente mecanizado, al arrojo de una disrupción.


5.

Se narra el sucedido de la soledad con, de la desolación con, del aislamiento con. El sucedido de una dormida en compañía.

Una cita, después de hora, que se pregunta quienes acudirán. Una misiva sin garantías de recepción. Un desatino que tuvo la precaución de no obligar, de no violentar, de no lastimar. Un juego que se disfruta por hacerse o, si no, no.

Una impertinencia que, una vez realizada, se supo leyenda. Narración de narraciones que no se pueden establecer. Un episodio que, al cabo, no se sabe si ocurrió, si participaron estudiantes o si se trucaron imágenes tomadas de la red.

El encanto de una leyenda reside en que cuenta un sucedido de una única vez.

La leyenda de entrar en un sueño sabiéndose durmiendo con una pequeña multitud desvalida.


6.

El sucedido consistió en pasar una noche en estrecha proximidad. Un curso de soledades que aceptaron dormir juntas durante el miércoles 20 hasta el amanecer del jueves 21 de octubre de 2021.

Cada existencia docente y cursante toma con su celular dos fotos de la cama en la que duerme cada día. La primera antes de acostarse y la segunda después de levantarse. Se invita a registrar el instante que precede a los cuerpos y el instante tras los cuerpos.

Las dos imágenes se envían por mail durante el jueves 21 de octubre.

Luego, la acción se presenta el día 1 de noviembre en una exposición por zoom (trasmitida, también, por un canal en youtube).


7.

Tal vez se piense que un sucedido sobreviene como ocurrencia de una voluntad solitaria. Pero no: necesita complicidades. Complicidades que, ante lo que se presenta como un simple me gustaría, afirmen entusiastas: ¡Lo hacemos!

Complicidades que lleven en andas deseos que recién entonces comienzan a creer en sí mismos. Sin suscitación de complicidades no se gesta un sucedido. En la suscitación reside el soplo secreto de lo común.


(Se sugiere, a partir de aquí comenzar a ver el video del sucedido)




8.

Se llamó pliegues de la noche a un común dormir, a un común amar, a un común fantasear, a un común desfallecer, a un común soñar, a un común convalecer, a un común temer.

Como se ve, se antepone lo común a los infinitivos dormir, amar, fantasear, desfallecer, soñar, convalecer, temer.

Todavía hace falta subrayarlo, pero llegará un día en que lo común se empleará como prefijo tácito de la vida.


9.

Se llamó pliegues de la noche a los dobleces en los que una cama respira y huele.

Se llamó pliegues de la noche a las lisuras arrugadas de las sábanas y cobertores.

Se llamó pliegues de la noche a los refugios secretos de los flujos que manchan.

Se llamó pliegues de la noche a una común intimidad cuidada y protegida.

Se llamó pliegues de la noche a un alivio, a una suavidad, a una delicadeza, en los días de pandemia.


10.

La acción propuso compartir una noche. Acoger existencias presentidas, sugeridas, escabullidas. Silenciosas y modestas corporalidades que aceptaron la discreción de ausentarse para hacerse ver.


11.

Se ofreció una oportunidad para conversar la soledad, la desolación, el aislamiento. Una ocasión para evocar ausencias. Un momento para el tembloroso susurro de las sombras. Una circunstancia de cruces, mezclas, contactos furtivos, roces fugaces.

No se ideó un procedimiento de violación de intimidades ni de secretos revelados en las fotos. No se alimentó la impaciencia que pretende ver y simplificar lo visto.

No se trataba de husmear una cama ajena, ni de llamar la atención sobre extrañezas, impropiedades, costumbres.

Se invitó a habitar la noche como guarida de ausencias. A asomarnos a sus retóricas y gramáticas. A familiarizarnos con sombras que no pertenecen a nadie, porque pertenecen a la noche. A estimar su voluntad de envoltura y olvido. A palpar su calma, su ansiedad, su incertidumbre o vacilación antes del amanecer.


12.

No se pretendió pesquisar delitos nocturnos. Ni detectar restos, rastros, objetos, desechos, convivencias. No se alentó a buscar detalles o signos llamativos en los lugares en los que cada cual duerme. No se incitó a espiar. Ni a intuir erotismos omitidos o sensualidades indiciarias. No se animaron prácticas detectivescas. No se fomentó que las fotografías se examinen y se interpreten como lechos proyectivos. No se estimuló a mirar como si fuéramos cazadores que analizan huellas que tienen la astucia de ocultarse. No se propiciaron voyerismos psicológicos. No se implementó una técnica para compartir noches.


13.

Se quiso tramar cercanías para dar cobijo a lo que nos estaba pasando. Porque lo que nos estaba pasando no cabía en una sola sensibilidad ni en muchas juntas. El sucedido consistió en dar acogida a lo que no podía acogerse. En ofrecer abrigo a soledades que, por una noche, suspenden y olvidan lo que más temen.


14.

En uno de sus seminarios, Lacan (1964) se refiere al cuadro Los embajadores de Hans Holbein (1533) para pensar la mirada. Y en esa ocasión, señala cómo entre lujos y riquezas, ciencias y reliquias, asoma la presencia velada de la muerte.

Recordemos: entre saberes y vanidades, se ve en esa pintura un enigmático objeto, suspendido, flotando sobre el suelo. De frente, se asemeja a un hueso o a una concha marina; pero, se trata de una distorsión visual, de un efecto de perspectiva, de la anamorfosis de un cráneo humano. Una alusión a la muerte que sólo se percibe al desplazarse o al cambiar el punto de vista.

Tal vez, por eso, en las fotos de las camas, a pesar de todas las prevenciones, se insista en ver el gesto inculpante de una arruga o se busque un detalle que excite. Se entiende: nadie quiere mirar de frente la figura espectral de esos días. La insinuación del fantasma más temido.


15.

Hay tantas formas de dormir como vidas posibles.

Se conoce la historia de Procusto, personaje de un mito griego, obsesionado por reducir todo a una única medida. Recibía en su posada, con sincera hospitalidad, a personas que estaban de viaje. Las invitaba a pasar la noche en la cama de huéspedes. Pero cuando las visitas dormían hacía ajustes: si lo cuerpos tenían más largo que el lecho, cortaba las partes que sobraban. Y si tenían menor longitud, los estiraba hasta hacerlos coincidir con el largo previsto.

Para conjurar la desquicia de Procusto, conviene enunciar dos proposiciones para una ética del reposo.

La primera: Reducir una vida a nuestras creencias equivale a disecarla.

La segunda: Ninguna vida está obligada a cumplir las expectativas que nos hemos hecho de ella.

¡Ay…qué fatiga la de las vidas interpretadas, calificadas, clasificadas!


16.

Se narra un sucedido que intentó evitar la afición de suponer, comprender, inferir, adherir, etiquetas a lo vivo.

Se propuso dejar a las fotos hablar más que observarlas.

Soledades duermen abrazadas a misterios que, a veces, no saben. Se las escucha respirar calmas y agitadas, hablar en sueños, moverse de un lado a otro. Gran responsabilidad saber una vida que descansa, resguardar sus secretos, custodiar sus encantos.

El psicoanálisis entrevió que el amor maravilla lo mirado. Que, en un amor, habitan memorias de otros amores. Que en toda mirada de amor se mira un amor ausente.

Y aprendimos también que en cada amor reposa una extrañeza que no se sabe, una desemejanza que no se sabe, un misterio que no se sabe. En fin, un no sé qué. La vida que late y danza sin que nadie la nombre.


17.

Soledades abismadas a la noche recorren esta vez pasadizos oscuros sabiéndose en compañía.

No importa qué se suprimió, qué se eliminó o qué se privilegió en esas falsas espontaneidades o en esas espontaneidades editadas. Tampoco interesa qué ejercicios de control o selección se pusieron en juego. O qué entrada tuvo el azar.

Quedan a la vista inocencias de lo inmóvil. Comicidades de las cosas quietas. Tibiezas en espera. Calideces y asperezas de las formas.

Pero, sobre todo, queda la visión de una singularidad no personal ni individual. La singularidad de una noche. La textura única de una acostada participada.


18.

Pocas escenas tan hermosas como la de cruzar el umbral del sueño escuchando una voz querida que nos relata un cuento.


19.

Se narra un sucedido entre una claridad última y una primera.

En Historia de la noche, Borges (1976) escribe “Nunca sabremos quién forjó la palabra / para el intervalo de sombra / que divide los dos crepúsculos; / nunca sabremos en qué siglo fue cifra / del espacio de estrellas”.


20.

Orfeo tiene el don de la música y la poesía. El dios Apolo le regala una lira. Las musas le enseñan las artes. Con delicados sonidos deleita a las fieras, seduce a los astros, saca a bailar a los árboles y arranca lágrimas a las piedras. Al volver de muchas hazañas, se enamora de Eurídice, pero la joven muere mordida por una serpiente. Entonces, Orfeo desciende al inframundo con la esperanza de traerla de vuelta a la vida. Elude, en su descenso, a todos los cancerberos de la muerte. Abre los cerrojos con su música. Hasta que el dios invisible del mundo de las sombras, conmovido, le concede el permiso para que Eurídice retorne a la vida. Sin embargo, le impone una condición: Orfeo no debe mirar hacia atrás hasta que ella se encuentre a salvo a plena luz del día. Así, lo sigue Eurídice, por los oscuros pasadizos, guiada por su lira. Orfeo no vuelve la cabeza en ningún momento. Eurídice, ¿estás ahí? Dime una palabra, déjame oír un sonido, un gemido, un suspiro. Algo que me haga saber tu presencia. No puedo darme vuelta. La astucia de Hades te enmudeció para doblegar mi voluntad. No lo haré. Por fin, al llegar a la superficie, se da vuelta para constatar que ella esté viva. Pero Eurídice, que todavía tiene un pie sin salir de las sombras, se desvanece en el aire para siempre.

Blanchot (1952) piensa que a Orfeo lo traicionó la impaciencia. Aunque aclara que “la verdadera paciencia no excluye la impaciencia, es su intimidad, es la impaciencia que se sufre y se soporta sin fin”.

Tal vez a Orfeo no le alcanzó con saber a Eurídice naciendo otra vez a la vida, tuvo el impulso de poseerla con la mirada un segundo antes de tiempo. Y, así, su preciosa conquista terminó anulada.


21.

Inspirada en una obra de teatro de Vinicius de Moraes, Marcel Camus (1956) filma Orfeo Negro. En esa versión, Eurídice dice: “Si pudieras escucharme en vez de verme”.

A partir de esa cita, Ivonne Bordelois (2003) piensa que el mito narra: “… la imposibilidad de que el varón escuche a la mujer, que es para él ante todo presencia visible, física o sexual, antes que palabra portadora de sentido. Orfeo, mitad dios y mitad hombre, es el creador de la música, el supremamente escuchable, nunca el escuchante. La condición impuesta a Orfeo, en realidad, consiste en superar esta situación de ensordecimiento, y así responder al deseo más profundo de Eurídice: el ser oída”.


22.

Se vuelve a decir: soledades abismadas a la noche recorren esta vez pasadizos oscuros sabiéndose en compañía. A pesar de las impaciencias, sabiéndose en compañía. A pesar de las sorderas, sabiéndose en compañía.

Saberse en compañía, a veces, quiere decir saberse a salvo de la hostilidad.

Saberse en compañía: en eso reside la pausa indispensable para estar en la vida.


23.

Se cuenta un sucedido que tuvo sólo una condición: no fotografiar rostros ni cuerpos de durmientes. Sólo se podía el silencioso registro de lo ausente.

Se convocó a una juntada de presencias insinuadas. A un reposo con compañías presentidas pero no constatadas.

Se inspiró una comitiva que no necesitó verse para saberse. Una andanza confiada en lo vaporoso, lo evanescente, lo tenue.

Un sucedido para escuchar lo que una noche dice sin que se pueda escuchar: fragilidades, flaquezas, desabrigos.


24.

Se dijo: dormir supone una confianza, una entrega, un desasimiento. Un darse a la noche. A su voluntad de envoltura y olvido. A su escucha y a sus susurros. A su calma, a su ansiedad, a su incertidumbre. A su íntima vacilación antes de cada amanecer.


25.

Se invitó a fotografiar temblores, jadeos, latidos, sudores, sonidos, respiraciones, de vidas que se ausentan en una noche intraducible. Parpadeos que dan a entender que alguien está por llegar y que alguien ya se ha ido.

Artificio para a saber lo ausente como asistencia que se registra faltando en la escena.


26.

En una conferencia sobre pintura antigua, Pascal Quignard (2009) piensa que en toda imagen hay una imagen que falta. Dice: “Una imagen falta en el origen. Ninguno de nosotros pudo asistir a la escena sexual de la que es el resultado. El niño que proviene de ella la imagina interminablemente. Es lo que los psicoanalistas llaman Urszene. Y, una imagen falta al final. Ninguno de nosotros asistirá, vivo, a su propia muerte”.

Entre la escena primera y la última, innumerables otras componen dichas y quebrantos de una vida. Un tercio de todos los tiempos que el azar nos ha asignado lo destinamos al descanso. ¡Qué poco y, a la vez, qué escena inmensa el sucedido de una sola noche demorada!


27.

Se propició un momento de despojo. Un revoltijo de imágenes inapropiadas. No sólo un anonimato preservador de identidades, sino la ausencia de los cuerpos como decisión tomada para estrecharnos durante una noche.

Ausencias que aluden a lo incapturable, que recuerdan lo irreductible, que procuran hospitalidad con lo insondable.

Se necesita saber lo incapturable, lo irreductible, lo insondable. Se necesita aprender a conversar con lo inapropiable.


28.

Una de las distinciones más recordadas entre visión y mirada se narra en Sartre (1943): la escena de una mirada que mira, a su vez, mirada por otra mirada que la mira mirando.

¿Si se pudiera escapar a ese vértigo, y sólo ver sin mirar?

Se ve la vida sin saberla, se la mira con amor o estupor. La visión planea sobre las cosas, la mirada se abisma en ellas.

El sucedido que se relata evitó la profanación o paranoia de la imagen escrutada o sospechada. Una y otra vez se incentivó a mirar lo ausente.


29.

Se propuso una ascesis de la mirada. El ejercicio de agudezas capaces de presentir lo no sabido en lo ya conocido. Una apertura que, de pronto, se pregunta: “¿cómo estoy viviendo?”.

La intimidad que interesa no está a la vista. No concierne a una respuesta.

Importa la intimidad como ceguera. La intimidad como súbita amistad con lo no visto ni sabido en lo que vivimos todos los días.


30.

En ese estado asambleario de mantas y cobijas, de sábanas y almohadas, de ambientaciones diversas, cada cual tiene oportunidad de entrever la morada de su descanso.

Una repentina visión del escenario de nuestras noches.

En estos tiempos, se podría pensar la intimidad como un descanso en el que nadie nos mira y ningún aparato nos escucha.

La intimidad, ¿podría dejar de habitarse como morada de ensueños, tibiezas, palabras susurradas entre estrechas cercanías? ¿Podría reducirse sólo a una compulsión a la exposición? ¿O quedar reservada como sitio en el que se ocultan actos que se creen impunes?

Tal vez el sucedido que aquí se narra propició la intimidad como momento de pasaje por un momento de extrañamiento como diría Bertold Brecht (1956). O como invención de una distancia en la sin distancia por tomar una expresión de León Rozitchner (2011).

Un sucedido que propuso salir de escena para pensar mirando ausencias.


31.

Digamos todavía más. No se trata, como en la película de Hitchcock (1954), de promover la indiscreción de mirar por una ventana para espiar vidas ajenas. Se trata de la ventana infinita de una noche. La ventana que insinúa una época. La ventana en la que se hace presente la turbación de lo ausente.


32.

Roland Barthes (1980) piensa el dilema de la mirada entre la indolencia y la afectación. En La cámara lúcida, distingue una mirada que ve lo que se debe ver y una mirada afectada que se detiene en lo que la golpea. Una mirada codificada y una mirada que siente el aguijón de la vida. Una mirada del me gusta indolente y una mirada que se estremece.


33.

En tiempos de una virtualidad obligada, se procuró la paradoja de volver imperceptible lo personal a través de una colección de escenas íntimas.

Un sucedido que indujo más que a mirar; a escuchar hablar a las cosas. Más que nombrar, describir, clasificar; saber soledades. Más que ver y observar; advertir las cosas que esperan, cobijan, abrazan, despiden. Las cosas que nos piensan.

Un sucedido que se propuso más que componer un álbum de fotos de gente durmiendo; sentir la mirada de los objetos que nos reciben y suavizan la vida.


34.

La acción puso a la vista, también, la cuestión del cuarto propio. Ese lugar para la escritura de las mujeres que pensaba Virginia Woolf (1929). O puso a la vista eso que Manuel Puig (1967) describe, en Boquitas pintadas, como dominio privado de las clases medias: una cama, una mesita de luz, un mueble con cajones. Baluartes de soledades protegidas.


35.

Un sucedido no se piensa como suceso trágico. Un sucedido suscita ganas que dicen “Me hubiera gustado estar ahí”. Mientras que un suceso trágico despierta este comentario: “Ojalá que nunca me pase o presencie algo así”.

En esos días, supimos que quemaron viva a una mujer que dormía bajo un puente en el barrio de Constitución. La prendió fuego el odio. El desprecio por mujer, por pobre, por negra, por sucia, por enrostrar el desamparo, por afear la ciudad. Por poner a la vista el destino temido: ir a dormir a la calle cuando no hay a donde ir. Falta su imagen. Sólo quedó de ella una huella carbonizada. Una silueta de hollín recostada sobre la vereda.


36.

Camas con o sin respaldo, para un cuerpo solo o para más. Camas arrinconadas, en espacios amplios o en huecos. Camas como cuevas. Camas como nidos. Camas de madera o de hierro. Camas con acolchados y sábanas lisas o estampadas. Camas con memorias e historias. Camas de soledad y de amor. Camas de sueños y pesadillas. Camas encintas y paridoras. Camas sensuales y eróticas. Camas de desayunos compartidos. Camas en las que se leyeron libros y apuntes. Camas en las que se lloró y se suspiró debajo de las sábanas. Camas de confidencias y secretos. Camas con el celular, el perro, el gato, los auriculares, el control remoto, la computadora. Camas en las que amanecen infancias acurrucadas. Camas insomnes y desveladas. Camas revueltas, hechas y sin hacer. Camas del desánimo, del cansancio, de la falta de ganas. Camas que esperan la mañana y camas que no esperan nada. Camas con almohadas y almohadones. Camas con muñecos de felpa. Camas rodeadas de afiches, cuadros, fotos, grafitis. Camas anegadas de ropa y zapatillas tiradas en el suelo. Camas de nadie. Camas de la noche.


37.

Diez años después de su muerte ocurrida en febrero de 1963, se conoce un poema inédito de Sylvia Plath que se edita con el título el Libro de las camas. Un hermoso texto pensado para las infancias ilustrado por el dibujante Quentin Blake.

Comienza así:

Hay Camas de muchos tamaños: / Camas dobles e individuales / Camas plegables y cunas, / Camas nido y matrimoniales”.

La mayoría son Camas / para dormir o descansar, / pero las mejores Camas / sirven también para disfrutar”.

¿Para qué solo una Camita / acogedora y abrigada / donde pasar la noche / con la luz apagada?

Plath imagina diferentes camas: camas que flotan como botes para pescar en el río, camas repletas de gatos que se acomodan plácidos, camas trapecios para hacer pruebas y piruetas difíciles, camas submarinos para visitar el fondo del mar, camas cohetes para viajar hasta Marte y más allá, camas comedor por si de noche nos da hambre, camas de manchar que sin culpa podemos ensuciar, camas como tanques para andar por todos los terrenos e incluso escalar, camas hamacas para colgar entre dos árboles y mirar a los pájaros, camas de bolsillo que con solo regarlas un poquito se agrandan en cualquier lado en el que estemos, camas para pasear sobre un elefante, camas para el frío con envolturas calentitas y cocina incluida, camas para saltar hasta la luna y las estrellas.


38.

Anzieu (1969) advierte que, en condiciones de intimidad y confianza, grupos de estudiantes universitarios hablan de sus vidas con alusiones, metáforas, figuras, que se asemejan a los relatos de un sueño. Observa que esas condensaciones y ocurrencias amplifican o hacen audibles angustias, temores, violencias, de la vida en común, que no tienen oportunidad de decirse.


39.

Se propuso que, quienes quisiéramos, contáramos en forma anónima sueños que tuvimos esa noche o asociaciones como si el sucedido se tratara de un sueño y que dejáramos circular esas derivas durante una semana.


40.

Imaginé que, terminada la pandemia, nos juntábamos en una gran cama elástica para saltar toda una noche.

Pensé en el catre en el que yacía inmóvil Ireneo Funes, el personaje del relato de Borges. En la cama en la que vivió echado, en su memoria absoluta e intolerable. En su insoportable lucidez, sin el don del olvido: eso que nos permite seguir viviendo.

En mi sueño llegaba un comunicado de la secretaría académica suspendiendo a la cátedra por realizar una experiencia de promiscuidad pedagógica.

A propósito de la cama de Funes, recordé el extraordinario caso del Señor Valdemar, el personaje del cuento de Poe, que acepta que lo hipnoticen, en su lecho, segundos antes de su muerte. La horrorosa historia de una conciencia en un cuerpo sin vida.

Tengo que contarles que esa noche discutí con mi pareja que se fue a dormir al sillón harta de la cátedra.

Imaginé la cama en la que Onetti pasó sus últimos años en Madrid. La cama en la que pensaba y estiraba su pereza, en la que leía y escribía, en la que bebía whisky y fumaba, en la que hablaba con su perra Beatrice, en la que recibía amigos y concedía entrevistas. La cama en la que, tal vez, también hacía el amor.

Me gustaría que me expliquen para qué sirve la técnica de las fotos. A mí, esas imágenes, no me dicen nada.

En mi sueño recorría la sala de un hospital buscando la cama de no sé quién.

Me levanté pensando que la palaba Kamasutra provenía de cama. Pero leí que ese término, que se usa para el arte amatorio hinduista, proviene de una transliteración del sánscrito en el que la voz Kama significa deleite sexual y Sutra frase corta.

Confieso que escucho las clases acostada en dónde ustedes ya saben.

Una vez pasamos una noche entre amigas contando historias. Una contó una serie norteamericana que se vio en los primeros años de la televisión. Se llamaba La dimensión desconocida. En un episodio, debajo de la cama de una niña se abría un portal a otro mundo. La pequeña lloraba y pedía por su mamá porque estaba sola del otro lado y no sabía cómo volver. En otro episodio, una mujer tenía que permanecer inmóvil en su cama toda una noche para evitar que una víbora o una araña le inoculen un veneno mortal.

No envié mis fotos. Sentí pudor, vergüenza, desconfianza.

Me acosté escuchando Plegaria para un niño dormido de Spinetta: “Que nadie, nadie, despierte al niño / Déjenlo que siga soñando felicidad / Destruyendo trapos de lustrar / Alejándose de todo el mal. / Se ríe el niño dormido / Quizás se sienta gorrión esta vez…”.

Siento lo mismo que alguien que habló por ahí: van dos meses de cursada y, todavía, no sé de qué va la cosa.

Vivo en Corrientes. Vine a estudiar hace dieciocho meses. Extraño mucho mi familia y mi pueblo. Esa noche le pedí a mi mamá que me mandé la foto de mi cama.

En mi sueño me retaban por fantasear mirando camas ajenas. En el examen final había dos notas: discreción e indiscreción. A mí me ponían indiscreción.

Odio el cuento de Andersen: La princesa y el guisante. Tendría que llamarse La estúpida princesa y la arveja aplastada. A pesar de todas mis angustias, esa noche levité confiada.

¿Cómo se vivirá dentro de doscientos años, o dentro de cien, o dentro de cincuenta o diez? ¿Estaré yo? ¿Habrá entonces soledad?

Frente a mi cama tengo un afiche de una obra de Van Gogh que se llama El dormitorio en Arlés que no salió en la foto. Quería contarlo.

Una línea del poema Cama de Silvina Ocampo me toca el alma. Dice: “En ti supe morir estando viva; vivir cuando creí que estaba muerta”.

En mi sueño Sherezade dictaba la materia y la cursada duraba una y mil noches.


41.

¿Cómo se llama lo que hicimos? ¿Acción clínica? ¿Intervención estética? ¿Instalación artística? ¿Procedimiento pedagógico? ¿Piyamada académica? ¿Ocurrencia de simultaneidad y montaje? ¿Happening virtual? ¿Teatro de afectaciones? ¿Juego conceptual? ¿Juguete crítico? ¿Provocación de un sucedido para un común pensar?

Tal vez sólo se trató de una gesta de la sorpresa y el asombro, de la interrupción y la demora, de la debilidad y la ternura. Un conjuro de la hostilidad.

Un sucedido sencillo e inofensivo: pasar una noche sin que nos doliera tanto lo que nos estaba pasando.

Un sucedido que se propuso invertir el automatismo de capturar lo mirado o sentir la captura de quien nos mira.

Un sucedido de camas que miran. Camas que miran con elocuentes mudeces. Camas que miran anhelando, requiriendo, rememorando, insinuando. Camas que miran con atención y recogimiento.

Tal vez sólo se trató de retirar nuestras presencias de la escena para alojarlas, mimarlas, abrazarlas en los pliegues de una única noche.


42.

Silvana Fernández hizo una muestra con sus pinturas, dibujos y una instalación de pequeñas camas de arcilla semienterradas en una montaña de tierra. Tituló la exposición: “habitadas vacías recién abandonadas”. Compuso las obras en los días de la pandemia. Presentó una cama en rojo con su colchón gastado, una cama clandestina vista desde una rendija, una cama en la que un nido se confunde con una corona de espinas, una cama a orillas del mar que permanece inmóvil como un arca desnuda antes de un maremoto, dos series de dibujos de cinco camas que insinúan la memoria de un hecho trágico (un dolor que tiene el pudor de no decirse). Y, así, entre tantas otras, hay una pintura en la que se ve una cama en la intimidad de un bosque, un óleo acompañado por este enunciado: “La delicia de ausentarse”.

El sucedido que aquí se narra tal y como sucedió procuró eso. En momentos de desasosiego durante los días de la peste propiciar la íntima delicia de un común estar.


43.

Hubo una vez una noche inmensa en el que todas las camas del mundo sintieron piedad por las frágiles criaturas que hablan.


44.

A veces sólo se trata de querer hacer algo, de no renunciar a hacer algo, de resistir la costumbre y el desánimo proponiéndose hacer algo. Aun cuando no se sepa qué, pero sabiendo con quiénes.



Nota: Texto presentado en el V Encuentro internacional de psicología y educación en el Siglo XXI. Facultad de Psicología de la Universidad de la República. 9 de agosto 2024.

Alberto Durero (1493) Seis estudios de almohadas. Pluma y tinta marrón. 27,8 x 20,2 cm


Hozzászólások


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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