En una caja, en una plaza, una madrugada, un bebé de 6 meses, se niega a morir.
Una mujer, una madrugada, en esa plaza, lo encuentra. Sabe reconocer en los desechos lo que no es desecho.
El bebé y la mujer, habiéndose ya tropezado, van a un hospital. A un emblema, a una promesa. Aún hospital…
Entre barbijos torcidos, antiparras abandonadas en la frente y pañales sacados de la galera,
se recibe… ¿esta carne ofrecida a los infinitos des(a)tinos?, ¿a la misma historia de siempre?, ¿a un por venir asombroso?
Es curioso cómo, a veces, en los hospitales, se familiariza y no se “apacienta” a lxs recién llegadxs.
Se conmueven hasta los equipos de protección.
Hacerle upa, hamacarlo, bañarlo.
Cambiarlo, más upa, hacerlo dormir.
¿Qué le habrá estado canturreando la joven residente mientras le hacía un peinado punk?
Es de madrugada, estamos muy cansadxs, nos quedamos todxs, no podemos irnos.
Punk, en inglés, es sinónimo de basura. Un peinado a prueba de protocolos, burla un destino.
Es un bebé y estamos hipnotizadxs.
El consejo de los derechos, quizá, si fuese un consejo de lxs izquierdxs, sería otra cosa. No lo sabemos. Es hora de inventar uno.
Junto con el bebé, en la plaza, había algunas pertenencias, entre ellas la partida de nacimiento. Un nombre religioso, digamos Mateo, ahora, devenido punk.
El cuadro: un Mateo punk, escoltado por un policía (que casi se hace pis encima cuando, en broma, insinuamos que tendría que cuidarlo y cambiarle los pañales) y un séquito de (a)brazos pediatras, enfermerxs, psicólogxs, psiquiatras, trabajadorxs sociales.
Alguien dice que es el mesías, que vino a darnos una oportunidad de hacer bien las cosas.
Se escucha decir que seguramente el policía estaba ahí para evitar que se fugue. Las risas aparecen de inmediato y también, de inmediato, son superadas por la angustia cuando alguien más dice que si el mesías es un bebé abandonado estamos fritxs. Alguien dice que por qué mejor no nos callamos así no lo despertamos.
Poco pogo para tanta intensidad.
Al día siguiente la inquietud por lo que podría pasar, lo que muchas veces pasa. A esta altura de la pandemia ya no genera tanto revuelo que alguien pueda dar positivo para covid. Incluso un bombón de 6 meses. Nos asusta más un desamparo, que otro desamparo.
¿Mucha expansión viral, para tan poca expansión punk?
En ese estado particular de post guardia, entre cansancios y wapp de “¿che cómo siguió todo?”, se van recapitulando las siempre inconclusas historias. Queda resonando la clásica pregunta por los efectos del pasaje por el hospital para una vida. Y la urgente pregunta por los efectos del pasaje de una vida para las lógicas institucionales.
¿Qué interrupciones, qué hackeos, qué potencias, qué anticonvencionalismos, qué ateísmos, se irán soñando al interior de los quehaceres mainstream de los hospitales?
¿Qué podrá la memoria de esa cresta punk cobijada en un shock room devenido abrigo de urgencia?
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