La mamá quiere bañarse. Recién al preguntarle si podíamos hacer algo, piensa, y tantea si es posible. No es claro si quería bañarse antes de la pregunta o si la pregunta trajo la imaginación de una lluvia dulce a un cuerpo desnudo, apenas un rato antes de perder a su hijo de once años.
Un día antes Alejo había aceptado que volviéramos a visitarlo y le lleváramos un libro de la colección elige tu propia aventura. Le gustaba leer, decidiendo.
El libro se lo dejamos a Cielo “para esperar a Alejo” que, en ese momento, ya era el chico más grave de toda la sala. Aun sabiendo de lo improbable, pero también de lo “nunca está todo dicho”, dejamos ese soporte de una suave y decidida obcecación.
Cielo llora sola en la sala de espera de terapia intensiva; envuelta con la toalla del nene, sin abrigo para tanta intemperie.
No es tan escandaloso no contar con un baño para ofrecer, ni siquiera de canuto. O quizá, si.
Haber escuchado “tiene una agitación psicomotriz”, o “la madre es muy demandante”, o “es imposible que le duela algo porque ya está cubierto con medicación”, o “no tiene ningún impedimento para respirar”, es de esos escándalos que no llegan a escándalo. Cada frase retumba.
Arrogancias profesionales hacen de observaciones clínicas, verdades irrefutables. Arrogancias y verdades irrefutables estrangulan vidas aunque se erijan profesionales, científicas o vaya a saber qué.
Alejo había dicho que le faltaba el aire, que no podía respirar bien, y que no quería que lo revisara esa médica porque no le tenía confianza. Sí confiaba en un médico varón, de nombre parecido al suyo.
Pedía “dame algo para tranquilizarme”. Además de la tranquilidad (al)química, ¿alguna dimensión escénica podría recomponer la tranquilidad rota?
Alejo había salido de quirófano con el cuerpo más invadido de lo previsto. Tal como las explicaciones médicas afirman, tener dos vías es mejor que una, porque podría ayudar de manera decisiva en un muy probable e inminente momento crítico. Mejor, ¿para quién?
El enojo por el imprevisto detonó eso que llamaron “agitación psicomotriz”,
que no fue sino la fuerza de un escándalo anodino dejando de ser subterráneo.
A Alejo le gustaba que su mamá le leyera cuentos de terror.
La mama casi sonriendo decía que ya habían leído todos.
Desde Post Guardia mandamos un abrazo al cielo.
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