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Foto del escritorRevista Adynata

Post Guardias (selección) / Débora Chevnik

1


Un bebé de seis días va a morir dentro de poco. Sin saberlo, lo sabemos. En otros lugares esta patología se desahucia, dice una voz de la cirugía cardiovascular. La mamá, de 23, a 6 días del parto, entre sollozos, se abraza la panza. El papá, también con 23, le implora, susurrando, que no llore. Una voz de la medicina, dice que hay que operarlo por una complicación de la enfermedad con la que nació. La mamá y el papá, detrás de los barbijos, hablan. Muy poco y muy bajo y con palabras que no conocemos. Palabras que en las facultades no aprendemos. Dicen que “no”. Con un gesto, detienen todo un servicio, una institución sanitaria, y una de derechos. En silencio, la mamá, gira la cabeza de lado a lado. Detiene el tiempo. Qué astucia, lograr detener el tiempo justo en las vísperas. El discurso estatal dice el niño no es de los padres, debe ser sujeto de derechos. Insiste con se lo va a operar, estén ustedes de acuerdo o no, porque es el derecho del niño. La mamá y el papá no soportan estar lejos, sienten que lo dejaron solo. Quieren tenerlo upa. Y que Dios, diga. La blancura de nuestras palabras se desencuentra con las resonancias quichuas que acunan a un bebé dormido; y a sus xadres. La moral de los derechos ejerce su poder sin culpa, con ejemplaridad y en línea recta. La mamá, mira para abajo y mueve la cabeza, insiste el “no” ante el poder blanqueador. Entre torbellinos y con tenacidad, no firman el consentimiento informado. Entonces, la cirugía no puede hacerse de inmediato. Hay que hacer intervenir a unx juezx para que la autorice. El tiempo pasa, el bebé empeora. Una medicina tiembla, y una institución de derechos tiembla. Algunxs representantes, médicxs y no médicxs uniformadxs de blanco, se agarran fuerte para no caer. El bebé no empeora. El bebé está peor desde que nació. La mamá y el papá saben eso. EL saber, no sabe de caminos sinuosos. El bebé es objeto de la siempre bien intencionada aplicación de protocolos, esta vez, por los derechos. La mamá y el papá, se estremecen ante la inminencia del final; quieren irse del hospital con el hijo recién nacido. No pueden irse, ya les explicamos y no entienden, arremete un enunciado tan esclarecedor como impotente. Ni el papá ni la mamá conocen palabras cuyo sentido técnico se aprende en la facultad. Es la primera vez que escuchan peritonitis. Anestesia. Analgesia. La vez que conocieron un hospital fue para ir a visitar a un tío que falleció. Tratamos de armar un diccionario común, para entendernos mejor. La arrogancia de pensar que lo que falla son las explicaciones. La mamá y el papá, cada vez que insistimos, ansiando que firmen el consentimiento, se miran y en silencio vuelven a dar la negativa con la cabeza. Desde la inmensidad de un abismo salado, dicen que no quieren que sufra. Y nosotrxs…ay nosotrxs! Nosotrxs, sin saber cómo lidiar con lo intraducible. Ya les explicamos y no entienden, aunque ustedes no lo firmen se hará lo que es mejor para el niño, tenemos que garantizar sus derechos.

Cuando los oídos se nos llenan de burocracia, y las bocas de palabras enfermas terminales, necesitamos hacer silencio. No para despedir al bebé, que la sigue peleando. Necesitamos hacer silencio para escuchar alguna música que arrulle nuevas palabras por nacer.



2


Con la misma mano que cerré la puerta de casa al salir para la guardia abrí la puerta del ascensor. La cerré y toqué el botón de planta baja. ¿Quién habrá tocado antes ese botón? ¿El cardiólogo del 8vo? ¿El taxista del 2do? Con esa misma mano abrí la puerta de calle. Rozarán esa misma superficie … ¿el encargado del edificio? ¿La jubilada del 4to? Abro la puerta del auto. Toco el volante, el botón de la ventanilla. Cuántas superficies. En la radio aparecen los hombres de la cárcel de Devoto. No quieren morir ni ahí ni así. No es motín, es grito desoído. Es la historia de tantos gritos desoídos. Al llegar al hospital, firmo la entrada. Seguro ya tocaron las planillas lxs kinesiólogxs que toman muestras a lxs niñxs con Covid-19, algúnx cirujanx, la secretaria del sector. Cada huella deja indicios de lo que producen esas manos. Las superficies coleccionan memorias de nuestros recorridos. En las planillas de firmas, imagino, dejaré huellas de la jubilada del 4to o del taxista del 2do, que ahora, ya son mías.

Sigo mi recorrido. Nos saludamos de lejos, sin tocarnos, con un enfermero, varixs pediatras y la trabajadora social. Con y sin barbijos, nos seguimos reconociendo. La señora que se ocupa de la limpieza me cuenta que al final el vecino de su barrio aceptó que ella le pague el arreglo de los caños para dejar de acumular agua y que no se haga esa laguna donde va a jugar su nieto. Está menos desesperada que la semana pasada por el acecho del dengue. La miro bien; me doy cuenta que está apoyada en el pasamanos del pasillo. Pasamanos, pienso. Al fin, llego al lugar donde me quedaré hasta que llegue una consulta. Abro la canilla, me lavo las manos. Debo estar tocando las huellas que dejaron las manos de algún pediatra que se las lavó antes. Que seguramente traía las huellas de algún niñx que revisó. Y esxs niñxs, soportes de los rastros de sus casas. O de la calle.

En las superficies, entre los temores de contagio, se inmiscuyen historias, barrios, acechos, cuidados, complicidades.


Tengo que atender. Me lavo las manos. Como no se puede determinar el riesgo de contagio salimos a la cancha con camisolín, barbijo, máscara, guantes, cofia y botas. El traje de astronauta completo. Sin historia, sin gérmenes, descartable. Piel aséptica la barrera sanitaria. Lejos de la tierra, y en una atmósfera de cuerpos celestes. En este caso los cuerpos celestes son azules. Son tres los policías que traen al pibe de 16 años. Los tres tienen tapabocas. Casi sin rostros, nos saludamos. Le pido al de la escopeta que se la lleve a otro lado. Dice que no puede. Se señala la pechera para mostrarme las balas. Quédese tranquila, la escopeta no está cargada. El pibe cuenta historias de robos, de abandonos y de violentaciones. Abrime la puerta de atrás. No quiero caer preso.

Casi sin rostros y con escopeta. Un pibe esposado y un quedate tranquila. La inmunidad es azul y los privilegios no son precisamente por lo principesco. Violencias enmascaradas, ¿funcionan como privilegio?


El virus, las palabras, el pibe, los hombres de Devoto. No queremos morir así. No quiero caer preso. En las palabras, porosas como las superficies, vienen ecos de otras palabras. Se escuchan historias de intemperies y de violencias.

Virus y palabras, van ranchando en cuerpos, en canillas, en pasamanos. Desde esos cuerpos, violencias y cuidados se diseminan hacia otras superficies. Y otras, y otras…



3


El pibe vaga por el hospital conociendo ya el diagnóstico. Así, pasea su covid de punta a punta.

Que tenía amigxs psicólogxs que conoció en la internación anterior y que quería ir a saludar, que hacía mucho que no pasaba por el hospital donde comenzó a atenderse siendo un bebé y quería andar por ahí, y otras historias devenidas urgencias. La gorra alucina, solo tiene oídos para perezosas interpretaciones prêt-à-porter. No adhiere a las indicaciones porque tiene un diagnóstico de... 


¿Está bien pasearse por el hospital teniendo covid? ¿A ver el coro?!! Nooo, está mal! Está mal mal mal muy mal. Entonces, medicación para que se quede quietito quietito.

Pero…la ciencia de la sinapsis puesta al servicio del orden del mundo no solo no lo deja quietito quietito si no que ahora además tiene una baba colgando hasta el ombligo. Y con cada broma y con cada abrazo que atina a dar, porque es muy cariñoso, eso no lo niega nadie, pendula esa indisciplinada y suelta baba. Así, el brazo químico de la tranquilidad institucional, se debilita. Ante la hediondez de esa larga transparencia y entre tanto cariño que quiere abrazar a toda costa no se sabe qué hacer. 


Mirando de frente y desempañando la semiología, no se sabe bien si es la baba la que pende del desacatado ímpetu bromista juvenil o si es el pulcro y académicamente-justificado intento de disciplinamiento lo que pende de esa viscosidad inusual. 


En la baba, hoy, ríe la risa que ríe de los empecinamientos de la razón.










¿qué pasea entre nuestros cuerpos en el trabajo institucional?


¿ q u é p a s e a e n t r e n u e s t r o s c u e r p o s ?



4


Como quien dice abuso y desaparece.

Como quien dice mar y siente el revuelco de la ola,

y ese ahogo de la infancia

que no para de volver.


Siente que las palabras son papeles arrojados al suelo.

Pisados. Ensuciados. Nada.

Abusa la sordera de las palabras.

Duele, más que los hechos.


No quiere cortarse. Llega a prometer no cortarse.

Se cuentan las cortaduras con una amiga, también de 13 años,

y se hacen nuevas para estar empatadas,

las esconden debajo del buzo;

se acompañan.


Hospitales que cierran sus oídos

no admiten, no reconocen, no registran.

No cantan, no pintan, no cuentan.


Como máquinas de inventar palabras,

palabras-casa, palabras-abrigo,

palabras-vaivén, palabras-tiempo,

palabras-arrullo de nuevas palabras,

los hospitales, ¿han muerto?


Las madrugadas traen historias a las guardias

cuando todavía no son historias.

Cuenta los abusos, del primero al séptimo. Uno por uno.

Crueldad a crueldad, denuncia a denuncia, impunidad a impunidad.


Un gusto por el dibujo dibuja números,

los imagina distorsionados

los dibuja en lápiz, los superpone, los aumenta, los une, los borra, los reescribe.

Los llama números creativos.


Necesita hablar con oídos que escuchen.

Oídos que quieran volver a nombrar el mundo,

que quieran lenguas que no se sequen.

Está en conversa con bandas de k-pop, novela ahí.


Consultorios de salud mental colmados de silencio,

vencidos de descreimiento,

inundados de evaluar y derivar,

a veces, incluso en una guardia, se llenan de tiempo.


Soportan el vértigo de desbarrancar,

de transformarse en una charla trasnochada,

entre bandas coreanas, rusas y las risas de imitarlas.


Escuchan que algunas palabras nuevas

llegan de una banda de k-pop.

Llegan de lo que no se entiende.

Una deslealtad con la lengua institucionalizada,

la anomalía de escuchar, en un resquicio, en un desquicio.


Triangular la conversación,

hacer pasar al consultorio un BTS imaginario

y otras esporádicas irrigaciones que entibian consultorios-conversatorios,

envuelven con una magia inesperada.

Y pasa algo.


Cada tanto alguien se va con algo nuevo,

una palabra, un gesto, no se sabe.

Y la confianza de que, lo que se tuvo una vez, impalpablemente,

imperceptiblemente, sigue pulsando.

La memoria de la carne sabe de persistencias como sabe de instantes.



5


Imposible despertarla. Tan imposible como la vigilia. En la cama de al lado de la de su hijo duerme una frágil vitalidad soñante. Horas pasaron y seguía durmiendo. La noche anterior nadie supo de ella.

Horas. Horas. Horas de dormir. Quizá, de soñar una última guarida. Como quien consigue al fin algún calzado en medio de la arena ardiente.

Mientras nos acercamos a la cama, el nene, un experto en legos, construye un arma gigante. El oficio judicial pedía evaluar e informar respecto de la capacidad de maternaje. Una demanda de resolver en tiempo record algo sin solución ni tiempo.


Cuando intentamos despertar a su mama, el nene, decidido, nos hunde la espada en la panza.



6


...que pirulita

que menganito

que la falta de límites

y que qué barbaridad.

Nada de hola tanto tiempo ni qué tal las vacaciones

La jornada laboral amanece con el índice levantado

Los colores de la noche se desvelan sin desperezarse

La guardia no empieza. La guardia, (casi) siempre, ya empezó

(Casi) siempre, están siendo las seis de la tarde en la estación más concurrida del subte

(Casi) siempre está siendo una gran ciudad

Alguien dice que dormían cucharita;

que ella no parecía ni ahí de 13 y que él ya tiene 17

que la otra vez que vino al hospital tenía tipo 14, y que está re alto

También se escucha el clásico esto no es un hotel

y el infaltable estos pibes usan el hospital como parador

Una voz imperecedera intenta un qué suerte haber podido procurarse un lugar donde parar.

No se informa que dos pibxs habitués de la calle encontraron un lugar donde caer vivxs.

Se informa que se fugaron de madrugada.

La voz perenne dice que no se fugaron porque un hospital no es una cárcel;

que tal vez decidieron desertar del mundo del control de los signos vitales y de la dieta general.

Mientras dormíamos,

lxs insoñadxs de siempre

se fueron rápido, antes del alba.

Nos desayunamos con la ausencia de lo que nunca quisimos tener.

En la cornisa de una responsabilidad indeseada

dimos por concluido lo que nunca comenzó.

No sabemos qué hacer con las bolsas de residuos llenas de sus pertenencias,

que ni son llenas ni son suyas,

porque no sabemos quiénes somos cuando ustedes están acá.

Tampoco sabemos qué palabras-sin-madrugar

atesorar

para esperar con nuevos innombres

a lxs pibxs que andan creciendo

solxs entre

madrugadas y cucharitas


Gelatin / Gelitin Untitled, 2006 Botella de vidrio, juguete, aceite y caja 63 × 33 × 27.5 cm

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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