I
En su existencia, el hombre (un espacio vacío, una luz que estalla). Pasado por la lengua de sus días. Y alrededor de sus misterios todo el deseo: rasgando, rogando. Un imposible que arde. La sed de saber y poseer lo que no tiene cuerpo (Lo concreto. Lo que beso y toco en el otro). La desesperación como un trueno en el alba que empuja la conciencia hasta el borde del horror…
No hay límites cuando la voz se convierte en los ladridos de la jauría…
II
Esa luna se alza en el horizonte: gemido… la palabra hombre ya no da cuenta del espíritu… Todo es extraño para quien perdió su pasado… Llega el pensamiento, frío como una paloma…
Nadie dará cuenta de la primera herida, pero allí está el camino de una existencia muda…
En la soledad que huele a servidumbre el hombre se pregunta: ¿cuándo llegará la voz que redime…? El hombre habla de una voz enterrada en la infancia.
III
La garganta vaciada del hombre anuncia su ceniza. La certeza del mañana como anticipo de su silencio de hoy ¡Qué voz será esa ceniza!... ¡Qué voz de hombre dará cuenta que en su oído de hombre se oyó la voz de Dios!
Un Dios que no fue fragancia sino padecimiento.
Una voz de Dios que no despertó las músicas: trajo el castigo. Arenilla de sueño que estremece: esa voz. Locura divina en el comienzo, no aparejó bondad ni dicha. Apenas el miedo que provoca la ventana del cielo abierta…
Fuente: en Los Cantos del Mal, el Dolor Social y la Locura n el libro Cantos Oscuros, Días Crueles (2019) Ediciones La Cebra.
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