Ni nuestros dolores ni nuestras pesadillas ni nuestras luchas ni nuestros sueños caben en sus urnas: el desborde de lo vital agrieta lo que quieren que seamos. En 25 de facho, como él lo llamaba, dejó su huella anárquica que nos cobija en esta fría tarde mientras recorremos sus murales. Tomó como propias las palabras que dibujó de otro anarquista asesinado por el Estado: arrastrar una masa inerte de carne y huesos no es vivir, es solamente vegetar. Y desde la sensible creación y la acción le brindó a la vida la elevación exquisita de la rebelión del brazo y de la mente, caminando hacia la nada creadora, hacia la ruptura total.
Sabemos quiénes son los infiltrados. Siempre lo supimos. Y no es solo una cuestión de conocimiento, es un hecho histórico que repercute en nuestro cotidiano: la guerra contra lo vivo la declararon hace siglos. Por eso mismo, en cada movimiento sensible de subversión que recorra los cuerpos, los infiltrados serán ellos: los garantes del orden establecido.
Y sabemos que la realidad es asfixiante, aunque siempre habrá fisuras. El movimiento es constante y lo que no se mueve se pudre. Algo que resquebraja a los enemigos son las alianzas, sostuvo una compañera hace tiempo. Movimiento, alianzas y afectos: armas que nos cuidan del arte de gobernar y de la memoria estatizada. En esta guerra, nuestra memoria es negra como la tierra. En esta vida, nuestras canciones siguen procurando que viva la anarquía.
Comments