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Foto del escritorRevista Adynata

¿Qué hacer con tanto daño? / Rocío Feltrez

Actualizado: 18 mar 2021

La familia puede ser territorio de las más duras crueldades. Territorio de autoritarismos, insultos, golpes, castigos, adoctrinamientos. El Amo es dueño de la tierra y de la producción. En el inventario de las cosas producidas de las que se es dueñx, a veces, figuran lxs hijxs. Padres esperan verse reflejados en las criaturas que traen al mundo. Cuando lxs hijxs elijen desvíos, la dueñitud especular, dice: “yo no lo crié para esto”, “no me veo reflejado en él”.


Las domesticaciones laten en gestos, sentencias, miradas que inyectan miedo y propagan crueldades.


Las masculinidades hegemónicas trabajan para la cultura de la crueldad. Tras el acto de dominación, ¿qué promesa se esconde? ¿Qué promete el ejercicio de la crueldad? ¿Alivio, venganza, triunfo? ¿Por qué alguien necesita asfixiar la vida que habita en otra materialidad vibrante?


Si es imposición de una fuerza, abracemos la fragilidad. Si es deseo de éxito o reconocimiento, abracemos el fracaso y digámosle a ese rey ridículo que no es necesario tributar vida a ese trono que promete resguardarlo de una desnudez temida; que es posible deshacer los barrotes de esa celda a fuerza de caricias.


Si la necesidad de reparación queda atorada en la pantalla de la venganza, pensemos cómo estamos lidiando, como civilización, con el dolor, con el daño.


Flores, CABA, Argentina. Febrero de 2021. El chico tal vez no llega a los treinta años. Se tambalea por la calle y va lanzando patadas a todo lo que se cruza en su camino. La policía de la ciudad lo detiene. Su tez blanca y su ropa limpia lo resguardan de la violencia policial más cruda; esa que inmediatamente se habría descargado si ese cuerpo tambaleante, sufriente y vociferante fuera marrón y llevara gorrita y equipo de gimnasia. Así funcionan el racismo y el clasismo.


En la calle de esa ciudad hostil e indolente grita un sufrimiento sin descanso; gritan los vestigios de crueldades que explosionan sin dar tregua:


Ayudame a morir, ayudame a morir

Ayudame a morir

Estoy borracho

¡Escuchame!

Tengo problemas de depresión

Hay gente más importante que yo

Soy buena persona

Tengo problemas de depresión

Hijo de re mil puta

No te burlés

Yo soy monotributista

Quiero una cerveza

¡Quiero una cerveza!

Hey, ¿me podés pagar una cerveza

rubia?

A mí no me importa la vida

Hay gente más peligrosa que yo

Están perdiendo el tiempo con gente pelotuda como yo

Son unos perdedores

No soy una mala persona

Soy un borracho de mierda

Estoy deprimido loco

Estoy deprimido

Abramos una cerveza

Pegame un tiro, pegame un tiro

Te va a quedar esto en la cabeza siempre

¡Vamos Diego carajo!

¡Diego es lo más grande que hay!

Vamos Diego, Messi…

¡Los dos!

¡Y Cristina! ¡Vamos Cristina carajo!

La vida va y viene, ¿o no?

Es todo una mierda loco,

Es todo una mierda

Y su trabajo es controlar a un borracho de mierda

Él es malo

Me quiere romper la cabeza

Mirá cómo te burlás

Sos un ejemplo de persona

Sos el mejor ejemplo

Estoy orgulloso de vos

¡Escuchame!

¡No tengo alma!

Vos tenés el alma ahí, ¡mirá!

Soy una mala persona

Soy una mierda de persona


¿Cómo es que el cuerpo detenido despierta el deseo de castigo? El algo habrá hecho justifica el gesto de desprecio, las miradas reprobatorias de lxs transeuntes. Pero ni el desprecio, ni la condena de esas miradas, ni la indiferencia de quienes caminan cerca pueden explicarse sólo desde esa sed punitiva. Para vivir en esta civilización intentando cumplir el mandato de felicidad –que siempre se presenta como proeza individual–, es necesario acorazar los cuerpos. No escuchar lo que esa existencia está diciendo cuando habla. No escuchar ese dolor. No escuchar ni la pesadilla que ese cuerpo vive; ni de qué hablan esos nombres propios que, pronunciados en medio del infierno, traen segundos de alivio; ni pensar cómo alojar a esa vida arrasada. Llamar al SAME y esperar a que venga la inyección y la derivación a un hospital público; activar esa seguidilla de procedimientos burocráticos que, muchas veces, acrecientan dolores. Tal vez no es que no se sepa cómo se llegó ahí así, pidiendo entre alaridos que le ayuden a dejar de sufrir. Es que la respuesta es demasiado abrumadora.


“Tranquilo, esto va a pasar, no sos una mierda de persona, por ahí hay cosas que te duelen y te enojan mucho” –algo así podría decirle un/x psicólogx sensibilizadx con su situación que lo recibe en la guardia de un hospital público. Se celebra que esas palabras amorosas puedan llegar a existir, pero, a la vez, qué sabor a poco, qué angustia, qué ganas de romper todo. Esas ganas de romper todo aparecen cuando cae el blindaje de la piel, cuando no hay Dios que preste consuelo y se percibe que esa escena no es una excepción, una extrañeza citadina, sino una constante; emanación de una civilización terriblemente cruel, injusta y desigual, que no sabe lidiar con el dolor, con el daño, ni ha podido acabar con el sistema que lo alimenta.


¿Qué romper para que la arrogancia del todo no se lleve puesta la potencia de esa furia lúcida? ¿Qué alentar? ¿Qué hacer? ¿Qué escribir?


¿Y si tuviera más pregnancia en los sentidos que nos viven la idea de una felicidad que sólo puede existir más allá de unx, que sólo tiene sentido si es compartida? ¿A qué nos llevaron las fábulas que prometen la salvación individual, una supuesta reparación del daño que prescinde de la idea de lo común? Algunas de esas fábulas no sólo no reparan el daño ya hecho sino que alimentan una ilusión que propaga más daño. Deja al daño sin testigos, sin escucha, sin abrazos. Cada unx está ocupándose de lamer “sus” “propias” heridas; como si se trataran de problemas individuales, personales.


¿Por qué no seduce tanto la idea de una dicha en común? ¿Contra qué atenta esa promesa?


La ciudad es territorio cruel, asfixiante y superpoblado en el que nos come una soledad hostil. Un graffiti urbano dice o podría decir: “No es soledad, es capitalismo”. Sociedad de consumo, soledad de consumo.


Policías en acción era un programa de televisión del tipo reality show producido en argentina que comenzó a emitirse en el año dos mil cuatro y formó parte de la grilla de Canal 13 durante varios años. La espectacularización de escenas que transcurren en el conurbano bonaerense no sólo vuelve al sufrimiento mercancía risible y suaviza injusticias sino que refuerza un sentido común sobre las vidas que muestra: se trata de existencias peligrosas que es necesario detener, castigar, encerrar; existencias vueltas exóticas, muchas veces caricaturizadas gracias al trabajo de postproducción. Lejos de interrumpirse, la estigmatización de esas vidas se sostiene y refuerza. La policía bonaerense aparece como una autoridad que viene a ordenar las situaciones caóticas y enmarañadas que esas vidas –que son así desde siempre y para siempre– provocan.


¿Qué esperar de una industria cultural racista, clasista, que vuelve al dolor mercancía?

Después del Ni Una Menos, hay cosas que dejaron de ser graciosas; chistes que no van más, escenas que provocan una irritación tan insoportable que no da lugar a la servidumbre de la complacencia con la que nos persuadieron de habitar la vida. Me pregunto qué sacudidas podrán hacer venir otra relación con el daño, el dolor, el sufrimiento de las vidas humanas y no humanas.


Si se nos diera la tarea de poner a andar planes, proyectos, delirios y fantasías para lidiar con el dolor, el daño, el sufrimiento que insiste en la vida en común, ¿qué propondríamos? Me imagino asambleas de rarezas dañadas de la que no sólo participemos trabajadores y trabajadoras de la salud mental, porque –digámoslo– bastante poco hemos podido hacer hasta ahora con el daño. Imagino asambleas en las que lata la irreverencia de Milagro Sala, la audacia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y el amor al delirio y la fantasía de las existencias deseantes para las cuales en este mundo no hay lugar. Asambleas que fracasen intentando otra cosa.


(Bueno, me tengo que ir, pero vayamos viendo, la idea es linda, justo ahora tengo yoga y después quedé en tomar una cerveza con un amigo que está triste porque tiene miedo de que no le salga la beca CONICET, pero tendríamos que armar una reunión y pasar el link, sería por ZOOM, tenemos cuarenta minutos. ¿Cómo? Ah, qué, ¿no tenés computadora? Bueno, no te preocupes. Nos juntamos nosotrxs lxs profesionales de la salud mental nomás y después te contamos cómo salió y te decimos qué es lo que necesitás y ¡chau!, listo, ¡tema de tesis!)



Veky Power: "El papa", carta V del tarot "X encima de todx". 2020 Instagram: @veky.power

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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