En 1905 Freud escribió el texto “El chiste y su relación con lo inconsciente”[1]. Se trata de una extensa investigación que realiza para comprender qué causa el efecto placentero en un chiste. Desde ya, los abismos generacionales y territoriales que nos separan dificultan la posibilidad de compartir con la misma gracia varios de los chistes que cita, pero a grandes rasgos pueden disfrutarse los ejemplos que ofrece.
La pregunta en sí es curiosa, especialmente guiada por su convicción de que algo de ese placer tiene que ver con los mecanismos que él mismo intenta develar acerca de eso llamado “lo inconsciente”. ¿Qué causa placer en el chiste?
Ya que no es el objetivo de este escrito desarrollar particularmente esta cuestión, comento rápidamente y resumidamente su conclusión: la ganancia de placer que se obtiene a través del chiste tiene que ver con el gasto psíquico ahorrado que él permite. Los chistes, en sus diversas variantes según Freud, permiten que una moción pulsional que busca satisfacerse y no podría hacerlo de modo directo al encontrarse con el mecanismo de la represión, logre satisfacerse de un modo indirecto en el chiste, ahorrando el gasto psíquico que implica la represión:
“Ahora notamos que lo que hemos descrito como las técnicas del chiste —y en cierto sentido debemos seguir llamándolas así— son más bien las fuentes de las que aquel obtiene el placer, y no hallamos asombroso que otros procedimientos aprovechen las mismas fuentes con igual fin. Pues bien, la técnica peculiar del chiste y exclusiva de él consiste en su procedimiento para asegurar el empleo de estos recursos dispensadores de placer contra el veto de la crítica, que cancelaría ese placer.”
A modo de comentario sobre el texto, Freud intenta distinguir en determinado momento entre dos obstáculos que el chiste permite sortear: el exterior y el interior, siendo el segundo “propio del individuo” en donde “una moción interior se opone a la tendencia” (por ejemplo la agresiva), y el primero una situación de “la realidad” que obstaculizaría un determinado deseo. Sin embargo para explicar los ejemplos del obstáculo externo, Freud escribe: “lo que a ella se opone [a la diatriba] son factores puramente externos, la situación de poder de las personas sobre quienes recae la diatriba”. Esta separación entre “interior” y “exterior” que en tantos problemas metió a Freud en sus teorizaciones, permite nuevamente escapar al material político que constituye eso que llama “lo inconsciente”. ¿Cómo y por qué diferenciar relaciones de poder del sustrato de “lo inconsciente”? ¿Qué aportes puede hacer la lectura freudiana del chiste para trabajar, justamente, lo político? Es a partir de este punto que me interesa retomar este texto.
Desde la adolescencia recuerdo un chiste que no podía entender y que por eso mismo me irritaba. Me mudé a Argentina a los doce años, en el 2006, con lo cual los años ’90, el 2001 y demás acontecimientos me llegaron únicamente como relato traducido y recodificado a través de una abuela argentina que intentaba explicar en otro idioma a su nieto de siete años qué significaba un “corralito” o un “cacerolazo”. Por eso, cuando en mi adolescencia escuchaba a modo de chiste el famoso “Menem, me toco el huevo izquierdo” o comentarios por el estilo, no entendía cómo se sacaba placer, una carcajada o al menos una sonrisa, de un comentario que traía tanto dolor a la carne (me es difícil ahora evitar pensar en cómo una boca puede sonreír por el mismo nombre que implicaba antes no poder comer). Hoy pienso en los chistes sobre “lxs fachxs”, en los chistes sobre toda una gestión de gobierno reciente que estuvo basada en políticas absolutamente aliadas a la crueldad, al achicamiento de los derechos, a la privatización y mercantilización de la vida, pienso en el famoso apodo “gato” que se le asoció. ¿Cómo es que nos reímos? ¿Qué hace esa risa? ¿Cómo sucede que un dolor está en boca de todxs, en los dolores que transitan los cuerpos, y sin embargo conduce a la risa y… a nada más?
Quizás la primera respuesta es la que trae el dolor: reír para no llorar. La risa como ese abrazo que aparece para relevar algo de la crueldad. Tal vez sea más llevadero compartir las risas que los dolores; o tal vez las risas permiten hacer circular los dolores de otra manera. Es posible.
Marcelo Percia también sugiere pensar la risa como esa posición que revela la impotencia del poder [2]. Escribe: “Si el poder define un puesto para cada cosa, la risa no hace caso de lo impuesto, suspende su obligatoriedad. La risa ríe del que se cree igual a sí mismo. La risa ríe de la ridícula artificialidad de lo naturalizado. Como los tomates al natural que dan risa en las góndolas de los supermercados”. La risa, en este caso, como una herramienta para conmover lo que se presenta como obvio.
Sin embargo, y en esto me intereso por el texto de Freud: ¿no será que el placer del chiste, aún de un chiste que hunde sus raíces en tanto dolor, en tanta precarización de lo común, radica justamente en el ahorro (no conviene el agregado de “psíquico”)? ¿Será que el chiste permite ahorrar acciones o desplazar urgencias? ¿Por qué el chiste sobre Menem pudo durar 30 años en boca de muchxs, pero la indignación por las políticas de la muerte que implicaron los ’90 no fueron recordadas con la misma fuerza?
Obviando el individualismo implícito (y muchas veces explícito) en distintas conceptualizaciones de Freud y su lectura familiarista de lo inconsciente, y retomando la propuesta de Deleuze y Guattari [3] de hacer estallar los encierros edípicos y derramar el deseo sobre la superficie social, histórica y política, puede leerse el mecanismo del chiste en ocasiones como un mecanismo extremadamente efectivo de re-territorialización del dolor para que algo no estalle. Podría decirse “no sólo reír para no llorar, también reír para no romper”. Desplazar las marcas históricas del hambre a la comedia, reemplazar represiones en la plaza de mayo por una cábala traviesa parecen ser vías privilegiadas del chiste cuando se lo lee políticamente. Tal vez en el ejemplo que menciona Freud, comentado anteriormente, sería otra la conclusión si se pensara que la relación de poder que parece un “obstáculo exterior” cobra su relevancia por ser un obstáculo político, una barrera que dicta posiciones jerárquicas inquebrantables que solo el chiste parece poder tocar: no puedo expresar lo injusto de la situación, pero… Al menos puedo reírme.
Recordando cómo una corriente política quiso apropiarse el concepto de “alegría” recientemente, contaminándola de cierto vocabulario mercantil, individualista y meritocrático, debemos al menos sospechar del chiste, pausarlo, amplificarlo, romperlo para ver qué de él nos permite ahorrar acciones, qué de él aporta a naturalizar lo risible o a convivir con lo cruel, que de él apela al consentimiento silencioso, al acuerdo sobre la indiferencia o inacción. Tal vez también pueda encontrarse mucho sobre las encarnaciones de las violencias patriarcales en los mecanismos finos que enlazan al chiste con el mundo dado y ahorran la pregunta por la acción.
Bibliografía
[1] Freud, S. (1905). El chiste y su relación lo inconsciente. En Obras completas. Tomo VIII Buenos Aires: Amorrortu.
[2] Percia, M. (2011). La modorra del monstruo: cosas de la vida en la universidad pública. Lecturas de la Cátedra II de Teoría y Técnica de Grupos, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
[3] Deleuze, G. y Guattari, F. (1972). El Anti-Edipo. Buenos Aires: Paidós.
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