Clínicas respetan momentos de aturdimiento.
Consternaciones enmudecidas alojan visiones del desastre de la civilización.
Decidió engarrafarse: envuelto en una frazada, se ató a la garrafa con un encendedor en la mano.
Hacía tiempo que andaba raro. Había dejado de hacer los cucharones de madera que salía a vender en la plaza.
Escuchaba a la vecina llorar cuando el marido la golpeaba.
Después de días sin dormir, pidió al tipo que no moleste a la mujer. El otro lo amenazó: la próxima vez que se metiera en su casa lo iba a hacer internar.
La noche anterior a engarrafarse durmió bien.
Cuando llegó el equipo, gritó que no se acerquen, porque iba a hacer estallar la garrafa.
La psicóloga se sentó a dos metros.
Estuvieron así horas: en un momento, dijo que se había preparado porque lo querían matar. Dos compañeros acompañaron un rato, callados.
Cuando el chofer de la ambulancia ofreció cigarrillos, se soltó de la garrafa para fumar.
Acordaron volver al hospital.
Aceptó viajar, debajo de la camilla, tomado de la mano de la psicóloga.
Fuente: Percia, Marcelo (2017). estancias en común. Ediciones La Cebra. Buenos Aires, 2017.
Comments