Se suele escuchar en relatos clínicos la expresión “El paciente refiere…”.
Sin embargo, las referencias con las que contamos lo que nos pasa burbujean escurridizas.
Los términos que aluden a cómo nos sentimos no interesan como convención, sino como vocablos enjabonados.
Empatías funcionan como sobreentendidos emocionales.
Súbitas inferencias que borran sus huellas.
Inmediateces calculadas que se hacen pasar por percepciones directas o consonancias que no necesitan de las palabras.
Suposiciones previas (presuposiciones) anteceden a las palabras. En una conversación clínica concurren momentos inferenciales, transferenciales, interferenciales.
Sobreentendidos se presentan como paradojas del sentido: pretenden decir algo en forma plena o transparente, a la vez que dicen algo que permanece esquivo o aplazado.
El enunciado “A buen entendedor, pocas palabras bastan” se emplea para indicar que alcanza una alusión para entender algo sin entrar en detalles.
Paranoias transitan parajes repletos de signos confiscados por alevosías interpretativas.
Paranoias sienten amenazas de un mundo insinuado.
Habitamos cuerpos sobreentendidos.
Musculaturas incrustadas en posturas rigidizadas, osamentas estiradas y contraídas, flujos sanguíneos cronometrados.
Hacemos residencia en pieles estampadas con planchas de géneros clasificados que regulan y disciplinan placeres impropios.
Compulsivas correspondencias entre estereotipos biológicos y deseos normalizados imponen sobreentendidos que laceran la vida.
Dos sobreentendidos exitosos: el sí mismo y el nosotros.
Si consideramos eso que llamamos yo como una ficción atormentada, el pronombre de la primera persona del plural (en masculino, femenino o neutro) convendría pensarse como un barquito de papel en una tempestad.
Sueños apoyan sus oídos en los sobreentendidos.
A veces, tremendos dolores -sentidos de apuro durante el día- se escabullen detrás de los ojos cerrados para hacerse atender.
Sobreentendidos se levantan como lápidas vibrátiles, como cicatrices del habla, como signos de lo que se considera muy conocido.
Sobreentendidos se imponen como falsos consentimientos.
Sobreentendidos se imponen como prerrogativas o convenciones de un poder.
Sobreentendidos hacen suponer que lo que se opta por callar se compone de lugares previsibles y desarrollos innecesarios.
Implícitos que suelen estar al servicio de cansancios que no tienen ganas de volver a pensar lo ya pensado o de cautelas que prefieren evitar asperezas de un diálogo.
Sobreentendidos y malentendidos tienen afinidades: se mueven entre equívocos, ambigüedades, desencuentros.
Se podría considerar al sobreentendido como un malentendido exitoso. Malentendido que pudo burlar el detector de lo inconmensurable.
Sobreentendidos y malentendidos suelen pensarse como distorsiones: como males que se terminarían con comunicaciones codificadas.
A veces, en un análisis para abreviar se evitan detalles. Se dan por sabidas pequeñeces o nimiedades.
Se escucha en una sesión: “No creo que sirva volver a contar lo de siempre…”. “Y… no voy a hablar del contexto, porque eso ya lo sabemos…”. “Con todo lo que está pasando…no voy a detenerme en cuestiones insignificantes”. “Bueno, esto ya lo hablamos…”. “Me cansa escucharme repetir lo mismo…”.
Sobreentendidos chirrían como cerrojos en una conversación.
Persuaden de que no hace falta volver a abrir un cajón en el que ya se buscó miles de veces.
Se especializan en pasar por alto, inhibir preguntas o colmar lo no sabido dando por sentado lugares comunes.
A veces, se escudan en pudores o disimulan omisiones deliberadas.
Sobreentendidos pueden actuar como tapas de ollas que maceran presiones.
Perspicacias clínicas están atentas al momento en que pueden desestabilizar un sobreentendido con la inocencia de una pregunta oportuna.
Perspicacias no como agudezas o penetraciones, sino como prácticas de deshabituación.
Labores clínicas practican la remoción de lo tácito.
Demoras no solo hurgan en los detalles, dan tiempo a lo silenciado para que se haga escuchar en el silencio.
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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.
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