Llega con un libro en la mano. Pregunta si leí a Cortázar. Sin esperar respuesta, dice: “Ese tipo sí que hubiera entendido lo que me pasa”. Siento curiosidad por saber que hubiera pensado el autor de Rayuela, pero no digo nada. Al rato, continúa: “¡Cuántas vueltas que da Horacio Oliveira para encontrar un lugar en la vida! Eso me pasa a mí. En cualquier lado que estoy me siento en cautiverio. Me rebano la croqueta para encontrar una salida, pero solo consigo más encierro. Dígame, ¿para qué sirven tantos esfuerzos si, al final, sigo en el mismo lugar de siempre?”.
Intento decir algo, tal vez darle aliento, pero enseguida se pone de pie: “Disculpe, me gustaría seguir leyendo”.
Ya en la puerta, todavía agrega: “No hay día que no piense en lo que usted ya sabe”.
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